INÉS DE TORRES
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN, UNIVERSIDAD DE LA REPÚBLICA - 3 -
situación (transformada en endémica) ha derivado, en los hechos, en una lenta
agonía institucional. La realidad es que no se puede hacer magia: sin mayores
recursos económicos y humanos, no hay planificación posible para llevar adelante
los objetivos más loables. Y ahí viene otro de los problemas: ¿cuáles serían los
objetivos más loables? O mejor: ¿cuáles son los objetivos que debe tener una
Biblioteca Nacional en el siglo XXI?
Las bibliotecas nacionales en lo que llamamos «los países desarrollados»
nos han mostrado versiones de lo maravilloso que puede ser conjugar tradición,
innovaciones tecnológicas y creatividad, para desplegar un volumen inagotable
de manifestaciones que atraen no solo a un público especializado, sino también
al «público en general», y que conjugan la asistencia a los espacios físicos con la
virtualidad. Todo esto nos debiera hacer repensar la pregunta con la que concluye
el párrafo anterior para esbozar una primera respuesta: para bien o para mal,
estas maravillosas actividades no constituyen el mandato que por ley le
corresponde sola y exclusivamente a la Biblioteca Nacional. Me refiero a aquello
que ninguna otra institución pública o privada está obligada a hacer: preservar
nuestra memoria escrita a través del cumplimiento de la ley de depósito legal de
un vasto espectro de materiales que la Ley 13.835 intentaba describir
exhaustivamente: «libros, folletos, revistas, periódicos, memorias, boletines,
códigos, recopilación y registros de leyes, catálogos de exposiciones y
bibliográficos, mapas, atlas y cartas geográficas, guías de cualquier naturaleza y
cuadernos de arte (…) manifiestos, proclamas, edictos, estampas, tarjetas,
postales, afiches, almanaques, carteles, fotografías, partituras musicales,
láminas, tarjetas de felicitación ilustradas, álbumes para colecciones y sus
figuritas, programas de espectáculos, listas de votaciones, estatutos, catálogos de
mercaderías, listas de precios, naipes, volantes, estadísticas y, en general, todo
impreso producido en ejemplares múltiples, cualquiera sea el método que se
utilice». No se precisa ser un experto en el acervo de la Biblioteca Nacional para
adivinar que la mayor parte de estos ítems no forman parte del mismo. Ya desde
el siglo XIX, una larga lista de directores se quejaba del incumplimiento de esta
norma, que a pesar de sucesivas modificaciones y hasta su formulación definitiva
en ley, sigue siendo la misma en sustancia, y por una razón muy simple: ¿quién
sino el Estado podría (o debería) garantizar la preservación de nuestra memoria