CLAVES. REVISTA DE HISTORIA
VOL. 10, N.° 19 JULIO DICIEMBRE 2024
ISSN 2393-6584 - MONTEVIDEO, URUGUAY
Los usos políticos del siglo XIX en la
reconstrucción de la democracia argentina (1983-
2015). Entre la revolución, el rosismo y la
constitución del estado
The Political Uses of the 19th Century in the Reconstruction
of Argentine Democracy (1983-2015). Between the
Revolution, Rosismo, and the Constitution of the State
Camila Perochena
1
Universidad Torcuato Di Tella
https://orcid.org/0000-0003-1531-7871
DOI: https://doi.org/10.25032/crh.10i19.2327
Recibido: 6/5/2024
Aceptado: 9/7/2024
Resumen: Desde el retorno de la democracia en 1983, el siglo XIX estuvo en el
centro de las disputas por el pasado. Este artículo busca explorar cómo los
presidentes Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Cristina Kirchner conmemoraron la
historia del siglo XIX en función de diversas concepciones de la política y la
democracia que se sucedieron desde la transición. Alfonsín, al buscar enfatizar la
importancia de la juridicidad en democracia, se centró en el momento
fundacional del estado, con la constitución de 1853. Menem, al poner el acento
en la reconciliación para la supervivencia democrática, buscó traer al presente el
rosismo para cerrar antiguas disputas. Por último, Cristina Fernández de
Kirchner, con una estrategia política basada en la profundización del conflicto se
1
Camila Perochena es Profesora de Historia (Universidad de Rosario), Mg. Ciencia Política
(UTDT) y Doctora en Historia (UBA). Actualmente profesora investigadora de la Universidad
Torcuato Di Tella y columnista del programa Odisea Argentina en el canal LN+. Escribió el libro
Cristina y la Historia. El kirchnerismo y sus batallas por el pasado (Crítica, 2022). Se especializa
en estudios de memoria, usos políticos del pasado y presidencialismo. Tiene artículos académicos
publicados en revistas nacionales e internacionales como Historia y Memoria, Historia da
historiographia, Prohistoria. Co-creadora de los podcasts “La Banda Presidencial” y “Hay que
pasar el Invierno” de La Nación y del podcast HistoriAr producido por la Asociación Argentina de
Investigadores de Historia (ASAIH).
LOS USOS POLÍTICOS DEL SIGLO XIX EN LA RECONSTRUCCIÓN DE LA DEMOCRACIA
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centró en el momento revolucionario de 1810, entendido como una «revolución
inconclusa», y en el rosismo, pero en clave reivindicativa y polarizadora.
Palabras clave: Memoria, Alfonsín, Menem, Kirchner.
Abstract: Since the restoration of democracy in 1983, the 19th century has been
a focal point of contentious historical debates. This article aims to examine how
Presidents Raúl Alfonsín, Carlos Menem, and Cristina Kirchner commemorated
19th-century history through differing political and democratic frameworks that
evolved during the post-transition period. Alfonsín, advocating for the primacy
of legality within democracy, centered his commemorative efforts on the
foundational period of the state, particularly emphasizing the significance of the
1853 constitution. In contrast, Menem, prioritizing reconciliation as essential for
democratic endurance, sought to contemporize the Rosas era as a means to
resolve longstanding conflicts. Lastly, Cristina Fernández de Kirchner, employing
a polarizing political approach, focused on the revolutionary events of 1810 as an
«unfinished revolution», while also reclaiming and polarizing interpretations of
the Rosas era.
Keywords: Memory, Alfonsín, Menem, Kirchner.
1. Introducción
En 1983, Argentina vivió el retorno a la democracia luego de siete años de una
sangrienta dictadura militar. La transición se convirtió en un parteaguas y en un
enorme desafío para los actores políticos y sociales que la protagonizaron, por
cuanto era preciso reconstruir las instituciones democráticas y el tejido social. En
el marco de esa vertiginosa y profunda mutación, las representaciones y disputas
por el pasado, reciente y lejano, ocuparon un lugar central.
Diversos estudios han analizado los modos en que se procesó la historia
del siglo XX y el pasado reciente de los años setenta en las memorias oficiales de
los presidentes posteriores a la transición (Crenzel 2008; Vezzetti 2002, 2009;
Aboy Carlés 2001; Souroujon 2014), mientras que las representaciones sobre el
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siglo XIX han recibido menos atención. Diversas razones pueden invocarse para
explicar esta asimetría. Entre ellas, la centralidad que asumió la «cuestión
democrática» ante el repetido ciclo de golpes militares y la extrema violencia
alcanzada en la década de 1970. No obstante, el siglo XIX fue también releído por
los sucesivos gobiernos post dictadura en clave de reconstrucción democrática.
Este artículo explora las representaciones que sobre la historia del siglo
XIX exhibieron los presidentes Raúl Alfonsín (1983-1989), Carlos Menem (1989-
1989) y Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015), y se centra en los modos de
recuperar tres momentos: la revolución, el régimen rosista y el proceso de
construcción del estado nación. Tales representaciones estuvieron estrechamente
vinculadas a las identidades políticas y a las concepciones de democracia que cada
mandatario aspiró a modelar. El análisis del corpus ―constituido por la totalidad
de los discursos presidenciales y rituales políticos que hicieron referencia al
pasado decimonónico― permite distinguir distintas estrategias memoriales en
las respectivas gestiones.
En las siguientes páginas nos preguntamos cómo los presidentes
seleccionados inscribieron el siglo XIX en sus estrategias y regímenes
memoriales. Se pueden distinguir dos grandes formas de relación con el siglo
XIX: una dominada por el conflicto y otra dominada por la coexistencia. En el
régimen memorial dominado por el conflicto, la memoria oficial busca abrir
batallas por el pasado que se extienden al campo político del presente y hace un
uso polarizador de la historia en pos de profundizar los antagonismos políticos y
sociales. En el dominado por la coexistencia, se intentan evitar las disputas por el
pasado para llegar a consensos en el presente, haciendo un uso conciliador de la
historia con el propósito de atenuar las divisiones políticas existentes. A tal efecto,
el artículo se organiza en dos apartados, en sintonía con la hipótesis central que
los atraviesa. A saber, que durante las presidencias de Raúl Alfonsín y Carlos
Menem se desplegó un régimen de memoria signado por la coexistencia, mientras
que, en los años del kirchnerismo, particularmente en las dos presidencias de
Cristina Fernández de Kirchner, se impuso un régimen dominado por el conflicto.
2. El siglo XIX como prenda de unión
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Entre 1983 y 1999 se sucedieron dos presidentes que protagonizaron la
reconstrucción de la democracia: Raúl Alfonsín y Carlos Menem. Pertenecientes
a los dos principales partidos que desde mediados del siglo XX disputaron en la
escena política argentina ―la Unión vica Radical y el peronismo―, ambos
mandatarios tuvieron que afrontar un doble desafío que consistió, en palabras de
Hugo Quiroga (2005, 17), en luchar contra los restos de un autoritarismo
debilitado pero vigente ―en el plano de lo político―, lo cual implicaba la
recuperación y recomposición de un espacio público liberal como lugar de
aparición de los sujetos de la democracia y, a nivel económico, hallar un modelo
de crecimiento que le permitiese al país salir con éxito de la crisis.
Mientras que la solución del desafío político fue el eje central del gobierno
de Alfonsín, la transición a nivel económico terminó de concretarse en el gobierno
de Menem. En ese marco, la sociedad debía recuperar su capacidad de
convivencia en el nuevo entramado democrático, y en ese mismo marco deben
entenderse las memorias oficiales desplegadas por los dos presidentes. Si bien los
usos del siglo XIX presentan diferencias notorias, los dos casos comparten una
deliberada intención de evitar la apertura de disputas por el pasado que
profundizaran los conflictos con los actores políticos del presente.
Desde la campaña electoral, el discurso ético-político que acuñó Alfonsín
estuvo anclado en la Constitución Nacional y los Derechos Humanos (Quiroga,
2005). En relación con el pasado reciente, Alfonsín impulsó una significativa
revisión (Novaro 2010). Por un lado, promovió el juzgamiento a los responsables
de la violación de derechos humanos durante la dictadura de 1976 y, por el otro,
inició la squeda de verdad a través de la creación de la CONADEP (Comisión
Nacional sobre la Desaparición de Personas). Tal como ha mostrado Gerardo
Aboy Carlés (2010), el discurso alfonsinista construuna clara frontera respecto
del pasado reciente de violaciones a los derechos humanos y, a su vez, del pasado
peronista al que asociaba con prácticas violentas y autoritarias. Según el autor,
Alfonsín introdujo una serie de elementos novedosos en la identidad política
radical: una concepción pluralista de la representación, la aceptación de la
alteridad y una revisión crítica de la tradición. Estas innovaciones fueron
cruciales a la hora de moldear las representaciones oficiales del siglo XIX
rioplatense esgrimidas por el presidente.
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De ese largo y tumultuoso siglo, el presidente reivindicó, principalmente,
el período de la sanción de la Constitución Nacional de 1853. Ese momento
fundacional se convertía en un faro para iluminar el presente. En la apertura de
sesiones legislativas de 1987, días después del levantamiento militar
«carapintada» en contra de los juicios por violaciones a los derechos humanos,
sintetizaba dicha interpretación:
Todo período histórico necesita de un gran pacto de convivencia […]. La Constitución
de 1853, después de finalizadas las guerras civiles, fue el gran pacto de convivencia
sobre el que se formó la Nación Argentina. La República ha iniciado un nuevo
período histórico […]. Ahora, como en 1853, debemos explicitar ese gran pacto que
sirva de cimiento para construir una sociedad participativa, solidaria y moderna. El
pacto constituyente entre los ciudadanos requiere un sólido consenso (Alfonsín 1 de
mayo de 1987).
El paralelismo entre 1853 y 1983 le permitía posicionarse frente al pasado
inmediato y frente al futuro que deseaba construir. Así, en el discurso
alfonsinista, las representaciones del siglo XIX se dividían en dos momentos
separados por la sanción de la constitución. El período previo habría estado
signado por la guerra civil y la violencia, equiparándose con el pasado reciente de
violencia política y dictadura, mientras que el año 1853 se asociaba con el
presente de transición democrática: «La tarea fundamental de artesanía política
[en 1853] consistió en restaurar las condiciones para la convivencia entre los
argentinos» (Alfonsín 1 de mayo de 1984). En el momento más crítico desde la
transición, el presidente convocaba a las diversas fuerzas políticas a unirse y
«pactar» los cimientos del régimen democrático. En esa línea, el período
posterior era descripto como un proceso de negociación y acuerdos para la
construcción del estado: «como hace 100 años tenemos que encontrarnos de
nuevo todos los argentinos, sin una sola distinción, para buscar la manera de
consolidar creativamente esta democracia» (Alfonsín 27 de julio de 1986). El
puente entre pasado y presente se trazaba a partir de dos momentos
fundacionales de la historia argentina: 1853 y 1983.
Por otro lado, la recuperación de 1853 iba de la mano con el lugar central
que ocupó la valoración del Estado de Derecho en el contexto de la transición
democrática (Nino 2015; Gargarella 2010). En la campaña electoral, Alfonsín
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recitaba, a la manera de un rezo laico, el preámbulo de la Constitución. Una de
las imágenes más recordadas de 1983 es la del cierre de campaña en la avenida 9
de julio en Buenos Aires, cuando frente a una multitud cerró su discurso diciendo:
Si alguien distraído al costado del camino nos ve marchar y nos pregunta cómo
juntos, hacia dónde marchan, por qué luchan, tenemos que contestarle con las
palabras del preámbulo marchamos, luchamos para constituir la unión nacional,
consolidar la paz interior, afianzar la justicia, proveer a la defensa común, promover
el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para
nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que deseen habitar el suelo
argentino (Alfonsín 26 de octubre de 1986).
Alfonsín colocaba la Constitución como la base de la legitimidad democrática y
en ese gesto resaltaba la virtud del procedimiento democrático: un gobierno era
legítimo cuando las decisiones se tomaban siguiendo las normas constitucionales.
El respeto por la institucionalización de las reglas de juego adquiría un valor
fundamental que anclaba en el momento de construcción del estado nacional:
«No se trataba tanto de cambiar, de reformar o de perfeccionar el sistema, sino
de revivir una democracia largamente escamoteada, de recuperarla en los
términos que habían sido previstos y soñados hace más de 130 años por los
forjadores de la Argentina moderna» (Alfonsín 1 de mayo de 1986).
El momento constitucional se imponía, así, sobre el momento
revolucionario como mito fundacional de la nación. En los discursos oficiales y
en las conmemoraciones del período alfonsinista, el 1 de mayo ―fecha de la
sanción de la Constitución de 1853― eclipsaba al 25 de mayo de 1810, cuando
comenzó el proceso revolucionario en el espacio rioplatense. En ocasión del
discurso ofrecido a la Asamblea General de Uruguay, el entonces presidente de
Argentina, luego de mencionar el 25 de mayo como una fecha común para ambos
países y de reivindicar las figuras de Mariano Moreno y José Gervasio Artigas,
sostuvo: «Dije alguna vez a mi pueblo que no hemos tomado La Bastilla. Nuestro
camino es otro, es el camino de la construcción del poder civil, popular,
republicano, el poder de la ley asentada en la soberanía popular» (Alfonsín 25 de
mayo de 1987). La referencia a los episodios de La Bastilla ilustraba muy bien la
imagen que Alfonsín procuraba transmitir del pasado hacia el presente. Una
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imagen en la que la idea de revolución quedaba asociada a la violencia política y
al pasado reciente:
La revolución, esa meta que prometía resolver todos los conflictos y enigmas del ser
humano, estuvo siempre signada por la muerte, por la violencia fratricida, por el fusil
[…]. Y junto con ella aparecen inevitablemente el autoritarismo, el partido único, el
despotismo de una élite ilustrada sobre el resto de la sociedad» (Alfonsín 1 de mayo
de 1987).
El contrapunto entre revolución y constitución se inscribía en la concepción de la
democracia que el presidente forjó y en la que intentaba combinar la dimensión
popular con la liberal. Según Aboy Carlés (2001), en el régimen democrático
construido por el alfonsinismo aparecía como novedad histórica la valoración
positiva del pluralismo y del disenso político. Desde la perspectiva presidencial,
sostiene el autor, la identidad radical yrigoyenista y la peronista se habían
constituido con base en el hegemonismo y en el no reconocimiento del otro,
erosionando así la democracia y la estabilidad política. Esa erosión podía
rastrearse no solo en el pasado reciente, sino en los 50 años de historia
precedente. En el inicio de sesiones de 1986, Alfonsín recordó que su principal
objetivo había sido reconstruir las instituciones democráticas en relación con el
pasado:
Nuestra democracia histórica había sido desquiciada en su aspecto institucional no
solo por la dictadura de siete años que nos precedió, sino también por un prolongado
período de prácticas deformantes que a lo largo de medio siglo impidieron ―salvo
fugaces interregnos― el pleno funcionamiento del orden político contemplado por
la Constitución (Alfonsín 1 de mayo de 1986).
En esa dirección, si 1853 representaba el parteaguas del siglo XIX, 1930 era el
punto de inflexión en el siglo XX. En la memoria alfonsinista, a partir del golpe
militar de aquel año Argentina transitó una progresiva pérdida del «sentido de la
juridicidad» y una «decadencia de nuestra consciencia legal» (Alfonsín 7 de julio
de 1987), evidenciadas en golpes militares, prácticas fraudulentas, abusos de
poder y en la idea de que las mayorías autorizaban a ignorar los derechos de las
minorías. Frente a la imagen decadentista que abría 1930, Alfonsín reivindicaba
la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX: «Esta
Argentina moderna, como he dicho tantas veces, tiene 100 años de vida que puede
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dividirse por igual entre 50 años de ascenso y 50 años de descenso» (Alfonsín 27
de julio de 1986). En su mirada de largo plazo, 1853 implicó superar las divisiones
de las décadas posrevolucionarias y sentar las bases de la Argentina moderna que,
entre 1880 y 1930, habría vivido un período de «ascenso» y de consensos a pesar
de las diferencias políticas; un ciclo de ascenso que se vio interrumpido para
experimentar una decadencia progresiva de la «consciencia legal». En el presente
inaugurado en 1983, la sociedad y el estado debían abandonar la «cultura de la
ajuricidad» y reencontrarse en la «cultura democrática» (Alfonsín 7 de julio de
1987). Había aquí una lectura culturalista del problema político argentino que,
según Adrián Velázquez Ramírez (2019), fue lo que abrió un proceso de
renovación del lenguaje político. Un lenguaje que consagraba el diálogo y el
pluralismo como requisitos para la consolidación de la cultura democrática y que
requería terminar con las antinomias que signaron la historia argentina en los
siglos XIX y XX:
Nuestra historia no es la de un proceso unificador, sino la de una dicotomía
cristalizada que se fue manteniendo básicamente igual a misma, bajo sucesivas
variaciones de denominación, consistencia social e ideología. Ahí están, como
expresiones de esta división, los enfrentamientos entre unitarios y federales, entre la
«Causa» yrigoyenista y el «Régimen», entre el conservadorismo restaurado en 1930
y el radicalismo proscripto, entre el peronismo y el antiperonismo (Alfonsín 1 de
diciembre de 1985).
El pluralismo aparecía como la base de la reconstrucción democrática y ninguna
fuerza política podía asumir para la representación de los intereses nacionales
(Aboy Carlés 2001). Había que romper con la cultura política facciosa «cuyo
efecto ha sido el de trazar sobre el mapa político argentino una línea divisoria
entre elegidos y réprobos, entre excelsos y marginado(Alfonsín 1 de mayo de
1986). La democracia requería encontrar los «los comunes denominadores que
permitan la convivencia libre y mutuamente respetuosa» (Alfonsín 1 de mayo de
1986). Alfonsín retomaba una tradición liberal que veía a las sociedades como
plurales y, por eso, creía preciso identificar una serie de normas y principios
mínimos capaces de ser aceptados por los ciudadanos. Para que la democracia
funcione «se requiere del diálogo que presupone la unidad de los dialogantes, y
esta unidad exige un amplio espíritu de reconciliación» (Alfonsín 1 de mayo de
1984). El entonces líder del radicalismo encontraba ese espíritu en el proceso
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histórico de la segunda mitad del siglo XIX, por oposición a los años de las
«guerras civiles»: «Las luchas se hubieran evitado si los tratados y acuerdos
hubieran tenido lugar antes y no después de las confrontaciones» (Alfonsín 1 de
mayo de 1984).
Desde esta perspectiva liberal consensualista, el conflicto y la polarización
no podían fungir como principios articuladores de la política: «Es indispensable
superar antagonismos artificiales, que más bien son residuos históricos»
(Alfonsín 1 de mayo de 1984). Al referirse a la tensión entre conflicto y consenso,
Alfonsín rastreaba ejemplos en la segunda mitad del siglo XIX, y se detenía
particularmente en el contexto de nacimiento de la Unión Cívica durante la crisis
de 1890:
En el siglo pasado, más precisamente en el 90, frente a una situación de
confrontación, de disloque económico, de hegemonías que se perdían porque
aparecían nuevos actores sociales, diversos sectores políticos jugaron con grandeza,
abandonaron sus rencillas y se pusieron juntos a la construcción de la Argentina de
aquel tiempo. Yo sé que hoy no nos dividen tantas cosas, yoque hoy son muchos
más los comunes denominadores que nos unen (Alfonsín 23 de mayo de 1986).
Este énfasis en el carácter liberal de la democracia, de respeto a la constitución y
llamado al diálogo se combinó, en algunos momentos, con estrategias de
confrontación (Aboy Carlés 2010) y con una concepción que vinculaba la
democracia a un proceso de igualación social, sin abandonar del todo las
pretensiones hegemónicas que nutrieron al radicalismo en el pasado (Velázquez
Ramírez 2019). En este último sentido, al analizar los usos de la historia de
Alfonsín, Velázquez Ramírez (2019) sostiene que el presidente recuperaba la
tradición yrigoyenista y situaba a la Unión Cívica Radical como el único partido
capaz de asegurar la transición a la democracia. No obstante, más allá de la
tensión entre pluralismo y hegemonismo, el régimen memorial del primer
presidente de la transición estuvo dominado por el espíritu de coexistencia.
El mismo espíritu de coexistencia tendiente a evitar los combates por el
pasado signó las dos gestiones presidenciales de Carlos Menem, que sucedió a
Alfonsín, adelantándose cinco meses el traspaso del poder en un contexto crítico.
En el plano económico, se había desatado un proceso hiperinflacionario y, en el
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plano político, se habían producido tres levantamientos militares. La democracia
sobrevivía, pero estaba asediada. Luego de llevar adelante una campaña electoral
con un discurso netamente populista, Menem aplicó un programa de gobierno
basado en el liberalismo económico que estaba en las antípodas de la tradición
peronista a la que pertenecía. Según ha señalado Quiroga (2005), el nuevo
presidente de la transición democrática entendió que, para salir de la crisis, era
preciso construir un sólido consenso tanto en el interior de su propio partido y el
Congreso de la Nación, como en el seno de los factores reales de poder. En su
discurso de asunción propuso «serenar los espíritus» y no agitar fantasmas de
lucha para lograr cicatrizar las heridas del pasado. Proclamó el fin del país del
«todos contra todos» y el comienzo del país del «todos junto a todos». En relación
con el pasado sostuvo: «Yo quiero ser el presidente de la Argentina de Rosas y de
Sarmiento, de Mitre y de Facundo, de Ángel Vicente Peñaloza y Juan Bautista
Alberdi, de Pellegrini y de Yrigoyen, de Perón y de Balbín» (Menem 8 de julio
de 1989).
Si bien el discurso menemista comparte con el del alfonsinismo un uso
político de la historia que invitaba a la pacificación de los argentinos y un mismo
«espíritu consensualista» en lo que respecta al siglo XIX (Souroujon 2014),
presenta una mirada opuesta en relación con el pasado reciente de violación a los
derechos humanos. Según Aboy Carlés (2001), las diferencias alrededor de la
revisión de ese pasado y de la política militar serían algunos de los principales
puntos de confrontación entre el radicalismo y el menemismo. Desde 1988,
Menem postulaba la necesidad de una «Ley de Pacificación» frente a las condenas
a los militares y jefes de la guerrilla de los juicios llevados a cabo durante el
gobierno de Alfonsín. Al año siguiente, ya investido de los atributos
presidenciales, otorgó indultos a los condenados que no habían sido beneficiados
por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida sancionadas durante la gestión
alfonsinista, a los líderes y miembros de organizaciones armadas acusados de
subversión, a los participantes de rebeliones carapintadas y a los miembros de la
Junta condenados por delitos cometidos en la conducción de la guerra de
Malvinas. En diciembre de 1990, una segunda ola de indultos incluyó a todos los
ex miembros de las juntas militares, al líder de Montoneros Mario Firmenich y a
otros civiles y militares que permanecían condenados. En un discurso frente al
CAMILA PEROCHENA
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Ejército, pronunciado tras los indultos, sostuvo: «Vengo a cerrar para siempre
una herida que durante muchos años nos frustró, nos derrumbó, nos lastimó […]
vengo a cerrar el capítulo absurdo de la división cruel entre los argentinos»
(Menem 1 de noviembre de 1989). No solo se trataba de perdonar los crímenes
cometidos, sino también de elaborar una nueva memoria oficial basada en la
reconciliación. En esa misma línea, en 1998 propuso demoler el edificio de la
ESMA ―símbolo de la represión de la dictadura― y construir un monumento a la
reconciliación nacional (Feld 2017; Franco Häntzsch 2023).
La idea de reconciliación se extendía también a la historia del peronismo y
la del siglo XIX. En relación con el peronismo, a los pocos días de asumir como
presidente, Menem visitó en su casa al almirante Isaac Rojas, protagonista del
golpe que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955 y vicepresidente del régimen
militar instaurado. Con el abrazo a Rojas se buscaba superar la polarización entre
peronistas y antiperonistas. Con respecto al siglo XIX, Menem había tenido a lo
largo de su trayectoria política una predilección especial por los caudillos
federales, especialmente por Facundo Quiroga, oriundo de La Rioja, su provincia
natal. Mientras era gobernador, y durante la campaña presidencial, reivindicó e
intentó reproducir un estilo de liderazgo inspirado y una estética inspirada en
dichos caudillos. Recorría la provincia a caballo, se vestía con ponchos y se dejaba
largas patillas con el objetivo de mimetizarse con la imagen de Facundo Quiroga.
A los pocos meses de asumir la presidencia, el 30 de setiembre de 1989,
encabezó la ceremonia de repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas,
líder del partido federal que hegemonizó la escena política de las provincias
rioplatenses entre 1829 y 1852, fallecido en Inglaterra en 1877 luego de un
prolongado exilio. Sus restos no habían retornado al país, a pesar de los
numerosos intentos e iniciativas en tal sentido. Volvía, entonces, el protagonista
de las batallas por el pasado, el hombre que algunos recordaban como un tirano
y otros como un héroe popular.
Pero Rosas no era repatriado con el objetivo de reabrir dichas batallas
(Stortini 2007). En el discurso pronunciado en el Monumento Nacional a la
Bandera de la ciudad de Rosario, el entonces presidente aclaró que no deseaba
«desempolvar antiguas luchas», sino que buscaba convertir a la historia en un
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«puente de unión para que deje de ser pared, división y desencuentro» (Menem
30 de setiembre de 1989). De hecho, en el desfile que transportaba el féretro,
caminaban los descendientes de Rosas junto a los descendientes de quienes
fueron sus enemigos (Iriarte, Paz, Lavalle y Urquiza). Según Jeffrey Shumway
(2010), una misma idea unía la repatriación de los restos de Rosas con los
indultos a los militares: había que dejar atrás la discordia, la desunión y los
resentimientos. Dos os después se trasladaron los restos de Juan Bautista
Alberdi a Tucumán. En el discurso dado en esa ocasión, Menem recordó la
repatriación de Rosas y sostuvo: «La Argentina vive a través de estas
reivindicaciones, la fiesta de la unidad en la diversidad, que es la clave de la
democracia» (Menem 28 de agosto de 1991).
Una vez saldados los conflictos memoriales, la historia podía ser dejada
atrás: «al darle la bienvenida a Rosas estamos despidiendo a un país viejo,
malgastado, anacrónico, absurdo» (Menem 30 de setiembre de 1989). El pasado
debía servir de instrumento para mirar el porvenir, como lo expuso en un
congreso de filosofía en Mendoza, a los pocos meses del inicio de su presidencia:
«De ahí que yo no venga a hablarles de una historia pasada, a pesar de todo mi
orgullo por los tiempos que los justicialistas supimos construir. De ahí que yo
venga a hablarles de historia futura […]. Nuestra doctrina no puede ser una cárcel
que nos haga prisioneros».
El uso político del pasado que habilitó el menemismo requería de una
cuidadosa administración de la memoria y, especialmente, del olvido (Perochena,
2021). Se trataba de una concepción de la historia que parecía inspirarse en la
célebre conferencia titulada «Qué es la nación», pronunciada por Ernest Renan
en 1882: «La esencia de una nación consiste en que todos los individuos tengan
muchas cosas en común, y también en que todos hayan olvidado muchas cosas»
(Renan, 1882). Aunque Menem nunca hizo mención al autor francés, pueden
rastrearse frases de Renan en varios de sus discursos, como el pronunciado en su
asunción, donde sostuvo que «la nación es un plebiscito cotidiano» (Menem 8 de
julio de 1989). Para Renan, ese plebiscito requería olvidar momentos traumáticos
de la historia de Francia, tales como la matanza de la noche de San Bartolomé,
para hacer posible la unión que requiere la construcción de una nación. Menem
apeló, pues, al olvido y a la reconciliación tanto en las representaciones del lejano
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siglo XIX como del pasado reciente. Saldar las deudas con todo ese pasado era la
plataforma para la construcción futura. De hecho, luego del primer año de
gobierno, una vez decretados los indultos y repatriados los restos de Rosas, la
historia estuvo prácticamente ausente del discurso oficial. Menem creía haber
terminado con las disputas por el pasado y encarnado en el espacio vernáculo el
eslogan de época de que había llegado el «fin de la historia».
Sin embargo, las heridas del pasado no siempre se cierran con voluntad
política. En una sociedad movilizada como la Argentina de la transición, la
administración de la memoria excedía al gobierno de turno. Los indultos, el
olvido y el llamado a la reconciliación no fueron aceptados por parte de las
víctimas que no olvidaban ni perdonaban. Los organismos de derechos humanos
se convirtieron en los guardianes de una memoria colectiva autónoma del estado,
exhibiendo frente al gobierno una concepción contrapuesta del tiempo histórico
(Jelin 2017). Para las víctimas y familiares de víctimas el «pasado no pasaba» y
la historia no podía ser clausurada. A partir de 1995, se produjo lo que Emilio
Crenzel (2016) denominó una «explosión de la memoria» dentro de la sociedad
civil, impulsada por las declaraciones del capitán Adolfo Scilingo,
2
la
conmemoración de los 20 años del inicio de la dictadura y la constitución de la
agrupación HIJOS.
3. El siglo XIX como campo de disputa política
Tras cuatro años de gobierno a cargo de su esposo, Néstor Kirchner, Cristina
Fernández de Kirchner (en adelante CFK) asumió como presidenta de la
Argentina el 10 de diciembre de 2007. Durante su mandato, se profundizó el
modelo «nacional y popular» adoptado por su predecesor, lo que condujo a una
consolidación de la polarización política. Sus discursos se convirtieron en la
principal herramienta para modelar la identidad política kirchnerista y establecer
fronteras simbólicas entre un «nosotros» y un «ellos». En dichos discursos, el
intenso uso político de la historia se convirtió en un arma fundamental para trazar
los antagonismos entre pasado y presente en el marco de la batalla cultural que
la presidenta se propuso llevar adelante durante su gestión. CFK postulaba la
2
El capitán Adolfo Scilingo describió, en una entrevista con Horacio Verbitsky, su participación
en los llamados «vuelos de la muerte».
LOS USOS POLÍTICOS DEL SIGLO XIX EN LA RECONSTRUCCIÓN DE LA DEMOCRACIA
- 14 - CLAVES. REVISTA DE HISTORIA, VOL. 10, N.º 19 (JULIO DICIEMBRE 2024) - ISSN 2393-6584
necesidad de reescribir la historia, argumentando que había sido falsificada por
la denominada «historia liberal». Esta lucha por la narrativa del pasado era
simultáneamente una lucha por el presente, marcada por los acontecimientos y
enfrentamientos que jalonaron su mandato: el conflicto con el sector
agropecuario, el debate en torno a la Ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual y las disputas con el poder judicial (Perochena 2022).
En la estrategia memorial confrontativa desplegada por CFK, el siglo XIX
se convirtió en un campo de disputa política, al quedar dividido entre momentos
con los cuales se estableció una continuidad, como el período revolucionario y el
rosismo, y momentos de ruptura que quedaban asociados a los antagonistas
políticos. Si bien en los discursos presidenciales, los fragmentos del pasado
considerados negativos que adquirieron mayor preponderancia se corresponden
con el siglo XX (el Centenario, los golpes militares y el neoliberalismo), los
referidos al siglo XIX no dejan de tener relevancia. Entre ellos se destacan la
experiencia rivadaviana de la década de 1820, asociada al partido unitario, la
batalla de Caseros que frustró el camino iniciado por el rosismo y el período de
conformación y consolidación del estado nacional en la segunda mitad del siglo
XIX. En esta ocasión nos detendremos en las representaciones del pasado
revolucionario, y más brevemente en las del rosismo, puesto que estas últimas ya
han sido abordadas en otras contribuciones (Perochena, 2020).
Con relación a los acontecimientos de 1810, la entonces presidenta
sostenía que la revolución había quedado inconclusa y convocaba a una «gesta
del Bicentenario» que terminara la «tarea inconclusa de los hombres y mujeres
que desde el 25 de Mayo de 1810 soñaron con un país diferente» (Fernández de
Kirchner 16 de setiembre de 2011). La idea del carácter inconcluso de la
revolución de mayo no es una novedad del discurso kirchnerista, sino que ha
estado presente en diversas tradiciones y autores. Fueron los jóvenes de la
generación del 37 los primeros en acuñar dicha fórmula en el territorio
rioplatense. Los jóvenes románticos buscaban recuperar las promesas
incumplidas del proceso revolucionario, entre ellas, construir la nación y una
identidad nacional. Esta visión de la revolución inconclusa, pero en clave social,
fue desarrollada también por intelectuales como José Ingenieros y Adolfo Saldías,
y luego retomada por la mayoría de las corrientes de la izquierda argentina.
CAMILA PEROCHENA
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN, UNIVERSIDAD DE LA REPÚBLICA - 15 -
En el caso del kirchnerismo, se estableció una identificación entre 1810 y
2010, escenificada en las celebraciones bicentenarias, donde el gobierno se
presentó a mismo como el encargado de llevar adelante esta tarea hasta su
destino final. Si en 1810 se creció «apostando a un modelo propio, nacional y
popular», en 2010 se convocaba a todos los argentinos a «una nueva gesta que es
la misma que soñaron otros, pero que hoy hemos encontrado el camino y
debemos seguirlo y profundizarlo» (Fernández de Kirchner 25 de mayo de 2009).
Para concluir, entonces, con la revolución era preciso avanzar con la igualdad
social y económica (Fernández de Kirchner 26 de mayo de 2013). Esta visión
teleológica, en la que el kirchnerismo venía a cumplir con las promesas abiertas
por la revolución, presentaba a 1810 y 2010 como momentos de «cambio de
época» y de encrucijada, en los que se disputaron dos modelos de país:
Esta discusión, compañeros y compañeras, no es de ahora, viene desde el fondo de
la historia, viene desde el 25 de mayo, se debate entre dos modelos de país: los que
miran para fuera esperando que les digan lo que tienen que hacer y los que creemos
que tenemos que construir un modelo nacional, nuestro, popular y democrático. Y
esta ha sido y sigue siendo la verdadera discusión (Fernández de Kirchner 17 de
octubre de 2009).
La idea de revolución inconclusa se hizo extensiva a la noción de independencia.
El kirchnerismo retomaba aquí la clave de lectura del primer peronismo que
postuló el concepto de «segunda independencia»: la independencia política debía
ser continuada por una independencia en el plano económico. En el discurso del
9 de julio de 2010, en la ciudad de Tucumán, CFK explicó frente a miles de
personas que las reservas del Banco Central habían alcanzado cifras récord y
resaltó la «necesidad de utilizar las reservas para poder pagar la deuda» porque
«eso es construir independencia» (Fernández de Kirchner 9 de julio de 2010). Un
año más tarde, también en Tucumán, y nuevamente ante una multitud, volvía
sobre el mismo argumento:
Yo aquí mismo […] dije que teníamos que ir por la segunda independencia y que es
la construcción de una economía que permita tener autodeterminación y que las
decisiones de un país, se tomen en ese país y se tomen en los ámbitos donde hombres
y mujeres han sido votados por la sociedad en elecciones libres y democráticas
(Fernández de Kirchner 9 de julio de 2011).
LOS USOS POLÍTICOS DEL SIGLO XIX EN LA RECONSTRUCCIÓN DE LA DEMOCRACIA
- 16 - CLAVES. REVISTA DE HISTORIA, VOL. 10, N.º 19 (JULIO DICIEMBRE 2024) - ISSN 2393-6584
En relación con la forma de representar el pasado revolucionario, CFK reproducía
la interpretación clásica mitrista que colocó a 1810 como mito de origen de la
nación. En este punto no se sometía a revisión la narrativa de la «historia liberal»,
que la presidenta cuestionaba e identificaba con la «historia oficial», sino que se
denunciaban deliberados «ocultamientos» por parte de dicha narrativa. En una
oportunidad, la presidenta se preguntó por qué a «San Martín o Belgrano la
historia oficial los recuerda en el día de su muerte», y su respuesta fue que «tal
vez hay una intención tácita, oculta» por no recordarlos vivos para «que no
conozcamos de lo que hemos sido capaces los argentinos en esos 200 años de
historia para construir una Patria libre e independiente» (Fernández de Kirchner
23 de agosto de 2010). La historia oficial no aparecía, en este caso, tergiversando
los hechos, sino ocultándolos con el objeto de congelar el pasado para evitar toda
posible reedición en el futuro:
Lo bueno es no ocultar nada debajo de la alfombra y mostrar todo tal cual pasó para
entender, para aprender y en todo caso para replicar en esta historia contemporánea
y en este momento histórico que nos toca vivir a cada uno de nosotros que también
somos capaces de grandes hazañas (Fernández de Kirchner 23 de agosto de 2010).
En el panteón de héroes forjado por el kirchnerismo, y expuesto en el despacho
presidencial bautizado como «Hombres y Mujeres de Mayo», los revolucionarios
ocuparon un lugar central. Allí se podían observar los retratos de José de San
Martín, Manuel Belgrano, Mariano Moreno y Manuel Dorrego. A los dos
primeros, consagrados por Mitre como padres de la patria, se le sumaban Moreno
y Dorrego. Esta selección es clave para entender tanto la representación que el
kirchnerismo quiso transmitir de mismo como la operación de moldear el
pasado para dar respuestas a los problemas del presente. Concluir el sueño
revolucionario suponía reactualizar ―o más bien resemantizar― los valores e
ideales encarnados por esos héroes.
Dentro del elenco consagrado de revolucionarios, Belgrano ocupó un sitial
de privilegio. De hecho, la presidenta lo caracterizó como su prócer favorito y fue
la segunda figura histórica más mencionada en sus discursos, luego de Eva Perón,
y el s citado entre los próceres del siglo XIX. De sus hazañas heroicas, CFK
solía destacar el éxodo jujeño, presentado como una epopeya en la que el pueblo
en armas dejó todo lo que tenía «por las convicciones, por los ideales, por los
CAMILA PEROCHENA
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN, UNIVERSIDAD DE LA REPÚBLICA - 17 -
otros, por la construcción de la identidad» (Fernández de Kirchner 8 de mayo de
2008). Una proeza que, al igual que la gesta revolucionaria, podía solaparse con
el presente kirchnerista:
Esta es una nueva epopeya, como la del éxodo de Belgrano, como la del Éxodo Jujeño
[…]. A esta epopeya por la igualdad de oportunidades, por la distribución del ingreso,
por la justicia territorial, es a la que estamos convocando a todos los argentinos de
bien, millones y millones saben que estamos en el camino correcto y que habrá
dificultades, siempre las hay (Fernández de Kirchner 8 de mayo de 2008).
La invocación de las dificultades unía a los revolucionarios de ayer con la
voluntad de cambio que el gobierno le imprimía al presente. En un discurso en
conmemoración por el Día de la Bandera, en 2010, la presidenta explicó que
durante el Éxodo Jujeño «algunos ricos que se negaron a quemar o a abandonar
lo que tenían y preferían negociar con el enemigo, fueron fusilados por el general
Belgrano por traidores a la Patria» (Fernández de Kirchner 20 de junio de 2010).
Este gesto jacobino del prócer era justificado al afirmar que «muchas veces […]
hay que tomar decisiones que molestan por ahí a los que más tienen, porque si no
la solidaridad es solo un ejercicio retórico, porque si no la generosidad es solo un
discurso para las campañas» (Fernández de Kirchner 20 de junio de 2010). La
noción de «sacrificio» que le corresponde al pueblo, un tópico característico de la
heroicidad guerrera y revolucionaria, es lo que expresa y garantiza la fidelidad a
una causa. Su contracara, por lo tanto, es la traición que, en este caso, la encarnan
los «intereses poderosos». Si la primera noción permitía identificar un
«nosotros» en el pasado y el presente, la segunda quedaba asociada al «ellos» del
presente personificado en las corporaciones rurales, los medios de comunicación
y los políticos opositores.
A su vez, Belgrano era reivindicado por ser un «fanático defensor de la
producción y del trabajo nacionales» (Fernández de Kirchner 25 de mayo de
2009). En este punto, el discurso se dirigía a reforzar el papel de la industria en
un modelo de país. En cuanto a su accionar militar, el rubro menos destacado del
prócer, las campañas que lideró eran convertidas en condición necesaria para
lograr la independencia y para que San Martín liberara Chile y Perú (Fernández
de Kirchner 8 de mayo de 2013). La figura de San Martín quedaba así relegada
frente al protagonismo de Belgrano, cuya invocación triplicó a las del primero en
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los discursos de CFK. En la mayoría de los casos, el «libertador» era traído a la
memoria para resaltar el carácter latinoamericanista de la independencia y
legitimar políticas internacionales tendientes a una unidad regional. El objetivo
era equiparar la vocación latinoamericanista de «los libertadores», como San
Martín, Bolívar y O’Higgins, que «no reconocieron fronteras a la hora de ofrecer
su vida por la libertad de los pueblos» (Fernández de Kirchner 5 de diciembre de
2008), y la de los gobiernos de izquierda de la región (Venezuela, Bolivia, Chile,
Ecuador y Brasil).
Además de reconocer la importancia de Belgrano y San Martín, la
presidenta también destacó el papel de Manuel Dorrego en la lucha por la
independencia. Por decreto del gobierno se creó el Instituto Nacional de
Revisionismo Histórico que fue bautizado con su nombre y, en julio de 2015, se
lo ascendió post mortem al grado de General. En un discurso pronunciado en el
Salón Mujeres Argentinas de la Casa de Gobierno, seis años antes de decidir
ascenderlo, lo regaba de elogios:
Ustedes dirán por qué lo habrán fusilado, para los que no conozcan la historia. Muy
simple, porque entre el pueblo y los poderes interiores y exteriores que lo tentaban
[…] el optó por el pueblo. Y obviamente lo fusilaron. Bueno, tranquilos porque yo no
creo… Tal vez ya no se repitan esos fusilamientos, o tal vez haya surgido otro tipo de
fusilamientos, tal vez mediáticos, ¿no? (Fernández de Kirchner 14 de agosto
de 2009).
La identificación entre Dorrego ―considerado «el primer fusilado» (Fernández
de Kirchner 9 de junio de 2011)― y la propia presidenta, ambos representados
como defensores del pueblo y víctimas de los intereses de los más poderosos, era
transparente. Días después, CFK profundizó la dimensión popular del personaje
al señalar que su fusilamiento se debió a las políticas económicas que deseaba
aplicar. Dichas políticas eran enunciadas en términos muy similares a las
medidas económicas del kirchnerismo, como el control de precios o la restricción
de las importaciones: «Él le ponía precios máximos al pan y a la carne y, además,
gravaba con impuestos los productos importados para que no pudieran competir
y propiciar la destrucción del trabajo nacional, por eso no lo querían y por eso lo
fusilaron» (Fernández de Kirchner 24 de agosto de 2009).
CAMILA PEROCHENA
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Por último, otro de los héroes revolucionarios traídos al presente fue
Mariano Moreno, de quien reivindicaba su carácter jacobino: «a nosotros muchas
veces nos tratan también de jacobinos» (Fernández de Kirchner 25 de mayo de
2012). Moreno fue el secretario de la Primera Junta y editor de La Gazeta,
periódico oficial creado por el naciente gobierno patrio, y por eso mismo fue
evocado en una coyuntura atravesada por el conflicto con los medios de
comunicación, a raíz de la Ley de Servicios de Medios Audiovisuales. El
periodismo de Moreno era reivindicado por ser una «herramienta
profundamente vinculada a la política», realzando así el periodismo militante en
oposición al «tan mentado periodismo independiente» (Fernández de Kirchner 7
de junio de 2010). En un encuentro con representantes de la industria gráfica, en
el que se presentó la ley por la eliminación del delito de calumnias e injurias, CFK
recordó a Moreno como un hacedor de la «verdadera libertad de prensa, que es
la de que todas las voces se puedan escuchar» (Fernández de Kirchner 14 de junio
de 2010).
De los ejemplos citados se desprende que la idea de revolución era parte
constitutiva de la concepción política del kirchnerismo. Hacer política se
presentaba como un gesto revolucionario por cuanto implicaba llevar la voluntad
más allá de los límites impuestos por las circunstancias. La memoria
revolucionaria fungió así para reactualizar el pasado en el presente y para
promover la idea de una revolución inconclusa que permitiera inscribir las
políticas kirchneristas en la tradición de las izquierdas históricas. Los ideales de
1810 permanecían vivos a la espera de un gobierno capaz de encarnarlos y
cristalizarlos bajo la promesa de una sociedad mejor. Ideales que habían sido
interrumpidos a lo largo de la historia por actores e intereses que quedaban
asociados con los antagonistas o contradestinatarios del presente.
El segundo momento reivindicado por CFK fue el gobierno de Juan
Manuel de Rosas, con el que más claramente podía abrir una batalla por la
historia. La reivindicación del rosismo no fue original del kirchnerismo, sino que
se remontó a la tradición revisionista surgida en Argentina en los años 1930. Esta
corriente sostenía la existencia de una «verdadera historia» que había sido
tergiversada por la versión liberal promovida por Bartolomé Mitre y Vicente F.
López. En esta «verdadera historia», Rosas no era presentado como un tirano,
LOS USOS POLÍTICOS DEL SIGLO XIX EN LA RECONSTRUCCIÓN DE LA DEMOCRACIA
- 20 - CLAVES. REVISTA DE HISTORIA, VOL. 10, N.º 19 (JULIO DICIEMBRE 2024) - ISSN 2393-6584
sino como un héroe popular y defensor de la soberanía nacional. La presidenta se
nutrió de los relatos revisionistas y, en sus apelaciones al pasado, retomó la
diatriba contra la historia oficial y la visión nacionalista de carácter
antiimperialista y antiliberal.
Durante su mandato, los postulados del revisionismo histórico no solo se
expresaron en discursos, rituales y museos, sino que recibieron apoyo y
reconocimiento institucional por parte del Estado, al crearse el ya mencionado
Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego en 2011 (Stortini
2015). Asimismo, el 20 de noviembre, fecha de la batalla por la Vuelta de Obligado
donde Rosas enfrentó a las tropas anglo-francesas, se estableció como feriado
nacional. Para conmemorar dicho evento, CFK erigió un monumento en el lugar
de la batalla y celebraba un ritual conmemorativo cada 20 de noviembre,
incluyendo el uso de la divisa punzó (la cinta roja que simbolizaba la adhesión al
régimen rosista) y la presencia de «gauchos federales». El día que la presidenta
inauguró el flamante feriado en un acto realizado en San Pedro (escenario de la
Vuelta de Obligado) pronunció las siguientes palabras: «Una historia ocultada,
premeditadamente ocultada desde hace 165 años por la historia oficial»
(Fernández de Kirchner 20 de noviembre de 2011). La interpretación del pasado
rosista permitía desnudar las «falsificaciones» de la «historia oficial» y trazar un
puente con el presente en temas que el kirchnerismo aspiraba encarnar. Rosas se
convirtió así en la punta de lanza de la «batalla cultural» y en el foco desde el cual
se comenzaría a iluminar la «verdadera historia». La batalla debía mostrar un
rumbo histórico que había sido truncado y que la presidenta se proponía
recuperar. Esa conexión con el presente se establecía a partir de dos dimensiones:
el federalismo y el industrialismo.
En relación con el federalismo, las alusiones al siglo XIX no se reducían a
la figura de Rosas, sino que incluían a los caudillos provinciales que rescataba la
tradición revisionista ―como Estanislao López, Manuel Dorrego, Facundo
Quiroga, el «Chacho» Peñaloza y Felipe Varela― y a aquellos que «sacrificaron
su vida para lograr un país más equitativo no solamente en la distribución del
ingreso social, sino también en la distribución del ingreso territorial» (Fernández
de Kirchner 19 de diciembre de 2008). En numerosos discursos, CFK sostuvo que
venía a saldar una deuda histórica: la de la equidad territorial. En esta dirección,
CAMILA PEROCHENA
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN, UNIVERSIDAD DE LA REPÚBLICA - 21 -
diferenciaba «dos modelos» en la historia política argentina: un modelo histórico
«centralista» o «unitario» y uno «federal» (Fernández de Kirchner 24 de julio
de 2010).
Diversas políticas del kirchnerismo buscaron ser respaldadas interpelando
la tradición federal en la historia. La decisión presidencial de coparticipar los
derechos de exportación del producto de la soja fue comparada, por ejemplo, con
los derechos de la aduana por los cuales «se enfrentaron federales y unitarios»
durante el siglo XIX (Fernández de Kirchner 19 de diciembre de 2008). De esta
manera, inscribía su propuesta en las luchas entre centralistas y federales,
ignorando o silenciando la complejidad de esas disputas que, además, la hubiesen
obligado a revisar su filiación con el rosismo. En un discurso en Entre Ríos,
durante el conflicto con el campo en 2008, la presidenta sostuvo:
Me acuerdo cuando los valerosos entrerrianos vinieron y ataron los caballos en la
Pirámide de Mayo en el siglo XIX, frente a un modelo de país que era muy centralista
y que aún hoy sigue siendo fuertemente centralista en lo que hace a la distribución
del ingreso y de las obras […] No se construyen estos desastres y estos desatinos
―digo yo― en dos o tres años, para tantos errores y tantos horrores han tenido que
pasar 200 años (Fernández de Kirchner 30 de mayo de 2008).
Pero el federalismo decimonónico no solo regresaba al presente para
defender una distribución territorial y regional más equitativa, sino también para
marcar un clivaje social. En este punto, la presidenta enfatizaba el carácter
«popular» de la identidad federal, como se observa en la evocación al «Chacho»
Peñaloza en La Rioja, su tierra de origen:
Por eso el homenaje a un argentino rubio y de ojos azules que decidió pelear junto a
los morochos y por los morochos de la Patria para desmitificar un poco esto, lo del
color de la piel; en realidad lo que muchas veces se intenta ocultar es cómo se ataca
―seas morocho o rubio― a aquellos argentinos que deciden defender los intereses
de las grandes mayorías nacionales, de los más pobres y de los más vulnerables, un
verdadero caudillo del federalismo argentino (Fernández de Kirchner 17 de junio
de 2010).
Por otro lado, el rosismo también se actualizaba en el presente para
defender un modelo de país industrialista. CFK sostenía que Rosas fue «el primer
precursor de la industrialización de nuestras materias primas» (Fernández de
LOS USOS POLÍTICOS DEL SIGLO XIX EN LA RECONSTRUCCIÓN DE LA DEMOCRACIA
- 22 - CLAVES. REVISTA DE HISTORIA, VOL. 10, N.º 19 (JULIO DICIEMBRE 2024) - ISSN 2393-6584
Kirchner, Cristina 1 de agosto de 2008). A su vez, según la presidenta, este
proceso de industrialización se habría interrumpido por la batalla de Caseros de
1852, cuando las fuerzas conjuntas del gobernador de Entre Ríos, Justo José de
Urquiza, en alianza con el Imperio de Brasil, Uruguay y Corrientes, depusieron a
Rosas. Caseros no sería, pues, un momento en el que «se derribó un tirano», sino
aquel en que el país perdió la posibilidad de industrializarse (Fernández de
Kirchner 1 de agosto de 2008).
Los usos de la figura de Rosas ilustran muy bien el carácter selectivo de las
apropiaciones que vehiculizan los usos políticos del pasado. Si para Carlos
Menem, la repatriación de sus restos fungió como un gesto de reconciliación y de
pacificación memorial, para CFK sirvió como anatema de una memoria destinada
a promover la polarización y los antagonismos. Los enemigos de ayer reaparecían
en los conflictos del presente para conspirar contra el proyecto de país que
prometía avanzar con las promesas incumplidas de la revolución. Así lo denunció
en varios discursos, como en el cierre de la jornada «La justicia del Bicentenario»,
en el Teatro Cervantes:
Uno, leyendo las cosas que pasaron luego, las que sufrió Angelelli y tantísimos otros
argentinos, advierte que hay un hilo conductor y que cuando hablamos de proyecto
nacional y popular, por una cuestión dialéctica, hay otro proyecto que no es ni
nacional ni popular y que se impuso a sangre y fuego, como pasó en La Rioja en el
siglo XIX y en otras provincias argentinas y en el XX también contra gobiernos
populares, desde el doctor Yrigoyen al gobierno del general Perón y luego también,
al gobierno que estaba en el 75, del cual, por supuesto, no era simpatizante, pero era
un gobierno elegido democráticamente (Fernández de Kirchner 11 de agosto
de 2010).
4. Conclusiones
Desde la transición democrática, el siglo XIX fue recuperado por las
memorias oficiales en diversas claves. Las selectivas apropiaciones y
modulaciones que adoptaron las representaciones del pasado decimonónico
estuvieron en sintonía con las concepciones de la política y de la democracia que
tuvieron los presidentes de turno. Por un lado, Alfonsín, al buscar enfatizar la
importancia de la juridicidad en democracia, se centró en el momento
fundacional del estado con la Constitución de 1853, mientras que Menem, al
CAMILA PEROCHENA
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poner el acento en la reconciliación y la unidad nacional para la supervivencia
democrática, buscó traer el rosismo al presente como prenda de reconciliación
frente a las antiguas disputas. Por otro lado, CFK, con una estrategia política
polarizadora y una visión refundacional de los 200 años de historia argentina, se
centró en el momento revolucionario de 1810, entendido como una «revolución
inconclusa», y en la reivindicación del rosismo en pos de reactualizar los viejos
antagonismos en el presente.
Tal como se argumentó hasta aquí, es posible distinguir dos regímenes
memoriales opuestos en los usos del pasado que hicieron los presidentes
analizados. Mientras las primeras dos décadas postransición democrática
estuvieron signadas por una memoria oficial que apuntaba a la coexistencia entre
fuerzas políticas opuestas, la memoria oficial durante el kirchnerismo apuntó a
una profundización del conflicto y de la polarización con los partidos de
oposición, los sectores agroexportadores, los medios de comunicación y el poder
judicial. Por cierto, que se trataba de dos momentos muy diferentes. Y entre tales
diferencias cabe destacar lo que significó la clausura de la amenaza de
levantamientos militares y el impacto de la crisis de 2001 en los gobiernos
kirchneristas. Reabrir ciertas batallas por la historia en un presente en el que el
régimen democrático no estaba asediado y en el que la crisis social y económica
parecía encauzarse, nos habla de las condiciones de producción y recepción de
ciertos discursos sobre el pasado que se proyectan sobre el presente y el futuro.
Pero además es oportuno plantear que, en el marco de los dos regímenes
memoriales en los que se inscribieron los tres presidentes, se registran otras
divergencias asociadas tanto a los contextos de enunciación como a las
voluntades políticas que motorizaron los respectivos mandatarios. Para marcar
tales divergencias retomamos la clasificación de los politólogos Michael Bernhard
y Jan Kubik (2014), que han estudiado las memorias oficiales surgidas tras la
caída de la URSS. Dicha clasificación postula cuatro tipos de actores memoriales:
«guerreros», «pluralistas», «negadores» y «prospectivos» (Bernhard y Kubik
2014). Los primeros son aquellos que se consideran portadores de una
«verdadera» historia frente a otros actores que cultivarían una visión «falsa» y
con los que no es posible negociar. Los «pluralistas memoriales» aceptan la
existencia de una diversidad de interpretaciones del pasado y tratan de entablar
LOS USOS POLÍTICOS DEL SIGLO XIX EN LA RECONSTRUCCIÓN DE LA DEMOCRACIA
- 24 - CLAVES. REVISTA DE HISTORIA, VOL. 10, N.º 19 (JULIO DICIEMBRE 2024) - ISSN 2393-6584
un diálogo para encontrar los puntos fundamentales de convergencia. Los
«negadores» evitan las políticas de memoria y las batallas por el pasado, mientras
que los «prospectivos» creen haber resuelto el enigma del pasado y tener la llave
para guiar al pueblo hacia el futuro. ¿Cuánto tuvieron de guerreros, prospectivos,
pluralistas o negadores los presidentes Alfonsín, Menem y Fernández de
Kirchner?
El primer presidente de la transición puede ser considerado un «guerrero
memorial» en relación con la historia reciente y un «pluralista memorial»
respecto del siglo XIX. El «guerrero» se expresó en la búsqueda de verdad
simbolizada en la publicación del Nunca Más para terminar con una visión falsa
del pasado, y dejó en manos de la justicia la tramitación del trauma que
experimentó la sociedad argentina de los setenta. El «pluralista», en cambio, se
manifestó en las representaciones decimonónicas y en la convicción de que no se
arribaría a los acuerdos y compromisos que la democracia exigía si se abrían
batallas por la historia. En esa secuencia, el regreso al momento constitucional
habilitaba a sentar las bases de un consenso mínimo fundacional.
A diferencia de Alfonsín, Menem se ubicaría entre el «negador» y el
«prospectivo memorial». Creía que podía resolver el enigma del pasado para,
luego, guiar al pueblo hacia el futuro, bajo la consigna de que administrar el
olvido era posible si se aplicaba una fuerte dosis de voluntad política. Una
voluntad que, en el caso de CFK, se manifestó en la consigna del «deber de
memoria», identificándola plenamente como una «guerrera memorial». El
deliberado combate por la historia que desplegó durante su gestión la instalaba
como vocera y portadora de una verdadera historia que venía a corregir la historia
falsificada. En este caso, a diferencia de Raúl Alfonsín, no se registra la distinción
entre un pasado reciente y otro más remoto. La revisión y reescritura del pasado
debía alcanzar a los dos siglos transcurridos desde la revolución y, en esa
operación, la historia decimonónica ocupó un lugar central.
Reconociendo, entonces, estas diferencias en los usos del pasado, asociadas a
los momentos que vivió la transición democrática hasta consolidarse y a los
objetivos que cada presidente se trazó en relación con el presente, hay dos puntos
en común entre ellos. El primero es el rasgo desafiante que marcaron respecto de
CAMILA PEROCHENA
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sus tradiciones partidarias. Alfonsín introdujo un inédito énfasis pluralista en la
tradición radical; Menem buscó reemplazar la estrategia peronista de
polarización por la reconciliación; y CFK profundizó la estrategia agonista del
peronismo, pero marcando una distancia respecto de su tradición para crear una
identidad propia del kirchnerismo. El segundo rasgo es que las divergentes
concepciones que acuñaron sobre la democracia y sobre sus anclajes en el pasado
no pusieron en cuestión los principios a partir de los cuales esta se refundó
en 1983.
Esta última coincidencia es la que hoy está en debate, a cuarenta años de la
transición democrática. La crisis en todos los niveles experimentada en Argentina
se expresa en un cambio cultural, alimentado por un discurso oficial que hace un
uso intensivo del pasado de carácter polarizador en pos de imponer una nueva
concepción de la democracia, de los derechos, del estado y de los orígenes de la
nación. El triunfo electoral de un partido nuevo como «La libertad avanza» y de
Javier Milei, un outsider que se presenta como el «primer presidente libertario
del mundo», llevó a que se recupere la argentina liberal de la segunda mitad del
siglo XIX. En esa recuperación, sin embargo, el nuevo mandatario coloca a 1916,
cuando se dio el triunfo de la Unión Cívica Radical luego de la reforma electoral
de 1912, como el punto de inflexión que habría dado inicio a la decadencia
del país.
La tensión que presenta esta línea histórica y su interpretación oficial no solo
se expresa entre el liberalismo «clásico» que sentó las bases de la construcción
del Estado y el libertarianismo anarcocapitalista antiestatalista del presidente,
sino también entre el liberalismo y la democracia de masas. Estamos, pues, ante
un nuevo «guerrero memorial» que regresa selectivamente al siglo XIX para
trazar nuevos antagonismos en torno al concepto de libertad. Un concepto que en
sus diversas dimensiones fue objeto de intensos debates a lo largo de la historia
secular y que hoy vuelve a la escena pública cargado de un sentido unidimensional
que, en el discurso oficial, no admite más que una lectura «verdadera». ◊
Obras citadas
LOS USOS POLÍTICOS DEL SIGLO XIX EN LA RECONSTRUCCIÓN DE LA DEMOCRACIA
- 26 - CLAVES. REVISTA DE HISTORIA, VOL. 10, N.º 19 (JULIO DICIEMBRE 2024) - ISSN 2393-6584
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acreditados en Casa de Gobierno, 7 de junio de 2010.
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