Tema Central
Tema Central n.° 11 La política a través de las armas: milicias y fuerzas armadas en Iberoamérica (siglo xix)
Claves. Revista de Historia
Universidad de la República, Uruguay
ISSN-e: 2393-6584
Periodicidad: Semestral
vol. 6, núm. 11, 2020
Los procesos de construcción estatal durante el siglo xix en América y en Europa estuvieron marcados por algunos denominadores comunes, entre los que podemos destacar la guerra como un fenómeno transversal, que provocó un fuerte proceso de militarización social y política. No en vano, algunos autores han denominado (y periodizado) la historia decimonónica iberoamericana como «tiempos de guerra».[1] Por otro lado, cada vez son más los historiadores que sitúan las guerras civiles en el centro de la formación de las culturas políticas, subrayando el papel desempeñado por la violencia y la exclusión del otro en la construcción de las identidades colectivas.[2] En ambos lados del Atlántico, la ciudadanía política se construyó «a bala, piedra y palo», a través de «la urna y el fusil», en un arco temporal marcado por el conflicto armado que se podría abrir con la Guerra de los Siete Años (1756-1763) y finalizar con la guerra cubano-española de 1898[3].
El presente dossier aborda las relaciones entre la sociedad, la política y la guerra durante el siglo XIX iberoamericano desde dos enfoques complementarios. Por un lado, el impacto de la guerra en la construcción de los Estado desembocó en una intensa militarización de la sociedad. La idea de militarización, acuñada a inicios de la década de 1970 por el historiador argentino Tulio Halperin Donghi, sirve para definir el ascenso político de distintos grupos militares, la extensión de formas de organización militar a la sociedad y la convivencia de amplios sectores sociales con la guerra permanente y sus consecuencias (lo militar como estrategia de ascenso social, de surgimiento de liderazgos, de dinámicas étnicas y de formas de disciplinamiento). Los levantamientos, revoluciones armadas y golpes de Estado, fueron una parte esencial de la dinámica política decimonónica y, contrariamente a lo que se ha sostenido, no solo no interrumpieron, sino que incidieron, en el proceso de construcción estatal.
En segundo lugar, la intensidad y continuidad del conflicto bélico propició que las armas se convirtiesen en uno de los canales fundamentales de participación política, tanto para las elites como para los sectores populares. La necesidad de recurrir a la movilización de amplios contingentes de la población a través de ejércitos, milicias y fuerzas irregulares, puso las armas en manos de grupos tradicionalmente excluidos de los canales formales de participación política.[4] Las armas y los uniformes otorgaron a estos actores un poder y una influencia social que utilizaron para impulsar sus propias demandas y adquirir un protagonismo inédito en la esfera pública. La guerra se convirtió en un espacio de aprendizaje político, en el que se ensayaron las prácticas y los discursos que asociamos con la emergencia de la «modernidad».[5] Mecanismos como la elección de los oficiales milicianos, la articulación de liderazgos populares, la utilización del poder emanado de las armas para intervenir en los debates públicos y la apertura de oportunidades de ascenso social, sirvieron para ampliar el horizonte político de los sectores populares, que aprendieron a utilizar los recursos de la guerra para negociar su posición y perseguir sus propios objetivos. Lejos de decantarse de manera homogénea por uno de los bandos en disputa, estos grupos negociaron su participación en el conflicto a cambio de satisfacer sus reivindicaciones materiales, mejorar su posición en el seno de la comunidad, reclamar por la distribución de los recursos naturales o defender el respeto a derechos considerados ancestrales. La concesión de la libertad para los esclavizados, la reducción del tributo de las comunidades indígenas, el disfrute de privilegios jurídicos (fuero militar) o la obtención de una paga y un modo de vida, se convirtieron en contrapartidas concretas para negociar la lealtad de los sectores populares, que desplegaron estrategias políticas eficaces y coherentes a lo largo del conflicto.[6]
El presente dossier se inserta en los estudios recientes sobre las milicias y en la nueva historia militar que —con ritmos desiguales— están transformando las miradas sobre estas problemáticas en Hispanoamérica y España.[7] La revisión de los procesos revolucionarios e independentistas desde perspectivas que no abrevaron de forma exclusiva en la política -o en la constitución de facciones y partidos[8]- permitió incorporar nuevos problemas, entre los que se encuentra la dimensión que cobró la guerra durante toda la centuria. Sin embargo, hasta los últimos treinta años la historiografía había sido renuente al abordaje de temáticas conexas a esa incidencia militar, que ha quedado mayoritariamente restringida a análisis elaborados desde las propias instituciones involucradas. En las últimas tres décadas una nueva generación de historiadores resignificó el papel de la guerra en la conformación de las culturas políticas iberoamericanas. Hoy en día nadie discute que la militarización que caracterizó a las sociedades decimonónicas, se encuentra ligada a la formación de unidades republicanas y es fundamental para entender la constitución de los estados nación.
El papel jugado por los ejércitos nacionales en América Latina durante el siglo XX, los procesos de transición a la democracia en las décadas de 1970-1980, tras dictaduras civil-militares, podrían estar en el centro de ese interés por el factor militar. El fin de las dictaduras -en distintos momentos y con diversas intensidades- no evitaron el tutelaje militar en democracia, por lo que la consideración sobre el pasado militar (y la persistencia de relatos que buscaron homogeneizar las historias militares) sin duda puede contribuir a entender procesos actuales y encontrar líneas de continuidad entre pasado y presente.
En España, el peso de la memoria de la dictadura franquista ha lastrado los estudios sobre historia militar, que tradicionalmente han quedado fuera del foco de atención prioritario de los investigadores. En los últimos años, proyectos como la Revista Universitaria de Historia Militar, han contribuido a introducir nuevas metodologías, ofreciendo una visión social, comparada y global de los conflictos armados.[9] Si bien estas nuevas perspectivas se han enfocado de manera prioritaria sobre la historia más reciente, observamos un creciente interés por el estudio de los cuerpos armados que poblaron el siglo XIX, superando el espacio geográfico de las fronteras nacionales y las miradas eurocéntricas.[10] Eso implica analizar los ejércitos, los cuerpos milicianos y las formaciones semirregulares, pero también las tradiciones motineras urbanas, las guerrillas y montoneras o las partidas de bandoleros. Este tipo de movimientos ponen en cuestión el paradigma según la cual los Estados para funcionar deben alcanzar necesariamente el monopolio legítimo de la violencia. La convivencia de ejércitos regulares con otras formaciones armadas, ha permitido revisitar el proceso de formación del Estado, pero también el uso de las fuerzas en armas para hacer política.
Como vemos en los artículos que componen este dossier, todos representativos de nuevas miradas sobre la militarización, se ha buscado fomentar líneas interpretativas sobre algunos tópicos nodales de la historia iberoamericana y cruzar elementos de la militarización y de la política. A su vez, apostamos a una perspectiva comparativa que buscó relacionar fenómenos conectados que tuvieron lugar a un lado y otro del Atlántico. Más que nunca el fenómeno de la política a través de las armas -sin importar el período- se debe estudiar apostando a una dimensión sobre la circulación de fuerzas en armas, ideas y posturas políticas, que nos permitan salir de las miradas autocentradas y nacionalistas que caracterizaron (y aún caracterizan) las interpretaciones sobre los fenómenos bélicos.
Un buen ejemplo de esta circulación de modelos políticos y militares es el artículo de David Martínez Llamas, que estudia el proceso de creación de las milicias catalanas que participaron del proceso de defensa de Buenos Aires y Montevideo durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807. La aparición de esos grupos milicianos generó una interesante confrontación con otras formas de hacer la guerra, consideradas más tradicionales. En el transcurso de la lucha, el Pueblo emergió como un sujeto activo de la vida pública y se ensayaron nuevas formas de hacer política, transformaciones que aprovecha el autor para hacer consideraciones más recostadas en la historia conceptual, a partir de la exploración de algunas “voces” del período.
Uno de los objetivos que impulsan este dossier es la necesidad de fomentar el diálogo entre las historiografías española y americana. El protagonismo que tienen los estudios sobre las milicias en Hispanoamérica contrasta con el escaso interés que han suscitado tradicionalmente estos cuerpos al otro lado del Atlántico, una tendencia que comienza a revertirse en los últimos años.[11] Las tres contribuciones sobre España incluidas en el presente dossier, abordan la cuestión miliciana alejándose de los grandes centros urbanos, superando el paradigma tradicional sobre el «descenso» de la política desde las elites a las masas y desde las ciudades liberales hacia las periferias rurales. En primer lugar, Sergio Cañas Díez y Francisco Díez Morrás, analizan la Milicia Nacional del Trienio Liberal (1820-1823) en el Valle Medio del Ebro. Este enfoque regional, permite poner de manifiesto la importancia del control del territorio en la construcción de un Estado liberal que tuvo su primer eslabón en el ámbito local. La milicia se convirtió en el principal apoyo del liberalismo en un contexto de guerra civil en el que el combate frente a los contrarrevolucionarios se libró de manera cotidiana en el mundo rural y las poblaciones de tamaño medio. La colaboración entre milicias de diferentes localidades forjó los vínculos que cohesionaron internamente el liberalismo y vertebraron a un Estado contestado tanto por la reacción interior como por la amenaza de las potencias absolutistas europeas.
La caída del régimen liberal del Trienio no supuso el fin de la experiencia miliciana en España, sino la adopción por parte del absolutismo del modelo de movilización ensayado por los liberales. Antoni Sánchez Carcelén aborda de manera conjunta la Milicia Nacional y su contrapartida absolutista: los Voluntarios Realistas (1823-1833). Trascender las fronteras cronológicas le permite señalar que las autoridades absolutistas de Lleida tuvieron que recurrir a los antiguos oficiales de la milicia liberal para comandar los nuevos cuerpos realistas. Por encima de las divisiones ideológicas, las oligarquías locales aprovecharon «la experiencia organizativa y humana de la fuerza armada liberal» para preservar sus intereses y gestionar el orden urbano en un período de inestabilidad.
Por último, Xosé Ramón Veiga ofrece una panorámica sobre la Milicia Nacional española entre 1820 y 1856, adentrándose en los períodos menos conocidos de la institución. Su análisis de conjunto se enmarca en un estudio de caso particularmente interesante —Galicia— una región tradicionalmente situada al margen de las grandes narrativas sobre la politización y la modernización. De este modo, se cuestiona la caracterización de la milicia como un fenómeno esencialmente urbano. La Milicia Nacional fue una herramienta de nacionalización y universalización, pero insertada en el ámbito local. Fueron las prácticas cotidianas las que alumbraron una «solidaridad de grupo» que trascendía los espacios locales y los vínculos comunitarios, integrando a actores sociales diversos en la «gran familia miliciana».
Otro aspecto tradicionalmente relegado en los estudios sobre milicias y fuerzas armadas es el de los combatientes realistas. En los últimos años, la participación de indígenas, esclavos, mestizos y plebeyos en los ejércitos fidelistas ha suscitado una atención creciente.[12] Buena muestra de ello son los trabajos de Raúl Fradkin y Emilia Riquelme, que abordan la dimensión social del realismo en dos regiones periféricas: la Patagonia y la Araucanía. El primer autor, gran conocedor de los fenómenos de participación política popular en el Río de la Plata, vuelve su mirada sobre tres sublevaciones favorables al rey en el fuerte de Nuestra Señora del Carmen de Patagones, entre 1812 y 1817. En un enclave alejado del centro de poder de Buenos Aires, los antagonismos sociales y los conflictos derivados de la correlación de fuerzas locales se expresaron políticamente en un sentido realista. Los caciques indígenas preservaron su capacidad de negociar con las diferentes autoridades y bandos en pugna, dando lugar a un escenario en el que no existían bandos fijos, sino alineamientos cambiantes que respondían a las circunstancias locales. Al apelar a la voluntad del «pueblo» para alinearse con Montevideo y la Regencia, la legitimidad monárquica tradicional se combinaba con las nuevas divisiones políticas, contraponiendo la lealtad al rey y a la Patria.
Emilia Riquelme, en la línea de los trabajos recientes sobre realismo popular, analiza las motivaciones de los indígenas de la Araucaria para luchar en el bando del rey. Lejos de ser un resultado de la ingenuidad o el engaño, el realismo fue una estrategia política, a través de la cual los caciques y las comunidades indígenas obtuvieron beneficios concretos, negociando su participación armada con las autoridades peninsulares. Las fuerzas que combatieron durante la «Guerra a Muerte» estuvieron conformadas por una multiplicidad de cuerpos —desde las milicias tradicionales hasta las partidas indígenas y de formación mixta— forjando alianzas interétnicas para defender sus intereses, que se concretaron en forma de ascensos, reconocimientos, agasajos y armas. La adhesión al bando realista sirvió para obtener apoyos que permitían resolver los conflictos intraétnicos generados en el ámbito local. En definitiva, como muestran ambos artículos, el alineamiento político de los realistas no derivaba tanto de una posición ideológica definida a priori, sino de las oportunidades que ofrecía la situación de crisis para defender los intereses de los actores del conflicto.
Los sectores populares o subalternos, entre los que podríamos incluir fuerzas realistas, también han ganado un espacio en la consideración historiográfica, gracias al análisis de su participación en los conflictos bélicos. En esa línea se inserta el trabajo de Pablo Ferreira quien estudia la tradición contestataria de los cuerpos milicianos montevideanos, en el período que abarca el fin del orden colonial y la invasión luso-brasileña iniciada en 1816. Mediante un análisis de casos sucesivos, logra dar cuenta de tradiciones motineras o tumultuarias e inserta esos fenómenos como parte del repertorio de acciones políticas y el surgimiento de nuevos liderazgos afincados en el carácter militar de algunos de los protagonistas de los hechos. En esa misma línea de interpretación se podría inscribir el texto de Santiago Delgado, quien realiza un estudio de caso a partir de un episodio protagonizado por el coronel Pedro Oroná, jefe de las milicias activas del departamento de Maldonado. A partir del episodio, logra reconstruir las tramas de poder a escala local, la aparición de redes vecinales en respaldo a los bandos en pugna y la aparición de distintos centros de autoridad, en un contexto marcado por el proceso de construcción estatal y la guerra contra el Brasil. El trabajo de Delgado aborda la dimensión regional de los conflictos, mediante el análisis de fenómenos que tuvieron lugar en zonas de frontera e involucraron a unidades administrativas de distinta escala. Esa dimensión de la incidencia de los bordes administrativos y las diversas escalas de análisis también está presente en el texto de Emmanuel Parrado, quien estudia a las milicias provinciales de la Confederación Argentina en la guerra con la Confederación peruano boliviana en 1837-1839. El trabajo no solo estudia la formación material de los contingentes militares, sino el proceso de construcción simbólica relativa a esas fuerzas en armas, que fueron presentadas como «nacionales», porque enfrentaban a un ejército «extranjero», pero también a traidores a la causa federal, es decir los emigrados unitarios presentes en Bolivia que conspiraban contra el gobierno de Juan Manuel de Rosas.
Por último, el texto de Leonardo Canciani también aborda la dimensión regional de la guerra desde una perspectiva transnacional y a través del seguimiento a veintiún oficiales de alto rango provenientes del territorio rioplatense, pero que hicieron la guerra en territorios meridionales sudamericanos (Provincias Unidas, Banda Oriental, Brasil, Bolivia, Perú, Chile y Paraguay) entre la mitad y el último cuarto del siglo XIX. Si bien el epicentro geográfico es la zona bonaerense, el artículo muestra de qué modo los militares hicieron la guerra en distintas zonas, a tono con lo que ocurría desde la primera mitad del siglo xix y en un enfoque que contraría las miradas sobre los militares pertenecientes a un ejército nacional.
En suma, el conjunto de textos que aquí se presentan dan cuenta de tres elementos historiográficos a destacar: en primer lugar, todos los trabajos buscan nuevas formas de explicar los procesos políticos del siglo XIX desde nuevos puntos de vista, tomando actores ya presentes en los relatos tradicionales (ejércitos, milicias, fuerzas en armas), pero encontrando otro punto de observación y defendiendo una perspectiva académico-científica. En segundo lugar, se podría decir que esas nuevas formas de observar fenómenos y actores históricos fundamentales también permitirá elaborar nuevos relatos sobre el proceso de construcción estatal y las formaciones nacionales-republicanas, probablemente cuestionadores de los enfoques tradicionales. En tercer y último lugar, también es importante destacar el carácter transnacional de los textos, que permiten reunir trabajos que no están desconectados de los procesos y fenómenos que tuvieron lugar a un lado u otro del Atlántico. ♦
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