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Jornadas Interescuelas, Universidad Nacional de Catamarca Comentarios a propósito del libro de Beatríz Bragoni San Martín. Una biografía política del Libertador. Buenos Aires, Edhasa 2019
Jornadas Interescuelas, Universidad Nacional de Catamarca Comentarios a propósito del libro de Beatríz Bragoni San Martín. Una biografía política del Libertador. Buenos Aires, Edhasa 2019
Claves. Revista de Historia, vol. 5, núm. 9, 2019
Universidad de la República
Presentación
Beatriz Bragoni
Universidad Nacional de Cuyo
En el marco de las Jornadas Interescuelas / Departamentos de Historia, realizadas en la Universidad Nacional de Catamarca, tuve la oportunidad de presentar el libro “San Martín. Una biografía del Libertador”, editado por Edhasa, e incluido en la colección “Biografías argentinas”. Me pareció una excelente ocasión para ponerlo en discusión y estimular su lectura entre los jóvenes estudiantes e historiadores que suelen poblar pasillos, aulas y cafés en la fiesta bianual de la historiografía argentina.
Alejandra Pasino y Camila Perochena aceptaron con gran entusiasmo formar parte del panel, y aunque al momento de convocarlas intuía que había dado en la tecla para potenciar el debate en función de las especialidades que cada una ha desarrollado en sus carreras académicas, la enorme atracción que despertaron sus medulosos comentarios entre los asistentes me condujo a proponerles agruparlas con el fin de facilitar su difusión. El comité editorial de Claves. Revista de Historia aceptó con igual entusiasmo y generosidad integrarlos en la sección foros y debates junto al breve texto en el que repaso algunos nudos centrales del trayecto sanmartiniano en la mitología nacional.
Ambas lecturas resultan incitantes por más de un motivo, aunque destacaré solo algunas.
Alejandra Pasino recapitula los trayectos biográficos previos que ensayé sobre San Martín y José Miguel Carrera en los que puse a prueba hipótesis e interpretaciones sobre el desempeño de ambos personajes en el proceso revolucionario rioplatense y chileno, que los convirtió en rivales irreconciliables. Ese minucioso repaso restituye el dilatado y atractivo plan de lecturas al que debía someterme para colocar la vida de los biografiados en las coordenadas de la nutrida y renovada historiografía de las independencias hispanoamericanas. Alejandra se hace eco de los desafíos representados por la multiplicación de estudios sobre las revoluciones que trastocaron los cimientos del orden colonial en la América española, a los que debía prestar atención para reinterpretar las concepciones y prácticas políticas de los actores escrutados en los cambiantes y de ningún modo determinados contextos en los que inscribieron su accionar. Y si ese señalamiento resulta absolutamente apropiado no lo es sólo porque la actual historiografía puso en jaque los enfoques nacionales y el “mito de origen” en las que descansaban las narrativas clásicas; lo es también porque facilita la comprensión del carácter indeterminado de las comunidades políticas resultantes del colapso imperial y la oferta limitada de opciones o proyectos políticos promovidos por los principales actores de la revolución. En torno a ello, Alejandra recoge en su lectura dos asuntos que fueron capitales de mi aprendizaje sobre San Martín, Carrera y sus atribulados trayectos políticos sudamericanos. El primero destaca el impacto de la guerra en la transformación de los sentimientos de pertenencia que pone en tensión las viejas patrias coloniales en las nuevas patrias «motorizadas» por sensibilidades revolucionarias. El segundo no es menos importante en cuanto recoge, como también lo hace Camila en su comentario, la opción monárquica del Libertador del Sur, y su gravitación en la salida del escenario sudamericano después de entrevistarse con Bolívar.
La lectura de Camila Perochena vivifica esta nueva narrativa sanmartiniana al introducir caminos originales sobre las gruesas capas de bronce que petrificaron el legado del héroe nacional. Trae a colación su propia experiencia en los usos públicos del pasado nacional, y latinoamericano, expone el relato canonizado del San Martín expuesto en el Museo Histórico Nacional, y selecciona un motivo que estructuró mi pesquisa sobre la intervención de San Martín (y de su diminuta familia) en la manera que quiso ser recordado por las nuevas generaciones de argentinos y argentinas. Para ello no sólo repasa el tejido de evidencias que abonaron mis sospechas: destaca el modo en que el general ordenó y clasificó el archivo personal que su yerno entregó a Mitre, recoge el giro interpretativo sobre la famosa y controvertida carta que publicó Lafond, y enfatiza especialmente el papel de la “imaginación” en la caja de herramientas de los historiadores. Su lectura trajo a mi memoria más de una reflexión sobre la naturaleza conjetural del conocimiento histórico. Algo que aprendí de los microhistoriadores italianos, y que me surtió de conceptos y procedimientos de investigación eficaces para ofrecer una relectura política del Libertador.
1. San Martín y la mitología nacional
Es un lugar común colocar el legado sanmartiniano en la intersección de las imágenes consagradas por las historiografías nacionalistas de los siglos XIX y XX. Las mismas suelen ensalzar las cualidades políticas y militares de San Martín como prototipo de un modelo de virtud cívica que le permitió doblegar sus ambiciones personales en beneficio del interés colectivo, nacional o americano. Esas imágenes también vertebraron el repertorio de las liturgias estatales que imantó la obligatoriedad del recuerdo, y el canon interpretativo que configuró el monumental tejido de homenajes y evocaciones erigido en cada rincón del país y en el exterior con el fin de insuflar sentimientos de pertenencia y de identificación nacionales.
Desentrañar esa madeja compacta de representaciones sobre el desempeño público del Padre de la Patria, incita a realizar un doble ejercicio de reflexión: el que prioriza la comprensión de las concepciones, decisiones y prácticas políticas ensayadas en la estelar trayectoria pública que lo erigió en un actor crucial de las independencias hispanoamericanas, y el que analiza e interpreta las operaciones intelectuales y políticas que lo ubicaron en la cúspide del panteón nacional y sus variaciones en el tiempo.
El primero ofrece una formidable historia de vida enraizada en la incertidumbre abierta con la Revolución y la indeterminación de las comunidades políticas nacidas del colapso imperial en las Indias españolas. Entre su arribo a Buenos Aires y su regreso a Europa después de haber abdicado al mando supremo en Lima transcurrieron algo más de diez años. En ese lapso, el perfil del militar fogueado en la guerra contra las tropas napoleónicas en la península había cedido paso a la consagración y posterior derrumbe de una trayectoria militar y política que lo había conducido de Buenos Aires a Tucumán, de Cuyo a Chile y de Santiago a la rutilante Lima de la que tuvo que partir para iniciar el peregrinaje que lo devolvió a Europa. A esa altura, la aspiración de liberar un continente entero estaba a un paso de ser cumplida aun a costa de haber ganado un nutrido elenco de rivales en cada rincón donde había ejercido el poder. Para entonces, el drama abierto con las “guerras de revolución” habían despertado mayores tensiones locales, y habían cercenado casi por completo la aspiración de restituir la antigua unidad imperial esmerilando la afirmación de una Patria americana en beneficio de un mosaico de patrias sedimentadas sobre la base de los límites administrativos de los antiguos virreinatos, audiencias y otras unidades territoriales menores.
Pero esas sensibilidades patrióticas o “nacionales” escindidas resultaban insuficientes todavía para hacer de ellas la médula de cualquier genealogía nacional, y menos aún para acordar quiénes habrían de integrar el selecto elenco de los padres fundadores de la nacionalidad argentina. Esa tarea sólo podría ser encarada en las décadas siguientes cuando algunos de los principales exponentes del romanticismo argentino (sobre todo Sarmiento, Gutiérrez y Mitre), pusieron en marcha la empresa de crear una cultura e identidad nacional en la que el rescate de San Martín resultó capital. Pero como todo ejercicio de memoria pública u oficial, el rescate del legado del venerado prócer de la independencia era selectivo en cuanto dejó en suspenso su pasado monárquico y priorizó el perfil militar subordinado al poder civil con el fin de enraizarlo en la tradición republicana.
Esa clave de lectura no habría de permanecer intacta en el siglo XX. La enorme difusión de la imagen del Santo de la Espada, consagrada por Ricardo Rojas, la batería de iniciativas estatales que multiplicó los sitios y lugares de memoria, y la creciente intervención de las fuerzas armadas en la vida política del país, introdujeron un giro interpretativo sustancial que lo despojó de la tradición del republicanismo liberal en la que su accionar había sido inscripto, y en la que sus primeros devotos, los románticos argentinos, habían abrevado para rescatarlo del olvido y hacer de su legado un factor de cohesión política y cultural. Ese selectivo despojo que mantuvo la exclusividad de San Martín como Padre de la Patria a lo largo del siglo XX, sedimentado en el nacionalismo militar y la extendida convicción de la importancia de la historia en la formación de la conciencia nacional, sería un rasgo común de quienes apelaron a su figura para intervenir en el combate político y cultural. En ese contexto el culto sanmartiniano se erige en un punto fijo, susceptible de fundamentar concepciones nacionalistas y revisionistas, de las izquierdas o las derechas, orientadas todas a refundar “la verdadera historia” en rechazo de sus falsificaciones.
Finalmente, el desacople entre la biografía política del personaje, y los usos públicos entre el siglo XIX y la actualidad no resulta fortuita: obedece a la posibilidad de interpelar el pasado nacional con las herramientas de un oficio milenario, y hacer explícito que se trata de una forma de hacer historia que tomó deliberada distancia de suelo reivindicativo y que tampoco estuvo orientada a legitimar ningún relato oficial. El que estemos en condiciones de hacer este tipo de historia se explica no sólo por el robusto proceso de profesionalización que viene impregnando desde décadas atrás nuestras prácticas historiográficas; también obedece a la firme convicción de que no hay una sola y verdadera historia. Y es en torno a este convencimiento y ejercicio que el San Martin que muestra el libro recogió la recomendación del recordado historiador de las ideas Oscar Terán, cuando señaló con enorme maestría: “la ventaja de la historia frente al mito es que no se cierra nunca”. ♦
Abordajes y desafíos de una nueva biografía
Alejandra Pasino
Universidad de Buenos Aires
Hace más de una década un colega mexicano me consultó sobre el motivo por el cual los/las historiadores/as profesionales argentinos/as no dedican investigaciones a la figura de San Martín, comparando la situación con la amplia producción, originada en investigaciones académicas, existente en torno a la figura de Simón Bolívar. La respuesta se vinculó con el lugar ocupado por San Martín en el panteón de los héroes nacionales pero sin poder avanzar en mayores argumentos. Sin duda intentar reconstruir, desde la historia profesional, su biografía conduce inmediatamente a visualizar no solo la revisión de una amplia y heterogénea bibliografía local y extranjera, sino también un corpus por demás abundante.
Pero al poco tiempo de recibir esa consulta se publicó el libro de Beatriz Bragoni San Martín. De soldado del rey a héroe de la nación (2010) en el marco de una interesante colección dirigida por Jorge Gelman. Obra, en apariencia breve, pero en la cual, además de un ajustado relato de la vida del personaje, encontramos un índice de problemas, interrogantes y nuevas líneas de investigación que la autora llevo adelante en los siguientes años y que constituyen los núcleos centrales del libro publicado hace pocos meses por la editorial Edhasa: San Martín. Una biografía política del libertador (2019).
En ese recorrido de investigaciones, evidenciado en varios artículos de la autora, no podemos dejar de mencionar la publicación del libro José Miguel Carrera. Un revolucionario chileno en el Río de la Plata (2012), el cual completó un vacío historiográfico, al menos en la literatura histórica argentina, referido al particular personaje y su accionar en diversas geografías: su actividad militar en España, su participación en la revolución chilena, su enfrentamiento con Bernardo O’Higgins y San Martín, sus actividades en los Estados Unidos y finalmente su accionar en el Río de la Plata durante el conflicto entre el gobierno porteño y los caudillos federales.
Así la biografía de José Miguel Carrera, extensiva a su grupo familiar, nos brinda un riguroso análisis de uno de los principales enemigos de San Martín y pone en evidencia el diseño que la autora utiliza para la construcción de biografías en torno a viajes, escritos, acciones militares, muertes, funerales, rescate histórico y construcción de héroes.
Teniendo en cuenta el recorrido señalado, resulta interesante regresar al punto de partida y rescatar dos aspectos presentes en San Martín. De Soldado del Rey a héroe de la nación. En primer lugar, en los agradecimientos a Jorge Gelman, Beatriz Bragoni expresa que se trataba de un tema «que esquivé durante algún tiempo por las implicancias que ha adquirido desde la constitución de las disciplinas académicas» (p. 199). [UdW1] Implicancias que me permito suponer, no solo se deben a las distintas miradas construidas en torno al personaje por la literatura, la prosa, su vínculo con la historiografía que intentó diseñar al país en las últimas décadas del siglo XIX o los usos de su figura en diferentes momentos históricos, sino también al amplio desarrollo de la historiografía sobre los procesos revolucionarios americanos en las últimas décadas, que han puesto sobre el escenario no solo una amplitud de trabajos en diversos países, sino también una renovación de sus marcos teórico metodológicos que han permitido nuevos abordajes desde la historia cultural, política, social e intelectual. Trabajos que permiten construir un escenario complejo y enriquecedor para insertar en él a la figura de San Martín.
El segundo aspecto que quiero rescatar de la primera biografía es la mención en su apartado final [UdW2] al diseño del plan de lecturas que estructura la obra. Sin duda esa labor vinculada a un personaje tan prolífero tanto en bibliografía como en documentación, constituye un desafío casi monumental. En palabras de Beatriz Bragoni «La vida de San Martín y su gesta heroica puebla estantes de archivos y bibliotecas, ilustra libros escolares, revistas infantiles y ediciones culturales, sirve a guiones de obras de teatro y películas, inspiran la paleta o el cincel de artistas, y su evocación o recuerdo se hace patente en cada memorial del tejido monumental dedicado a su figura que atestigua el sitial consagrado como Padre de la Patria» (2019, p. 14)
Ahora bien, esas dos instancias fueron retomadas en la presente obra. La autora aceptó nuevamente el desafío de construir una historia en la cual San Martín es el personaje clave y convocante del relato, pero al mismo tiempo una historia que reconstruye, y sin ánimo de hacer comparaciones excesivas, el «momento sanmartiniano» en el sentido de insertar al personaje en el contexto revolucionario, con un exquisito análisis de la documentación y un uso riguroso de los nuevos aportes de la historiografía. Así su primitivo plan de lectura se incrementó y expandió para completar interrogantes pasados y proponer nuevos.
El libro se inicia con una breve introducción en la cual la pareja Bolívar-San Martín ocupa las primeras páginas. Confrontación entre héroes que la literatura histórica suele construir en torno a los conceptos clave del republicanismo cívico: fortuna y virtud. Así la epopeya de estos héroes, como Príncipes, suele relatarse en torno a sus capacidades para construir su poder y los avatares que debieron enfrentar para conservarlo.
Frente a esas miradas, la autora propone, con gran éxito, adentrarse en un análisis que privilegia la dinámica del proceso revolucionario en el cual la figura de San Martín se inserta, utilizando la metodología propuesta por las actuales miradas sobre la construcción biográfica -en sintonía con la colección en la que participa el libro-. De este modo, a lo largo de sus más de trescientas páginas, recorremos el periplo vital del Libertador en el marco de las condiciones impuestas por la movilización y politización social generada por la revolución y, sobre todo, por su consecuente guerra. En esta construcción, Bragoni pone en evidencia su notable experiencia y capacidad como historiadora, y como tal también como inteligente lectora, al lograr combinar sus investigaciones y lecturas en torno a la historia social y a los nuevos abordajes de la historia política.
El libro se divide en ocho capítulos, y tal como su autora nos anuncia en la introducción, en los primeros cinco restituye e interpreta el periplo guerrero y político de San Martín en España y América; los dos siguientes abordan las diferentes etapas de su «ostracismo voluntario», analizando el peso del pasado en la decisión del Libertador de diseñar su legado. Finalmente, el libro cierra con un capítulo dedicado a historiar los usos públicos del personaje durante los siglos XIX y XX.
A lo largo de estos aparecen, desde mi lectura, una serie de tópicos que articulan el trabajo. En primer lugar, la importancia de la experiencia de vida de San Martín tanto en sus años españoles —temor a las revoluciones y frente a ello la necesidad de centralización del poder como garante del orden, y el rol de las guerrillas en la acción bélica— como la de su periplo rioplatense —federalismo como sinónimo de anarquía, oposición a los gobiernos colectivos—. Experiencia de vida que marcó su labor en la gobernación de Cuyo -y fundamentalmente en Perú- en torno a la lógica del protectorado cuyo eje central fue la unificación del mando militar y político para garantizar la independencia y evitar la revolución.
Es el análisis de esa experiencia de vida, que da forma a un saber práctico, la que otorga aspectos novedosos para comprender el «monarquismo» de San Martín. No se trata meramente de una preferencia doctrinal, receptora de lecturas, sino, y como hemos ya apuntado, de las transformaciones políticas y sociales generadas por las revoluciones que era necesario encauzar y estabilizar para garantizar la independencia y el orden. Desde esa perspectiva adquiere relevancia la compleja admiración por el modelo napoleónico evidenciada en la organización y los códigos de disciplinamiento de las tropas, la necesidad de mantener unificado el mando político y militar, como así también la invención de la famosa Orden del Sol en Perú para legitimar la existencia de una élite que garantice el orden social.
Otro tópico central del libro es el análisis de la construcción de identidades políticas que la autora narra a partir del análisis de las voces, de oficiales y de integrantes de la tropa. Identidades condicionadas por el desarrollo de la guerra, la cual constituye el factor decisivo en el proceso de configuración de esas identidades rioplatenses, chilenas, colombianas, peruanas. Así, el análisis de esos testimonios de las guerras de independencia sobrepasa el abordaje discursivo al posicionar a sujetos reales como parte central de esa construcción de identidad. Aspecto que evidencia una de las mayores virtudes del libro, la combinación exitosa entre historia social e historia política.
Si bien la autora no pasa por alto la importancia que tuvo en el proceso revolucionario y en el accionar de San Martín la trascendencia de las proclamas, vale decir la guerra de pluma, pone en evidencia que el libertador rioplatense, a diferencia de su par de Caracas, solo expuso sus análisis en su numerosa correspondencia con diversos y heterogéneos personajes. Y en ese punto me permito mencionar un aspecto destacado que también aparece en un artículo de Bragoni editado en la revista Prismas: «El intercambio epistolar entre San Martín y Lafond» (2016 47-62), en el cual después de aludir a la novedad de utilizar la literatura de viajes y memorias o crónicas sobre la guerra de independencia escritas por extranjeros, resalta su importancia para la Historia intelectual —Historia conceptual, Historia de los discursos, Historia de los lenguajes políticos—, como centrales para abordar el análisis de las condiciones que operan en la producción de los textos y como aspecto clave de restitución de su sentido e interpretación.
Aspectos que adquieren una notable presencia en los últimos capítulos del libro, en los cuales la noción de construcción de su posteridad por parte de San Martín constituye uno de los aspectos más atractivos de la obra. En dicha construcción adquieren una nueva dimensión explicativa los dos acontecimientos que marcan el accionar del libertador: su renuncia a colaborar con el gobierno del Directorio contra los caudillos federales y la entrevista de Guayaquil con Bolívar. Ambos acontecimientos, ampliamente discutidos en la historiografía que los resignificó en virtud de los objetivos perseguidos en distintos momentos históricos, adquieren en los análisis de la autora una interpretación global y certera, ya que no son tomados de manera aislada sino integrados a las transformaciones generadas por la revolución y la guerra.
Una obra histórica es buena no solo por lo que dice, por lo que reconstruye y alumbra, sino también por los temas, interrogantes y por qué no, deseos que potencia. Y este libro tiene esa virtud. La autora ha logrado construir un relato sostenido en una sólida investigación, que seguramente tendrá una agradable recepción en diferentes tipos de lectores —estudiantes, académicos y curiosos o interesados en la historia— porque estamos en presencia de un trabajo que ha logrado combinar el rigor de la historia profesional con su divulgación.
Y regresando a la consulta del colega mexicano, creo que este libro pone a San Martín a la altura de Bolívar; no por la función de héroes o líderes, sino a la altura historiográfica que el hijo dilecto de Caracas tiene en la buena historiografía venezolana, abierta por los análisis de Luís Castro Leiva y sus discípulos, como también en el camino abierto por las investigaciones de Clement Thibaud. ♦
San Martín: entre la historia y el mito.
Camila Perochena
Universidad Torcuato Di Tella
El reciente libro de Beatriz Bragoni, San Martín. Una biografía política del libertador, es mucho más que una biografía. La autora no solo reconstruye y analiza la completa trayectoria política y personal del célebre personaje sino también la fabricación del mito y del héroe. Sobre la base de en exhaustivo corpus documental disperso a ambos lados del Atlántico, San Martín es abordado en los diferentes contextos en los que le tocó –y eligió– desplegar sus cursos de acción, sin que tales contextos opaquen la dimensión individual de ese itinerario, según exige el mejor género biográfico. Un itinerario que atravesó los convulsionados tiempos de revoluciones e independencias y que a muy corto andar colocó al biografiado en un papel protagónico de los procesos de cambios en Hispanoamérica.
El «soldado» del rey formado en España en la carrera militar y participante en los momentos iniciales de la guerra antinapoleónica, tomó la decisión crucial –seguramente difícil, nos dice Bragoni– de solicitar el retiro del ejército real para dirigirse al Río de la Plata –su tierra de origen– y participar de la lucha que se venía librando contra la metrópoli. Desde su arribo a Buenos Aires en 1812 comienza la década más vertiginosa de su vida que lo llevará a ser considerado libertador de América, compartiendo –y a la vez compitiendo por– el máximo título de ese panteón con Simón Bolívar. Los primeros cuatro capítulos del libro están dedicados a la gesta americana que lo condujo de la capital del nuevo orden revolucionario a Cuyo, de allí a liberar Chile para finalmente continuar su campaña hacia el Perú hasta la célebre entrevista de Guayaquil en 1822, donde se produjo el encuentro con Bolívar y San Martín optó por retirarse del campo de batalla. En esta primera parte, el atrapante relato en el que se tejen y entrelazan los acontecimientos ilumina aspectos y momentos de la trayectoria sanmartiniana desde una interpretación que recoge las perspectivas más renovadas de la historiografía a la vez que ofrece novedosas y agudas miradas en torno al personaje central. Los cuatro capítulos restantes están dedicados al modo en que San Martín se fue convirtiendo en un «lugar de memoria»; una conversión que no fue ajena a la propia voluntad de quien decidió en su «ostracismo voluntario» en Europa modelar anticipadamente su memoria póstuma. La construcción del mito sobre el cual se asentaron los usos públicos de San Martín es, pues, uno de los tantos aportes del libro y en el que se concentra este breve comentario.
Para ingresar a ese mundo de memorias y panteones de héroes es oportuno comenzar por el relato de una anécdota personal que tuvo lugar en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires en el año 2014, cuando Araceli Bellota estaba a cargo de la dirección del museo durante la segunda presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. En aquella oportunidad «hablé con San Martín» de varias cuestiones que Bragoni trabaja en su biografía; es más, el libro me ayudó a entender, ex post, aquella conversación de sordos que tuvimos con el libertador. El breve intercambio se produjo en la entrada del museo, donde se había instalado un holograma de San Martín, montado sobre el daguerrotipo tomado en su vejez, que interactuaba con los visitantes respondiendo a las preguntas e inquietudes del público. Un empleado de la institución, que según su entonces directora «sabe mucho del tema», representaba «la voz» del héroe de la patria. Como mi visita al museo tenía el objetivo académico de recoger material para mi tesis de doctorado dedicada a explorar los usos políticos del pasado durante los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner, aproveché la ausencia de público y decidí hacerle algunas preguntas a la figura interactiva con el fin de analizar los formatos y contenidos del guión museográfico. El primer interrogante que le formulé es un clásico: «¿qué ocurrió en Guayaquil, en la famosa entrevista que tuvo con Bolívar y tras la cual abandonó el escenario de guerra peruano?». Su respuesta reprodujo el argumento de la conocida «carta Lafond»: manifestó que no podían convivir dos liderazgos militares en la independencia de Perú y que por tal razón había decidido renunciar para evitar las luchas intestinas y las divisiones dentro del bando independentista. La respuesta replicaba el sentido común más extendido en la memoria histórica argentina: la renuncia era la mejor muestra del honroso y heroico sacrificio de San Martín en contraposición a las ambiciones de Bolívar. La segunda pregunta indagaba sobre su opinión acerca de la monarquía. La reacción fue lacónica: él –San Martín– no estaba de acuerdo con el rey de España y por tal motivo luchaba por la independencia. Decidí indagar un poco más y le solicité que se explayara sobre sus conocidas y públicas preferencias por la monarquía constitucional como forma de gobierno para las nuevas soberanías americanas. El holograma del prócer comenzó a titubear para luego justificarse: «bueno, sí, yo prefería eso porque en aquella época la mayoría de los países eran monárquicos». La respuesta era rigurosamente cierta, pero no dejaba de ocultar la incomodidad del empleado destinado a ofrecer un relato cristalizado que buscaba excusarlo de sus elecciones políticas, focos de controversias en el convulsionado presente revolucionario y en las posteriores capas de memorias construidas a lo largo de dos siglos. Finalmente, la última pregunta que cierra esta anécdota apuntó a explorar sus consideraciones sobre el federalismo, habida cuenta de sus reiteradas declaraciones en favor de un sistema centralizado de poder. Nuevamente apareció la incomodidad y el titubeo: el San Martín de 2014 intentaba exculpar al San Martín de comienzos del siglo XIX diciendo que «en los hechos, no necesariamente en las palabras, él era federal». Y para ejemplificarlo citó otro argumento clásico del mito: el de la «desobediencia» del jefe del ejército de los Andes frente al Directorio cuando se lo intimó a contribuir con las tropas bajo su mando a la guerra que el gobierno central sostenía con los caudillos federales del Litoral.
En suma, el San Martín del museo era el abnegado héroe que renunció a la gloria de conducir la gesta independentista hasta su definitiva concreción continental, y en el fondo era además un republicano y un federal que se vio compelido a adaptarse en algunos momentos a las circunstancias imperantes. Como toda memoria histórica, la de San Martín combinaba recuerdos y olvidos. Una combinación sobre la que Beatriz Bragoni echa nuevas luces tanto al reconstruir el peregrinaje del guerrero en su etapa americana como al abordar el «cincel de la memoria» desde su ostracismo en el Viejo Mundo hasta nuestros días. Y en este sentido son muy reveladores los pasajes que la autora dedica a interpretar los tres tópicos recién mencionados que fueron objeto de la «puesta en escena» en el museo: la oposición al federalismo, las preferencias monárquicas y el enigma de Guayaquil.
Sobre la cuestión del federalismo, sabemos que San Martín no se ahorraba ninguna crítica. Bragoni realiza una cuidadosa selección de citas en el abultado corpus epistolar que trabaja, entre otras variadas fuentes documentales, en las que el protagonista se posiciona claramente sobre lo que denominaba el «delirio de la federación». Así lo hizo, por ejemplo, en una carta dirigida a Godoy Cruz en la que confesaba: «Me muero cada vez que oigo hablar de federación». Pero lo que resulta oportuno destacar es que en el libro se reconstruyen detalladamente las operaciones de memoria que se fueron configurando en relación con este asunto y la afirmación de la autora de que tales operaciones fueron posteriores a la muerte de San Martín. En tal dirección, sobre el argumento de que la «desobediencia» antes mencionada expresaría sus simpatías federales, Bragoni sostiene que tales simpatías eran más bien nulas, y que el gesto de no acatar las órdenes del Directorio fue producto de su voluntad por sostener el plan militar de continuar con su campaña hacia el Perú una vez liberado Chile. Su hipótesis postula que el federalismo no fue un tema sobre el que el héroe se haya mostrado preocupado a la hora de cincelar su propia memoria, en contraste con el interés que exhibió respecto de la monarquía constitucional y de la entrevista de Guayaquil. Fueron estos dos últimos tópicos en los que el libertador volcó su obsesión en pos de modular la imagen que pretendía dejar como legado acerca de su rol en las independencias hispanoamericanas.
Respecto de las preferencias de San Martín por el establecimiento de monarquías constitucionales y por la centralización del poder, Bragoni va desarrollando a lo largo de la primera parte del libro sus claras y explícitas posiciones en las diversas etapas del periplo americano. Para el libertador era «imposible erigir en estos países repúblicas» y consideraba que la monarquía era la solución adecuada para evitar la anarquía. La concentración del poder, por su parte, era vista como el remedio para ganar la guerra y afianzar la independencia. En sintonía con estas convicciones, en Perú se convirtió en Protector –uniendo en su figura el mando político y militar– hasta tanto se concluyera la independencia y se reuniera un Congreso Constituyente, procuró negociar el reconocimiento de la independencia a través del envío de un príncipe de linaje para encabezar el edificio político peruano, e instó a O’Higgins para que Chile instaurara una monarquía constitucional. Las inclinaciones de San Martín por la monarquía despertaron críticas entre muchos de sus contemporáneos que lo veían como el «Rey José» o que asociaban su conducta a la de Napoleón Bonaparte.
En cuanto a la enigmática entrevista entre San Martín y Bolívar en Guayaquil, en una situación militar crítica que podía terminar con la derrota patriota en el escenario de guerra peruano, la autora despliega las diversas teorías y especulaciones que elaboraron contemporáneos, escritores e historiadores. A partir de los hechos y de las sucesivas polémicas construidas sobre el acontecimiento, Bragoni confronta la historia con el mito y la memoria sanmartiniana. Como sabemos, las fuentes son esquivas a la hora de dar cuenta sobre lo sucedido en aquella reunión. No obstante, la autora interpreta con extraordinaria agudeza los dichos y los silencios y recrea el clima de época para dotar de nueva inteligibilidad a las huellas e indicios que dejaron los contemporáneos. La mayoría de las fuentes indican que lo que distanciaba a los libertadores era, por un lado, el lugar que cada uno iba a tener en el escenario militar y, por otro lado, la forma de gobierno que se debía adoptar. Mientras San Martín optaba por el modelo de la monarquía constitucional moderada al estilo británico, Bolívar sostenía que dicho modelo no era conveniente para países nacidos de revoluciones a los que se ajustaba mejor un sistema republicano centralizado y concentrado en un poder ejecutivo fuerte. Si bien esta divergencia política no se hizo pública oficialmente, los términos de la entrevista serían registrados por un oficial del ejército de los Andes que le hizo saber a O’Higgins que Bolívar había increpado a San Martín aludiendo sus supuestas pretensiones de convertirse en rey.
La entrevista de Guayaquil representa no solo el más significativo punto de inflexión en la vida de San Martín, sino que marca también el gradual desplazamiento del relato hacia el registro del «lugar de memoria» que se desarrolla, como anuncié, en la segunda parte del libro. Los capítulos 5 y 6 están dedicados a la vida de San Martín desde su retirada en 1822 hasta su muerte en 1850, y los capítulos 7 y 8 se concentran en las diferentes estaciones en las que se forjó el mito sanmartiniano. Y he aquí donde la autora ofrece una clave de lectura fundamental al establecer un hilo conductor que articula la paciente tarea del libertador para contribuir en vida a la creación de su propio mito y las imágenes conformadas después de su muerte. Bragoni demuestra que San Martín se preocupó muy tempranamente por ordenar su archivo y forjar el retrato que dejaría para la posteridad. En esa tarea, la autora logra con avezada pluma hacer viajar nuestra imaginación. Mientras describe una retirada llena de amarguras y sinsabores –marcada por la falta de dinero, por los pocos defensores que le quedaban en América y por las acusaciones y rumores que circulaban en su contra– va desplegando y entrelazando variados testimonios que muestran la preocupación de San Martín por preservar su reputación patriótica. La intervención del libertador apunta fundamentalmente a esquivar y atenuar la asociación que se le atribuía con la monarquía.
El modo en el que la autora trabaja la obsesión sanmartiniana sobre la construcción de su imagen póstuma es, sin duda, un modelo ejemplar de cómo el historiador puede valerse de los contextos y de los selectivos silencios para interpretarlos. En este caso, el análisis de los contextos está concentrado en dos acontecimientos cruciales que seguramente provocaron un hondo impacto en San Martín. El primero es la repatriación desde Santa Elena a París de los restos de Napoleón Bonaparte en 1840, durante la monarquía de Julio. Los actos fueron apoteóticos desde su entrada por el Sena hasta el destino final en el magnífico panteón del Palacio de «Les Invalides». El segundo fue la repatriación de los restos de Simón Bolívar a Caracas en 1842, doce años después de su muerte, en cuya conmemoración se realizaron rituales fúnebres y rendición de honores que emulaban a los desplegados en París poco tiempo antes. Seguramente, ambas escenificaciones, sostiene Bragoni, no le fueron indiferentes a quien vivía en el ostracismo europeo y temía pasar injustamente al olvido.
Fue precisamente en ese clima conmemorativo que Gabriel Lafond, un capitán francés que había tomado parte en las luchas por la emancipación americana, se dispuso a escribir una biografía sobre los libertadores. Para llevar adelante su iniciativa contactó a San Martín con el objeto de obtener su versión de los hechos, entre los cuales estaba el misterio de lo sucedido en Guayaquil. En 1843, Lafond publicó el libro en el que incluyó, como testimonio, la controvertida carta que supuestamente San Martín habría escrito a Bolívar en 1822 en la que le comunicaba su decisión de abandonar el escenario de guerra peruano para evitar luchas intestinas. Una carta en la que no se mencionaba la disputa en torno a la forma de gobierno monárquica o republicana y sobre la que se montará la imagen sacrificial sanmartiniana. Ríos de tinta corrieron en torno a la veracidad o el carácter apócrifo de esta misiva; versiones sobre las que Bragoni no busca tomar posición. Por el contrario, su enfoque desplaza y supera las conocidas y laberínticas polémicas, puesto que su interrogación no se detiene en indagar si la carta es verdadera o falsa sino en las razones que condujeron a San Martín a entrar en contacto con Lafond. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué nunca desmintió o confirmó la veracidad de la carta cuando Alberdi y Sarmiento se sirvieron de ella para ubicar a San Martín en el panteón republicano? En las respuestas que la autora ofrece a estos interrogantes se cifra la hipótesis en torno a la trama que subtendió a la creación del mito que San Martín contribuyó a forjar a través del selectivo proceso de selección de memorias y olvidos. Las últimas misivas citadas por Bragoni así lo demuestran como también la decisión del libertador de legar su archivo cuidadosamente ordenado a un historiador, que finalmente resultó ser Bartolomé Mitre.
De allí en más, la figura de San Martín atravesó los umbrales que lo terminaron colocando en el lugar al que aspiró en sus últimos años. El regreso de los restos del héroe a su tierra natal gozó de los actos apoteóticos que habían merecido Napoleón y Bolívar hasta ser consagrado en el Altar de la Patria. Los usos públicos que sobre su figura se fueron sucediendo y superponiendo son objeto del último capítulo del libro, en el que desfilan los usos que pusieron en circulación las historias de Bartolomé Mitre y Ricardo Rojas hasta los exhibidos en el pasado reciente, cuando en 2015 se celebró con toda pompa el acto que devolvió al Museo Histórico Nacional el sable corvo del libertador que desde 1967 estaba en custodia del Regimiento de Granaderos.
No hace falta aclarar, para cerrar este comentario, que la apasionante biografía de San Martín que nos ofrece Bragoni está lejos de engrosar los textos que buscan glorificar al personaje. Por el contrario, el objetivo que anima a la autora es el de inscribir al biografiado en el concierto de incertidumbres –epocales y personales– que lo llevaron a ese largo peregrinaje transatlántico y el de inscribir su trayectoria en una prolongada zaga de historias y memorias de dos siglos. En este sentido, cabe recordar lo que Mona Ozouf sostuvo en relación a las celebraciones de la Revolución Francesa: a saber, que los historiadores entran en el dilema sobre si es preciso elegir entre la racionalidad del trabajo histórico y la emoción de la conmemoración. Un dilema que Beatriz Bragoni logra superar con suma eficacia al abocarse a conocer y comprender a un héroe que ya fue lo suficientemente conmemorado. Sin evadir la siempre presente tensión entre memoria e historia, la autora deconstruye cuidadosamente los mitos en un magistral ejercicio hermenéutico y entrelaza en una potente y atrapante narración la vida de San Martín y las historias sobre San Martín. ♦
Notas