CLAVES. REVISTA DE HISTORIA
VOL. 11, N.° 21 JULIO DICIEMBRE 2025
ISSN 2393-6584 - MONTEVIDEO, URUGUAY
Pp. 1 - 4
FORO
Reflexiones sobre el cierre temporario
de la Biblioteca Nacional de Uruguay
De una larga decadencia y la expectativa de una
reapertura democratizadora
Fernando Adrover
1
Universidad de la República, Uruguay
DOI: https://doi.org/10.25032/crh.v11i21.2636
El anuncio del cierre de la Biblioteca Nacional me tomó, como a muchos colegas, por
sorpresa. No así el diagnóstico de la situación, que ya era evidente para la mayoría
de los usuarios de la Biblioteca desde hacía mucho tiempo. Quizá la novedad sea el
reconocimiento de esa situación, que se distancia de la pretensión de
administraciones anteriores de presentar una biblioteca activa, abierta, en proceso
de modernización y descentralización territorial, con una política comunicacional
que enmascaraba una situación mucho menos auspiciosa.
Mi uso sistemático de la biblioteca, en especial de sus colecciones de Sala Uruguay y
su sección de Hemeroteca, comenzó hace poco más de una década, y en todo ese
tiempo he podido advertir un franco y acelerado deterioro del servicio. La pobre
iluminación, los vetustos equipamientos –en especial los lectores de microfilm y las
computadoras que permiten ver la prensa digitalizada–, y sobre todo los extendidos
1
Fernando Adrover es Profesor de Historia (Instituto de Profesores Artigas, Uruguay), Magister
en Historia Política (Facultad de Ciencias Sociales, Udelar) y Doctorando en Historia (Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación, Udelar). También es docente de Historia en la Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación y en la Facultad de Información y Comunicación (Udelar).
Es autor de varios capítulos de libros y artículos académicos publicados en los últimos años e integró
varios Grupos de Investigación I+D CSIC entre 2017 y 2023. En la actualidad forma parte del «Grupo
de estudios Asia-Latinoamérica», autoidentificado CSIC, con orientación hacia el Próximo y Medio
Oriente.
DE UNA LARGA DECADENCIA
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tiempos de espera en la provisión de los materiales, forman ya parte del folclore al
que nos hemos habituado –no sin momentos de hastío e indignación– los
investigadores. Escasos avances o incluso retrocesos se han constatado en estos
aspectos en las últimas gestiones de la Biblioteca Nacional.
Más allá de los aspectos de infraestructura y seguridad que se han esgrimido para el
cierre, me quiero detener en dos aspectos de la crisis de la Biblioteca Nacional.
El primero es el de la conservación de los materiales. En 2022, junto con más de
ochenta académicos de diversas áreas, tuvimos la iniciativa de plantear nuestras
preocupaciones al director de la Biblioteca de ese entonces, Valentín Trujillo, en
buena medida centradas en este aspecto de la conservación. El director se negó
siquiera a reunirse con nosotros y no respondió a ninguno de los planteos. La
conservación de los materiales, y en especial de diarios y revistas, es un problema
que tiene ya muchos años. Los investigadores estamos acostumbrados a toparnos
con boletas que suben el montacargas desde el subsuelo con la leyenda «para
restaurar». Esto implica que los materiales han caído en un agujero negro del que
nunca retornan, pues no existe un plan sistemático para la restauración de los
materiales en papel y tampoco para su digitalización en los casos en que ha avanzado
su deterioro. No existe siquiera el suficiente personal calificado para desarrollar esas
tareas, en una institución que ha visto reducida su plantilla de funcionarios de forma
drástica sin que se dieran reemplazos en áreas clave tras la jubilación de algunos
trabajadores. Lo cierto es que muchos investigadores hemos recurrido, en ocasiones,
a peticiones especiales, sujetas al arbitrio de las autoridades, para poder acceder al
material deteriorado de forma excepcional, o bien a vagar por otras hemerotecas
para poder suplir los faltantes, o simplemente aceptar con resignación los vacíos en
el relevamiento para nuestras investigaciones. La Biblioteca Nacional llegó a quitar
de circulación durante mucho tiempo colecciones enteras de diarios como El Plata,
El Bien Público, El Ideal y La Nación, por encontrarse afectados por plagas que no
podían ser controladas, en algunos casos con daños irreversibles. Los propios
funcionarios de la institución han transmitido, además, a las distintas
administraciones su preocupación por el funcionamiento deficiente de los sistemas
para el control de la humedad y temperatura en los depósitos en que se guardan estos
materiales.
FERNANDO ADROVER
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN, UNIVERSIDAD DE LA REPÚBLICA - 3 -
Pero la conservación de estos materiales y su préstamo al público se ve afectado no
sólo por las condiciones antes enumeradas, sino también a menudo por cierto caos
organizativo. A título de ejemplo o anécdota, debo citar mi odisea en la búsqueda de
un medio de prensa central para mi tesis de doctorado, el periódico La Escoba. Lo
solicité por primera vez en 2019, antes del advenimiento de la pandemia de Covid-
19, pero el material no fue encontrado, se lo dio por perdido. Tras varias solicitudes
y en el marco del cierre de la institución, los funcionarios se comprometieron a una
búsqueda que no dio sus frutos. Tras la reapertura de la Biblioteca hice múltiples
pedidos para que se continuara buscando el material, haciendo un inventario
completo de todas las publicaciones con denominaciones similares junto a las que
La Escoba podría haber sido mal guardada. Nuevamente no tuve éxito. En 2024, en
uno más de mis pedidos ya rutinarios, una funcionaria encontró finalmente la
publicación. Nunca supe muy bien cómo ni qhabía sucedido con ella en los años
anteriores. Fueron más de cinco años del desarrollo de una investigación sin contar
con una fuente central debido a las deficiencias de la institución.
El segundo gran problema de la Biblioteca Nacional, que se suma al anterior, es el
del acceso. Durante varios años los usuarios presenciamos atónitos cómo la
Biblioteca establecía un horario especial de verano, en virtud de las licencias de sus
funcionarios, para luego convertir esa reducción transitoria en una definitiva. La
restricción del horario de atención al público ha sido una constante en los últimos
años, a lo que se suman los recortes eventuales que se suscitan ante la ausencia de
algún funcionario que no cuenta con un reemplazo. De esta forma, ir a la biblioteca
cada semana implica tener que detenerse a leer con atención los carteles que se
pegan en los mostradores y ventanillas para informar que tal o cual sección abrirá en
un horario aún más restringido que el general de atención al público o simplemente
permanecerá cerrada por un período de tiempo. A veces se tendrá la suerte de poder
pedir revistas, diarios, libros, pero raramente todo ello en una misma jornada de
trabajo. Esta situación obedece a la falta de funcionarios, que se ha profundizado sin
que existiera plan alguno para cubrir vacantes y restituir servicios, más allá de
«parches» temporales que implican para el resto de los funcionarios la formación de
un trabajador para una tarea en la que sólo permanecerá unas pocas semanas. Por
todo esto, para un investigador, que a menudo realiza tareas docentes o tiene otro
empleo, los horarios restrictivos de la Biblioteca Nacional presentan severas trabas
al desarrollo normal de su trabajo académico.
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La Biblioteca Nacional hasta el momento no había cerrado definitivamente, pero
puede afirmarse que venía restringiendo el acceso de los usuarios desde hace ya
mucho tiempo: estaba cerrando de forma lenta y paulatina desde hace años. Al
horario restringido se le sumó el requisito de agenda previa, impuesto durante la
pandemia y restituido en varias ocasiones en los años siguientes. La dificultad para
conseguir cupos en esa agenda, a veces poco comprensible ante la presencia de
escasos usuarios, sumaba otro escollo al acceso a la Biblioteca.
Se ha escuchado en repetidas ocasiones que el vínculo de la población con las
bibliotecas ha cambiado, en el mundo y en Uruguay, que la gente ya no va a las
bibliotecas, que no se sienta a leer o al menos no lo hace siguiendo las formas del
siglo pasado. Todo esto puede ser cierto, pero también es innegable que la Biblioteca
Nacional, lejos de proponer políticas culturales que se acerquen a la ciudadanía y
tratar de ser una institución de puertas abiertas, se ha convertido en inaccesible y
hostil para los usuarios. Nadie que cumpla un turno laboral de seis u ocho horas
puede acceder a sus restringidos horarios, nadie que no planifique con antelación su
visita puede encontrar un hueco en sus agendas, nadie que no conozca su anticuado
funcionamiento –agravado por la escasez de funcionarios que impide el debido
asesoramiento al público– puede acceder con facilidad a los materiales, y nadie que
no tenga un férreo interés y temple traspasa las rejas entrecerradas de una biblioteca
que no cuenta casi con actividades o espacios que inviten a utilizarla. El caso del
cierre del espacio de la biblioteca infantil y de cualquier actividad que pudiera
concitar la atención de los niños para que se acercaran a la lectura, es sintomático de
esta situación.
Los investigadores, con todas las dificultades apuntadas, podremos seguir utilizando
la Biblioteca Nacional, siendo testigos del deterioro irreversible de su acervo. Pero a
pesar de discursos de apertura territorial, de modernización en el acceso a través de
digitalizaciones que no se concretan y un sitio web deficiente, se corre el riesgo de
que la institución se convierta en un recinto elitista, poco accesible, todo lo contrario
a lo que debería proponerse una política cultural democratizadora.