CLAVES. REVISTA DE HISTORIA
VOL. 11, N.° 21 JULIO DICIEMBRE 2025
ISSN 2393-6584 - MONTEVIDEO, URUGUAY
Pp. 1 - 40
Bolivarianismo, progreso e idea del hombre fuerte en las
conmemoraciones de la independencia durante los años
de Juan Vicente Gómez (1910-1930)
Bolivarianism, progress, and the idea of the strongman in the
independence commemorations during the years of Juan Vicente
Gómez (1910-1930)
Miguel Felipe Dorta Vargas
1
Universidad Pedagógica Nacional, Campus Morelia, México
https://orcid.org/0000-0002-5693-7826
DOI: https://doi.org/10.25032/crh.v11i21.2578
Enviado: 9/5/2025
Aceptado: 9/12/2025
Resumen: Entre 1910 y 1930, durante el gobierno de Juan Vicente Gómez se llevaron a
cabo los festejos de la independencia de Venezuela, la cual fue entendida, según la
historiografía de inicios del siglo XX, como un largo proceso que inició en 1810 y culminó
en 1830 con el comienzo de la nación independiente. Para comprender la magnitud de las
conmemoraciones patrias, el gomecismo recurrió constantemente a los elementos de la
historia patria, así como también al análisis científico que proporcionaba el positivismo
imperante en la época para afirmar el pasado y su proyección a futuro. En esta elaboración
de la escritura de la historia, muchos intelectuales gomecistas aprovecharon la
oportunidad para mantener el eco de aquellas formas decimonónicas de interpretar el
1
Doctor en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora
(2018). Profesor e investigador en la Universidad Pedagógica Nacional. Miembro del Sistema Nacional de
Investigadores de la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación (SECIHTI) (2020). Sus
principales líneas de investigación son: usos políticos de la calle, construcciones memoriales en los contextos
nacionales en la Hispanoamérica y cultura de paz, entre los siglos XIX y XX. Entre sus publicaciones
recientes, están: «Para enseñarle a los nuevos ciudadanos. Los catecismos políticos en la construcción de la
república de Colombia» (2024), «La búsqueda de un lugar de memoria para la Revolución mexicana»
(2021); «“Tan unidos hoy por los vínculos de origen”. El restablecimiento de las relaciones diplomáticas y
comerciales entre Venezuela y España, 1820-1846» (2021), Quimeras nacionales en tinta y papel.
Imaginarios de lo nacional en la Venezuela decimonónica. Una mirada a través de las revistas ilustradas
(BanCaribe y ANH, 2018) y ¡Viva la arepa! Sabor, memoria e imaginario social en Venezuela (2015,
ganadora del Tenedor de Oro a la publicación gastronómica por la AVG en el 2016).
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pasado a través de las edificaciones de los grandes héroes; sin embargo, el positivismo de
Laureano Vallenilla Lanz le brindó al gomecismo la posibilidad de hacer una
interpretación más acorde con los intereses de poder que buscaba a través de la polémica
concreción histórica del «cesarismo democrático».
Palabras clave: idea del hombre fuerte, fiestas de la nación, usos políticos del pasado,
bolivarianismo.
Abstract: Between 1910 and 1930, during the government of Juan Vicente Gómez, the
celebrations of Venezuela’s independence were carried out. According to early twentieth-
century historiography, independence was understood as a long process that began in
1810 and culminated in 1830 with the emergence of the independent nation. To convey
the magnitude of the patriotic commemorations, the Gómez regime constantly drew on
elements of the national historical narrative, as well as on the scientific analysis provided
by the prevailing positivism of the time, in order to affirm the past and its projection into
the future. In this process of crafting historical writing, many pro-Gómez intellectuals took
the opportunity to preserve the echo of nineteenth-century ways of interpreting the past
through the exaltation of great heroes; however, Laureano Vallenilla Lanz’s positivism
offered the Gómez regime the possibility of constructing an interpretation more in line
with the power interests it sought to advance, particularly through the controversial
historical formulation of «democratic Caesarism».
Keywords: idea of the strongman, national holidays, political uses of the past,
Bolivarianism.
1. Introducción
¿Acaso el uso político del pasado, en aras de una construcción de «horizontes de
expectativa» del gomecismo lo podemos ver en las conmemoraciones del centenario del
pasado independentista y en la formulación desde el Estado de la idea de «hombre
fuerte»? ¿Cómo los intelectuales de la tercera generación del positivismo venezolano
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aportaron a la transformación del culto al padre la Patria? Este trabajo busca analizar
críticamente cómo fue la evolución de la escritura de la historia durante las celebraciones
de la independencia de Venezuela, en particular a través de la pluma de uno de los
máximos ideólogos y apologistas de la larga dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-
1935), como lo fue Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936). Del mismo modo, se intenta no
perder de vista la fuerte intromisión del culto a Bolívar, entendido como bolivarianismo,
en el discurso festivo centeañero; el cual se había gestado y modificado a lo largo del siglo
XIX y que logró su formulación definitiva en los años de la dictadura de Gómez. Dicha
elaboración de este culto civil, y gracias al uso de la ciencia positiva, sentó las bases del
militarismo teórico venezolano en la célebre idea el «gendarme necesario», como
explicación de la necesidad de lograr lo soñado por los libertadores a través de su síntesis
histórica del «hombre fuerte», sustentada y producida por el intelectual orgánico referido
en líneas anteriores. Todo ello, sin abandonar por completo la historia oficial en su uso
público; lo cual genera un conflicto entre lo ideológico del Estado y lo científico de la
propuesta histórica.
¿Laureano Vallenilla Lanz recurrió a algunas estrategias retóricas e historiográficas
del pasado para resemantizar la figura de Bolívar como precursor de un militarismo
autoritario en Venezuela? Consideramos que la «trampa celebratoria» de los centenarios,
inicio y consumación de la independencia venezolana, permitió que, a través de sus
«espacios de experiencias» escritos en memoria histórica del país, se fijaran los insumos
necesarios para producir y conducir ese afectivo discurso de «horizontes de expectativas»
tomando la consideración de Kosselleck que tienen los oficiantes de las fiestas en
cuestión: la explicación irrenunciable de la necesidad de un «César bueno», como lo quiso
la independencia y el Libertador, Simón Bolívar, ante un pueblo incapacitado de decidir
sobre su devenir. Resaltamos que este trabajo se inscribe en la línea de las construcciones
memoriales y las prácticas celebrativas de las naciones y sus proyectos políticos en
Hispanoamérica.
2. Sobre la independencia y la construcción de la historia fundacional en
Venezuela
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Después que se constituyó la república Venezuela en 1830, el colofón de la unidad nacional
ha reposado en el mito de la independencia y el culto al padre de la patria, Simón Bolívar,
los cuales se han extendido hasta nuestros días. Sobre estos motivos históricos
dicotómicos se desarrollaron las ideas e identidades políticas hechas en las cabezas de las
élites de los nuevos venezolanos que recién habían abandonado sus vínculos cuasi
fraternales con la monarquía hispana. En las primeras décadas de la república, aquellos
sucesos y hombres de la reciente guerra fueron susceptibles a las interpretaciones
formuladas por los grupos gobernantes y subalternos de manera indistinta, en aras de
consolidar el deseo efervescente que trajo consigo la utopía de la nación y la consagración
del ciudadano. Así, la instrumentalización del pasado nacional se vio en el denominado
culto a la independencia, cuya síntesis reposará en la veneración a Bolívar como héroe
supremo y a su panteón de hombres de armas.
La memoria de la nación, como labor pedagógica fomentada, buscó inculcar una
identidad que vinculara el nuevo proyecto de Estado y las colectividades del país, por lo
que las élites tomaron los relatos de los años de la independencia y la figura del Libertador
como un recurso discursivo para la gestación y divulgación de diversas lecturas para
controlar la imaginación del pasado, en el radio de los campos simbólicos y de la
socialización pública de aquellas sensibilidades políticas a flor de piel de los connacionales
u otro desvivido por el discurso nacionalista que habitara fuera de las fronteras de
Venezuela.
La exaltación por el triunfo del proyecto republicano que aún estaba viva, después
de la candente guerra publicitaria que se dio en los diarios y carteles durante los años de
independencia (Guerra, Modernidad 120), aportó la dosis emocional necesaria para la
materialización del mito de la nación en Venezuela. Aun cuando para los primeros civiles
y militares liberales venezolanos herederos del legado independentista la naciente
república de 1830 se encontraba devastada y arruinada, mostrando ante sus ojos un
tránsito de la calamidad y sufrimiento. Esto se puede leer en palabras de Pablo Urbaneja,
enviado del gobierno de José Antonio Páez (1830-1835), para el sostenimiento de la
república en la región central en 1832:
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La gestión de gobierno no se puede realizar en ninguna de las ciudades, por la falta de los
recursos mínimos. No hay mesas, no hay sillas, no hay muebles del archivo, no hay escaparates,
no hay bandera nacional, muchas veces sin puertas y sin ventanas, derrumbados los techos y
perdida toda la pintura de las paredes, no hay establecimiento, llámese Prefectura o Pagaduría,
que no sea una pobre covachuela.
2
El país no se veía bien ni en su estado material ni en el espiritual. En la
correspondencia que le envía el comerciante holandés, David Ten, al Secretario de
Interior, José Santiago Rodríguez, el 22 de octubre de 1836, afirma: «En cada parte viven
en dejadez, sin preocuparse por lo que pasa en las otras partes, y no hay manera de
llevarles una idea para que cambien como viven. Es igual que si es de mañana o de tarde,
o si hay tranquilidad o pelea en las otras partes, en lo que no se importan ni saben lo que
pasa, por estar en su apartamiento».
3
Venezuela se desdibuja en un mar de urgencias, lo
que evidenciaba su torpeza administrativa como república independiente en sus primeros
años. Ni materiales ni hombres había en el país para arrancar de una vez por todas el
proyecto. Pareciera que el ideal era más problemático en su instalación que las soluciones
esperadas después de diez años de guerra, que fueron innecesarios aquellos júbilos
patriotas por cada batalla ganada en el sueño de una nación libre.
A pesar de ello, en los relatos patrios de esa primera década se mostraba con orgullo
el radicalismo emanado de la independencia; el culto a la nación y a la patria chica y los
motivos que los separaban cada vez más del pasado colonial, entendido como un tiempo
funesto y lleno de imperfecciones. En las fiestas conmemorativas, los editoriales y en las
versadas opiniones en la prensa, la independencia se transformó en un lugar sagrado, cuyo
porvenir se encontraba en las andanzas del patriarca de aquella empresa.
En esta recurrente evocación a la independencia se instaló en el recuerdo amoroso
a la figura de Simón Bolívar; cuyas convenciones narrativas en la prensa, siempre se
manifestaban como un lamento por haber dejado al héroe a un destierro al final de sus
días. Un ejemplo de ello lo proporciona un aviso en El Venezolano, diario del recién
2
Pablo Urbaneja al Presidente de la República, Valencia, jun. 10, 1832. Archivo General de la Nación,
Caracas, Sección: Interior y Justicia, t. XXX, fol. 90.
3
Correspondencia de David Ten, del comercio de los Países Bajos, al Secretario de lo Interior, Caracas, oct.
22, 1836. Archivo General de la Nación, Caracas, Sección: Interior y Justicia. t. CXX, fol. 25.
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fundado partido liberal, contrario a la administración de Páez, del 2 de noviembre de
1840, en el que se indicaba a sus suscriptores:
La América y especialmente Venezuela tienen la dicha y el orgullo de que Bolívar, famoso
capitán del siglo, filósofo y literato, viera la primera luz bajo el cielo. Sus amigos, sensibles a la
gloria de la patria, se han propuesto reunir en un tomo todos los escritos del inmortal Bolívar,
como particular, magistrado y general, para que la posteridad tenga el retrato moral, militar y
político del primer hombre del nuevo mundo. Tenemos reunidos preciosos materiales, muchos
de ellos inéditos, y suplicamos encarecidamente a todas las personas que posean documentos
de esta especie, se dignen proporcionárnoslos para enriquecer la obra.
4
El amor de este grupo político (comandado por Antonio Leocadio Guzmán) a su
Libertador desaparecido a temprana edad fue más allá de una simple colección de
documentos de su puño y letra, óleos u objetos personales de su vida blica, y pade
forma acelerada a volverse en el culto de un pueblo. Se trató de una nueva devoción
producida por los grupos de poder para que el pueblo dependiera de forma apasionada y
emocional (Carrera Damas, El culto) como ocurría en la religión católica con las
oraciones piadosas de los sudados cirios encendidos a los santos; mismas que al calor de
las urgencias republicanas buscaron inmortalizar al militar y conductor de tropas. La
construcción y uso de las memorias grandilocuentes tuvieron fuerza alrededor de Bolívar,
según fuese la premura en los momentos de inestabilidad política. Por ejemplo, Juan
Vicente González en 1841, quien recordaba en las mismas líneas la gloria y el martirio de
Napoleón Bonaparte, dice:
«Bolívar era entusiasta, popular, poeta. Patria mía! no tienes memorias de antiguas guerras,
de conquistas lejanas, de batallas ganadas, de empresas ni de hombres inmortales… Pero crece
en riquezas y saber, y serás una nación poderosa en recuerdos, en grandes hechos, en triunfos
y acciones heroicas… con solo el nombre de Bolívar […] Bolívar! genio creador! genio de luz y
de libertad!» (González 216).
¿Acaso la «genialidad de Bolívar» en estas convenciones literarias no determinaban
también el ingreso de Venezuela a la historia universal? ¿Era una insistencia de las élites
en asumir que con el triunfo de la independencia su nación sería moderna? ¿La
4
«Avisos. Bolívar», El Venezolano, Caracas, nov. 2, 1840, 4.
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inmortalidad universable motivó las convenciones narrativas sobre el pasado venezolano
en mostrar cómo habían logrado ser libres? El tono y la conjugación grandilocuentes en
los primeros relatos patrios de los venezolanos tuvieron su origen en el calco de narrativas
que venían de Europa, gracias a las formas de representación de la Ilustración y el
Neoclasicismo. Los estilos sirvieron para construir esquemas repletos de una pictórica
narrativa que posicionara a las nuevas naciones hispanoamericanas en la historia
universal, superando las críticas de Buffon y Hegel y, por ende, ingresando en el concierto
civilizatorio moderno (Colmenares 15-32). Las historias de la independencia, entonces
nacionalistas, fueron escritas dentro de esta epopeya discursiva, en las que se generó un
símbolo en abstracto del sentimiento de la nación ante una posible agresión extranjera a
la soberanía. La sangre, el fuego y las cenizas sirvieron para las descripciones de los
momentos de la conquista y la independencia y la actitud de los conquistadores y realistas,
definieron la memoria colectiva de las futuras generaciones de venezolanos para
consolidar la unión en lo que las élites quisieron que imaginaran de forma homogénea y
con variaciones de cada uno de los referentes políticos y culturales (Guerra, «Memorias»
16-17). El impacto de aquellos relatos nacionales, verían su versatilidad en otras
expresiones como la poesía, la opinión, la pintura histórica, entre otras.
El uso de la adoración a Bolívar en la reciente historia republicana del país Carrera
Damas lo ha sintetizado en cuatro etapas: 1) el rechazo a Simón Bolívar desde 1828 hasta
1834, hasta considerarse que su muerte, en 1830, representó el cese de la amenaza a la
libertad; 2) desde 1833 hasta 1842, año de la repatriación de los restos desde Santa Marta
Colombia), en la que se evidenció la reivindicación y la insistencia gubernamental por
parte de José Antonio Páez como recurso necesario para exaltar la obra de libertadora de
Simón Bolívar, pero, sobre todo, ante la profunda crisis económica y política de aquellos
años; 3) la maduración del culto, que va desde 1876, cuando se introducen sus restos al
Panteón Nacional, hasta 1883, cuando se celebró el centenario de su natalicio y quedó así
consagrado como héroe nacional y padre de una patria rescatada del atraso, durante los
mandatos de Antonio Guzmán Blanco, autoproclamado «Ilustre Americano, civilizador,
regenerador y pacificador»; 4) la que va hasta 1940, con la consumación de los andinos
Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, en especial este último, que buscó la conversión
del padre de la patria en la «segunda religión» de los venezolanos, como doctrina de
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Estado e institucionalizado por los positivistas, como la necesidad del hombre fuerte ante
a las infundadas amenazas a la dictadura y, posteriormente en la «democracia» gomera,
sintetizada en el gobierno de Eleazar López Contreras, exministro de Marina y Guerra del
recién muerto dictador Gómez (Carrera Damas, «Del heroísmo» 46-47).
Además de los discursos por políticos, intelectuales y artistas, el culto a Bolívar
desprendió dos formas de evidenciarse en sus prácticas simbólicas. Los liberales de la
primera mitad del siglo XIX, una vez trasladados los restos del Libertador al territorio
venezolano en 1842, insistieron en verlo como el «padre» representante de la bisagra
entre el último miembro portador de la estirpe colonial y primer republicano del país― de
una nación huérfana de rey. En la simbología de algunas prácticas litúrgicas para
recordarlo (Dorta 2015) heredadas del antiguo régimen se observa, por ejemplo, el uso del
Te Deum o los actos protocolares de la república en la cripta de la familia Bolívar en la
catedral de Caracas durante las fiestas del día de San Simón (28 de octubre), entre otros.
Mientras que, de una forma más secularizada, los liberales de la siguiente mitad
insistieron en saldar una deuda con la figura de Bolívar y con la gesta independentista
(representada en los hombres militares destacados): sus restos fueron trasladados de la
catedral de Caracas al Panteón Nacional (consagrándose este como un nuevo lugar-de-
memoria patriótico) en octubre de 1876, se institucionalizó la canción patriótica Gloria al
Bravo Pueblo como Himno nacional en 1881 en las fiestas nacionales para sustituir el
canto religioso, se estableció la estatuaria bolivariana como política de memoria y se
transformó el 24 de julio, día del nacimiento del Libertador, como la fecha de su
onomástico, que en 1883 se llevó a cabo la fiesta más importante en todo el siglo en
cuestión por su centenario de natalicio.
Con esta «recurrencia pedagógica», tal y como lo indica Mona Ozouf en relación
con las fiestas nacionales (Ozouf 261-282), el proyecto guzmancista reforzará dos
peculiaridades relevantes en la vida política venezolana. Por un lado, el mito político
liberal, se enlazó con las «construcciones memoriales» bolivarianas que venían desde los
inicios de la república, hasta verse como el representante de la unificación nacional que
fue imposible de establecer a causa de la anarquía y el caos que se había mantenido en el
país desde tiempos de la independencia. Cuando en realidad todo respondía a una
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estructura caudillista que Guzmán Blanco había creado en todo el país con caudillos
locales y subalternos que le demostraban compromiso, intereses, obediencia y lealtad
sentimental dentro del Gran Partido Liberal Amarillo (Urbaneja 137-141). Por el otro, el
personalismo político, ya que el mismo Guzmán Blanco será, entonces, el custodio
auténtico de los ideales del movimiento independentista, y Bolívar, el anhelante del casi
desaparecido del proyecto. Las figuras del caudillo liberal y del Libertador, en algunos
momentos, aparecieron unidas y, en otros, la del mismo Ilustre Americano equiparaba a
la del Libertador.
De esta manera, la construcción del culto a Bolívar fue elevada en términos de la
moral y la conducta de la vida ciudadana: todo aquel que sintiese entusiasmo por la nación
se terminaba considerando «bolivariano» por encima de las demás necesidades
ciudadanas universales libertad, democracia, constitución, republicanismo, etcétera―:
prolegómenos de una autocracia donde la vida de sus nacionales quedaba supeditada a las
decisiones de un solo hombre. En pocas palabras, se trató de un camino por donde los
venezolanos debían echarse a andar en el transcurso de sus días y sus generaciones
futuras. Una penitencia para aquellos que se salieran de los márgenes que había
construido, con buenos deseos, las reglas que impone la «religión civil»
5
bolivariana
(Castro Leiva 98).
El bolivarianismo de fines del siglo XIX también tuvo repercusiones en las formas
de leer el pasado del país y su codificación nacionalista. En el caso de la historia
romántica,
6
que pretendía superar aquellos relatos nacionales que explicaban la
5
La conceptualización de «religión civil» que nos interesa la tomamos del sociólogo Robert Bellah, quien
afirma que las organizaciones políticas modernas tomaron elementos virtuosos que les permitieron
construir costumbres republicanas; todo ello, a través del fomento de un lenguaje simbólico en la sociedad
que les permitió integrar a los grupos en un mismo horizonte político y moral (en el caso de EUA, sería la
constitución, las leyes y las instituciones). En el caso venezolano, para Carrera Damas, su conceptualización
de la «segunda religión» es un poco doméstica tomada de unas apreciaciones que realizaron algunos
intelectuales venezolanos bolivarianos y custodios del culto, como lo fueron Manuel Díaz Rodríguez y
Santiago Key-Ayala (Carrera Damas, El culto 61-62n*). En nuestro caso, consideramos que la ambigüedad
entre monarquismo, dictadura y democracia que desató el debate constitucional de 1818-1821 para construir
la república de Colombia, terminó por la imposición de la misma voluntad de Bolívar. En esos años y los
posteriores de candente discusión sobre la nación, la idea de esta recayó en la figura del Padre de la Patria
como conductor y difusor de los principios éticos de la idolatría nacional a través de sus rituales y símbolos
sacralizados del catolicismo y que poseen un grado de verdad irrefutable (Linz 2006), amalgamando las
virtudes republicanas necesarias y necesitadas en la figura de un hombre.
6
Para mayor información, véase Carrera Damas («Historiografía»).
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formación de la nación y los ideales liberales, puso énfasis (a pesar de su falta de rigor y
de aparato crítico-metodológico) en la reconstrucción del pasado sobre la base de los
sentimientos y la irracionalidad, en una sobrevaloración del período independentista
como auténtico, a fin de construir el mito fundacional de la nación con la finalidad de
establecer una identidad colectiva y sentimental; ejemplo de ello, en la novela histórica de
Eduardo Blanco, Venezuela heroica, publicada y presentada durante las celebraciones del
centenario del nacimiento del Libertador en 1883, se privilegiaron las hazañas militares y
bélicas en las que participó el general de tropas.
Los positivistas de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX (muchos de
ellos formados en esa corriente filosófica en las universidades venezolanas o europeas)
contribuyeron en el afán de establecer el ethos científico en sus explicaciones a través de
la deducción objetiva de los hechos históricos para guiar el devenir positivo de las
sociedades en su búsqueda del progreso, el orden y la paz. Sin embargo, con esta pesada
herencia de la historia patria, cuando trataron de explicar del pensamiento y acción de
Bolívar, apelaron al mesianismo de las décadas anteriores y fijaron la imperiosa necesidad
de la consumación de una dictadura para un pueblo que, irremediablemente, no tenía las
herramientas necesarias para otra «mayor suma de felicidad posible», como lo aseguró
Bolívar en 1819.
3. A propósito del positivismo venezolano y Vallenilla Lanz
A finales del siglo XIX y principios del XX, el positivismo se había consolidado como una
ideología dominante en el campo intelectual venezolano, impregnando a instituciones
como la Universidad de Caracas, el Instituto Nacional de Bellas Artes y, por supuesto, el
Ejecutivo de la República.
7
En este contexto, la joven corporación encargada de velar por
la organización del pasado nacional, la Academia Nacional de la Historia (ANH), fundada
en 1888 bajo la presidencia de Juan Rojas Paúl, destacó por reunir a una variedad de
historiadores románticos, anticuarios, liberales y, por supuesto, positivistas. Estos
intelectuales, aunque tenían diversos estilos y áreas de interés en sus estudios, no dejaban
de tener presente una misma dirección: el relato alineado con el canon nacional centrado
7
Para mayor información, véase Sosa («Positivismo»).
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en la figura fundacional del Padre de la Patria y la Independencia, tal y como lo reflejaban
los trabajos de los anticuarios Arístides Rojas y José E. Machado, del liberal Francisco
González Guinán, o del positivista Laureano Vallenilla Lanz, este último exaltado por el
gomecismo.
Si bien hubo una marcada transformación en los estudios históricos entre los
primeros positivistas y la tercera generación integrada por José Gil Fortoul, Pedro
Manuel Arcaya, César Zumeta y, por supuesto, Vallenilla Lanz―, especialmente en la
construcción de un método basado en las fuentes primarias; no es falso indicar que rara
vez dejaron de tener presente a la nuez fundacional venezolana, por lo cual su escritura de
la historia siempre pasaba por el tamiz de la apología al Libertador. Por otra parte, en la
cuestión del manejo de las fuentes, estos representantes de la intelligentsia nacional
consiguieron en el pasado un mar profundo de datos empíricos de la realidad venezolana
para desarrollar sus «leyes» (tal y como lo indicaba el método de la ciencia positiva) de la
incipiente sociología que estrictamente del quehacer histórico sobre lo cual
regresaremos más adelante―. La perspectiva de este grupo, junto con los cargos que
ocuparon en la administración de Gómez (1908-1935), hizo que se consolidaran como
ideólogos de su dictadura, como asegura Arturo Sosa (Sosa, La filosofía…), hasta volver al
positivismo una filosofía política de Estado.
Quizá el que más resalta de los cuatro, será Vallenilla Lanz. Su primera incursión
en la política nacional fue durante la administración de Cipriano Castro (1899-1908):
primero, como defensor del gobierno durante la incursión militar del banquero Manuel
Antonio Matos conocida como la Revolución Libertadora de 1901 a 1903 y la última
guerra civil en el país y, segundo, como cónsul de Venezuela en Ámsterdam en 1904.
Para ese entonces, ya Vallenilla Lanz tenía 34 años y, al poco tiempo, empezó con
curiosidad intelectual a tener contacto con la sociología de René Worms en París (Plaza,
«Fue una guerra…»).
El grupo de Worms, surgido como una reacción contra las doctrinas de Spencer y
Marx a finales del siglo XIX, intentó elaborar modelos de interpretación que concebían a
la sociedad como un organismo, pero no logró posicionarse como una ciencia sociológica
por el peso que tenían el positivismo en sus supuestos (Collins 47). Por el contrario, la
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escuela de Emile Durkheim (1895), a través del análisis de las tasas de suicidio; la
comparación sistemática de las correlaciones y las causas en una diversidad de fuentes del
pasado y de la realidad, la formulación de hipótesis, entre otros aspectos una disciplina
social de experimentación (Collins 49) pudo sentar las bases que lo cultural y lo simbólico
fundamentaban los lazos de solidaridad y afecto en los grupos sociales (Alexander 23). Ya
para la primera década del siglo XX, la escuela que abrazaba teóricamente Vallenilla Lanz
había sido desplazada por la durkheimiana. Aun así, en 1920, el autor venezolano se siente
comprometido con este saber:
Pero la serenidad de criterio, la ausencia de prejuicios y de pasiones a que he llegado a fuerza
estadio y de observación […] me alejan de ese ambiente en que toda curiosidad científica
desaparece. Yo no concibo al bacteriólogo que odie a unos microbios y sienta amor por otros
Hay que estudiarlos, analizarlos, seguirlos en su evolución, sin otra pasión, sin otro interés que
los de extraer de la observación toda la utilidad posible en bien de la humanidad; y es también
esta la misión del historiador y del sociólogo (Vallenilla Lanz, «Cesarismo…» 266).
Vallenilla Lanz, en afirmaciones como esta, se mostraba como un sociólogo afinado
y conocedor del método positivista. Estos argumentos, que tres décadas atrás habrían
alcanzado un fuerte impacto y gran notoriedad, para 1920 ya se percibían como simples
ideas vetustas. Las lecturas fervorosas a la metafísica de Comte y de los postulados de
Ernest Renan quien decía que la pretensión del positivismo era «organizar
científicamente la humanidad» (Renan 30), habían sido superados en universidad
europeas. Algo similar ocurrió con el manual de Langlois y Seignobos, Introducción a los
estudios históricos para explicar su método a la historia (1898), el cual tuvo una notoria
relevancia en aquellos os por su explicación de tipos de fuentes históricas, el análisis
interno y externo a realizarse y la distinción entre las verdaderas de las falsas. Pero su
anclaje a la dimensión política y episódica en las singulares historias nacionales y la
búsqueda por construir un programa unificador de las ciencias sociales desde la supuesta
valoración científica que tenía la necesidad de irremediablemente ir a los orígenes del
pasado, lo destinó a severas críticas entre 1906 y 1929 (Domínguez 2020). Al parecer, las
bases teóricas y metodológicas con las cuales el autor venezolano sustentaba sus
afirmaciones sociológicas estaban en franca decadencia en los centros de estudios
europeos. Aun así, en Venezuela, Vallenilla Lanz marcará una profunda brecha entre sus
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análisis científicos y las historiografías tanto romántica como tradicional que hasta ese
momento se habían desarrollado.
En 1910 tanto la realidad de Venezuela como la del mismo intelectual cambiaron.
Él regresó a Caracas y dio por concluida su misión diplomática; mientras que el país ya
estaba bajo la tutela del general Juan Vicente Gómez, tras un arrebato militar que se
impuso el 19 de diciembre de 1908 y en el que destinó a su compadre y antiguo gobernante,
Cipriano Castro, a un miserable exilio hasta 1924. Bajo el nombre de Regeneración
Nacional se conoció el régimen y, en su mensaje dirigido a los venezolanos, indicó:
«Tengamos presente que las violencias que inspiran las pasiones desbordadas son el
contrasentido de la civilización y que la fórmula de la República es la que se encierra entre
la modestia y el ardiente patriotismo» (Gómez, «General Juan…» 4). Patriotismo y
contención de las pasiones estuvieron en la lupa del general durante 27 años.
En la nueva administración, Vallenilla Lanz tuvo una muy buena recepción por
parte de la sociedad lectora por obtener el primer premio del Certamen Literario para
conmemorar los cien años del 19 de abril venezolano. Así logró la atención del general
Gómez y comenzó a ocupar algunos cargos de importante relevancia: superintendente de
Instrucción Pública en 1910; director del Archivo Nacional entre 1913-1915 y, la dirección
de El Nuevo Diario (1915-1931), tribuna oficialista. Desde allí, Vallenilla Lanz será
temerario en sus opiniones o interpretaciones sociológicas sobre la «necesidad orgánica»
de un hombre como el general Gómez; también un apologista asalariado del régimen (Pino
Iturrieta, Positivismo 1978), cuyo compromiso lo llevó a ser indestructible defensor de
la dictadura (Sosa, La filosofía…; Plaza 1996) y, a veces, un delator de sus enemigos o de
uno que otro crítico del régimen.
4. La gran fiesta fundacional ¿o a la pax gomecista?: memoria y progreso
Juan Vicente Gómez había sido muy preciso en lo que quería para la celebración del
centenario de la Independencia cuando dice, el 13 de octubre de 1909: «Nos acercamos al
Centenario de nuestra Independencia; y yo no creo que pueda haber una ofrenda mejor,
ni más excelsa, en el propósito de conservar la paz y hacer de Venezuela [una] nación
civilizada, progresista y feliz» (Gómez, «Carta» 35). La conmemoración no tuvo los
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esplendores de otras naciones ni los de otras épocas en el pasado. 1910 y 1911 fueron años
muy importantes para la reorganización de la memoria nacional, ya que, por un lado, el
23 de julio de 1909 se aprobó la Ley de Fiestas Nacionales, que estipulaba a los días 19 de
abril, 5 de julio y 24 de julio como fechas patrias y, por el otro, era el momento propicio
para presentarse las metas de «Paz y Unión» del régimen gomecista ante el mundo.
El Ejecutivo Nacional para festejar el «Centenario de la independencia de
Venezuela» elaboró un cronograma que iba desde el 19 de abril de 1910 hasta el 24 de julio
de 1911, con ello agrupaban las fechas más importantes dentro de la cronología nacional-
bolivariana dentro del programa: arrancaba el 19 de abril de 1810 una fecha en explicaba
el primer momento de «autonomía», según las resoluciones de la historia tradicional―
hasta los 128 años del natalicio del Libertador (24 de julio). Las diversas actividades
organizaron la presencia e imagen del nuevo gobierno a través de festivales, banquetes,
congresos, concursos, conferencias, develaciones de estatuas; también inauguración de
monumentos, de exposiciones pictóricas, publicaciones auspiciadas por el Estado y de
nuevos edificios, entre otras, a los ojos de las delegaciones diplomáticas de Bolivia,
Colombia, Ecuador, España, Estados Unidos, Perú, y las misiones especiales de Alemania,
Argentina, Bélgica, Brasil, Cuba, Italia, Haití, México y hasta una curiosa delegación del
pueblo indígena Guajiro, buscando dar cuenta de una Venezuela pacificada y cosmopolita.
En 1910 el suceso historiográfico más importante en la fiesta nacional fue el
Certamen Literario para conmemorar el 19 de abril de 1910,
8
cuyo ganador fue Laureano
Vallenilla Lanz. Es importante decir que esta fecha había generado controversias entre los
historiadores liberales de finales del siglo XIX, dada su naturaleza de juntismo de fidelidad
a Fernando VII expresado ese día y lo poco o nada tenía que ver con el movimiento
independentista. Afirmaban que su incorporación a las efemérides había sido por una
lectura errónea en uno de los escritos del mismo Bolívar y que, aun así, el Congreso de la
República de 1834 decretó que se incluyera el «19 de abril» y «5 de julio» como «grandes
8
El Certamen Literario se organizó el 12 de abril de 1909, con la finalidad de asentar aún más la fecha
histórica. Con un jurado compuesto por los intelectuales positivistas más reconocidos en el país, se
dictaminó que el ganador de la prosa había sido Laureano Vallenilla Lanz con un trabajo titulado Influencia
del 19 de abril en la independencia suramericana y, en el caso de la poesía, resultó ganador el poeta zuliano
Ismael Urdaneta con su poema Los Libertadores, tal como se anuncia el 19 de abril de 1910. «Sueltos
Editoriales. El Certamen literario», El Cojo Ilustrado, Caracas, jul. 15, 1911, 256.
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días nacionales y formarán época en la República».
9
Casi un siglo después de lo estipulado,
la tradición inventada tomando los planteamientos de Hobsbawm― era santo y seña en
la retórica nacionalista y bolivariana, tal y como lo acordó la ANH en 1909: «La revolución
verificada en Caracas el 19 de Abril de 1810 constituye el movimiento inicial, definitivo y
trascendental de la emancipación en Venezuela» (43). La convención de la fecha fue más
reforzada gracias a los análisis de Vallenilla Lanz; quien en su ensayo Influencia del 19 de
abril en la independencia suramericana y dedicado «Al Señor General Juan Vicente
Gómez, Presidente de los Estados Unidos de Venezuela», afirma:
El 19 de abril de 1810 no ha sido considerado hasta hoy, sino como la fecha inicial de la
emancipación Hispano-Americana; pero si nos fijamos un poco en los documentos de aquellos
días memorable, encontramos también que de ella arranca nuestra evolución institucional, que
condujo necesariamente á los ilustres creadores de la nacionalidad á la adopción del sistema
republicano sobre las bases de la democracia y del federalismo.
10
Con esta nueva interpretación se estableció no solo el día, sino una nueva lógica
en las principales causas de la independencia en el continente hispanoamericano; dejó de
ser considerada como hija de las abdicaciones de Bayona para entenderse como
expresiones espontáneas después del movimiento ilustrado caraqueño. Mismo que, dada
la recepción de influencias de las ideas tradicionalistas de la ilustración española y de los
principios del jacobinismo francés, confirmó el «derecho histórico». Para el autor, Caracas
fue la «cuna» del movimiento autonomista nacional y, posteriormente, ejemplo de las
9
Los historiadores clásicos de la primera mitad del siglo XIX habían desconocido al 19 de abril, ya que ellos
coincidían en que había sido una fecha fernandina y que el hito fundacional de Venezuela había sido el 5 de
julio, con la firma del acta de Independencia. Para 1877 se desarrolló el Certamen Nacional Científico y
Literario auspiciado por el gobierno de Francisco Alcántara, con la finalidad de aclarar la gran interrogante
«¿El 19 de abril de 1810 es o no el día iniciativo de nuestra independencia nacional?». Los trabajos ganadores
fueron los de Arístides Rojas, Rafael Seijas y S. Terreno Atienza, los cuales fueron publicados en La Opinión
Nacional del 28 de octubre, a propósito de la fiesta de San Simón. En realidad, se intentaba incorporar la
fecha a las efemérides patrias, pero, y más contundentes, los escritores desconocían la importancia del día.
En primer lugar, porque no se presentó la figura de Simón Bolívar al tumulto caraqueño de hace 67 años
atrás y, en segundo, porque la fecha representaba las ideas francesas que algunos venezolanos (como José
María de España, Pedro Gual y Francisco de Miranda) habían acariciado en sus conspiraciones e invasiones
para protestar contra el mal gobierno. Incluso, Terreno Atienza intentó ir más allá diciendo que había que
eliminar la fecha de las orlas del escudo nacional. Lo que evidencia que aún durante más de la segunda mitad
del siglo XIX, el 19 de abril se consideraba una fecha pro monárquica (Almarza; Leal Curiel).
10
Laureano Vallenilla Lanz, «Influencia del 19 de abril de 1810 en la independencia Sur-Americana», El
Cojo Ilustrado El Cojo Ilustrado, Caracas, abr. 15, 1910, 241.
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demás independencias en las provincias hispanoamericanas. Dejando por sentado la
internacionalización de la lucha venezolana, afirmó:
«[Caracas] la primera en destruir de hecho y de derecho á los representantes de España en
América y en declarar la autonomía de las colonias, rompiendo así los vínculos que las ligaban
con la Metrópoli. Fue ella también la primera en dar una doctrina y en proclamar un derecho
revolucionario, delineando las formas precisas del sistema de gobierno que había de
implantarse en todos los pueblos Hispano-Americanos»
11
.
Aun así, su visión teleológica no lo separó de la insistencia crítica y aseveró que
las glorias de aquel abril de 1810, «después de una centuria» se habían consolidado las
bases de su soberanía y nuestras tradiciones en paz, refiriéndose al gobierno del general
Gómez.
Echando una mirada a la prensa caraqueña, se dio una importante difusión del
canon nacionalista que guardaban las fechas del alusivo cronograma. La revista El Cojo
Ilustrado, cuyo tiraje era de 4 000 ejemplares y que tenía un alcance sustancial a las
ciudades del interior de país como también en los países vecinos, dedicó 52 páginas
quizás su número más largo hasta ese momento para homenajear el 19 de abril
centeañero. El texto de Vallenilla Lanz apareció junto a otros artículos inéditos escritos
por los más respetables positivistas que colaboraban en la revista, lo que permitió ver el
nombre del autor al lado de la intelectualidad venezolana de la época.
Sin embargo, sus ideas se envolvieron en un aura de temas nacionalistas muy
alejada de la acuciosidad científica que pregonaba. Entre los fotograbados que ilustraron
el número, estaba el Escudo de armas de Carlos V, utilizado por el primer Ayuntamiento
de Nueva Cádiz en el antiguo territorio venezolano en 1528; el actual Escudo de Caracas
de 1766; el cuadro de Nuestra Señora de Caracas, la pintura más antigua de Caracas
(1766); el primer billete de la naciente república venezolana (1811); un autógrafo de José
Félix Ribas; el retrato del jurista Juan Germán Roscio, responsable de la redacción del
Acta Solemne de Independencia en 1811; el general Mariano Montilla, uno de los
conspiradores en 1808, y el cuadro de Arturo Michelena, Miranda en La Carraca (1896).
11
Vallenilla Lanz, «Influencia», El Cojo Ilustrado [Caracas, Venezuela], abr. 15, 1910, 245.
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También se reprodujeron, por primera vez, algunos objetos de la época de aquel 19 de
abril, como las mazas de armas del Cabildo y el Ayuntamiento de la ciudad de Caracas;
algunas vistas de la antigua Plaza Mayor, donde se desarrolló el tumulto en 1810; la
pintura de historia de Juan Lovera, El tumulto del 19 de abril de 1810 (1835) y la casa de
San Mateo donde murió Antonio Ricaurte en 1814. Otras pinturas relacionadas con la
crisis monárquica, como el retrato de la familia real de Carlos IV y la pintura de historia
de Carle Vernet, Napoleón a las puertas de Madrid en 1808 (1810), con la finalidad de
establecer a la independencia de Venezuela como hija de la Revolución Francesa. Aunque
Bolívar históricamente no participó en la Junta del 19 de abril de 1810, en la revista se le
rindió un homenaje a su memoria. Así se reprodujo un retrato del Libertador de 1810
durante la misión diplomática en Europa; un dibujo de la Casa donde nació entre las
esquinas de San Jacinto y Traposos, otro de la Plaza de San Jacinto, donde Bolívar actuó
desafiante contra las fuerzas telúricas que golpearon la ciudad en 1812. También se
publicaron algunos textos vinculados a la gloria de Bolívar, como su hoja militar y algunos
fragmentos del Diario de Bucaramanga de Luis Perú de Lacroix (incluyendo su índice),
así como otros escritos, contemporáneos o no, sobre el 19 de abril.
12
Las lecciones
positivistas de Vallenilla Lanz, para bien o para mal, terminaron por integrarse en ese
mismo discurso histórico nacionalista-bolivariano que se buscaba en la interpretación del
pasado; ya que hacía a los lectores una idea de universalidad que «escondía» hasta la
aparición de su texto la gesta venezolana para toda Hispanoamérica.
12
Del mismo modo, se publican las observaciones de los historiadores contrarios y a favor del 19 de abril de
1810. Los primeros se concentran en una publicación, bajo el título «El 19 de abril relatado por historiadores
realistas», en los que se incluyen fragmentos de Recuerdos sobre la rebelión de Caracas de José Domingo
Díaz (1829), Historia de la Revolución Hispano Americana de Mariano Torrente (1829), Relación
documentada del origen y progresos del trastorno de las Provincias de Venezuela hasta la exoneración del
Capitán General Don Domingo Monteverde por Pedro de Urquinaona y Pardo (1820) y Memorias sobre
las Revoluciones de Venezuela de Francisco Heredia (1893). Y, para la contraparte, «El 19 de abril relatado
por historiadores patriotas», sobresalen las partes escogidas de Compendio de la Historia de Venezuela de
Francisco Javier Yanes (1840), Historia de Venezuela de Feliciano de Montenegro y Colón (1843), Resumen
de la Historia de Venezuela de Rafael María Baralt y Ramón Díaz (1841), Biografía de José Félix Ribas de
Juan Vicente González (1865) y partes de dos trabajos contemporáneos de los historiadores del gimen
gomecista, como lo son, Historia Contemporánea de Venezuela de Francisco González Guinán (1909) y, el
Discurso de Recepción en la Academia Nacional de la Historia de Ángel César Rivas (1909), quien buscó
reforzar la idea de que la independencia fue un proceso continuo que sentó las bases democráticas de la
república y que, en 1910, ya estaban presentes con el gobierno de Juan Vicente Gómez. También se inclu
una sesión titulada «Los autores del 19 de abril de 1810», en la que se incluyeron biografías tomadas de los
libros de Arístides Rojas y de Ramón Azpúrua para los hermanos Francisco y Vicente Salías, José Cortés
de Madariaga, el presbítero revolucionario y Juan Germán Roscio, el jurista patriota.
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Ahora bien, es importante tener en cuenta que, en un momento altamente cargado
de la emotividad necesaria para construir los «lugares de memoria» (Nora 2008) como
pueden ser los centenarios, lograron transformar un recuerdo (doloroso) en algo vivo para
aquellos que se encontraron bajo el aura de la cohesionadora identidad política y los
valores cívicos. Misma que, en el caso de la independencia, era entendida dentro del
sustrato del discurso de lo nacional; es decir un relato de comunión entre los vivos y los
muertos (Pérez Vejo 298). Bajo esta premisa, el guion de la religión civil tuvo una fuerte
carga bolivariana tanto en sus prácticas conmemorativas como en lo que se encontraba
institucionalizado relativo a la historia blica. Misma carga que se observó en el
imperante saber histórico (positivista y científico), cuyo revisionismo no escapó de la
efigie de Bolívar y su empresa libertadora, ni de su historia patria.
Uno de los aspectos que guardó mucha importancia con lo anterior y la pedagogía
de la memoria o de las políticas de la memoria, fueron las transformaciones de los espacios
públicos con obras monumentales que inspiraban la relevancia del grupo político que
ostentaba el poder en ese momento. Lo eternizado por el frío mármol y el bronce, además
de lo performático de los actos, serán elementos con estrecha relación a lo esperado por el
discurso historiográfico.
Si damos un vistazo a 1910, podría decirse que había muy poca planificación para
la fiesta nacional por parte del gobierno, que apenas tenía un año y escasos meses en
ejercicio. Pero a través de decretos se proyectaron algunas construcciones de obras y la
creación de nuevas instituciones para enarbolar la patria festejada bajo el nacionalismo
heredado del siglo XIX. Por ejemplo, se anunció por disposición presidencial la
adquisición estatal de la antigua casa donde nació Simón Bolívar gracias a una colecta
popular (114.362 bolívares en 1912) para rescatarla de su abandono y fundar lo que sería
el «nuevo» Museo Boliviano; dicha iniciativa cultural se trataba más bien de una
refundación entre la colección de los objetos pertenecientes al Libertador (atesorada
personalmente por Antonio Leocadio Guzmán desde 1840) que se encontraban en el Salón
Bolívar (1883) y que luego se integró al viejo Museo Nacional, aunado a lo relativo de arte
nacional (retratos o pinturas de historia encargadas) que se habían ido sumando hasta la
fecha. Sin embargo, el museo no se pudo ubicar en la mencionada casa, sino en el edificio
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destinado para la Biblioteca Nacional, entre las esquinas La Torre y La Principal del
cuadrante de la Plaza Bolívar, y su apertura fue el 24 de junio de 1911, con la presencia de
Gómez. En su reseña se dice: «A la entrada, en el vestíbulo, en tosca piedra berroqueña,
la pila bautismal que sirvió a cristianar al Héroe; junto a ella, algunos grandes trozos de
fortalezas derruidas, testigos de aquella época del hierro y de la piedra, con que el rudo
conquistador coronó las almenas del Castillo de Araya» (Venezuela, vol. II, 116). Otras
obras de envergadura fueron la edificación de una escuela Normal, un Jardín Botánico y
la modernización de la nueva institución militar: la Academia Militar de la República y la
Escuela Náutica de Venezuela.
El discurso nacionalista también se estableció en una estatuaria nacional que
comenzó a transformar el espacio urbanístico y, dio pie para la construcción de una nueva
socialización desde las convenciones de historia romántica nacional y su poder teleológico
con el nuevo gobierno. Tanto en la capital como en varias ciudades o lugares del país se
propusieron algunos bustos, estatuas o monumentos, en su mayoría donados por el
Ejecutivo nacional o municipal como también por las comunidades de extranjeros que
hacían vida en Venezuela, lo que marcó un antes y un después en las fiestas patrias. En el
caso de las disposiciones del Ejecutivo, el 24 de junio de 1911, una comitiva encabezada
por el mismo presidente Gómez, a pocas cuadras del Museo Boliviano, se dirigió al Parque
Carabobo en la parroquia de La Candelaria de Caracas a develar los bustos de los patriotas
sacrificados Manuel Cedeño, Ambrosio Plaza, Rafael Ferriar y Pedro Camejo (Negro
Primero) en la batalla selladora (considerada así por la historia patria) del campo de
Carabobo en 1821; se ordenó uno de los pocos rituales solemnes de estas fiestas: «Al pie
de cada busto, cubierto con el íris nacional, montaba guardia una pareja de cadetes», y en
palabras de Arminio Borjas, frente a Gómez durante la inauguración, dice: «La grandeza
de su soberbia inmolación, señores, no los culmina solo ante nosotros, bajo el ala triunfal
de la bandera a cuyo pie rindieron la existencia, sino ante el mundo todo». Para finalizar,
se afirma: «¡Cerremos el paréntesis, ya largó, de nuestras disensiones infecundas; y el
pórtico de luz de la Apoteosis a nuestros redentores abra, por fin, de hoy más y para
siempre, la éra de la Paz y del Trabajo!» (Venezuela, vol. II, 118-120).
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Por otro lado, se completó el relato patrio a través de la inclusión de los personajes
martirizados considerados «preindependentistas», los conspiradores de 1799 José María
España y Manuel Gual. Se había indicado la colocación de sus bustos respectivos en el
Paseo Independencia (popularmente conocido como El Calvario), pero se resolvió en una
lápida con relieve dedicada únicamente a España en la esquina de la Casa Amarilla, lugar
de sus últimos malogrados días, misma que fue develada el 4 de julio de 1911. Ese mismo
día, se colocó una placa con relieve de mármol en honor a la Sociedad Patriótica, club
político en el que había participado el mismo Bolívar, en ella se ve al neogranadino Coto
Paúl arengado a los miembros desde una tribuna y se lee: «En esta casa vibró la palabra
revolucionaria de la Sociedad Patriótica, verbo de la Emancipación Nacional»
(Venezuela, vol. II, 259). Similar a esta, se colocaron otras placas alusivas a aquellos
lugares caraqueños donde se llevaron a cabo las jornadas del 19 de abril de 1810 y del 5 de
julio de 1811, lo que evidencia un relato nacional. En el caso de los obsequios de las
comunidades extranjeras, la estatua pedestre de Simón Bolívar frente a la estación del
ferrocarril Caracas-La Guaira, inaugurada el 28 de octubre de 1911 (día de San Simón) que
donó la comunidad siria; así como el Busto a José Antonio Páez en el estado Apure, gracias
a la colonia italiana, y se develó el 24 de julio del mismo año.
En el caso de los monumentos escultóricos, el 7 de julio de ese año y costeado por
los empleados públicos del Distrito Capital, se inauguró el Monumento al 19 de Abril de
1810, ubicado en el Parque de Abril, a cargo de Emilio Gariboldi, quien reprodujo, en la
columna, la escena aquella tarde centeañera entre el clérigo José Cortés de Madariaga, el
patriota Francisco Salias y el capitán peninsular Vicente Emparan; mientras que al pie del
grupo se ve una alegoría del mismo pueblo que aquella tarde reclamó la instalación de la
Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, resaltando la importancia de
aquella fecha como el momento fundacional de la lucha independentista.
También, el Monumento a Antonio Ricaurte en San Mateo (estado Aragua), antigua
hacienda de la familia Bolívar, se dedicó en el lugar exacto donde el inmolado patriota
neogranadino dio la vida estallando el polvorín para evitar que cayera en manos realistas
en una de las batallas de Bolívar en 1815; así, el 2 de julio, con cadetes colombianos y
venezolanos se realizó la inauguración en su honor (Venezuela, vol. II, 370-372). Similar
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a ello, para hacer un recibimiento jubiloso a las relaciones diplomáticas y comerciales con
España desde hacía 65 años, se erigió (con colaboración de la colonia española residente
en el país) el monumento para recordar la entrevista de Bolívar y Morillo, lo cual había
intentado ser una deuda concluida a la promesa que los mismos generales se hicieron al
indicar la necesidad de un lugar de memoria donde se había firmado el tratado de
regularización de la guerra en Santa Ana (estado Trujillo) el 26 de noviembre de 1820 y
que puso fin a los amargos años de la vigencia del patriota Decreto de guerra a muerte;
por ello, con la presencia del nieto del general Pablo Morillo, Aníbal Morillo y Pérez,
actuando como representante enviado por España, se firmó el acta para que se
emprendieran los primeros levantamientos de la «columna prismática» y del grupo
escultórico representando el abrazo entre ambos generales (Venezuela, vol. II, 55). La
presencia de Morillo y Pérez causó un revuelo impresionante en la prensa caraqueña de la
época.
13
Finalmente, la más importante de todas, fue el Monumento a la Batalla de
Carabobo elaborado por el consagrado artista venezolano Eloy Palacios en Múnich e
inaugurado el 28 de octubre de 1911. El monumento había sido una solicitud en 1905 por
el dictador depuesto, Cipriano Castro, para homenajear la batalla en las cercanías de
Valencia en 1821 y que se encontraba en la historia patria como una de las principales
«batallas selladoras» que marcó los triunfos militares y de soberanía de la vieja república
de Colombia. Quizás Castro, como lector voraz de la novela histórica Venezuela heroica
de Eduardo Blanco (Picón-Salas 21), encontró en esa obra la inspiración para erigir el
monumento. Pero el tiempo le dio la oportunidad a Gómez y, en 1909 había dirigido las
instrucciones para su construcción. Para Palacios, las referencias a la historia patria
estaban presentes en el grupo escultórico: las palmeras en su parte superior de la columna
son representaciones que toma el escultor de las leyendas indígenas recopiladas por el
anticuario Arístides Rojas, según las cuales habitan los dioses allí, tal y como se puede ver
con la escultura de la mujer desnuda que representa la libertad, con sombrero frigio y en
una de sus manos una antorcha y en la otra un ramillete de laurel. Mientras que en la base
del grupo se aprecian tres esculturas alegóricas a las naciones que integraron la república
13
El Cojo Ilustrado, Caracas, jul. 15, 1911, 1.
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de Colombia de 1819: Colombia, Ecuador y Venezuela, en las que están integradas por algo
que se pasan por las manos (simbolizando la unión). Bajo ellas, hay piedras y rocas con
cuatro cóndores que protegen al monumento (ver imagen). Este discurso nacionalista, que
descansó en los cimientos de la religión bolivariana, tuvo un peso importante en todo el
país: en solo esos dos años se develaron seis estatuas, 31 bustos y nueve monumentos.
Imagen 1
Monumento a la Batalla de Carabobo en la Avenida 19 de Diciembre
Fuente: «Monumento Carabobo, Avenida 19 de Diciembre. Caracas» [Postal Venezuela],
https://de.todocoleccion.net/postkarten-amerika/postal-venezuela-caracas-monumento-carabobo-
avenida-19-diciembre~x44446872
De alguna manera, Gómez buscó el reconocimiento como el caudillo del nuevo
proyecto político. El 5 de julio de 1911, más allá de su intención por conmemorar la
instalación del Primer congreso de Venezuela aquel día cien años antes, aprovechó la
ocasión para mostrar el arca en que serían depositados el Acta de la independencia y el
Libro de Actas del Primer Congreso de Venezuela, que habían estado extraviados desde
tiempos de la independencia hasta 1907. En el centro se lee «Libro de Actas que contiene
la solemne del 5 de julio de 1811, en la cual proclamó el Congreso de las Provincias Unidas
la Independencia de Venezuela. Atea erigida bajo el Gobierno Constitucional del General
Juan Vicente Gómez, el 5 de julio de 1911» (Venezuela, vol. II, 275). Su intelectual más
cercano para ese momento, José Gil Fortoul, ante los diputados de la república y
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representantes diplomáticos, no perdió la oportunidad para hablar del glorioso Congreso
y para elogiar al mandón:
Con su espada guió á las Provincias de la primera confederación venezolana á unire á sus
vecinas para constituir la Gran Colombia; con el ejército colombiano marchó luego á promover
otra alianza más amplia todavía de tas cinco Repúblicas que hoy le tributan el más glorioso
homenaje llamándose América Boliviana; y por último inició con el Congreso de Panamá del
año 26 la solidaridad americana, preludio de la ahora reciente Conferencia Internacional de la
Paz. (Aplausos.) […] A presencia de nuestros hermanos de América, á presencia de la hidalga
madre patria, y con el generoso concurso de otros nobles pueblos amigos, la República viene
hoy á conmemorar su fecha clásica: en paz y en regocijo, porque la contienda política ha hecho
tregua ante el reclamo del patriotismo, bajo la dirección de un Primer Magistrado modesto,
discreto y prudente. En paz y en regocijo, la representación nacional evoca el recuerdo de sus
antecesores y promete lealtad á sus nombres, á su bandera y á su ideal (Gil Fortoul 21).
Los festejos fueron debidamente replicados, en imágenes, discursos y trabajos
inéditos (poesía y prosa) en la prensa cultural, que le servía al oficiante de brazo
divulgador. En El Cojo Ilustrado para las fiestas del 5 de julio, en lo que correspondió al
número del 1.º de julio de 1911, aparecieron un par de fotograbados del Acta de la
independencia y del Libro de Actas del Primer Congreso de Venezuela, pero la mayor
intención era mostrar el Arca que dispuso el gobierno nacional; seguido de la pintura de
historia «5 de julio de 1811» de Martín Tovar y Tovar (1883). Aunque se incorporaron
varios retratos del Libertador, su firma y las de los demás independentistas, tal y como se
esperaba en estas celebraciones, había una intención mayor por exhibir el presente en
dichas fiestas patrias; es decir, se reprodujo el Monumento al 19 de Abril de 1810; así como
también las remodelaciones al Panteón Nacional y a la tumba de Bolívar realizadas por la
administración gomecista. También, algunas imágenes de las colecciones organizadas por
Manuel Segundo Sánchez y Cristián Witzke en el Museo Boliviano, o la exposición de arte
en la Academia de Bellas Artes. En el número correspondiente al 15 de julio, continuó la
necesidad de mostrar el proceso histórico homenajeado, El Cojo Ilustrado abrió esa
entrega con una portada ocupada con una fotografía de Aníbal Morillo y Pérez, para dar
testimonio de la importancia de la fiesta en el mundo cosmopolita, misma intención en
los retratos de los altos funcionarios, diputados y representantes extranjeros que
asistieron al Congreso Boliviano o en el banquete auspiciado por el mismo Gómez a dichos
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asistentes en el recién adquirido Palacio de Miraflores, ese mismo 5 de julio. Hay imágenes
apaisadas del momento en que se comenzaron a celebrar las fiestas del 5 de julio, como
también de la convocatoria multitudinaria que ha hecho el ejecutivo y su afirmativa acción
colectiva festiva, las ofrendas en torno a la estatua del Libertador y revelaciones de los
nuevos monumentos que se integran al paisaje urbanístico de la capital. El pasado
romántico y nacionalista, expresado en reliquias y pinturas de historia, quedó supeditado
a la labor festiva del presidente andino.
Otro evento que estuvo signado de personalismo del dictador fue el Primer
Congreso de Municipalidades, en el que se hacía un balance del estado del país. Más allá
de los caminos de experiencia tras el inicio de la independencia festejada, había una
necesidad de progreso. De tal forma que el Congreso brindó una respuesta a las
proyecciones de futuro que intenta visualizar el mismo Gómez. ¿Dónde estamos parados?
¿a dónde queremos llegar?, tal y como lo asegura, César Zumeta en el discurso de
instalación, el 19 de abril de 1911:
Estáis reunidos en acatamiento a esa convocatoria, única en los fastos de la democracia en el
Nuevo Mundo, y se os pide «afirméis el carácter de entidades administrativas autonómicas que
a las Municipalidades corresponde por la ley para desempeñar aquellos servidos que más
inmediata y directamente importan a la salud, bienestar y prosperidad de los asociados». Toda
una centuria de faena y dolor ha transcurrido antes de que los Municipios fuesen invitados a
deliberar acerca de su propia suerte y de los males que, salvo fecundos y raros intervalos de
alivio, los aquejan desde hace cuatrocientos años (Venezuela, vol. II, 95).
La organización del evento ponía al gobierno de Gómez como el único proyecto de
todos los anteriores en el que las voces del pluralismo político eran bien recibidas. Los
delegados se reunieron con la camarilla de intelectuales del país y, por supuesto, con el
«rehabilitador», a fin de dar cuenta de las necesidades de infraestructura, salubridad,
educación, rentas, leyes y ordenanzas, registro civil en pro del futuro de Venezuela. Pero
ese porvenir está en las manos de un solo hombre, tal y como lo dice el general Linares
Alcántara en las últimas palabras de la clausura:
Venezuela sacude el polvo de su aparente ruina y deja ver la suma de elementos con que cuenta,
para borrar, por medio de una evolución de serio y metódico progreso, todas las huellas de sus
MIGUEL FELIPE DORTA VARGAS
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épocas de decadencia. […] señores Delegados: Llevad á vuestros mandantes la lisonjera
impresión que habrá sin duda fijado en vuestro ánimo, el hecho por demás significativo, de
haber visto aquí presidido por el patriota Creador del Nuevo Régimen, un conjunto de hombres
animados del deseo del bien público, cada uno de los cuales acudió a esta cita del patriotismo
(Venezuela, vol. II, 106).
La vanaglorificación del régimen no solo se quedó allí, en el Primer Congreso
Boliviano del 1.º al 5 de julio de 1911, en el que el mismo Gómez no deja de tener en sus
escritos su supuesta garantía de paz en pro del bolivarianismo:
Hoy es Caracas su asiento; después lo serán Bogotá, Quito, Lima a La Paz, así tendremos una
apelación permanente al veredicto internacional de las Repúblicas [] quizás las otras
democracias latinas se apresuren a unírsenos, y entonces formaremos el Congreso Continental
que sancione la paz perpetua y la eterna y creciente felicidad de la América que tuvo por
libertadores a Bolívar a San Martín.
14
Las inauguraciones alusivas al progreso buscaron exhibir en la celebración
centenaria lo alcanzado por el gobierno recién instalado. En la urbanización de la
burguesía caraqueña El Paraíso, por disposición del presidente, se inauguró la Avenida 19
de Diciembre, alusiva a la fecha en que se estableció la Rehabilitación Nacional, ese
mismo día en 1910. En ella, gracias a la existencia de algunos monumentos relativos a la
independencia que mencionamos en líneas anteriores, permitió a la política de memoria
del gomecismo gestar un discurso estatuario que se organizaron sobre el espacio urbano:
un recorrido que comenzaba con el monumento alegórico al 19 de abril de 1810 del Parque
Abril, pasaba por la Plaza de la República y su estatua ecuestre de José Antonio Páez en la
escena de la batalla de Carabobo (recogida por la pintura de historia ¡Vuelvan caras! de
Arturo Michelena en 1890) de los artistas Andrés Pérez Mujica y Eloy Palacios y bautizada
en 1905, y finalizaba en el monumento a la Independencia develado en 1911.
Imagen 2
Organización de los monumentos escultóricos en la Avenida 19 de
Diciembre (El Paraíso) durante el centenario de la independencia de
Venezuela 1911
14
Carta del presidente Juan Vicente Gómez al Excelentísimo Señor J. Peralta, Embajador de la República
del Ecuador, Caracas, jul. 4, 1911 (Venezuela…, vol. II, 32).
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Detalle del plano: Ramón Sosa B., Plano de Caracas monumental. Impreso en la Litografía del Comercio,
1935
No faltaron las palabras de elogio, como Juan Liscano (padre): «Canta aquí la voz
siempre patriota del General Gómez, himno de paz y de progreso. [Él] ha escrito aquí obra
magna, libro elocuente; [porque] se escribe, señores, para la historia y se hace la historia
no solamente con la pluma que escribe y con el tipo que imprime, sino también con el
mármol, con el hierro, con el cemento, con el bronce» (Venezuela, vol. II, 237). Gómez
utilizó la fiesta de la república para autoreferenciarse y jactarse de su nuevo modelo de
país. No se había escuchado un disparo montonero en el país desde que él mismo acabó
con el caudillismo decimonónico en la toma de Ciudad Bolívar el 21 de julio de 1903. Se
inscribió dentro de la misma tendencia de todos: la habitual retórica del personalismo con
el adjetivo «el pacificador» y el culto alrededor de Bolívar. Solamente le quedaba al
mandón y a sus intelectuales orgánicos insistir en la grandeza del Padre de la Patria y en
la garantía del positivismo: «orden» para lograr el progreso. En su discurso no se percibió
amenazas como tal, pero la condición del «hombre fuerte» y su deber de garantizar la
pax a su pueblo. Por ello controlar el imperativo de «las pasiones desbordadas»
continuará en las décadas siguientes.
5. 1919. Consolidación definitiva del «caudillismo» gomero
MIGUEL FELIPE DORTA VARGAS
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Las referencias a la figura de Gómez y su gobierno no solo se quedaron en la fiesta
del centenario de la independencia, sino que fueron perfilándose bajo la construcción
definitiva de la paz, según los positivistas. Para 1918, ya eran diez años de gomecismo y su
llamada Rehabilitación Nacional, Vallenilla Lanz lo dejará notar en un artículo que
publicará en el periódico que dirige, El Nuevo Diario. El 19 de diciembre, día fundacional
del proyecto, dice: «La paz de que goza la República hace más de quince años, apoyada en
el prestigio del Gobierno, en la autoridad del General Gómez […] Estos son los hechos,
esta es la historia que pasará del periódico al libro» (Vallenilla Lanz, «Hombres» 524).
El sociólogo dejó en suspenso a sus lectores y, en diciembre de 1919 apareció a la
venta su libro, Cesarismo democrático. Estudio de las bases sociológicas de la
Constitución efectiva de Venezuela. Algunos de sus textos que estremecieron el campo
intelectual venezolano e internacional habían sido publicados en las páginas de El Cojo
Ilustrado en plenas celebraciones centenarias del 5 de julio de 1811; en el número del 1
de julio, apareció «La evolución democrática» y, en el mero del 1.º de octubre, el célebre
«Gendarme necesario», como una explicación de «los orígenes y los caracteres del
Caudillismo» antes de la batalla de Carabobo. En el caso del último texto, con seguridad
Vallenilla Lanz buscaba, por un lado, una explicación positivista de la figura del caudillo
militar para la conmemoración de la batalla y, por otro lado, despejar las críticas que
ponían en duda su capacidad como sociólogo que interroga a los orígenes. Ambos trabajos
tuvieron poco eco en la polémica historiográfica y política del país en 1911, por lo que
fueron profundamente replanteados por el autor «La evolución democrática» pasó a
llamarse «La insurrección popular», por ejemplo― para la edición final del libro.
¿Qué hizo tan polémicos los planteamientos finales del autor en el libro? En ocho
años la política gomecista también había cambiado para los venezolanos. Ya no había el
consenso de todos como en las fiestas del centenario, ni existía el Consejo de gobierno que
albergaba liberales de viejo cuño. De 1913 a 1915, entre bulos de invasiones castristas
creados por el gobierno y motines reales que fueron reprimidos de modo brutal por la
violencia estatal, el general Gómez se fue anclando en el poder; quien en poco tiempo
nombró un presidente provisional, se modificó la constitución y se erigió como el
«caudillo de la paz» como lo llamaba Vallenilla Lanz por siete años y con posibilidad a
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reelección ante el Congreso Nacional del 19 de abril de 1915. Además, el andino había
construido un grupo selecto de familiares y amigos de los Andes venezolanos que lo
acompañaban en los puestos estratégicos del Estado (Caballero 222-223), así como
también toda una red de información en la que se trazaba de manera pormenorizada las
vidas de los habitantes, hasta en los lugares más recónditos (Pino Iturrieta, Venezuela
metida… 54).
Durante ese tiempo, el sociólogo, desde los editoriales de El Nuevo Diario, va a
perfilar su adhesión cada vez más fuerte al régimen, así como las explicaciones históricas
que lo llevaron a instalarse. Vallenilla Lanz se considera un profundo pensador que de
manera «auténtica» lo hace a través del uso de la ciencia positiva y con el uso de la historia
pública. Ello puede verse en la toma de posesión de la presidencia de Cámara de
Senadores, el 22 de abril de 1916, investido como senador del estado Apure, cuando dice:
El Comandante en Jefe del Ejército Nacional [refiriéndose a Gómez] ha comprendido muy bien
que es asunto de dignidad, de amor patrio y de respeto a las tradiciones heroicas de esta tierra
[…] el poseer un ejército digno del pueblo que dió un general a la Revolución Francesa, que
produjo a Simón Bolívar y engendró, junto con una legión de héroes, al joven estratega que a
los veinte y nueve años, como Alejandro o Napoleón, selló en Ayacucho la Independencia de
todo Hispano-América con una de las batallas más clásicas en el arte de la guerra (Vallenilla
Lanz, La rehabilitación 37-38).
Aunque el positivismo de Vallenilla Lanz fuera contra la historia romántica, en sus
análisis como historiador público se percibe una recurrencia a aquella forma de escritura;
es decir, reiterativamente hay un uso del pasado sobre la base de los sentimientos, con
una sobrevaloración de la independencia desde la idea heroica y de los referentes europeos
que remiten a la historiografía de Blanco en tiempos de Guzmán Blanco (Dorta 89). Pero
también es cierto que esa recurrencia le ayudaba a construir los imaginarios políticos
necesarios para la proyección del gobierno gomecista. Vallenilla Lanz no puede escapar
de ese tratamiento que se le ha dado a la historia, masticada y transformada en un canon
nacionalista que supera los tonos de erudición y «verdad» de su apreciada ciencia positiva;
así lo muestra el sociólogo en el artículo «Las enseñanzas de la historia de Venezuela y la
Obra del General J.V. Gómez», del 19 de diciembre de 1916: «[Gómez] nacido para
mandar, modesto, prudente, reflexivo y con la gran práctica adquirida en una larga lucha
MIGUEL FELIPE DORTA VARGAS
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y en una época […] era el hombre a quien el destino, en las naturales evoluciones de
nuestra constitución democrática, tenía preparado para la obra de las grandes
rectificaciones» (Vallenilla Lanz, La rehabilitación 105). En su uso político del pasado
en la defensa acérrima al gomecismo, especialmente cuando lo hacía para criticar a los
enemigos de la dictadura (por ejemplo, contra los participantes, tanto los que estaban
presos como a los que se encuentran en el exilio, de las sublevaciones militares de Puerto
Cabello en 1918 o la vico-militar de los cuarteles de Caracas al año siguiente),
15
dejaba
ver un tono nacionalista ad hoc con su característico compromiso. Pero cuando en su
discurso mezclaba realismo con romanticismo y mesianismo, evidenciaba su uso como
«instrumento político», recurso utilizado por el gobierno y por él mismo en la búsqueda
de la supervivencia del proyecto cuando estaba en juego.
16
Ya en Cesarismo democrático, se evidencia una prosa con un tono más sostenida,
científica y alejada de los altibajos de la historiografía de antaño. El uso de las metodología
le permite superar las viejas visiones liberales y romántica, para fijar la comprobación de
sus leyes con los insumos históricos en relación con la bondad que representaba el
personalismo venezolano ante un pueblo incapaz de comprender otra forma de gobierno;
15
Laureano Vallenilla Lanz, en su columna «24 de julio», fechado el 24 de julio de 1918, criticaba a los
involucrado en los levantamientos contra el gobierno de Gómez, dice: «El noble y heroico pueblo
venezolano, anhelante de paz y de prosperidad, después de un largo período de anarquía y de despotismo,
rodeó casi instintivamente al General Juan Vicente Gómez, cuando dentro del país imperaba la más
funambulesca tiranía y lejos del país la ambición y la intriga caudillista disgregaban y anarquizaban a los
hombres que refugiados en el extranjero, sobreponían sus pasiones y sus intereses personales a los grandes
y permanentes intereses de la Patria» (Vallenilla Lanz, La rehabilitación 168). También en su artículo
titulado «La verdad de los hechos», del 19 de enero de 1919, dice: «La paz y Gómez son el desiderátum
invariable del pueblo venezolano; y esto significa el rechazo y la reprobación no solo de todo propósito
revolucionario, sino el aislamiento, el desdén y el fracaso para todo aquel que no sienta, piense y quiera
como el pueblo» (Vallenilla Lanz, La rehabilitación 235).
16
En términos de Hoyo Prohuber (2009), el «nacionalismo como instrumento político» se resume en lo
siguiente: «Entonces, si la persistencia del nacionalismo no se explica en su coherencia o claridad conceptual
(porque ciertamente adolece de ello), las causas deben encontrarse en su dimensión instrumental: en las
ventajas de su uso como instrumento político. Mediante él, se puede emplear casi cualquier elemento o
patrón común como una prueba “objetiva” de la existencia de una nación y, así, reclamar los derechos que
le corresponden; también se puede definir quién pertenece a ella, quién es extranjero y quién es el enemigo;
y se pueden justificar las relaciones de poder en términos de una historia común, de objetivos compartidos
y de un destino colectivo. Asimismo, recurriendo a argumentos nacionalistas, es posible legitimar casi todo
interés particular o de grupo, al vincularlo a los intereses y bienestar nacionales; incluso, se puede dar
sustento moral a las decisiones más radicales y pragmáticas, si ellas se presentan como necesarias para la
seguridad y futuro de la nación. El nacionalismo es una herramienta, como otras que existen en la política;
pero es una particularmente útil y adaptable. Es precisamente por eso, por su utilidad política y
adaptabilidad, que el nacionalismo sigue siendo un instrumento esencial de la vida política, en las más
diversas circunstancias» (399).
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ya que esta sociedad en su «constitución orgánica», es decir su alma o espíritu del pueblo
bárbaro e indómito (encarnado en los llaneros), no reconocía, por su bienestar o felicidad,
otra cosa que no fuera al mandón «bueno» como condición necesaria para la integración
de la nacionalidad venezolana, herencia de nuestros libertadores.
En el libro, el autor instrumentalizó la sociología positiva para darle mérito a su
tesis: bajar a los héroes del olimpo patrio y verlos en la conducción de la masa popular;
última que por razones ambientales, étnicas y sociales según Vallenilla Lanz no
respondía a otra cosa que no fuese la personalidad del hombre fuerte o «César», algo que
estará por encima de los acuerdos y entendimientos colectivos liberales. Desdeñaba del
sistema democrático con sus «constituciones de papel» (como despectivamente las
llamaba), así como también de la estructura, relaciones y negociaciones de los caudillos
en la transferencia del poder en el «desastroso» siglo XIX. Por ello, en su análisis veía en
Bolívar el gendarme ideal, pues había logrado establecer, con la Constitución de Bolivia
en 1826, la figura de un presidente vitalicio con facultades de nombrar a su sucesor,
garantizaban la estabilidad y el orden necesarios en el horizonte del porvenir de los
positivistas. En especial cuando dice: «Cesarismo Democrático; la igualdad bajo un jefe;
el poder individual surgido del pueblo por encima de una gran igualdad colectiva»
(Vallenilla Lanz, Cesarismo, 1919, 303). Sostenía que nunca hubo necesidad de
instituciones ni formas democráticas, porque la evidencia de sus datos en la evolución
histórica de Venezuela y su trayectoria justificaban plenamente el papel de Gómez: él y su
proyecto de «Paz, Unión y Trabajo» representaban no solo algo justo, sino un fenómeno
natural científicamente comprobado. Con esto, no había otra justificación más que la que
proporcionaba la ciencia positiva, mientras se consolidaba como ideólogo de la dictadura
y, por extensión, del propio Juan Vicente Gómez y del gomecismo como sujeto y forma
política dominante en el país.
La obra fue homenajeada y despotricada, como era de esperarse (Vallenilla Lanz,
Cesarismo democrático y otros textos 1991; también, Plaza, La tragedia). Su impacto,
además del tiraje de cuatro mil ejemplares, cubrió buena parte del continente
hispanoamericano como en Estados Unidos y España, tanto por admiradores de sus
postulados como por críticos, liberales, marxistas y, por supuesto, exiliados venezolanos.
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Por otra parte, el sociólogo consiguió llamar aún más la atención de la mirada del dictador:
fue nombrado dos veces como senador de la república y comenzó una importante
producción intelectual; en 1921 fue el orador de orden en las celebraciones del centenario
de la Batalla de Carabobo; en 1924 ocupó el cargo de director de la ANH hasta 1927.
También, como parte de las fiestas patrias centeañeras del Congreso Anfictiónico de
Panamá en 1926, presidió la delegación por orden del Ejecutivo Nacional. Mientras los
ojos de los lectores aún estaban sobre El Cesarismo democrático…, en 1929, se realizó
otra edición; un año después de los eventos convocados por la generación del 28 y su
liberación de las pasiones democráticas contra la dictadura.
Llama la atención las palabras de Luis Alberto Sánchez, joven historiador peruano,
quien con una lectura fresca de Cesarismo democrático… y de Críticas de sinceridad y
exactitud, viajó a Venezuela a conocer la obra de Gómez en 1923, y apuntaba en su diario,
entre tantas cuestiones, «¿Será sincero Vallenilla Lanz?» (Consalvi 29). Es importante
saber que el sustento científico de la tesis del César «bueno» encontró asidero en toda la
gestión de Gómez después de 1913, con lo cual se consolidó la idea del «gomecismo», con
su sustrato militarista y necesario, que poco a poco se fue afincando en los destinos del
país. En particular después del afianzamiento y modernización de la institución castrense
con la Reforma Militar de 1910, la cual pasó de ser una fuerza heterogénea en las
montoneras del siglo XIX a una homogénea con tres ideales claves: respeto a la
Constitución y a las leyes; proteger las fronteras y la integridad nacional del país y, por
último, asumirse ideológicamente como los herederos modernos del ejército
independentista (Ziems 146-147). Con esto, el gomecismo, como dictadura, era más que
un simple gobierno de alianzas andinas y familiares, para transformarse en la unión
gobierno-ejército (muy bien pagado) en los años que le quedaron en el poder.
Por ello, el dictador miraba con beneplácito las diligencias que su gobierno, sus
intelectuales y su ejército hicieron en el ejercicio de culto a la personalidad, para equiparar
su imagen con la de Bolívar. Muchos hablaban de «Bolívar y Gómez» y otros simplemente
recorrían con emotividad las calles mientras sostenían los retratos de ambos hombres en
algunos momentos; algo que a los gomecistas monaguenses les pareció de buen agrado
celebrar los cumpleaños juntos en la fiesta de 1920.
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Ahora bien, la fiesta del día del Libertador y del Rehabilitador de la paz se
consagraron en lo que para muchos era un irremediable y chocante azar del destino:
ambos cumplían años el mismo día, como lo venimos diciendo. Para 1921, el onomástico
de ambos hombres conjugados como pasado y presente en aquellas «espontáneas»
manifestaciones populares un año atrás que se replicarán en 1922 y llamarán la atención
de los diarios nacionales (El Universal [Caracas, Venezuela], jul. 24,1922, 1), ahora
tendrá una nueva justificación para recordar a ambos en la eternidad: una fecha nacional.
Desde la Comandancia del Ejército, pero viendo los manejos del presidente provisional,
Victoriano Márquez Bustillo, Gómez vio la oportunidad para celebrar el 24 de junio como
Día del Ejército Nacional, para recordar aquella batalla «selladora de la independencia de
Venezuela» que comandó Bolívar cien años atrás en Carabobo. Nada ni nadie puede
equiparar al Libertador, pero sí una nueva fecha nacional.
La nueva conmemoración, en manos de Gómez, permitió hablar de la
modernización del ejército, entendida como obra personal. Pero, además, al ser él mismo
jefe de la institución castrense, se sintió heredero de su homónimo libertador que luchó
por la independencia: remanente que hasta el día de hoy no deja de ser una justificación
del militarismo en la historia y política contemporáneas del país. A sus 100 años, el uso
del ejército de Bolívar y del de Gómez fue profundamente exagerado. Del 23 de junio al 5
de julio se llevó a cabo la apoteosis con actos públicos en los estados del país, maniobras
militares en el campo de Carabobo, iluminaciones, conciertos, certámenes literarios y, la
modernización del ejército con la fundación de la Escuela de Aviación, entre otros. En el
plano memorial, la casa donde el Libertador pasó sus años de infancia, y que iba a ser
inaugurada en 1911, se hizo en el marco de la conmemoración, así como también el Arco
de Triunfo ¡por fin! en el campo santo donde se desarrolló el combate. La referencia de
todas las celebraciones gomecistas y su ejército modernizado fue el Libertador, pero que
sea el mismo Vallenilla Lanz que evidencie el canon bolivariano:
El triunfo tumultuoso de la democracia [en Carabobo] si bien producía la soberanía popular,
era impotente para producir la libertad en el orden, que no es, como ya lo estamos viendo,
sino la resultante de una organización adecuada, de un largo y fecundo período de paz y de
regularidad administrativa que por el respeto a la autoridad y el amor al trabajo, proteja
ampliamente el funcionamiento regular de todos los derechos. […] hoy. puestos al servicio de
MIGUEL FELIPE DORTA VARGAS
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la paz y del engrandecimiento de la Nación, por la acción eficiente y las sanas y fuertes
energías del eminente hombre de Estado que rige sus destinos, hacen que Venezuela ocupe
un puesto de honor entre los pueblos, que impulsados por un noble propósito de
confraternidad y de justicia, marchan juntos hacia la realización de aquel hermoso sueño, que
constituyó el ideal supremo de nuestro Gran Libertador (Vallenilla Lanz, «Centenario» 147-
152).
Con esta mezcla de discurso nacionalista a la Vallenilla Lanz, todo se transformó en
un simple pretexto para festejar al Rehabilitador de los Andes. El 24 de junio de ese año,
con un Gómez que movía los hilos del Ejecutivo desde el cuidado de la Comandancia de la
Ejército Nacional, en el Congreso Nacional se llevó a cabo uno de los eventos adulantes y
se propuso un Voto de Gratitud y Confianza, con el apoyo de toda la administración del
Estado venezolano, «Acuerda Único. Declarar, con el corazón y la conciencia puestos en
la patria, que el general Juan Vicente Gómez […] el voto unánime de los venezolanos lo
consagra en el presente y en el porvenir como el hombre necesario a quien virtualmente
corresponde la dirección única de esta obra de rehabilitación nacional» (citado por
González Sierralta 92-93). En 1922, el «César» de los Andes regresó a Miraflores, y su
política memorial quedó a la orden del personalismo, tal y como ocurrió en 1923, cuando
se estableció el 21 de julio, fecha de la toma de Ciudad Bolívar, como Día de la Paz.
En 1929, en medio del caos producto de la crisis de la bolsa de Nueva York y la
inmediata pauperización de las economías en el continente, se comenzaron a organizar
los preparativos para el centenario de la muerte del Libertador, el 17 de diciembre de 1830.
En una carta el septuagenario dictador dice que desde que asumió las riendas del país tuvo
dos objetivos muy claros: el primero, el trabajo por una patria progresando y el segundo,
manejar de manera óptima las finanzas del país, que desde tiempos de la independencia
habían sido un verdadero caos. Por ello,
[en] la conciencia del deber y en la obligación que tenemos todos los venezolanos de ser fieles
a la obra de los Libertadores. Si ellos realizaron la independencia política me dije entonces
yo debo completar su obra realizando la independencia económica []. Hoy, cuando Venezuela
toda y con ella la América y el Mundo, apréstanse a conmemorar como uno de los hechos más
importantes de la Historia Universal el Centenario de la muerte de Bolívar, Libertador y Padre
de la Patria, creo que la mejor ofrenda, la más grata y perdurable a su memoria, es la
cancelación total de la Deuda Externa []. La obra de Bolívar estará así completa, puesto que
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la Patria que él soñó libre, próspera y feliz, se alzará ante el mundo en el pleno goce no solo de
su soberanía política, sino también de su independencia económica.
17
Para 1930, el gobierno de Juan Vicente Gómez terminaba cancelando la totalidad
de la deuda externa, como parte de un «feliz» centenario luctuoso a Simón Bolívar.
«Venezuela tiene el derecho de proclamar con legítimo orgullo que ella es de las muy
contadas naciones, no solo de nuestra América, sino del mundo entero, que se hallan en
el actual momento histórico en la plenitud de su independencia fiscal y económica»,
afirma Vallenilla Lanz ante la Cámara del Senado en 1930 (Vallenilla, «Discurso» 146).
En medio del jolgorio nacional por ese logro que lleva el nombre del restaurador, hay una
«esquizofrenia celebratoria bolivariana» expresada en las inauguraciones de avenidas,
calles y plazas principales con el nombre del Libertador, banquetes alusivos al eje
conmemorativo y develaciones de la patria en el bronce escultórico que cundan las páginas
de opinión pública nacional. Estos ecos del «éxito» del proyecto gomecista pasaron las
fronteras hemisféricas, gracias a una política de propaganda a través de las embajadas y
consulados venezolanos en Europa, estableciendo «la asociación entre la figura del héroe
y el «orden y el progreso» alcanzados por la administración» (Quintero 777).
Entre 1930 y 1934 hubo campo abonado en las cabezas de los italianos de il Duce:
les llamó poderosamente la atención lo logrado por el gomecismo. Pero la idea a importar
no son los planes nacionales aquella dictadura con palmeras tropicales, sino un libro que
explicaba muy bien el por qué rechazar las democracias de partidos políticos y
constituciones de papel: Cesarismo democrático de Vallenilla Lanz. El militarismo allí
expresado inspiraba a otros generalatos. El fascismo italiano, en su caso, comprendía la
tesis de Vallenilla Lanz del «Gendarme necesario» como una evolución del Estado
venezolano que había iniciado con el gobierno de Simón Bolívar y finalizado con la
dictadura de Gómez; lo cual podría suceder igual para el caso de Italia, es decir, de Julio
César a Benito Mussolini.
En una suerte de explicación de dicho progreso, que se describe en el libro de
Vallenilla Lanz, el historiador y teórico del fascismo, Gioacchino Volpe, en el discurso que
17
«Carta de Juan Vicente al Señor Doctor Juan Bautista Pérez, Maracay, may. 22, 1930» (Centenario de
1930, 3-4).
MIGUEL FELIPE DORTA VARGAS
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tuvo lugar en la sede de la Real Academia Italiana en Roma, el 17 de diciembre de 1930,
con motivo de la conmemoración del centenario de la muerte del Libertador venezolano,
dijo, ante Mussolini y el público presente, que el «alto sentido del Estado y de sus
fundamentales atribuciones de unidad, autoridad, soberanía [y que Bolívar] había
lúcidamente entendido la inexorable de aquel proceso centralizador» (Filippi 156-157).
En 1934 se propuso una traducción a la lengua de Mussolini de Cesarismo
democrático, motivo por el cual Laureano Vallenilla Lanz viajó a Roma y se entrevistó
personalmente con il Duce en febrero de ese año. En el prólogo de la obra, el periodista
Paolo Nicolai, afirma: «la bondad intrínseca del sistema de gobierno bolivariano, según el
cual todos los poderes son concentrados por el pueblo en las manos de aquel que, por sus
preclaras virtudes, se le revela como el verdadero Jefe, como el Hombre investido por el
destino» (LXXI). «Quizás [fue] la obra hispanoamericana que con mayor alborozo
introdujeron en Italia los fascistas», sostiene el historiador colombiano Germán
Arciniegas (Posada Carbó 136).
Finalmente, queremos decir que en las celebraciones de envergadura nacional en
la Venezuela de la primera mitad del siglo XX estuvieron marcadas por un fuerte culto al
padre de la Patria, como una constante en la historia pública u oficial; misma que en su
paso de historia romántica a los análisis sesudos de los positivistas, fue casi inamovible.
Tal y como puede verse en la escritura de la historia del mismo Vallenilla Lanz, a pesar de
«hacerse ver» como un científico distanciado de la sensible fibra nacionalista heredada
del siglo XIX, lograba regresar a ella en lo que podría considerarse su trabajo como
intelectual público frente al diario El Nuevo Diario y en las recurrentes apariciones como
orador de orden.
Sin embargo, el «gomecismo» perfeccionalizado durante las diversas celebraciones
de carácter independentista que creó el sociólogo autoritario se presentó muchas veces
como una retórica política que, incluso en su afán de explicarlo científicamente, le
permitía armar todo el rompecabezas histórico, psicológico y social de los venezolanos en
aras de demostrar su teoría; mismas que terminaron siendo no en su mayoría, claro
está una sarta de interpretaciones bastantes planas en la explicación de la relación
orden-progreso-caudillo, las cuales habían dado frutos a los militares frente al Estado
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desde finales del siglo XIX en Venezuela y otras experiencias hispanoamericanas
(Altamirano 2008).
Pese a ello, la «evolución» natural de la dictadura gomecista a través de su férrea
«paz» indicó el final de la epopeya que construyó Vallenilla Lanz, ya que el arrebato de la
silla presidencial a Juan Vicente Gómez para su fortuna y la del ideólogo solamente se
logró en su silenciosa alcoba de la casona Las Delicias, en Maracay, aquella madrugada
del 17 de diciembre de 1935, cuando el Restaurador cerró sus ojos para siempre. Pero
mientras vivió el «dueño de los secretos» de los venezolanos, las proposiciones de sus
intelectuales «boys» (incluido Vallenilla Lanz) y sus convencimientos de esa irrenunciable
necesidad del futuro del país en las manos de su «personalismo primitivo», como dictum
bolivariano, tuvieron el delicioso goce que solo dan las buenas retribuciones económicas
del erario público. Con ello, ¿habrán sido sinceros los positivistas?
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