CLAVES. REVISTA DE HISTORIA
VOL. 11, N.° 21 JULIO DICIEMBRE 2025
ISSN 2393-6584 - MONTEVIDEO, URUGUAY
Pp. 1 - 4
FORO
Reflexiones sobre el cierre temporario
de la Biblioteca Nacional de Uruguay
Una toma de conciencia colectiva
ante un cierre controversial
Nicolás Duffau
1
Universidad de la República, Uruguay
DOI: https://doi.org/10.25032/crh.v11i21.2637
El anuncio del cierre de la Biblioteca Nacional para el público en general es
una excelente oportunidad para reflexionar sobre los problemas de los repositorios
bibliográficos y documentales en Uruguay. El cierre de la biblioteca se debe a una
serie de situaciones que llevaron a la institución al límite: falta de presupuesto, de
funcionarios (y la sobreexigencia a los cuarenta y pocos que actualmente trabajan
allí), problemas edilicios, atraso tecnológico (enternece ver los ficheros de cartón
ante los desafíos actuales de la archivología), pérdida de exclusividad (ante la
digitalización masiva de diarios y documentos), ausencia de concursos (por ejemplo,
para el llamado departamento de investigaciones, algo inconcebible para alguien
que, como integrante de la UdelaR, considera al concurso abierto la forma más
1
Nicolás Duffau es doctor en Filosofía y Letras, mención Historia, por la Universidad de Buenos
Aires, magíster en Ciencias Humanas, opción Historia Rioplatense, y licenciado en Ciencias
Históricas, opción Investigación, por la Universidad de la República (Udelar). Actualmente se
desempeña como profesor titular grado 5 (en régimen de dedicación total) de Historia Americana en
el Instituto de Ciencias Históricas de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la
Udelar. Integra el nivel II del Sistema Nacional de Investigadores-ANII. Junto con Ana Frega, es
coordinador académico del grupo de investigación financiado CSIC I+D «Crisis revolucionaria y
procesos de construcción estatal en el Río de la Plata». Entre 2023 y 2025 fue coordinador del
convenio entre la Facultad de Humanidades y la Intendencia de Montevideo en ocasión de las
celebraciones por los trescientos años del proceso fundacional de la ciudad. Es autor de libros,
capítulos de libros y artículos académicos diversos.
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transparente de acceso a un cargo público), robo de material, una política editorial
restringida a pocos autores (y sin una línea clara, ya que no se sabe qué prioriza la
institución en sus ediciones), entre otros problemas. Más que preguntarnos cómo
llegamos a esta situación de cierre parcial, tal vez nos podríamos preguntar por qué
no ocurrió antes.
Tratar de superar ese conjunto de problemas puede ser para la actual
dirección un momento de construir una biblioteca para el siglo XXI. A la vez, quienes
somos usuarios frecuentes de la Biblioteca Nacional tenemos una oportunidad para
reflexionar sobre la falta de una política estatal para la mayor parte de los
repositorios públicos uruguayos. Es decir, los problemas actuales de la biblioteca no
se deben exclusivamente a negligencia, desidia o incompetencia, sino la expresión de
una política que, por lo menos desde la década de 1990 a esta parte, ha retaceado
recursos, pero, más preocupante aún, retirado al Estado en la disputa de lo público.
Estas señales rojas que se encienden sobre la biblioteca son resultado de la ausencia
de una política patrimonial por parte del Estado y de los tomadores de decisiones
(léase legisladores, ministros, cargos de dirección). Referirse en Uruguay a una
política de acceso a determinados bienes culturales es dar cuenta de la indiferencia
del Estado para preservar su acervo cultural pasado y presente (alcanza con ver los
catálogos de remate para apreciar esa retracción del Estado o pensar en documentos
valiosísimos en manos de coleccionistas, universidades extranjeras o particulares).
Que la principal biblioteca pública del Uruguay (y posiblemente una de las
instituciones más antiguas del país) no funcione no es un problema exclusivo para
sus usuarios, sino para la sociedad en su conjunto. El sociólogo estdounidense Eric
Klinenberg llama palacios del pueblo a las bibliotecas y propone, en los Estados
Unidos de la era Trump, una serie de acciones culturales que contribuyan a la
construcción de una infraestructura social capaz de limar las desigualdades
socioeconómicas. Una sociedad democrática necesita «valores compartidos»,
advierte Klinenberg, pero también «espacios compartidos», como las bibliotecas,
que incentivan la interacción entre usuarios, el cruce de ideas y la construcción de
derechos sociales, en el cual cada uno recibe un trato igualitario, puede consultar sin
restricciones los materiales y, a partir de la lectura, proyecta e imagina futuros.
Hasta aquí el cierre de la biblioteca como problema político y social (más allá
NICOLÁS DUFFAU
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN, UNIVERSIDAD DE LA REPÚBLICA - 3 -
de los fuegos de artificio de las denuncias cruzadas, las exageradas comparaciones
con la quema de libros o las convocatorias al Parlamento). Y claro está, la necesidad
de alcanzar soluciones que serán políticas o no serán.
Hay otro punto que me interesa abordar y es cómo el poder del Estado y la
mencionada ausencia de política patrimonial incide en la labor historiográfica, pues
limita el acceso a los recursos documentales. A la hora de elaborar nuestros trabajos
de investigación somos s bien parcos para hablar de los lugares en los que
consultamos, poco decimos sobre el recorrido para alcanzar nuestras fuentes de
información. El protagonismo lo tienen sobre todo los documentos (el contenido) y
no los lugares (el continente) aunque las condiciones de acceso repercuten en
nuestra capacidad de investigar.
Hoy sabemos más que nunca que las condiciones en las que trabajamos
potencian o limitan una investigación, que no alcanza sólo con el mero dato y que la
metodología de investigación también involucra la tarea cotidiana de mostrar la
cédula, guardar las pertenencias en el locker, tener expectativa sobre la posibilidad
de consultar lo que voy a buscar o si me tendré que reagendar via web y,
eventualmente, esperar un par de semanas. En los últimos años de trabajo en la
Biblioteca Nacional nos habíamos acostumbrado a esa gimnasia de no saber cuándo
podríamos ver el diario -porque podía no haber funcionario en préstamo-, a la
muerte civil de una publicación -porque fue enviada a restaurar o no se encuentra en
el estante-, o a formar redes clandestinas para la digitalización. Esta breve
enumeración -que podría incluir escenas como las protagonizadas por Adam
Appleby en el Museo Británico en la sensacional novela de David Lodge- es,
claramente, una limitante muy fuerte para un trabajo «normal» de investigación, es
decir un desarrollo fluido que consiste simplemente en pedir un material, que se
encuentre disponible en un tiempo prudencial y que se lo pueda consultar en
condiciones adecuadas.
La práctica del oficio es lo que nos torna investigadores: nos convertimos en
historiadores e historiadoras en la búsqueda y revisión documental, en la
construcción de un documento en una fuente de información, pero también en mirar
con más atención los lugares en los que trabajamos. Durante décadas el uso de
archivos, museos o bibliotecas estuvo escasamente problematizado, porque se dio
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por sentado que la tarea documental era algo dado a la labor historiográfica. Sin
embargo, hoy enfrentamos nuevos desafíos. Por un lado, debido la digitalización
masiva de libros y documentos (y muchas veces su subida indiscriminada a una
web); por otro lado, debido a la toma de conciencia sobre las políticas archivísticas y
patrimoniales que han permitido pensar el lugar de los archivos y las bibliotecas en
la tarea de investigación.
En un plano muy básico, el cierre de la biblioteca servirá para la toma de
conciencia sobre la necesidad de cuidado y preservación de los acervos culturales y
para no acostumbrarse a que como todo siempre funcionó así (y funcionó mal) no
podemos hacer nada. Esto también implica una toma de conciencia: tenemos que
dejar de ser meros usuarios y asumir la necesidad de intervenir para llamar la
atención sobre problemas, para ofrecer soluciones (aunque las resoluciones serán
políticas) y para pensar las prácticas de investigación. Por eso, los historiadores
profesionales debemos hacer un fuerte reclamo ante el cierre de la biblioteca.
Por historiadores profesionales me refiero a aquellos que comparten ciertos
criterios comunes y que respetan una máxima incontestable: la Historia disciplina
se hace con documentos. Cuando los historiadores nos referimos a los documentos,
aludimos a nuestra fuente de información y a nuestra noción de prueba. Pero la
ausencia de documentos no impide la investigación histórica, en todo caso la torna
(aún) más perfectible. Esta idea de la disciplina como imperfecta nos recuerda una y
otra vez los límites de la investigación histórica. Sin embargo, hay una semilla, una
simiente que acompaña el quehacer historiográfico desde Heródoto a nuestros días:
la buena historia, aquella que aspira a la objetividad, que interpela y contrasta
visiones se hace con documentos o no se hace. Para eso es que precisamos más y
mejores bibliotecas, pensar lo público que, en última instancia, es pensar en el bien
común, que nos ayuda a enriquecer el presente y proyectar nuestro futuro. ◊