Fernando Adrover
Gayol, Sandra (2023)
Una pérdida eterna. La muerte de Eva Perón y la creación de una comunidad emocional peronista
Buenos Aires, FCE, 334 págs.
Fernando Adrover
Universidad de la República
Uruguay
Una pérdida eterna es un buen ejemplo de “historia de las emociones”, un abordaje historiográfico que ha ganado espacio y reconocimiento en el siglo XXI, y que implica una intersección de campos que la historiadora exploró en textos anteriores, en los que estudió los cambios sociales generados por muertes de gran impacto público (Gayol, S. & Kessler, G., Muertes que importan, Buenos Aires, Siglo XXI, 2018) y el cruce entre política y cultura de masas (Gayol, S., Política y cultura de masas en la Argentina de la primera mitad del siglo XX, Los Polvorines, UNGS, 2018).
Al explorar el rol de las emociones y afectos en la construcción de identidades políticas y sus efectos perdurables, Gayol se posiciona en la vasta historiografía sobre el peronismo desde un punto de vista que permite comprender su carácter de movimiento popular que no fue fruto únicamente de una alianza política sustentada en una evaluación racional o instrumental de los beneficios materiales, sino también en un poderoso vínculo afectivo y una comunidad emocional.
La autora advierte que estudiar las emociones no implica incursionar en el terreno de lo irracional, ni tampoco estudiar fenómenos de imposición y manipulación desde arriba, distanciándose así de los abordajes clásicos que ven en la dimensión emocional del peronismo un producto de la demagogia populista. Advierte, además, que las emociones son diversas –según el tipo de persona que las experimenta– y contingentes, por lo que su análisis reconoce diversos sujetos en razón de la extracción social o el género y adquiere sentido en función de la turbulenta coyuntura de los años 1951 y 1952, signada por un fallido golpe de Estado contra Perón, elecciones presidenciales, los signos de agotamiento económico del régimen y, claro está, la larga enfermedad y muerte de Eva Perón.
Este hecho, señala, fue un “acontecimiento monstruo” fundamental en la construcción de una comunidad emocional peronista, en la que la elaboración de una narrativa del dolor –elemento que valora como original en el peronismo– fue central. Asimismo, la muerte de Eva condicionó no sólo a la comunidad emocional peronista sino también las narrativas opositoras. Estos argumentos centrales son desplegados en la obra a lo largo de seis capítulos.
En el primero se analiza la larga enfermedad de Eva Perón a través de boletines oficiales y misas por su salud celebradas en todo el territorio argentino. El avance de la enfermedad coincidió con una creciente polarización política y las elecciones de 1951. Durante esa vigilia, se consolidó una “comunidad emocional” peronista en torno a la empatía, a una narrativa que asociaba la enfermedad con el sacrificio personal de Eva y la función cohesiva del dolor compartido. El ceremonial político se imbricó con la tradición religiosa aunque, según la autora, existió también en él un contenido herético al estimular nuevas disposiciones afectivas que encumbraron el dolor. Para el régimen, en un contexto político tan convulso, se abría el desafío de asumir la vulnerabilidad y procesarla para fortalecer su legitimidad.
El segundo capítulo profundiza en la idea del sacrificio y el martirio, concentrándose en el análisis del significado de la figura de Eva Perón, central en la “política de las emociones” peronista, por su vínculo con el líder del movimiento, con el “pueblo descamisado”, por entrelazar el ideal de amor romántico con el amor/sacrificio materno –con evidentes resonancias en la religiosidad popular–. Se analiza en esa “política de las emociones” la importancia de la voz y el gesto –en el contexto de una creciente importancia de la radio, el registro gráfico y cinematográfico–, además del contenido de la palabra de Eva Perón. Gayol concluye que “al nombrar, incorporar de manera repetitiva y reconocer el dolor mediante palabras, gestos e instituciones específicas el peronismo hizo del dolor una práctica política” (p. 106).
El tercer capítulo aborda la muerte y el funeral, reconstruyendo testimonios de la difusión y recepción de la noticia, el desarrollo y la dramatización del rito fúnebre oficial. Analiza el carácter prescriptivo del ritual, pero también su diálogo complejo con la espontaneidad popular, que explica las dificultades de organización y gestión de las masas movilizadas que desbordaron la planificación inicial. Es interesante el contrapunto entre esos episodios iniciales y la inhumación en agosto, cuando la figura de Juan Domingo Perón adquirió centralidad y se procuró reforzar la mancomunidad detrás del líder y la jerarquía política, con el pueblo como asistente/legitimador en una procesión de tono militar y monárquico, y menos como protagonista. Se destaca, además, el protagonismo de las mujeres, que exteriorizaron más intensamente sus emociones a través del llanto, mantuvieron el espacio y su ornamentación floral y asistieron a los concurrentes en su rol de enfermeras.
Los dos capítulos siguientes analizan el abordaje de la muerte en la prensa y el cine, y los telegramas y cartas de pésame enviados por ciudadanos argentinos a Perón o a medios oficialistas. Se profundiza y complejiza el abordaje de las formas prescriptivas de expresar el dolor y los desafíos a esas formas. Se analiza como la muerte de Eva favoreció cierto impasse en los estereotipos de género en las formas de exteriorizar el dolor, y cómo ciertas fórmulas de la cultura de masas que el propio peronismo potenció –claves en la educación emocional de la población– sirvieron para expresar ese dolor y dieron forma a la comunidad emocional peronista. También se estudia cómo las narrativas del episodio reforzaron el carácter de líder de Perón (congoja pero seriedad, dolor pero contención y consuelo a su pueblo sufriente) y lo situaron como heredero del “cuerpo político” de su esposa y sus virtudes de liderazgo.
El último capítulo analiza las voces opositoras, con énfasis en los exiliados antiperonistas y los medios de prensa uruguayos en los que se expresaron. Para estos opositores, el luto y el dolor impuestos desde arriba constituían una expresión del totalitarismo peronista, una expresión clara de manipulación de las emociones (se analiza la insistente presencia en sus discursos de figuras como las “lloronas”, la simulación del dolor) y del sentimentalismo de Eva Perón puesto al servicio de un régimen autoritario, en una muestra de feminización denigrante de la política. Pero sobre todo –y esto es quizá el aporte más interesante de este análisis de los opositores– Gayol entiende que la muerte de Eva Perón también fue clave para la configuración de una comunidad emocional en estos sujetos, que lo vivieron como la humillación de un autoritarismo, que impuso de forma preceptiva modos de expresión de las emociones que determinaban la inclusión o exclusión de la comunidad nacional, que limitaba el universo de las emociones posibles, profundizando en ellos un tenaz resentimiento contra el peronismo. Esto explica que, tras 1955, para ellos “desperonizar” significara también atacar esa poderosa dimensión afectiva del peronismo.
En síntesis, se puede afirmar que este libro echa luz sobre una dimensión de la conformación de la identidad política peronista poco estudiada, o relegada como un mero subproducto de la demagogia populista. En este sentido, enriquece la historia política del peronismo, al tiempo que incorpora aportes de otros campos, como el de la historia de los medios y la cultura popular. Sin desconocer la dimensión autoritaria del peronismo y sus esfuerzos por imponer desde arriba un modelo de identificación con el movimiento, tiene la virtud de rescatar los espacios de negociación/contestación desde abajo. Finalmente, aunque permite sacar conclusiones sobre el primer peronismo en general, el libro tiene el valor de devolver importancia a la contingencia. ◊