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En las páginas de El Lucero. Pedro De Angelis entre economía política y legitimación del poder al principio del rosismo, 1829-1832
Claves. Revista de Historia, vol. 9, núm. 16, pp. 1-30, 2023
Universidad de la República

Tema Central

Claves. Revista de Historia
Universidad de la República, Uruguay
ISSN-e: 2393-6584
Periodicidad: Semestral
vol. 9, núm. 16, 2023

Recepción: 31 Diciembre 2022

Aprobación: 16 Mayo 2023


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Resumen: Este estudio analiza la publicación periódica El Lucero (1829-1833) y su rol en la producción y circulación de conocimiento político-económico. Pedro De Angelis, su editor, llegó a Buenos Aires en 1827, donde empezó una poliédrica carrera de periodista, educador, colector de manuscritos y fósiles. A lo largo del trabajo se destaca la centralidad de la prensa como fuente de conocimientos económicos y legitimidad del poder político. La primera parte coloca De Angelis entre el grupo de individuos puestos en movimiento por la particular coyuntura atlántica de la era de las revoluciones. El análisis de El Lucero empieza aclarando cual fue la definición de política económica en las páginas del periódico y como esta disciplina era considerada instrumental a la construcción de una sociedad comercial civilizada. En seguida, se explica el modelo de desarrollo económico deseado para Buenos Aires y como Juan Manuel de Rosas se describió como el jefe ideal para esta sociedad comercial.

Palabras clave: Pedro de Angelis, política económica, periodismo, Buenos Aires.

Abstract: This article studies the periodical El Lucero (1829-1833) as a place of production and circulation of political-economic knowledge. Pedro De Angelis, its editor, arrived in Buenos Aires in 1827, where he began a multifaceted career as a journalist, educator, collector of manuscripts and fossils. Throughout the work, the centrality of the press as a source of economic knowledge and legitimacy of political power is highlighted. The first section places De Angelis among the group of individuals set in motion by the particular conjuncture of the age of revolutions. Then, El Lucero's analysis begins by clarifying which definition of political economy was used by the newspaper and how this discipline was considered instrumental to the construction of a civilised commercial society. It then goes on to explain the model of economic development desired for Buenos Aires and how Juan Manuel de Rosas was described as the ideal leader for this commercial society.

Keywords: Pedro de Angelis, economic policy, journalism, Buenos Aires.

Introducción

En las últimas décadas, el estudio del mundo iberoamericano en la época de las Revoluciones se ha renovado gracias a la introducción de nuevas perspectivas teórico-metodológicas, que han permitido a los historiadores profundizar vías hasta ahora inexploradas o retomar viejos problemas con un enfoque diferente. En particular, la historia conceptual ha destacado el papel de la producción discursiva en el cambio económico y social que experimentaron las sociedades de ambos lados del Atlántico en esta época tan importante para el desarrollo de prácticas y discursos asociados a la modernidad (Fernández Sebastián 2021).[1]

Concretamente, se ha podido constatar cómo el Río de la Plata fue un contexto fértil para la producción de reflexiones teóricas a través de la proliferación de la palabra escrita, en particular tras el colapso de la monarquía ibérica durante la crisis de 1808-1810, momento en el que la ausencia de autoridad tradicional y la centralidad de nuevos conceptos como opinión pública y soberanía popular desencadenaron el enfrentamiento en la arena pública de diferentes proyectos prácticos y teóricos que competían por el gobierno de la nueva sociedad que se estaba constituyendo (Goldman 2008; 2021).

La dialéctica entre innovación y tradición ocupó un lugar central en el horizonte intelectual de la época. De hecho, aunque la instauración de la libertad política permitió nuevos e importantes experimentos conceptuales, el peso de la tradición hispánica heredada del Siglo de las Luces siguió influyendo durante mucho tiempo en el desarrollo político y económico de la sociedad rioplatense (Chiaramonte 1997). La fertilidad americana para la experimentación política y conceptual también se basó en el increíble movimiento de hombres y mercancías (incluidos libros y publicaciones periódicas) que se registró durante este período, una característica común a todo el espacio atlántico. En efecto, las ideas aún no viajaban por el éter, sino que necesitaban un soporte físico, humano o no, indispensable a trasladarse de un lado a otro del océano.

Viajeros, revolucionarios, comerciantes y letrados fueron atraídos a Buenos Aires por las oportunidades económicas y la libertad política que ofrecía la nueva república. En paralelo, los gobiernos unitarios aplicaron una política de atracción activa de hombres y capitales con el fin de aumentar los recursos locales para el desarrollo económico y social. Una parte integral de esta estrategia era el reclutamiento de letrados y «técnicos» para dotar al Estado de expertos en los conocimientos necesarios para construir un aparato institucional moderno.[2]

El caso de Pietro (Pedro) De Angelis (1784-1859) ejemplifica este proceso. Llegó a Buenos Aires en 1827 invitado por el presidente Bernardino Rivadavia, quien le encomendó la edición de dos periódicos para instruir a la población de la ciudad sobre las reformas emprendidas por su ejecutivo. Sin embargo, la llegada al gobierno de los federales al año siguiente le obligó a buscar nuevas fuentes de ingresos para seguir viviendo en la joven república del Río de la Plata, lo que haría hasta su muerte. Así, De Angelis se dedicó a diversos proyectos periódicos en apoyo de los gobiernos federales que habían sustituido a los unitarios en 1828, a la publicación de libros y a la recolección de manuscritos antiguos y objetos de historia natural, actividad con la que creó un lucrativo comercio de fósiles entre América y los eruditos e instituciones científicas europeas (Podgorny 2013).

El tema central de este artículo es el estudio de la publicación periódica El Lucero (1829-1833), de la que De Angelis fue editor, como lugar de producción y circulación de conocimiento político-económico. Esta disciplina fue una rama central de la Ilustración y a partir de la segunda mitad del siglo XVIII se produjo una auténtica explosión de publicaciones económicas en distintas regiones europeas (Kaplan y Reinert 2019). Incluso más, la economía política empezó a considerarse una ciencia fundamental para el progreso económico de los imperios y, en consecuencia, para imponerse en el contexto europeo de emulación competitiva imperial (Reinert y Røge 2013; Fredona y Reinert 2018).

Además, el discurso económico político fue un factor fundamental de la modernidad y tarde o temprano la mayoría de las sociedades mundiales tuvieron que enfrentarse a esta disciplina. Por lo tanto, el estudio de cuándo y cómo cada sociedad comenzó a pensarse como formada por individuos que se relacionaban a través de la acción mediadora del trabajo puede ser una línea de investigación fructífera para dar un alcance global a este campo de estudio, al tiempo que se enfatizan las especificidades locales de este proceso (Sartori 2013).

La tarea de De Angelis como divulgador de conceptos económicos se ha puesto de relieve recientemente en relación con la revista Crónica Política y Literaria (De Rosa 2019) y el presente estudio pretende ampliar el conocimiento de este aspecto de la actividad intelectual del napolitano. El análisis de El Lucero nos permitirá explorar cómo algunos conceptos iban a contribuir al desarrollo socioeconómico que De Angelis preveía para la Provincia de Buenos Aires. Además, la sección final del trabajo se centra en la descripción de Juan Manuel de Rosas, y cómo el apoyo del periódico a su gobierno se expresó mediante argumentos de economía política. De este modo, es posible problematizar la interpretación de un De Angelis como periodista al servicio del poder y carente de relevancia intelectual, en la estela de recientes trabajos que han subrayado cómo el rosismo no puede ser considerado un bloque único, en favor de una mayor contextualización temporal de cada fase de esta época política (Fradkin y Gelman 2015; González Bernaldo y Di Pasquale 2018).

De Angelis entre Europa y América, Rivadavia y Rosas

De Angelis nació en una familia napolitana de clase media en 1784, y desde muy joven experimentó las contradicciones de la «Era de las Revoluciones», período dominado por impulsos de renovación política e intelectual brutalmente sofocados por los gobiernos imperiales. Decidido a seguir una carrera literaria, gracias a su hermano se convirtió en tutor de las hijas de Joaquín Murat, rey de Nápoles y aliado de Napoleón hasta la Restauración de 1815. Tras el regreso de los Borbones se dedicó a la carrera diplomática, pero su colaboración con la efímera república napolitana de 1820 le valió una condena al exilio. De Angelis vivió durante seis años en París hasta que fue abordado por emisarios del presidente Rivadavia, quienes le ofrecieron trasladarse a Buenos Aires para dirigir dos publicaciones periódicas, en colaboración con el español José Joaquín de Mora, un liberal en el exilio que colaboró en Londres con el famoso editor Rudolph Ackermann. En París, De Angelis había adquirido una buena reputación como hombre de letras, entablando amistad con pensadores como Jules Michelet, A.L.C. Destutt de Tracy, François Guizot y Pellegrino Rossi (Sabor 1995).

En aquellos años, el ambiente intelectual parisino estaba animado por numerosos exiliados que habían encontrado allí refugio tras el fracaso de las experiencias republicanas napoleónicas y los levantamientos insurreccionales de 1820-21. Los italianos formaban un grupo importante de estos emigrantes (Isabella 2009), y París representaba un puerto seguro o un lugar de partida para posteriores peregrinaciones, a menudo en dirección a las repúblicas americanas (Morelli 2019). Este grupo de exiliados, que pertenecía a élites urbanas, tenía ciertos rasgos en común: su educación había estado fuertemente influida por los autores milaneses (Pietro Verri y Cesare Beccaria) y napolitanos (Antonio Genovesi y Gaetano Filangieri) de la Ilustración italiana; la vida bajo regímenes políticos dirigidos por potencias extranjeras supuso una adhesión entusiasta al republicanismo y una desconfianza ante la adaptación local de ideas y prácticas consideradas ajenas a la historia de un contexto dado; la experiencia napoleónica marcó profundamente estas vidas, para bien o para mal: la contradictoria parábola histórica encabezada por el general corso generó hacia él sentimientos que iban desde el rechazo total hasta el respaldo incondicional (Isabella 2009, 12).

Este grupo de exiliados desarrolló una ideología liberal marcada por sus experiencias personales e inclinada hacia sus objetivos políticos, en particular, la creación de un Estado-nación italiano. Por ejemplo, en su participación en el diálogo intraeuropeo sobre las diferentes etapas de la civilización, si bien contemplaban con admiración el grado de desarrollo económico alcanzado por Inglaterra, existía la convicción generalizada de que los principios económicos necesarios para alcanzar el mismo nivel de evolución social dependían de las condiciones particulares de cada contexto local. De Angelis refleja plenamente estas características, salvo por su falta de adhesión al discurso del «Risorgimento italiano». De hecho, la mayoría de los exiliados políticos italianos trabajaron de forma activa para promover la causa nacional, tanto organizando sociedades secretas revolucionarias como intentando ganarse a la opinión pública internacional a través del periodismo, algo en lo que él nunca se interesó. Sin embargo, Montevideo se convirtió en un importante centro de difusión del pensamiento de Mazzini en América, un espacio en donde los exiliados italianos y los de la Generación del 37 «convergieran felizmente» (Bonvini 2018, Betria 2019).[3]

La lectura de los «economistas» napolitanos reforzó aún más la convicción de la imposibilidad de transferir acríticamente ideas y prácticas político-económicas de un contexto a otro. Los escritos de Ferdinando Galiani (1728-87) y Antonio Genovesi (1713-69) partían de la necesidad de describir las medidas gubernamentales necesarias para que un reino agrícola como Nápoles se enriqueciera y alcanzara el grado de civilización de las naciones europeas más avanzadas mediante el desarrollo productivo de las actividades agrícolas, las manufacturas vinculadas a ellas y el comercio interior y exterior. La economía política era la ciencia moderna adecuada para este fin, ya que estudiaba el comportamiento de los hombres en sociedad y daba orientaciones políticas a los gobiernos para dirigir las pasiones humanas hacia el bien y la felicidad de la comunidad.

En consecuencia, la «plataforma» que permitió el desarrollo de los discursos económicos napolitanos fue precisamente el problema de un «reino gobernado como una provincia» y una concepción historicista del desarrollo de las sociedades humanas hacia la civilización basada en la obra de Giambattista Vico (Robertson 2005, 325-326 y 347-360). Por último, es importante subrayar que estos autores estaban convencidos del carácter cosmopolita de la ciencia económica, aunque con un enfoque crítico: la economía política revelaba leyes universales relativas al progreso de los Estados y la circulación de los trabajos entre diversos contextos nacionales era necesaria para aprenderlas. A propósito, la traducción de obras y la emulación de prácticas extranjeras era una característica destacada de esta esfera cultural, entendiendo por emulación la adaptación al contexto local de ideas desarrolladas en otros lugares (Reinert 2011).

En definitiva, imbuido de esta formación en economía política, De Angelis llegó a Buenos Aires en 1827 y comenzó su carrera como periodista. La publicación de la Crónica Política y Literaria de Buenos Aires junto a Mora colmó plenamente las expectativas del gobierno unitario, lo que se potenció con el clima cultural de periodismo ilustrado que reinaba en Buenos Aires en la década de 1820 (De Rosa 2019). De hecho, la prensa pretendía crear una esfera pública mediante la difusión de conocimientos útiles y su discusión. Este intercambio tenía lugar directamente en las páginas de los periódicos a través de la publicación de las cartas de los lectores y las polémicas entre ellos, un importante metagénero que contribuía a la circulación y discusión de ideas, del mismo modo que la lectura (Pas 2017). Al mismo tiempo, el ideal de una opinión pública objetiva y super partes se vio frustrado sea por el hecho de que las publicaciones periódicas y los administradores públicos a menudo se solapaban, sea por las subvenciones gubernamentales a algunas de ellas, como en el caso de la Crónica (Goldman 2000). En cualquier caso, De Angelis y Mora encontraron un público receptivo para sus escritos, ya que el proyecto de crear una esfera pública informada sobre temas económicos estaba presente en el contexto rioplatense desde las primeras publicaciones periódicas como el Telégrafo Mercantil (1801-1802) y el Semanario de Agricultura, Industria e Comercio (1802-1807), pasando por el famoso Correo de comercio (1810-1811) de Mariano Moreno y Manuel Belgrano, hasta las publicaciones de la década de 1820 como El Argos de Buenos Aires (1821-1825).[4]

A pesar de la excelente reconstrucción de cómo la Crónica encajaba a la perfección en el proyecto político rivadaviano, De Rosa sobrestima la influencia de lo que más tarde se llamaría la escuela clásica de economía política. Si en sus páginas se elogia a Adam Smith como inmortal por haber sistematizado «los cimientos de la verdadera Economía Política» (De Rosa 2019, 258-259), esta consideración viene después de la lista de numerosos «economistas» que allanaron el camino al ilustre escocés, como Beccaria, Verri, Filangieri, Ustariz, Navarrete y Campomanes.[5] Además, la inmortalidad de Smith no le exime de las críticas. Por ejemplo, cuando se destaca la importancia de atraer moneda en la economía porteña, «ese caro y dulce numerario, que en opinión de la escuela de Muratori, y à despecho de cuanto digan Smith, y sus sectarios, es el ingrediente principal de la ventura humana, y el móvil primero de los progresos de las naciones».[6] Este razonamiento sobre la función del dinero como estímulo del crecimiento en un país en desarrollo —tomado de la obra de Antonio Genovesi— será tratado con más detalle en las páginas de El Lucero. Sin embargo, el trasfondo económico ecléctico y pragmático del napolitano ya se vislumbra en este primer periódico.

Pocos días después de la publicación del artículo, Bernardino Rivadavia renunció a la presidencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata y el nuevo gobierno federal de Buenos Aires consideró nulo el contrato con el napolitano. Fue entonces cuando De Angelis comenzó su carrera como «empresario de la supervivencia en América» (Podgorny 2013, 13). Luego, compró una imprenta, que en 1830 se convirtió en la Imprenta del Estado, a través de la cual publicó libros y periódicos por iniciativa propia o por encargo del gobierno; fundó instituciones educativas, que no tuvieron mucho éxito; y se convirtió en archivero, recopilando documentos históricos sobre el Río de la Plata, algunos de los cuales publicó en su Colección de Obras y Documentos relativos a la Historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata (1836-1839).[7] Esta tendencia oportunista, o capacidad de supervivencia, junto con su estrecha proximidad a Juan Manuel de Rosas, no fue perdonada por los adversarios políticos del Restaurador de las Leyes, cuyas duras opiniones después de 1852 condenaron a De Angelis a una posición marginal en la historia intelectual de Buenos Aires durante muchos años. Sin embargo, otro aspecto poco estudiado que puede explicar el éxito de De Angelis en Buenos Aires fue su capacidad técnica para manejar las novedosas tecnologías de la información, medios centrales de propaganda de la época para reforzar la adhesión a una determinada facción política.[8]

Su obra periodística comenzó a ser redescubierta por Félix Weinberg (1957), quien destacó cómo podía dividirse en tres períodos, según el régimen político apoyado más o menos acríticamente, haciendo notar que el apoyo estatal a la prensa fue práctica común en Buenos Aires desde la Revolución de Mayo. Myers (1995) señaló que el rosismo inauguró una nueva relación entre la prensa y el poder político, un cambio gradual ya que una censura estatal estricta no se inauguró hasta 1835. Antes de esta fecha, las leyes de prensa se utilizaban para frenar lo que se consideraban opiniones demasiado licenciosas o subversivas, como en el caso del periódico El Gaucho Restaurador del federal Luis Pérez, clausurado en 1834 (Pose 2020). El intento de cerrar los espacios públicos a las clases populares que se habían politizado y movilizado a partir de 1810 fue una tendencia de todos los gobiernos independientes (Goldman 2000).

De todos modos, entre 1829 y 1834 Pedro de Angelis continuó sus actividades como periodista ilustrado. Apoyó críticamente a los gobiernos federales, pero mostrando ya una predilección por la figura de Juan Manuel de Rosas, que se transformaría en franco servilismo político a partir de 1835.[9] Se ha señalado cómo el periódico Archivo Americano y Espíritu de la Prensa del Mundo (1843-1851) representó la creación de un archivo de las actuaciones políticas de Rosas para ser ofrecido a la opinión pública internacional con el fin de apoyar una descripción benigna del régimen, un intento de producir a través del poder político una determinada imagen y memoria del mismo poder (Schell 2020). De hecho, el napolitano ha sido presentado como el paradigma del «letrado rosista», sin que haya sido leído de forma despectiva en comparación con los letrados «rivadavianos» y «románticos» de la época (Baltar 2012).

El Lucero, periódico federal de educación económica

Como ya se ha mencionado, El Lucero (1829-1833) fue el primer periódico dirigido por De Angelis en apoyo de la causa federal. Se insertaba como una voz ilustrada en el variado panorama editorial con el que Rosas buscaba unir a la población de la provincia en apoyo a la causa federal, proyecto que también incluía publicaciones periódicas dirigidas a las clases populares, como El Gaucho Restaurador (Barrachina 2021). Su publicación comenzó poco después del fin de la guerra civil entre federales y unitarios y terminó como protesta a las medidas restrictivas decididas por el gobierno contra la prensa en 1833. Desde el punto de vista material, la publicación era diaria y en cuatro hojas que se dividían en una sección de noticias de política exterior y otra de política interior (mediante la reproducción de artículos de otros periódicos), en la que alternaban anuncios oficiales, comentarios del director, cartas de ciudadanos, y una última página reservada a la publicidad y anuncios comerciales. Weinberg (1945, 39) relata cómo El Lucero introdujo novedades en el panorama periodístico bonaerense, incluyendo numerosos artículos dedicados a temas históricos y comerciales, biografías y ensayos literarios. La presencia de comentarios editoriales y artículos con temas económicos contribuyó al éxito de la publicación.

El artículo «Economía Política. Importancia de esta ciencia» da una imagen perfecta de por qué De Angelis creía necesaria su línea editorial.[10] La propensión a discutir temas económicos venía motivada por su importancia para remediar los males que aquejaban a la sociedad, así como por «quizás una afición personal a este género de estudios». Para alcanzar un mayor grado de desarrollo y civilización, era necesario que «los principios [económicos] sanos y las teorías sabias lleguen identificarse con el sentido común». En países «nuevos» como el Río de la Plata, donde el desarrollo de las fuerzas productivas era aún limitado, la labor de difusión de los conocimientos económicos era más difícil, y «es preciso desenterrarlos por medio de la lectura y de la enseñanza». En los países con un mayor grado de civilización (Inglaterra, Francia y Alemania) «las verdades fundamentales de la ciencia, se introducen insensiblemente en los entendimientos, y se generalizan sin esfuerzos: gracias al espectáculo que se ofrece sin cesar a los ojos del público». Esta «ciencia universal» debe ser el fundamento de las instituciones, ya que «se liga a todos los ramos de los conocimientos humanos». La indispensabilidad de la economía política reside en que permite a una sociedad aumentar su riqueza, y este es «uno de los primeros y más imperiosos deberes de todo el que se interesa en su propio bien, en el de sus semejantes, y en la gloria y bienestar del país en que reside». En conclusión, para describir las condiciones sociales necesarias al desarrollo económico, De Angelis se remite a la química: al igual que las reacciones químicas requieren el reposo de los elementos para su cristalización, en una sociedad «la estabilidad y el orden» son necesarios para la consolidación de la riqueza, que solo puede crearse con «la doble acción de un gobierno sabio y justo, y de un pueblo moral y laborioso».

El editor de El Lucero se ganó la confianza de su público como experto en asuntos económicos. En agosto de 1832, un lector (que firmaba como un patriota) pidió la opinión de De Angelis sobre la diferencia entre el oro y el papel moneda como medio de circulación para reactivar el comercio en la provincia, invocando su «elocuente pluma» en una «materia tan interesante para un economista».[11] El tema era de gran actualidad, ya que en la provincia circulaban diferentes medios de pago válidos, y la introducción y abuso del papel moneda por parte de los gobiernos unitarios había sido una de las causas de la gran inflación de la segunda mitad de la década anterior (Schmit 2019). En la carta se pedía un comentario sobre algunos artículos aparecidos en el Telégrafo Comercial, en los que se exhortaba al gobierno a rebajar los derechos de aduana para abaratar los precios de las mercancías y estimular el lánguido comercio. Otra medida invocada era financiar las actividades productivas mediante la emisión de papel moneda, que era la mejor forma de inyectar dinero en la economía sin aumentar el endeudamiento exterior.[12] El patriota afirmaba de conocer y respetar los escritos de Smith, Say, Mill y Sismondi, pero «no debemos ciegamente guiarnos por ellos», sino confiar en la experiencia, ya que esos economistas basaron su pensamiento en el de otros países y «han fundado sus sistemas en unas garantías imaginarias».

De Angelis respondió que solo trataría este tema tan importante cuando el Gobierno presentara la propuesta de reforma financiera a la Sala de Representantes, para no discutir «los sistemas y opiniones generales de los economistas», sino un proyecto real. En cualquier caso, coincide en la necesidad de «proceder con circunspección en la aplicación de sus teorías», ya que en Europa las especulaciones de los economistas se basan en un principio que, por desgracia, «se halla muy imperfectamente desarrollado entre nosotros: - el producto del trabajo».[13]

No era la primera vez que el periódico ofrecía observaciones sobre las decisiones del ministro de Hacienda, Manuel J. García. En noviembre de 1831, se había publicado una serie de artículos comentando las medidas económicas del gobierno que «a pesar de ser muy sencillas en sí mismas, exigen algunas explicaciones».[14] De hecho, García, desesperado por conseguir recursos adicionales y ante la imposibilidad de establecer nuevos impuestos directos o indirectos, había propuesto un aumento artificial del valor de los fondos públicos mediante su compra por parte del poder ejecutivo a cambio de tierras de propiedad pública.[15] En este sentido, llama la atención que El Lucero recibió autorización oficial para declarar que «el Gobierno actual nunca consentirá en aumentar en un solo maravedí la masa de los billetes en circulación».[16] En efecto, la severa inflación de 1826-1829 fue una de las causas del levantamiento del campo que apoyó la acción de los federales contra los unitarios (González Bernaldo 1987). Por lo tanto, De Angelis se encargó de tranquilizar a los ciudadanos sobre el compromiso del gobierno de mantener la inflación bajo control, además de explicar la viabilidad del mecanismo financiero ideado por García y reiterar la importancia de aumentar la cantidad de efectivo en circulación en la economía de la provincia.

Como se ha dicho, la correspondencia fue un elemento fundamental para que las publicaciones periódicas trataron de crear una opinión pública informada sobre cuestiones económicas, poniéndolo al servicio de la comunidad como plataforma en la que debatir los problemas reales que afectaban a la vida cotidiana de la población. Así, en septiembre de 1831, El Lucero dio cabida a una disputa entre Unos padres de familias y Un abastecedor y vendedor de carne por la subida del precio del principal alimento de consumo de la ciudad. El primero invocó la autoridad pública para frenar la especulación de los vendedores de carne, lo que recordaba con nostalgia la institución española del Fiel ejecutor, encargado de velar por que el precio de los bienes de consumo primario no superara un determinado umbral; el segundo replicó que los elevados precios se debían a las consecuencias de la reciente sequía y a las demasiadas leyes destinadas a regular la actividad económica. Concluían su misiva instando a los padres de familia a hacer frente común y «ayúdenos a pedir libertad, libertad, libertad».[17]

Esta disputa muestra cómo la dicotomía entre proteccionismo y libertad de comercio fue un importante tema de debate no solo entre las distintas provincias de la Confederación —como ya subrayó Chiaramonte (1997, 233)—, sino dentro de la propia Provincia de Buenos Aires. La posición de De Angelis parece la de un partidario pragmático de la libertad, dado que en circunstancias económicas desfavorables la acción gubernamental era necesaria para proteger los géneros alimenticios.[18] Así, al hablar del increíble aumento del precio de la harina importada de Estados Unidos —ya que la producción local no sostenía la demanda interna de este producto— tras el grave ciclo inflacionista de 1826-1829, el napolitano declaraba que

somos mui adictos à la libertad del comercio, y nunca propondremos medidas que tiendan a estrobarla: sin embargo, creemos, que tratándose de un artículo que forma la base de la anona pública, la autoridad debería tomar medidas eficaces para trastornar los planes de los especuladores [a fin de obtener una] protección eficaz».[19]

En realidad, quería ser considerado entre «los partidarios de la libertad absoluta del comercio», pero sabía que los más ortodoxos levantarían la nariz al leer sus páginas, por ejemplo, cuando invocaba la necesidad de restablecer una balanza comercial equilibrada entre Buenos Aires y los mercados atlánticos. Según De Angelis, el principio de que el volumen del comercio aumenta en proporción inversa a la cuantía de los derechos de aduana había quedado demostrado al observar la historia económica inglesa en la última parte del siglo XVIII. Sin embargo, en aquella época Inglaterra se encontraba en una situación excepcional debido a la mecanización de la producción manufacturera. Por lo tanto, «al convenir de estos principios, no podemos admitir sus consecuencias en un país como el nuestro». Esta ley económica, de hecho, solo era válida en un país con «una población considerable, industriosa y civilizada», por el contrario, la entrada excesiva de mercancías extranjeras habría deprimido la economía nacional en lugar de crear «consumidores». En Buenos Aires, donde aún no se había alcanzado ese grado de desarrollo local, el aumento de los derechos podría haber influido en el equilibrio entre importaciones y exportaciones, de modo de mantener la cantidad de dinero necesaria para financiar la economía local, en lugar de ser absorbida por los mercados externos como pago de las importaciones.[20]

Por último, De Angelis reflexiona sobre «el imperio de la moda» en los debates entre «economistas», tanto para situarse críticamente en el panorama de los pensadores europeos como para ayudar a sus lectores a hacer lo mismo. Aunque la moda haya influido en todos los ámbitos del conocimiento humano, «donde desplegó un imperio más absoluto y tiránico, fue en la economía política». Mientras que en épocas anteriores se pensaba que la riqueza se creaba por la acumulación de metales preciosos, los economistas franceses situaban su origen en el trabajo agrícola, y los ingleses en la manufactura. En la actualidad, «cada uno de estos sistemas encontró sus prosélitos, que en lugar de conciliarlos entre si, puesto que todo estriban en un principio incontestable [el trabajo humano como única fuente de creación de riqueza], se empeñaron a sostenerlos exclusivamente».[21] Si ambas escuelas se unieron contra el sistema que llamaron prohibitivo y mercantil, elevando así el principio del trabajo a verdad indiscutible, los gobiernos «ilustrados» mantuvieron este sistema o lo modificaron por otras razones contingentes y no porque estuvieran asesorados por economistas. Por tanto, si el napolitano estaba absolutamente convencido de la necesidad de esta ciencia para el Estado moderno, también era plenamente consciente de que las decisiones de los gobiernos vienen dictadas por las circunstancias locales, y los economistas solo pueden tratar de convencer de unas pocas, pero fundamentales verdades.

El programa económico para la Provincia de Buenos Aires

La publicación de El Lucero comenzó en un momento crítico para Buenos Aires: las fuerzas federales acababan de derrotar a los unitarios de Lavalle, promotores del levantamiento decembrista. Por fin había vuelto la paz tras un año de guerra civil, pero las arcas del Estado estaban exhaustas y la inflación azotaba la economía de la ciudad. Así pues, desde los primeros números, De Angelis apela a los ciudadanos en favor de la paz y el orden, condiciones indispensables para reactivar el comercio. Al mismo tiempo, ofrece una descripción de la sociedad político-económica que la tranquilidad y el desarrollo establecerían en la Provincia.

El primer editorial estaba dirigido contra a la gestión económica poco ilustrada de los gobiernos unitarios, generada por la «falsa aplicación de principios, proclamados en sociedades mucho más adelantadas que la nuestra». La creación de una deuda pública no solo no condujo a la inversión en el desarrollo productivo del país, sino que favoreció el aumento de la inflación, debido a la desproporción entre el dinero circulante y la población activa. La aplicación de principios probados por la historia de países populosos e industriosos al presente de una «provincia desierta» provocó el crecimiento de la deuda sin la correspondiente expansión comercial. Los unitarios querían forzar las etapas de desarrollo por las que «la naturaleza ha reglado los progresos de las naciones». Estos son similares al crecimiento del ser humano: se puede madurar más o menos velozmente, «pero es tan imposible que un país salve de un salto todas las épocas de su existencia, como lo sería ver a un niño salir de su cuna con el vigor de un adulto».[22]

Aunque este editorial es coherente con sus ideas, la vena polémica señala cómo De Angelis seguía siendo un periodista que pretendía tanto educar a sus lectores como también dirigir sus opiniones políticas. Por ejemplo, no menciona que él había sido partidario de las políticas del gobierno nacional de Rivadavia, ni que el actual ministro de Hacienda, Manuel J. García, era la misma persona que había negociado el préstamo con la Baring Brothers y fue titular de ese ministerio bajo los gobiernos unitarios de la década de 1820.

De todos modos, el napolitano continuó su retrato de las causas que llevaron a la preocupante situación de la economía porteña, apuntando con el dedo a las discordias internas que azotaron a la provincia. Estas habían frenado el desarrollo de la civilización, ya que «los propietarios, los comerciantes, los artesanos, los labradores, todos están detenidos en sus tareas, y este descanso en un país que recién empieza su carrera, no puede menos que prolongar su infancia y su debilidad». Aunque los habitantes de Buenos Aires vivían en uno de los territorios más fértiles del mundo, «favorecidos de mil modos por la naturaleza», la ausencia de paz les impedía «explotar nuestras tierras, despertar nuestra industria, ni dar el menor impulso a nuestro comercio». En lugar de proceder en el camino del progreso de las naciones y de aumentar la población —«primera y mayor riqueza» de una provincia— «permanecemos estacionarios, felicitándonos cuando no volvemos atrás».[23] Así pues, en su opinión la sociedad estaba formada por diferentes grupos, interconectados por la división del trabajo entre ellos: los terratenientes dependían de las rentas de la tierra o de la propiedad inmobiliaria, los obreros y artesanos vivían del producto de su trabajo agrícola y artesanal, mientras que los comerciantes se encargaban de intercambiar los diversos bienes producidos en los mercados interiores y exteriores. Cada individuo aspiraba a mejorar su bienestar individual y, al hacerlo, provocaba el crecimiento y la expansión de toda la economía.

La paz ahora alcanzada permitiría desarrollar los recursos de la ciudad, es decir «campos extensos, y suelo feraz: son minas inagotables, cuando se sabe explotarlas; pero no pueden serlo, si no à la sombra de la paz, que es el alma de la agricultura y de la industria». El estado de guerra «contraria el desarrollo de las fuerzas que nos ha subministrado la naturaleza», y es contrario a lo que debería ser de una sociedad. En efecto, «nuestros pastores acostumbrados al ruido de las armas, no pueden decidirse a reanudar sus antiguos trabajos».[24] El 18 de septiembre se publicó una carta firmada por Los Porteños, que continuaba con llamamientos a la paz y al respeto de las instituciones. En efecto, «del gobierno pende la felicidad individual de cada miembro de la sociedad», y los ciudadanos debían limitarse a contribuir a los debates públicos con opiniones ilustradas, pero siempre obedeciendo la autoridad del Estado y respetando sus leyes.[25] Como ya se ha dicho, De Angelis pensaba que la doble acción de un gobierno sabio y justo y de un pueblo moral y trabajador era condición necesaria para el aumento de la riqueza individual y colectiva. El orden interno también servía para restaurar la reputación internacional del Estado, necesaria para inspirar confianza a los comerciantes e inversores extranjeros de los que dependía el desarrollo.

En este sentido, De Angelis imaginaba un crecimiento económico basado en la explotación del principal recurso natural del territorio bonaerense, sus inmensos pastos fértiles. La ganadería, y en menor medida la agricultura, habrían proporcionado productos agrícolas para comerciar en el mercado mundial a cambio de manufacturas ausentes en la economía local. El contacto continuo con el mercado atlántico habría tenido un efecto beneficioso en la sociedad bonaerense, contribuyendo a refinar las costumbres de la población, a animar el deseo de consumo y en consecuencia, a fomentar un espíritu industrial que poco a poco aumentaría el trabajo individual y el desarrollo de un sector artesanal cada vez más complejo, que incrementarían aún más los bienes de consumo producidos. En resumen, el deseo era la institucionalización de una sociedad comercial y de mercado.

El editor de El Lucero simplemente quería que continuara y se intensificara el proceso de comercialización que involucraba al mundo rural iniciado en el Río de la Plata a finales del siglo XVIII, a raíz de las reformas borbónicas (Gelman y Moraes 2015). Buenos Aires se convirtió en el puerto privilegiado para la extracción de plata potosina con destino a Europa, al tiempo que se disparaba la demanda europea de cueros vacunos, actividad que se convirtió en la mayor exportación después del metal precioso.

Adicionalmente, la creciente integración con los mercados atlánticos condujo a la comercialización de productos del campo para apoyar la urbanización de la ciudad y aprovechar el aumento del comercio mercantil. En la época colonial, el desarrollo económico se había concentrado principalmente en la Banda Oriental (Moraes 2020), pero el colapso de la monarquía hispánica y el surgimiento de soberanías provinciales dieron un nuevo impulso al desarrollo agrícola y comercial del agro bonaerense (Halperin Donghi 1963). La paz experimentada por la provincia en los años veinte y ciertas innovaciones institucionales habían acelerado este proceso, que corría el riesgo de verse comprometido por la revuelta decembrista, ya sofocada, y el conflicto con los unitarios que asolaba las demás provincias.

Además de la coyuntura atlántica favorable impulsada por la industrialización de Inglaterra (Tutino 2015), este desarrollo se vio facilitado por la acción del Estado. De Angelis, además de invocar una legislación financiera y aduanera favorable, invocó también el poder estatal para aumentar el número de ciudadanos laboriosos mediante la extensión de la frontera sur y la incorporación de los grupos indígenas a la naciente economía de mercado, así como el disciplinamiento de la población trabajadora (dos medidas que, nuevamente, habían sido intentadas con mayor o menor éxito por la administración española). De hecho, solo la población útil se consideraba parte integrante de la sociedad y la que se ganaba la vida con el fruto de su trabajo.

Por cierto, el 21 de septiembre de 1829 se publicó un editorial que comentó el decreto gubernamental que ofrecía tierras públicas en propiedad en la nueva línea fronteriza del arroyo Azul. Cualquier ciudadano podía solicitar una suerte de estancia, con la condición de ponerla en producción agrícola o ganadera en el plazo de un año, construir un rancho y un pozo, y no poder enajenar la tierra en los diez años siguientes. Además, los beneficiarios estaban exentos del servicio militar, pero obligados a defender la frontera de las incursiones indígenas. Se trataba de «una medida orgánica, que influirá poderosamente en el desarrollo de la población y de la industria», porque además de defenderse de las «hordas de salvajes», pretendía aumentar la población de la frontera favoreciendo a la «clase pobre e industriosa» y no a la acumulación de propiedades en pocas manos.[26] Además, la defensa de la frontera significaba que en el resto de la provincia «podremos entregarnos con confianza a la explotación de nuestras tierras». Es importante señalar que no todos los nativos eran considerados despectivamente «salvajes». En un artículo publicado en septiembre de 1832, un ciudadano señala cómo el gobierno había conseguido establecer buenas relaciones con los pueblos indígenas fronterizos y «atraerlos a la civilización». La carta continúa con alabanzas al gobierno y al «digno Gefe que preside sus destinos», cuyos acuerdos con los nativos tuvieron el mérito de «haber hecho útiles tantos brazos que hoy son industriosos, y que defienden la riqueza principal de nuestra tierra».[27]

Como hemos visto, la clave del desarrollo económico de Buenos Aires residía, según De Angelis, en el aprovechamiento productivo de los recursos naturales contenidos en la inmensa campaña que la rodeaba. Los agentes económicos que debían llevar a cabo este proyecto eran unidades familiares independientes, con el fin de favorecer un aumento de la población en el campo. Sin embargo, De Angelis también era consciente de la presencia e importancia de las grandes empresas en la explotación agrícola, que obviamente necesitaban mano de obra asalariada. Los comentarios sobre la importancia de establecer el crédito de la nación o la necesidad de bajar el precio de la mano de obra demuestran esta preocupación suya. En septiembre de 1832, comenta con satisfacción las noticias de la Sociedad Rural, que, a pesar de los años de guerra y sequía, está logrando resultados satisfactorios y confía en la política «sabiamente vigilante y paternal» del gobierno para apoyar la producción ganadera.[28]

En cualquier caso, el papel del Estado era muy importante a los ojos de De Angelis, ya que «la mano de un legislador debe estenderse igualmente por todas partes», con el fin de «remover los obstáculos que se oponen a los progresos y a la felicidad de un pueblo».[29] Esta formulación recuerda mucho a la famosa obra de Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), cuya principal publicación (Informe de la Ley Agraria, Madrid: 1794) tenía una estructura tripartita en la que se hablaba de «los estorbos morales, políticos y físicos» que debían eliminarse para lograr la riqueza. De Angelis abogaba por la acción del Estado para crear en la población nuevas costumbres industriosas adecuadas a la condición de pueblo libre y no sometido por una potencia imperial. Efectivamente, su narrativa planteaba que los españoles habían hecho todo lo posible para impedir que los americanos desarrollaran un amor suficiente por el trabajo, a fin de mantenerlos como pueblo en su estado infantil. Ahora esta condición debía cambiar, y el individuo más indicado para liderar este cambio en la Provincia de Buenos Aires era Juan Manuel de Rosas.

Rosas, líder ideal de una sociedad comercial bonaerense

Gracias a la aportación de la nueva historia política, la figura de Rosas —así como el fenómeno del caudillismo en general— ha sido investida por una renovación interpretativa que ha enfatizado por un lado continuidades con la tradición gubernamental española y por otros nuevos elementos extraídos del repertorio político republicano (Myers 1995; Goldman y Salvatore 1998). La biografía más reciente traza el retrato de un individuo de cualidades y carisma sobresalientes, pero cuya personalidad pública también estaba fuertemente influida por el contexto social que le rodeaba (Fradkin y Gelman 2015). Muy importante en este sentido es la consideración de la existencia de muchos Rosas en función de la coyuntura de gobierno que se quiera analizar. De hecho, como ya se ha mencionado, este estudio solo se ocupa de los primeros años del rosismo, durante los cuales las características del gobierno y la relación entre Estado y sociedad en Buenos Aires eran muy diferentes de lo que sucederá en la década de 1840.

A propósito de lo anterior, falta aún una «atlantización» de su figura, es decir, una contextualización en el panorama de las nuevas formas y prácticas de gobierno que se desarrollaron en Europa y América durante la Era de las Revoluciones. Como ha señalado Marcela Ternavasio (2021), sería interesante investigar hasta qué punto la proximidad a Pedro de Angelis introdujo a Rosas en las prácticas políticas utilizadas eficazmente por Napoleón Bonaparte (93), sobre todo considerando cómo el napolitano era un experto en tecnologías de la información —como la tipografía—, cuyo desarrollo fue fundamental para la renovación de los repertorios políticos de esta época, y cómo la figura del general corso influyó en la generación de jóvenes europeos a la que pertenecía. Es más, De Angelis y César Hipólito Bacle —el primer litógrafo de Buenos Aires—, colaboraron durante algunos años y Rosas utilizó imágenes litográficas para apoyar su proyecto político ya en 1830 (Trostinè 1953, 35).[30]

Ya en septiembre de 1829, las páginas de El Lucero identificaban a Rosas como el mejor líder para devolver la paz y la estabilidad a las instituciones de la provincia. El nuevo gobierno resultante del acuerdo con Lavalle del 14 de junio tenía un marcado carácter dictatorial, pero los ciudadanos no debían preocuparse porque el estado de excepción duraría poco tiempo y el «oficio» de Rosas era «la garantía más sólida en favor del orden y de la paz». En sintonía, el artículo hacía hincapié en que él sabría utilizar bien los grandes poderes que se le habían concedido y devolverlos una vez restablecido el orden social y económico, como «un buen ciudadano, amigo de la prosperidad y de la gloria de su país». Más que una amenaza, el gobierno esperaba que el Restaurador de las Leyes se convirtiera en un modelo para los ciudadanos, de modo que su ejemplo «los anime a imitarlo».[31]

A su regreso a la ciudad, fue recibido por un editorial especialmente apologético. Rosas fue descrito como el «hijo de una respetable familia de la capital, y distinguidamente uno de los mas ricos propietarios de la campaña». Su patrimonio era fruto de «su actividad incansable y asombrosa», y su figura representaba un «ejemplo espectable en nuestro país». Además de sus méritos económicos, también fue un referente moral gracias a su «beneficencia», «honradez», «ingenuidad» y «buena fé». Asimismo, sus buenas relaciones con los nativos habían aumentado la población de la provincia, ya que «atrajo a centenares de estos a la sociedad, los convirtió en hombres laboriosos, y en soldados valientes contra los que permanecían en la barbarie».

Gracias a sus hazañas, los habitantes del campo ya no tenían que servir en los ejércitos provinciales y «tranquilos y contentos se ocupan de sus faenas ordinarias». Por último, el comandante general de la Campaña siempre había defendido el derecho y la justicia, y en ese momento representaba «una garantía viva contra la revolución».[32] Una frase que sonaba familiar a los lectores, dado que desde 1816 las autoridades políticas habían declarado «la fine de la Revolución, y el principio del orden».

Solo dos días después, De Angelis expresaba aún más claramente cómo la figura ejemplar de Rosas sería decisiva para el desarrollo de una sociedad comercial formada por ciudadanos laboriosos. Su principal cualidad era seguir las palabras con los hechos y por eso tenía «ese influjo ilimitado […] sobre los habitantes de campaña». Su ejemplo generaba admiración y emulación, y con razón.

«¿Quién sospechará la rectitud de sus intenciones, cuando no se le nota más ambición que la de cubrir de cosechas, de árboles y de ganado, sus vastas propiedades? Todos sus esfuerzos se dirigen à mejorarlas con su industria; y este ejemplo de un gran propietario, que participa de las faenas y de las privaciones de su gente, que vive en medio de ellos más bien como un amigo que como un amo, no puedes meno de granjearle el afecto y la estimación de todos».[33]

El impulso de la mejora continua de la propiedad era parte integrante del pensamiento de la Ilustración y constituía un punto fundamental, ya que el desarrollo permanente de la actividad económica mediante la aplicación continua del trabajo productivo era la condición imprescindible para el progreso y la definición de lo que era un miembro útil de la comunidad. Con todo, hay que subrayar de nuevo el tono apologético y propagandístico. Por un lado, Rosas era un experto hacendado, que había construido su fortuna a través del trabajo y las conexiones políticas y económicas apropiadas, particularmente con los hermanos Anchorena (Reguera 2019). Por otro, el respeto por parte de la población rural no se traducía en obediencia y veneración absolutas (Gelman 1998).

En consecuencia, queda por analizar una última descripción indirecta que De Angelis ofrece de Rosas. En la sección dedicada a las noticias del extranjero, el napolitano publica un artículo del Monitor Universal de París, en el que se describe el final de la reciente guerra civil entre unitarios y federales en Buenos Aires.[34] El artículo destacaba cómo la guerra había sido desencadenada por los unitarios que no gobernaron con «prudencia ordinaria» tras el fin de la guerra con Brasil, y que en el conflicto civil se enfrentaron dos facciones, una con el apoyo de la burguesía de la ciudad, la segunda apoyada por la población rural. Sin embargo, De Angelis no se limita a publicar el artículo francés, sino que lo ensalza con sus comentarios y aclaraciones personales. Así, no deja de criticar a sus anteriores patrones (Agüero y Rivadavia), afirmando cómo desde que habían llegado al gobierno «todo ha sido desastres, calamidades y miseria, no solo en Buenos Aires, sino en toda la República» y cómo carecían por completo de experiencia práctica en el arte de gobernar. Respecto al retrato de Rosas ofrecido por el diario parisino, el redactor de El Lucero rectifica que no era «el hacendado más rico del país», pero que poseía una riqueza considerable adquirida con su trabajo diario.

Asimismo, el comentario de que Rosas era un «verdadero jefe de gauchos» es muy extenso. De Angelis se pregunta qué podían imaginar los europeos que era un gaucho y, en consecuencia, un jefe de gauchos, dado que conocían muy poco la realidad americana. Por lo tanto, quiere refutar la posibilidad de las acusaciones unitarias de que el salvajismo era la característica principal de Rosas y sus partidarios. Por lo mismo, argumenta que el Restaurador podría haber frecuentado la alta sociedad de la ciudad, pero decidió dedicarse al trabajo de campo, porque se dio cuenta de que la patria necesitaba «ciudadanos laboriosos». Por ello, sus habilidades destacaron tanto en la agricultura como en el pastoreo, actividad que practicaba entre sus peones, «para mejorarlos después, para suavizar sus costumbres, e inspirarles amor al trabajo». Rosas es descrito como el prototipo del gaucho, que debe ser el ejemplo para todos, un trabajador hábil en las actividades agrícolas y pastoriles, que defiende la autoridad legítima y empuña las armas en defensa de la patria cuando es necesario.

La imagen que nos ofrece De Angelis recuerda la tradicional interpretación de Lynch de la legitimación política del régimen rosista basada en el clientelismo y el carisma y en la transposición del gobierno económico y político de la estancia al Estado (Lynch 1984), un modelo interpretativo que ha sido superado por los hallazgos de la historia económica y social más reciente (Fradkin y Gelman 2015). El napolitano utiliza la misma construcción retórica (el paralelismo gobierno de la casa/gobierno del estado), pero describe el campo bonaerense como habitado por productores rurales que alternaban la agricultura y la ganadería, de los cuales el Restaurador de las Leyes debería haber sido el modelo ejemplar a inspirar. También están presentes aquí los motivos del agrarismo republicano analizados por Myers (1995), a cuyas raíces retóricas de la antigüedad clásica se añaden elementos típicamente locales, como los conocimientos relacionados con la actividad pastoril.

Además, este comentario demuestra la preocupación de la prensa rosista por ofrecer a los lectores locales y europeos una imagen lo más halagüeña posible de la situación de la región, ya que la prensa era el principal medio de difusión de información política y comercial en esta época. En efecto, al igual que los periódicos europeos llegaban a América, los americanos lo hacían a Europa. Aparte de la correspondencia privada, la circulación de la prensa era la única forma de recibir las noticias más actualizadas de diferentes partes del mundo. El Lucero, al igual que muchas otras publicaciones, llevaba la información necesaria para que los comerciantes e inversores extranjeros se sintieran incentivados a dirigir sus capitales al Río de la Plata, gracias a las noticias sobre precios, barcos y mercancías que entraban en el puerto, oferta y demanda local, etc. [35] Del mismo modo, las noticias políticas eran igualmente importantes porque un entorno de paz y tranquilidad aumentaba la previsibilidad de las inversiones económicas a la vez que disminuía los riesgos. Así, si el propósito del comentario era reforzar el apoyo local al futuro gobernador de la provincia, al mismo tiempo buscaba ofrecer una imagen positiva de la situación política a los posibles lectores extranjeros, operación que se concretaría más plenamente en la publicación Archivo Americano en la década siguiente.

A modo de conclusión

Esta investigación ha utilizado la figura de Pedro De Angelis y su actividad periodística en Buenos Aires para reflexionar sobre los procesos de cambio experimentados durante la Era de las Revoluciones por el mundo atlántico en general y por el principal puerto del Río de la Plata en particular. En concreto, el análisis de la producción del discurso económico del periódico El Lucero puso de manifiesto la centralidad de la prensa tanto en la circulación de la información y el «conocimiento útil» como en la legitimación del poder ante una población tan politizada como la de Buenos Aires.

En primer lugar, De Angelis forma parte del considerable grupo de hombres y mujeres puestos en movimiento por las convulsiones políticas y las posibilidades económicas que caracterizaron esta coyuntura de la historia atlántica. Puso sus conocimientos culturales y técnicos al servicio de una joven república sudamericana, obviamente no solo movido por motivos ideológicos más o menos manifiestos, sino también atraído por las perspectivas económicas del nuevo contexto.

En este entorno, el periodismo era una de las formas en que se ganaba la vida y fue precisamente esta necesidad material, la que fue continua a lo largo de su existencia y lo que puede subyacer a la despreocupación con la que se convirtió en partidario primero de los gobiernos unitarios y luego de los federales.[36] A esta despreocupación, también contribuyó el hecho de que, al menos hasta 1835, el periodismo jugó un papel en el apoyo político al gobierno de Rosas no muy diferente al que había sido utilizado anteriormente por los gobiernos unitarios.

La labor de difusión y popularización de la economía política es otro punto de contacto entre estas dos fases de su actividad periodística. Además de su declarada propensión por esta disciplina y su convicción de su utilidad para el progreso civil de las sociedades, De Angelis estaba convencido de la importancia del papel del periodista como letrado ilustrado que, a través de la prensa, debía contribuir a la educación de la población. Esta disciplina sirvió para que los ciudadanos comprendieran las medidas económicas gubernamentales, así como para que se familiarizaran con los conceptos y leyes que sustentaban y reproducían la existencia dentro de una economía de mercado, el contexto socioeconómico que se venía desarrollando en la provincia de Buenos Aires desde hacía ya varias décadas y que el periodista consideraba más deseable, como máxima manifestación de la civilización contemporánea.

Las páginas de El Lucero revelan la ecléctica formación económica del napolitano, que puso al servicio de las necesidades de la joven provincia de Buenos Aires. De Angelis mostró una actitud pragmática ante la reflexión económica y utilizó distintas corrientes de pensamiento en función de los temas debatidos con el fin de integrar conceptos generales con la experiencia histórica concreta y el presente de Buenos Aires, además de rechazar cualquier dogmatismo. Esta postura fue inspirada por los trabajos de los economistas napolitanos. Estos basaron sus teorías en la condición del Reino de Nápoles, un pequeño país agrícola, carente de poder naval, inserto en un mercado global dominado por imperios comerciales. De hecho, Buenos Aires se encontraba en una situación similar. De modo que, la adhesión a la libertad de comercio se apoyaba en el efecto civilizador que tenía y en la importante demanda atlántica de materias primas bonaerenses —en que se basaba el desarrollo de la economía local— e iba de la mano de la convicción sobre la necesidad de derechos de aduana adecuados para sostener el funcionamiento de la máquina estatal, ya que estos eran casi la única fuente de tributación al Estado.

Aunque no era el propósito de este estudio encasillar a De Angelis dentro de una tradición de pensamiento económico, puede afirmarse que formaba parte de la gran familia del liberalismo de principios del siglo XIX, ya que sus ideas se basaban en la creencia de que el trabajo humano era la única fuente de creación de riqueza. Su apoyo al gobierno de Juan Manuel de Rosas no refuta esta definición, ya que en esta época la adhesión a conceptos económicos que podrían calificarse de liberales no excluía el apoyo a prácticas políticas decididamente antiliberales, como demuestra la experiencia histórica del Imperio británico del siglo XIX.

Por el contrario, el respaldo a Rosas se apoya en argumentos económicos. Además de las opiniones personales del napolitano y su relación instrumental con el poder, el Restaurador de las Leyes ofrecía rasgos personales y políticos que le convertían en el líder ideal de la sociedad de mercado que se desarrollaba en la provincia. De hecho, era un empresario exitoso que había amasado una fortuna considerable explotando con provecho los recursos naturales de la región, muy valorados en los mercados exteriores.

En definitiva, las páginas de El Lucero amplifican convenientemente algunos rasgos de la personalidad de Rosas para apoyar su liderazgo y a la facción federal, por lo que se lo retrata como el modelo ejemplar de ciudadano que trabaja sin descanso para enriquecerse y respetaba a las instituciones provinciales contribuyendo a la reproducción de una sociedad laboriosa, segura y ordenada. De este modo, los conceptos económicos se utilizan instrumentalmente para alcanzar los fines políticos de Rosas. Pero, al mismo tiempo, el papel de las representaciones político-económicas es más sutil, lo que contribuye a crear un universo mental que legitima también el sistema de mercado en que habitan los actores históricos, naturalizando y universalizando las abstracciones económicas que lo sustentan.

7. Obras citadas

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7.1 Fuentes

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El Lucero, 1829-1832.

El telégrafo del comercio, 1832.

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Weinberg, Félix. «El periodismo en la época de Rosas». Revista Historia, 2 (1957), 81-100.

Notas

[1] A lo largo del artículo, se empleará «conceptos económicos» para indicar formaciones conceptuales que pueden adquirir distintos significados en función del contexto en el que fueron utilizadas por los actores históricos, mientras que la «producción de discursos económicos» se refiere a una concatenación de distintos conceptos económicos. Los conceptos son relevantes para la recopilación de experiencias porque proyectan expectativas sociales en el presente y escenarios de posibilidades futuras. Están densos de significados diferentes (polisémicos) e influyen en la mentalidad de los actores sociales porque orientan normativamente las acciones y los deseos hacia la sociedad.
[2] Otros europeos fueron persuadidos a trasladarse a Buenos Aires por Bernardino Rivadavia o algún otro hombre de su administración, como Juan Larrea, entre ellos Carlo Zucchi (arquitecto), Charles Henri Pellegrini (ingeniero) y Antonio Cambaceres (químico). A lo largo del trabajo, se emplea el termine «letrado» para referirse a los expertos del manejo de la palabra escrita. Para un recorrido de los debates acerca del papel de letrados e intelectuales en América del Sur, véanse las introducciones de Carlos Altamirano y Jorge Myers en Myers (2008, 9-52).
[3] En Montevideo existía una importante comunidad de exiliados italianos a partir de los años 1830, el más famoso de los cuales, Giuseppe Garibaldi, participó activamente en la Guerra Grande creando la «La Legión Italiana» en apoyo de la causa colorada. De hecho, las escasas opiniones de De Angelis conocidas hasta la fecha sobre el proyecto del Risorgimento, y en particular sobre la Giovine Italia de Giuseppe Mazzini, no son nada halagüeñas. Se encuentran en algunas cartas dirigidas a Carlo Zucchi, arquitecto italiano residente en Montevideo (Badini 1999, 77).
[4] La presencia de «economistas» napolitanos en los primeros escritos económicos del Río de la Plata es muy relevante. En este sentido, es importante recordar cómo Victoriano de Villava, traductor al castellano de obras de Genovesi y Filangieri, llegó a Buenos Aires en 1790 para ocupar el cargo de Fiscal de la Audiencia de Charcas en Chuquisaca. Allí influyó en muchos jóvenes que más tarde desempeñaron papeles importantes en la Revolución de Mayo, como Mariano Moreno (Portillo Valdés 2009).
[5] CrónicaPolítica y Literaria de Buenos Aires, n.° 56, jul. 19, 1827.
[6] CrónicaPolítica y Literaria de Buenos Aires, n.° 60, jul. 24, 1827. Ludovico Muratori (1672-1750) fue un precursor de la Ilustración económica italiana, en especial con su última obra Della pubblica felicità (1749).
[7] El libro de Sabor (1995) es quizá la fuente más completa de información biográfica sobre De Angelis. Además, incluye un estudio bibliográfico muy completo de toda su producción escrita.
[8] La cultura de la imprenta asumió un carácter prominente en la vida política rioplatense durante el siglo XIX (Acree Jr. 2011). Además, la politización de la población se vio acelerada por la introducción de la reproducción seriada de imágenes a través de la litografía (Munilla Lacasa, Gluzman y Szir 2013), técnica utilizada de forma instrumentalizada por el rosismo como ya lo habían hecho otras experiencias políticas atlánticas (Steardo 2022, 80-81).
[9] Ya en 1830, De Angelis imprimió Ensayo histórico sobre la vida del Exmo. Dr. D. Juan Manuel de Rosas, una apología y exaltación de la figura de Rosas. Sería interesante investigar si fue el propio Rosas quien encargó esta obra para apoyar la hipótesis de que su ascenso se vio favorecido por su capacidad de utilizar instrumentalmente ante sus adversarios las nuevas prácticas políticas republicanas que se habían extendido por el mundo atlántico desde la época de las revoluciones, basadas en la palabra escrita y la producción de imágenes.
[10] El Lucero, n.º 860, sep. 7, 1832.
[11] El Lucero, n.º 832, ago. 3, 1832.
[12] Telégrafo Comercial, n.º 88, jul. 30, 1832; Telégrafo Comercial, n.º 90, ago. 1, 1832.
[13] El Lucero, n.º 833, ago. 4, 1832.
[14] El Lucero, n.º 629, nov. 16, 1831.
[15] El Lucero, n.º 844, dic. 3, 1831.
[16] El Lucero, n.º 639, nov. 28, 1831. Cursivas en el original.
[17] El Lucero, n.º 578, sep. 14, 1831.
[18] Ferdinando Galiani ofreció un sólido argumento a favor de la protección de los bienes primarios en sus Dialogues sur le commerce des bleds (1770), publicados para combatir los alegatos de los fisiócratas sobre la libertad incondicional de comercio. La obra también era muy conocida en los círculos iberoamericanos porque fue traducida por Victorian de Villava en 1775.
[19] El Lucero, n.º 21, oct. 1, 1829.
[20] El Lucero, n.º 165, abr. 1, 1830.
[21] El Lucero, n.º 174, abr. 16, 1830.
[22] El Lucero, n.º 1, sep. 1, 1829.
[23] El Lucero, n.º 2, sep. 9, 1829.
[24] El Lucero, n.º 7, sep. 15, 1829.
[25] ElLucero, n.º 10, sep. 18, 1829.
[26] ElLucero, n.º 12, sep. 21, 1829.
[27] ElLucero, n.º 864, sep. 13, 1832.
[28] El Lucero, n.º 872, sep. 22, 1832. Se trataba de una empresa formada en 1826 por la compañía Roguin, Meyer & Co. en asociación con inversores locales y no la más famosa Sociedad Rural Argentina fundada en 1866 y aún en funcionamiento.
[29] El Lucero, n.º 29, oct. 10, 1829.
[30] Las páginas de El Lucero anunciaban gratuitamente los trabajos del litógrafo, al menos hasta 1832, cuando De Angelis y Bacle rompieron relaciones (Trostinè 1953).
[31] El Lucero, n.º 11, sep. 19, 1829.
[32] ElLucero, n.º 12, sep. 21, 1829. Cursivas en el original.
[33] El Lucero, n.º 14, sep. 23, 1829.
[34] El Lucero, n.º 69, nov. 27, 1829.
[35] El 4 de agosto de 1826, el primer número del British Packet (1826-1858) afirma que el propósito del periódico es hacer llegar información sobre Argentina a Inglaterra y viceversa. Será la publicación periódica más longeva de la primera mitad del siglo XIX.
[36] Sus numerosos empleos, su correspondencia privada con Carlo Zucchi y el hecho de que en sus últimos años se viera obligado a vender su rica biblioteca al gobierno brasileño sugieren que la estabilidad económica no fue la norma en la vida del napolitano.


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