REVISTA ENCUENTROS URUGUAYOS
VOLUMEN 18 – NÚMERO 1 ENERO- JUNIO 2025
E-ISSN: 1688–5236
LA DIMENSIÓN AFECTIVA DEL PENSAMIENTO CRÍTICO: JULIÁN LIBREROS CASTRO
UNA REFLEXIÓN DESDE LA EDUCACIÓN COLOMBIANA ALEXANDER BENAVIDES FRANCO
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estos aprecian su entorno. Al contrario, ha llegado a considerarse que dicha dimensión
podría sesgar los procesos de pensamiento, partiendo de prejuicios en torno a la incidencia
que los afectos y las emociones pueden tener sobre el aprendizaje (Bezanilla Albisua et al.,
2018). Pero este enfoque dominante del pensamiento crítico, que relega a un lugar de
inconveniencia la dimensión afectiva, parece estar en discrepancia, de cierta manera, con
uno de los principios que se plantea para fomentar este tipo de pensamiento en los
estudiantes: y es que estos no sólo han de poseer conocimientos y capacidades; también
han de estar motivados para usar esas habilidades en diversos contextos activamente, y
actuar en concordancia con ello (Mejía Escobar et al., 2015).
Al respecto, como mostraremos más adelante, algunos autores se han referido a las
disposiciones para el pensamiento crítico o a su dimensión afectiva (Facione, 1990;Binker,
1990; Willis, 2004). Afirman que, si bien las habilidades cognitivas y los factores
situacionales inciden en la habilidad de pensar críticamente, no explican por qué ciertas
personas parecen pensar críticamente en una situación determinada, mientras otras
personas raramente lo hacen bajo las mismas circunstancias. En otras palabras, de acuerdo
con estos autores, si una persona tiene todas las habilidades requeridas para pensar
críticamente pero no lo hace, y no puede recurrirse a una explicación situacional, se podría
inferir entonces que debe haber una explicación disposicional, una serie de «factores
internos» que harían que una persona se comprometa o no a pensar críticamente (Willis,
2004). Así lo ha expresado, desde el campo de la ética, Victoria Camps, al afirmar que «no
basta conocer el bien, hay que desearlo; no basta conocer el mal, hay que despreciarlo»
(2011, p. 13). Podría decirse, entonces, que, aplicadas al pensamiento crítico, esas palabras
implicarían que no basta con tener la capacidad de pensar críticamente, sino que además
hay que tener una inclinación (emocional) hacia el pensamiento crítico.
Sin embargo, en el marco de los más recientes estudios sobre los afectos y las
emociones, derivados de lo que se ha denominado el giro afectivo, pensar en las
emociones/afectos como meras disposiciones o «factores internos» que moverían al sujeto
a pensar de una forma crítica, resulta problemático. Y es que ello implicaría pensar en las
emociones como manifestaciones subjetivas que dependen, en gran medida, de la
psicología de los sujetos (Quintana, 2021). Pero aquí se perdería de vista que «las
emociones, al igual que otras tantas expresiones humanas, se construyen socialmente»
(Camps, 2011, p. 13-14), y que, en última instancia, es el contexto social el que nos enseña a
sentir vergüenza, confianza, temor, compasión, etc. En otras palabras, existiría una suerte
de psicologización de la dimensión afectiva que sería correlativa a su despolitización, en la
medida en que deja de lado las condiciones sociales de las que provienen las experiencias
que producen ciertas emociones, y con ello, la posibilidad de que tales experiencias sean
confrontadas por los sujetos expuestos a ellas, a través de prácticas que les permitan
transformar su entramado social. Profundizaremos en las siguientes secciones.
Por ahora, señalamos lo siguiente: al final de la sección anterior planteábamos la
hipótesis de que la forma en que se ha comprendido la tarea de formar el pensamiento
crítico en las aulas, en el marco de la indagación académica, podría estar presentando