CLAVES. REVISTA DE HISTORIA
VOL. 11, N.° 21 JULIO DICIEMBRE 2025
ISSN 2393-6584 - MONTEVIDEO, URUGUAY
Pp. 1 - 4
FORO
Reflexiones sobre el cierre temporario
de la Biblioteca Nacional de Uruguay
Contribución especial para Claves. Revista de Historia
1
Una biblioteca para el siglo XXI
Peter Burke
2
Universidad de Cambridge, Inglaterra
DOI: https://doi.org/10.25032/crh.v11i21.2643
Me encantan las bibliotecas. He pasado gran parte de mi vida en ellas,
especialmente en las grandes: la Biblioteca del Museo Británico (ahora Biblioteca
Británica) en Londres, el Instituto Warburg (también en Londres), la Biblioteca
Bodleiana de Oxford y la Biblioteca Universitaria de Cambridge, por no mencionar
las visitas relativamente breves a la Biblioteca Nacional (la antigua en la rue de
Richelieu de París), la Biblioteca Nacional de Florencia, la Biblioteca del Congreso,
la Biblioteca Pública de Nueva York y la Biblioteca Firestone de Princeton. Lamenté
mucho el cierre de la Biblioteca Nacional, que debe haber sido un duro golpe para
estudiantes y académicos.
Sin embargo, me alegró saber del debate sobre las bibliotecas y agradecí la
oportunidad de expresar mis opiniones. Las numerosas ventajas —y algunos
1
Los editores de la revista agradecen al autor por su gentil deferencia al aceptar nuestra invitación
para contribuir con sus comentarios al tema planteado en este foro. (Traducción: Ana María
Rodríguez Ayçaguer)
2
Peter Burke es catedrático emérito de Historia cultural de la Universidad de Cambridge, miembro
vitalicio del Emmanuel College y autor de varias decenas de libros. Sus aportes en el campo de la
historia social y cultural del conocimiento y su contracara, la ignorancia, lo han convertido en uno de
los historiadores contemporáneos más influyentes. La polifonía y la mirada global de los procesos
está presente en todas las obras de un historiador que comunica de manera clara y profunda. Sus
libros, más de 30, traducidos a 33 idiomas se han convertido en referencias centrales para
especialistas, pero también para un amplio público de lectores de todo el mundo.
UNA BIBLIOTECA PARA EL SIGLO XXI
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defectos— de las grandes bibliotecas me han animado, al igual que a los académicos
uruguayos, a reflexionar sobre cómo sería una biblioteca ideal, tanto ahora como en
el futuro, si la biblioteca, definida como un edificio lleno de libros impresos, no corre
el riesgo de volverse obsoleta en la era digital. Como amante de los libros e hijo de
un librero anticuario, espero fervientemente que esto no suceda y me reconforta
saber que las nuevas tecnologías a menudo complementan a las antiguas, en lugar
de reemplazarlas: la imprenta, por ejemplo, no expulsó a los manuscritos, así como
la escritura no expulsó al habla.
Mi receta para una gran biblioteca ideal refleja inevitablemente los intereses
de un académico en humanidades, pero lo que sigue es también un intento de
reflexionar sobre las posibles necesidades de otros grupos. Esta biblioteca ideal para
el siglo XXI ya no puede limitarse a los libros (con salas de lectura especiales para
libros raros y manuscritos). Sería una «Casa del Conocimiento» o «Casa de la
Sabiduría», como el Dār al-ʿIlm en El Cairo medieval y el Bayt al-ikmah en el
Bagdad medieval. Hoy en día, este ideal depende de la inclusión de colecciones de
imágenes (desde grabados hasta vídeos), sonidos (música, discursos, poemas, etc.) y
medios mixtos como películas, ya sea que estas colecciones se encuentren en la
biblioteca principal o en edificios separados cercanos.
La biblioteca debería estar ubicada en el centro de la ciudad (en el caso de una
biblioteca nacional, en la capital), en un distrito que también contenga museos y
universidades. Idealmente, la biblioteca debería tener un jardín o, al menos, estar
situada muy cerca de un parque público, para que los lectores puedan descansar al
aire libre. También debería incluir uno o s cafés, no sólo para el descanso sino
también para la sociabilidad intelectual, ya que en el diálogo se construyen o critican
muchas ideas.
Debería estar abierta al menos algunas tardes a la semana, para quienes
trabajan a tiempo completo durante el día. Pienso en una biblioteca nacional es
principalmente como un recurso para académicos, pero también un lugar que acoge
tanto al público en general como a estudiantes, cada uno con necesidades diferentes.
Muchos estudiantes, por ejemplo, necesitan más un lugar para sentarse con sus
computadoras portátiles que un depósito de libros, como cientos de ellos a diario en
la Biblioteca Británica, que ha proporcionado espacios amplios fuera de las salas de
PETER BURKE
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN, UNIVERSIDAD DE LA REPÚBLICA - 3 -
lectura, equipados con sillas y mesas.
El mobiliario de las bibliotecas merece una reflexión. En primer lugar, el
catálogo, accesible en línea (me alegra no tener que manejar ya los grandes y pesados
volúmenes de catálogo en Londres y otros lugares -en Oxford, por ejemplo, el
catálogo era incluso menos accesible de lo habitual porque muchas entradas se
escribieron en manuscrito en el siglo XIX y eran difíciles de descifrar). Un catálogo
en línea, accesible desde casa, también permite a los lectores pedir y reservar libros
con antelación, ahorrando así un tiempo precioso al llegar.
Espero que la inteligencia artificial facilite la búsqueda de catálogos por tema.
Un archivista holandés que conozco sueña con un sistema para ayudar a los
investigadores basado en recomendaciones del tipo «Si te gustó esta película,
también te gustará…». Con este sistema, quien solicitara ver un manuscrito en
particular recibiría una alerta con recomendaciones sobre otros manuscritos que
trataran el mismo tema. En una de mis bibliotecas favoritas, la del Instituto Warburg
de Londres, los lectores tienen acceso a las estanterías y la colección está organizada
según lo que podría llamarse «la regla del buen vecino», según la cual el libro que
realmente quieres es aquel que no conocías al llegar, pero que encuentras en la
estantería junto al que buscabas. Este método, por supuesto, solo es posible en
bibliotecas relativamente pequeñas y especializadas, pero quizás la IA sea la solución
en el caso de las bibliotecas nacionales.
En una biblioteca ideal, los escritorios y las mesas deben ser amplios y las
sillas cómodas (aunque no demasiado). Una iluminación y calefacción adecuadas
son esenciales, aunque no lo eran en el siglo XIX, cuando los lectores debían
abrigarse bien para el invierno inglés y forzar la vista para aprovechar la luz. Antes
de 1893, la Sala de Lectura del Museo Británico cerraba los días de niebla, cuando
estos días aún eran frecuentes en Londres. Incluso cuando se dispuso de luz eléctrica,
algunos bibliotecarios se opusieron a ella por considerarla peligrosa (para los libros),
y no siempre se equivocaron, ya que un incendio en la biblioteca universitaria de
Turín en 1904 fue causado por un cableado defectuoso.
En cuanto a otros muebles, podrían incluir fuentes de agua potable (de rigor
en EE. UU., pero poco comunes en Gran Bretaña), máquinas expendedoras de
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refrescos y sándwiches (cerca de la entrada y lejos de las salas de lectura) y cabinas
donde los lectores pueden echarse una breve siesta sin molestar a los demás. Cabinas
de este tipo se instalaron recientemente en la Biblioteca de la Universidad de
Cambridge a petición de los estudiantes. Algunos muebles, que antes estaban
disponibles, se han suprimido, con razón, desde ceniceros para fumadores hasta
tinteros en cada escritorio.
Los servicios para los lectores a menudo se dan por sentados, pero dependen
del trabajo duro y la habilidad del personal. Me di cuenta de esto en la antigua
Biblioteca del Museo Británico cuando pedí un volumen de una larga colección y,
para identificarlo, me llevaron al almacén en un sótano oscuro, me dieron una
linterna y me pidieron que encontrara lo que necesitaba. Algunos libros, por
supuesto, se extravían. En la época en que los lectores pedían libros escribiendo en
formularios impresos, en el Museo Británico el reverso del formulario enumeraba
seis razones por las que un artículo determinado no podía ser entregado. Además de
«en uso por otro lector» o «en encuadernación», estas razones incluían «destruido
por bombardeos en la guerra» (es decir, en la Segunda Guerra Mundial). En una
ocasión, pedí un libro publicado en la década de 1960 y el formulario volvió con una
marca de verificación en «destruido por bombardeos». Tuve el placer de acercarme
al mostrador central y preguntar: «¿Cuál guerra?».
Finalmente, una biblioteca ideal permitiría a sus lectores sugerir mejoras
tanto al edificio como a los servicios, ya sea escribiendo en una pizarra, dejando un
mensaje en un buzón o enviando un correo electrónico. Al fin y al cabo, ni siquiera
los mejores bibliotecarios pueden pensar en todo ni imaginar las necesidades
especiales de cada lector. ◊