Revisitando Apocalípticos e integrados de Umberto Eco. A cincuenta años de su publicación coincidencia oppositorum
Publicado 2019-12-11
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Resumen
«Para empezar: yo siempre odié Apocalípticos e integrados porque fue compuesto por razones absolutamente accidentales» (Eco, 2014, p. 135). El profundo rechazo que Umberto Eco ha manifestado, numerosas veces, hacia uno de sus libros más famosos nacía, según la anécdota, por haber sido ensamblado con artículos pre-existentes cuyos temas centrales eran cuestiones relativas a la incipiente (vale decir en fase de devenir objeto de estudio, pero ya operante desde hacía tiempo) cultura de masas. Trabajo armado únicamente en pos de un concurso para una novedosa cátedra de «Comunicación de masas» que, finalmente, nunca se instituyó. Este odio —tal vez generado inconscientemente por ser un libro concebido como vehículo de integración a la, en aquel entonces, todavía apocalíptica Universidad— se debía entonces, según sus palabras, a la naturaleza de collage del volumen. Sin embargo, hoy, aquel antiguo «defecto» resulta ser una de sus cualidades más destacadas y destacables para empezar una revisión del célebre trabajo: a fin de cuentas, por como se ha venido desarrollando la cultura masificada, el fragmentarismo y la extrema heterogeneidad de temas (se pasa de Peanuts a la televisión, del Kitsch al soporte disco) y de métodos (del análisis casi semiológico de la historieta Steve Canyon al artículo burla sobre el escritor inexistente Milo Temesvar) se ha vuelto sello de la rizomática côté cultural en la que estamos insertos y probablemente el mejor formato para hablar de ella. Apocalípticos e integrados 55 años después, entonces.
Aquel conglomerado, aquel collage tenía, es notorio, como fondo continuo una idea y una batalla para combatir: sostenía, en tiempos adversos a cualquier laxismo formativo, que la cultura de masas es Cultura al fin —porque opera sobre las personas tanto como, o incluso más, que la cultura elitaria, elitistas comprendidos— y como tal los intelectuales, vale decir los apocalípticos, tienen que acercarse a ella y analizarla sin miedo, sin repugnancia y sin por eso abrazar ciegamente la causa de los integrados, vale decir de los fruidores despreocupados. Empezaba a saltar por ende, o tenía que empezar a saltar, no tanto la distinción entre cultura baja y alta —ahí, en definitiva las vanguardias históricas habían abierto generosamente el camino— sino la distancia entre intelectuales u operadores culturales y mass media. En este sentido, se puede decir que el pedido equiano, «se pide a los hombres de cultura una postura de investigación constructiva» (Eco, 2016, p. 59) no solo ha sido escuchada sino que se ha transformado en praxis común, en sistema: los cultural studies, básicamente coevos del libro, seguían y siguen esa idea y hoy a ningún académico en estado de cordura se le ocurriría vetar una tesis sobre novelas policiales, historietas (que sintomáticamente y hace tiempo, por lo menos en los casos más elaborados, han dejado de ser llamadas como un diminutivo de algo más «grande» y han sido rebautizadas graphic novels) o programas radiales. Esto en ninguna Facultad humanística, sin hablar de las de Ciencias de la Comunicación que son, de alguna manera y exagerando un poco, la legitimización final de la idea clave de Apocalípticos e integrados: cualquier producto simbólico, incluso el más banal, una vez puesto en circulación masiva es meritorio de análisis tan formales y profundos como cualquier novela de Onetti o poema ovidiano.
Pero incluso a nivel extra-universitario, todo el discurso que Eco hace, muy lúcido y preciso, a partir de un entonces flamante escrito de Dwight Macdonald que denunciaba, apocalípticamente, la aparición de la Midcult (vale decir, resume Eco, una cultura que «“explota” los descubrimientos de las vanguardias y los banaliza reduciéndolos a elementos de “consumo”») (Eco, 2016, p. 61) sería hoy inimaginable: piénsese, por ejemplo, en las series televisivas estilo HBO o Netflix, en su gran mayoría productos que entrarían perfectamente en la categoría macdonaldiana y que no provocan ninguna resistencia a la hora de ingresar en el debate cultural «serio», más bien ocupan un rol central en él e incluso se pueden convertir en una de las puertas de acceso privilegiada a la reflexión filosófica (la colección de la editorial Open Court «Popular Culture and Philosophy» que arrancó hace casi veinte años con libros como The Simpson and Philosophy acaba de publicar su volumen número 125).
Eco tenía clarísimo ya en 1964 el estado de febril y perpetua metamorfosis de la cultura popular masificada en la época tardo capitalista cuando sostenía, con una frase que se volvió célebre, que intentar una teoría de los mass media sería como elaborar una «teoría del jueves próximo» (Eco, 2016, p. 52). Por supuesto en este medio siglo se han ensayado bastantes más teorías de la misma que días de la semana, pero sigue siendo patente que los modos de producción y recepción de artefactos culturales de consumo cotidiano para un público indiscriminado son difíciles de aferrar y sistematizar debido, obviamente, a los incesantes cambios tecnológicos —estos sí, absolutamente impuestos— además de ideológicos. Y aquí, en el complejo juego entre emisor, destinatario y medio reside tal vez el más estimulante aporte del Eco del 1964: como recordaba Gianfranco Marrone, según Eco «en vez de concentrarse en los medios como aparatos de producción […], parece más útil investigar sus efectos socio-culturales», vale decir indagarlos «no tanto desde la perspectiva de los emisores sino de los destinatarios» (Marrone, 2014, p. 58), instituyendo aquella idea, tan querida al semiólogo italiano (y que es la base de la teoría de la recepción) de la «predominancia de la interpretación» en la fruición del mensaje (artístico y no). Algo que ya aparecía abundantemente en su libro precedente, Obra abierta (1962), pero que acá concedía a un tipo de producto cultural opuesto (aquello era la obra experimental que exigía programáticamente una intensa participación del consumidor): uno donde los vacíos a llenar eran reducidos, regía el cliche, se satisfacían las expectativas, como en toda mercadería, pero también uno que por fin llegaba a todo el mundo, saliendo del círculo culto para insinuarse en los intersticios de la vida, incluyendo fruiciones coercitivas (publicidad en cada rincón del espacio público, muzak, etc.) y que hoy parecería haber cumplido un ciclo: no solo por saturación, sino por haber sido dinamitado en su esquema (en un sector por lo menos, porque en otros siguen actuales varios modelos parecidos a los denunciados por Eco, solamente exacerbados en cantidad). En efecto, con la aparición de Internet, se ha creado en la vieja dinámica un corto circuito ya que, gracias a la red, casi todos actúan, actuamos, simultáneamente como emisores (de contenidos originales o ajenos) y como receptores. En este sentido sería interesante, por ejemplo, aplicar la elaborada y todavía funcional explicación del «Uso práctico del personaje» —uno de los capítulos más logrados del libro de Eco— con su división entre «tipos» y topoi, para delinear cómo se crean, conciente o inconcientemente, los personajes/perfiles autobiográficos de las redes sociales, poco importa si adherentes a la realidad o no, y cómo se reciben.
A la vez, el libro reserva sorpresas por ciertas ausencias, o mejor dicho apariciones fantasmales, empezando por Roland Barthes, cuyo Mitologías, publicado siete años antes, es sin duda el precedente más prestigioso del esfuerzo de Eco: una serie de notas aparecidas en revistas en las que el joven francés había escrito sobre productos (de orden simbólico y no, del Catch al churrasco) para desmontar los nuevos mitos de la sociedad de consumo, que «naturalizan» lo cultural para disfrazar su fin ideológico. Sin embargo, como recuerda Isabella Pezzini,[1] Eco menciona apenas tres veces a Roland Barthes, al pasar, aunque no hay duda de que Mitologías es el primer libro de envergadura que trata de desmitificar el funcionamiento de la sociedad de masas analizando, con esfuerzos ya semióticos, su producción mediática y sin preocuparse por jerarquías culturales. Tal vez, pero solo se puede suponer, en la eterna diatriba Eco situaba al Barthes de aquellos años como demasiado inclinado hacia posiciones apocalípticas. El otro nombre que, a priori, debería aparecer más, y solo aflora dos veces, y también etéreamente, es el de Antonio Gramsci, cuya teorización, por cuanto inconclusa (y viciada por la edición de los Cuadernos de la cárcel «editada» por Palmiro Togliatti que conocerá una versión completa solo en 1975) sobre cultura popular e intelectuales fue absolutamente central en el debate cultural de la Italia pre-boom económico: tal vez fue una forma, para Eco, de no arrastrar demasiado su discurso en las arenas marxistas (aunque Marx aparezca más), muy espesas cuando el libro fue editado.
A cinco décadas de distancia de su aparición, Apocalípticos e integrados sigue circulando y prosperando en bibliotecas y librerías, cuenta con innumerables traducciones y ediciones, ha sido aparentemente de gran influencia en América Latina, como nos advierte Anna Maria Lorusso en el libro 50 anni di Apocalittici e integrati di Umberto Eco,[2] jugosísimo volumen que he citado acá y al que remito para un ulterior chequeo de las vigencias y caducidades del trabajo equiano. Y eso pese a que términos (y problemas relacionados a ellos) que pululan en las páginas de Apocalípticos e integrados como, entre otros, Kitsch, high, middle y low brow, hombre-masa, sociedad de masa e incluso quizás el mismísimo mass-media salieron de los debates relativos a la nueva cultura popular, y no por haber sido resueltos, sino por la aparición de cuestiones más urgentes como la web, lo digital y sus usuarios. El libro entonces forma todavía estudiosos del campo, siendo, por ejemplo, una de las «obras de referencia […] de quienes estudian comunicación en Uruguay»,[3] gracias, con toda probabilidad, al impulso que da (y a ciertos instrumentos que brinda) para una afilada y permanente postura crítica hacia productos culturales, y no, que ahora circulan tanto en formato clásico como de «intercambio» electrónico.
Lo otro que parece haberse desdibujado es la oposición del título, sin duda uno de los más citados y afortunados (en su uso, incluso no académico y en sus infinitas aplicaciones) de todos los libros no ficcionales del siglo pasado: es cada vez más raro encontrar figuras que se puedan asimilar totalmente a uno u otro bando. Parecería que las transformaciones de los medios y de su uso han sido tales y que la hibridación de lo popular y lo elitista tan marcada, que se ha llegado finalmente a una coincidentia oppositorum, probablemente el sueño último de Umberto Eco.
[1] Véase Pezzini (2014, pp. 33-37).
[2] Véase Lorusso (2014, p. 8).
[3] Véase Batalla (2016).
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Citas
ECO, U. (2014). Giusto qualche aneddoto. En: LORUSSO, A. M. (Ed.), 50 anni di Apocalittici e integrati di Umberto Eco. Milán: Alfabeta2.
ECO, U. (2016). Apocalípticos e integrados. Buenos Aires: Debolsillo.
LORUSSO, A. M. (2014). «Introduzione». En LORUSSO, A. M. (Ed.), 50 anni di Apocalittici e integrati di Umberto Eco. Milán: Alfabeta2.
MARRONE, G. (2014). Charlie Brown, piccolino di massa. Appunti per una ricerca. En Lorusso, A. M. (Ed.), 50 anni di Apocalittici e integrati di Umberto Eco. Milán: Alfabeta2.
PEZZINI, I. (2014). Apocalittici, integrati, Fellini e Barthes. En LORUSSO, A. M. (Ed.), 50 anni di Apocalittici e integrati di Umberto Eco. Milán: Alfabeta2.