Claves. Revista de Historia

Vol. 10, N.° 19 – Julio – Diciembre 2024

ISSN 2393-6584 - Montevideo, URUGUAY



La Generación de 1837 en Adolfo Saldías, una recuperación de los románticos rioplatenses en el cambio del siglo XIX al XX1


The Generation of 1837 in Adolfo Saldías, a recovery of the Rio de la Plata Romantics at the turn of the 19th to 20th century


Francisco J. Reyes2

Universidad Nacional del Litoral (Santa Fe)

CONICET, Argentina

https://orcid.org/0000-0002-2729-3507



DOI: https://doi.org/10.25032/crh.10i19.2320

Recibido: 6/5/2024

Aceptado: 9/7/2024


Resumen: El trabajo analiza la forma en que, entre fines del siglo XIX e inicios del XX, el historiador y político argentino Adolfo Saldías reivindicó a tres de las principales figuras de la llamada Generación de 1837: Esteban Echeverría, Juan B. Alberdi y Domingo F. Sarmiento. Conocido en la historiografía por sus estudios sobre el régimen de Juan Manuel de Rosas, atender su recuperación de los románticos rioplatenses ofrece una faceta novedosa de su trayectoria, a su vez, signada por la dimensión generacional. Desde la historia intelectual, y a partir del abordaje de escritos históricos y periodísticos, de discursos y la correspondencia privada del autor, se sostiene que con esa reivindicación Saldías pretendió ubicarse en su estela, como un pensador a contramano de su tiempo, pero sin dejar de confluir con las principales tendencias de la Argentina liberal.

Palabras clave: Adolfo Saldías, Argentina liberal, Generación de 1837, elites intelectuales.

Abstract: This paper analyses the way in which, between the late 19th and early 20th centuries, the Argentine historian and politician Adolfo Saldías vindicated three of the main figures of the so-called Generation of 1837: Esteban Echeverría, Juan B. Alberdi and Domingo F. Sarmiento. Known in historiography for his studies on the regime of Juan Manuel de Rosas, his recovery of the Rio de la Plata Romantics offers a new perspective of his career, in turn, marked by the generational dimension. From the point of view of intellectual history, and from the approach of historical and journalistic writings, speeches, and the author's private correspondence, it is argued that with this vindication Saldías intended to place himself in their wake as a thinker against the grain of his time, but without ceasing to converge with the main trends of liberal Argentina.

Keywords: Adolfo Saldías, Liberal Argentine, Generation of 1837, Intellectual elites.

1. Introducción

Es bien conocida la importancia de las ideas de los hombres de la llamada «Generación romántica de 1837» en la vida política y cultural rioplatense de la primera mitad del siglo XIX y en la posterior organización de la República Argentina. Este influjo duradero tuvo su canonización historiográfica en un célebre ensayo de Halperin Donghi ([1980] 2005) que destacaba el sentido precursor de esos letrados. Las ideas y las características originales del grupo, así como la suerte de sus principales figuras también ha sido exhaustivamente analizada (Myers 1998). Pero resultaba difícil encontrar una reivindicación de conjunto al momento en que comenzaron a desaparecer las principales figuras de aquel en las últimas décadas del siglo, como Juan Bautista Alberdi (1810-1884), autor entre otras obras de las Bases y punto de partida para la organización política de la República Argentina (1852) que influyeron de forma decisiva en la Constitución Nacional, o Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), autor del célebre Facundo. Civilización y barbarie en las pampas argentinas (1845) y posterior presidente de Argentina (1868-1874). Para los contemporáneos, estos referentes se encontraban demasiado cercanos en la memoria reciente, operando por entonces celebraciones tempranas, pero también viejos recelos.

Por otro lado, el abogado, historiador y político argentino Adolfo Saldías (1849-1914),3 de quien se ocupa este trabajo, pese a formar parte de las elites sociales argentinas de la organización estatal y de la República oligárquica, fue considerado de forma casi unánime como un autor a contracorriente de las principales tendencias de su tiempo en materia histórica: liberal descarriado, revisionista temprano o, al menos, antecesor del revisionismo histórico, en referencia a la heterogénea tendencia historiográfica que desde la década de 1930 se propuso cuestionar una lectura liberal del pasado considerada hegemónica hasta esos años. Pero estos juicios suelen dejarlo de lado como historiador de las ideas políticas, al poner el foco en su obra más conocida terminada en la década de 1890 ―la Historia de la Confederación Argentina (en adelante, HCA)―, dedicada al gobernador de la provincia de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas y a la Confederación Argentina que este encabezara entre el Pacto Federal de 1831 y la célebre batalla de Caseros de 1852 que puso fin a su régimen autoritario.4

Un problema vinculado a la obra de Saldías es que su posterior defensa por diferentes representantes del revisionismo se basaba en su supuesta justificación (cuando no abierta reivindicación) de Rosas, que en realidad era más bien una falta de condena enfática, ya que las interpretaciones «liberales» se referían a aquel como un «tirano». El rescate de la figura del dictador por Saldías fue parcial y se centraba en su presunta defensa de la nacionalidad ante los ataque externos franco-británicos de las décadas de 1830 y 1840 y por haber logrado una cierta unidad política con el Pacto Federal luego de la disgregación (la «anarquía») de la década de 1820 (Reyes 2014).

En este trabajo se argumenta, desde una perspectiva que combina elementos de la historia intelectual con el seguimiento de una trayectoria propia de historia de los intelectuales, que Saldías realizó otro tipo de exaltación histórica más enfática, abierta y extendida a lo largo de varias décadas, que fue la de los letrados de la Generación del 37. En particular, como se analiza en el tercer apartado, de dos de los iniciadores del grupo originalmente nucleado en el Salón Literario de Buenos Aires, su fundador Esteban Echeverría (1805-1851) y su amigo y colaborador Alberdi; así como, en el cuarto apartado, de esa otra figura excéntrica a la sociabilidad porteña, pero descollante en su recorrido posterior en los exilios de Montevideo y Chile que fue Sarmiento. En términos de Horacio Tarcus, se aborda un «momento de apropiación» de aquellos tres dentro de una cadena previa de recepción y circulación de ideas y vínculos (Tarcus 2016, 72-75). Esto incluyó, para Saldías, la necesidad de la reflexión sobre ―y divulgación de― esos exponentes intelectuales, entre las décadas de 1880 y la de 1910, por momentos, eludiendo tensiones entre aquellos o soslayando inconsistencias y cambios en sus posiciones y sus ideas, en función de presentarlos como unidad «doctrinaria». Para ello se tiene en cuenta un corpus diverso que consiste en algunas de las principales obras históricas de Saldías, notas periodísticas y artículos en revistas especializadas, folletos, discursos de homenaje y su correspondencia privada.

Puede acotarse que, en la narrativa de Saldías sobre el propio régimen rosista, subyacía una trama justificada en la necesidad histórica que hacía a Rosas ―cabeza del Partido Federal― continuador de la trunca obra de unificación encarada por el fugaz presidente Bernardino Rivadavia en 1826-1827 ―referente del Partido Unitario―; mientras que el federal disidente Justo José de Urquiza, que había derrotado a Rosas en Caseros, y Bartolomé Mitre, miembro tardío de la Generación del 37 que venció a su vez a Urquiza en 1861, aparecen como herederos constitucionales de una construcción republicana avanzada previamente por el «tirano». Como planteara en las páginas iniciales de su HCA (publicada primero en tres tomos como Rozas y su época, entre 1881 y 1887, y ampliada a siete tomos en 1892 con su nombre definitivo), el objetivo de Saldías era estudiar la «sociabilidad política» argentina a partir de 1820 (en diálogo con la misma noción empleada por Bartolomé Mitre en sus obras históricas señeras) «bajo sus múltiples aspectos de reacción, de represión, de descenso y de reconstrucción» (Saldías [1892] 1945, I, 6).

Para lo que aquí interesa, en esa secuencia histórica les cabrá a los hombres de la Generación del 37 el papel de comenzar en germen esa «reconstrucción» a partir de las ideas y de su acción pública, cuando todavía Rosas protagonizaba la represión contra los unitarios y sus aliados. Con escrupulosidad por la terminología de la época que estudiaba, Saldías designó al grupo ―sucesivamente― como la «nueva generación» (como se autodenominaron), los «románticos» (por la descalificación estilística que efectuaran de ellos los unitarios) y ―más singularmente para los tres personajes aludidos― los «socialistas».5 Algo esto último que, para las décadas de 1890 y 1900, tenía algo de anacrónico, en vista de los derroteros de Sarmiento y Alberdi, y demandaba una explicación en vistas de la creciente visibilidad de un socialismo diferente al romántico de mediados del siglo XIX. Pero que, como demostró recientemente Tarcus (2016), tampoco fue del todo comprendido por la historiografía del siglo XX que, en general, se decantó por caracterizar a sus principales referentes rioplatenses como «liberales».

La hipótesis que se sostiene es que estas figuras del romanticismo rioplatense son reivindicadas por el historiador de Rosas en tanto pensadores clarividentes y comprometidos políticamente, pero con una posición de independencia respecto de los poderes o las tendencias dominantes de su tiempo. Lugar con el cual Saldías se identificaba, lo que se advierte en sus recurrentes alusiones a la idea de «generación» (indistintamente política o intelectual) por la que se consideraba depositario de una misión regeneracionista, como se analiza en los tres apartados siguientes.

Los estudios más consolidados sobre la historia de los intelectuales han puesto justamente uno de sus focos en esa noción de «generación» porque, en gran medida, es una forma de tomar en serio la palabra de los actores del pasado que se intenta comprender. Pero esta aproximación ha adoptado una forma cada vez más crítica, que demanda desentrañar el sentido que aquellos atribuían a su intervención en nombre de un ideal o de ciertos valores reivindicados en un determinado «microclima» (Sirinelli, 1993). Algo que jugó un papel tan relevante en la propia construcción de los intelectuales como sustantivo colectivo en el cambio del siglo XIX al XX, por ejemplo, con la «joven generación» que tomó partido por la defensa del capitán Dreyfus en el célebre affaire que actúa como punto de partida del «modelo francés» de los intelectuales. Lo mismo que en otros países en donde se establecieron genealogías de las sucesivas generaciones intelectuales como ordenador cronológico del campo letrado, al menos, desde la primera mitad del siglo XIX (Charle 2000, 165 y passim).

Esta operación de rescate de, e identificación con, pensadores prestigiosos y su argumentación en clave generacional jugó un papel destacado en las propias disputas entabladas por Saldías en el campo historiográfico del cambio de siglo y explica, en gran medida, las mencionadas inconsistencias a la hora de asociar las ideas de unos y otros (de las que, por lo demás, parecía haber sido bien consciente al enfatizar diferentes aspectos en cada uno). Pero con el correr de los años, la reivindicación de estas figuras por Saldías confluyó con otras en la progresiva consagración de Echeverría, Sarmiento y Alberdi en los centenarios de sus nacimientos en la década del 1900 y la cercanía del Centenario de la Revolución de Mayo en 1910, momento de construcción de un panteón nacional. Algo que demuestra que, antes que un marginado del campo de las letras (como argüirían luego los revisionistas) o un precursor en este rescate (como dejaba traslucir el propio Saldías), aquel estaba en sintonía con lo principal de las elites intelectuales argentinas de entresiglos.

No obstante, esta parte de la obra de Saldías ha sido escasamente transitada en la historiografía profesional de las últimas décadas ya que, de acuerdo con Devoto y Pagano (2009), «si ocupa un lugar en la historia de la historiografía argentina es por la restitución que intentó hacer de Rosas desde una perspectiva que se pensaba como objetiva y desapasionada» (56). Pero no fue tal para algunos de los que lo postularon como referente de los revisionistas, en diferentes versiones, como las del nacionalista Julio Irazusta, para quien su valor estaba en haber roto con su pasado familiar filiado en el unitarismo, y José María Rosa, un historiador y divulgador relevante en la segunda mitad del siglo XX según el cual había sido una suerte de excluido de la (supuestamente) extranjerizante «generación del 80». Por su parte, el primero de ellos ya lo consideraba discípulo de Sarmiento ―que para el segundo era parte de la «oligarquía» liberal― y juzgaba su «ditirambo de Echeverría […] tan sin reservas como el de Rivadavia», al criticar a Rosas «por no haber organizado el país con una constitución escrita» basándose en el Dogma socialista de Echeverría (Irazusta 1968, 222; Rosa 1960).

El conjunto de las intervenciones de Saldías centradas en estas figuras constituyó en esos años uno de los primeros intentos unificados ―por su prolongación en el tiempo― de instalar la preeminencia de la Generación del 37 en la construcción de la Argentina moderna de la cual formaba parte y, al mismo tiempo, ubicarse él mismo en su estela, pero no puede considerárselo estrictamente un pionero en la materia, como se verá. A su entender, una parte fundamental de las ideas del siglo XIX sobrevivirían entrado el XX, pero no como atavismo, sino como parte de un proceso del desenvolvimiento evolutivo de la sociabilidad nacional, en la forma de una regeneración que era mucho más que social y política. Se trataba, sobre todo, de una cuestión de índole intelectual y moral en donde le cabía un papel principal a los pensadores esclarecidos.

2. Avatares de una generación

Antes de profundizar en los análisis de las tres figuras señaladas por Saldías, se consignará un panorama sucinto de cómo fueron abordadas por otros autores. Cuestión esta que demuestra que el historiador actuó sobre un terreno en parte allanado y que estaba lejos de rescatar del olvido las voces de Echeverría, Alberdi y Sarmiento. Aunque ciertamente la suya fue una operación que los incluyó como un tríptico, a diferencia de otros estudios. En cuanto a ello, es importante recalcar que, ya desde la compilación de las Obras completas de Echeverría en la década de 1870, encarada por su amigo Juan María Gutiérrez (miembro fundador de la Asociación de Mayo en 1837 dedicado a la literatura y ministro nacional), el Dogma socialista de la Asociación de Mayo aparecía como una obra fundacional. Aun cuando adquirió esa denominación recién cuando el autor de El matadero publicara en 1846 en Montevideo la Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37, ya que originalmente se conoció como Creencia o Credo de la Joven Generación.

Una primera aproximación erudita al Dogma y su vínculo con los hombres del 37 fue la del educador y referente católico José Manuel Estrada, en una serie de cursos editados como La política liberal bajo la tiranía de Rosas (1873). Ya entonces, durante la presidencia de Sarmiento, el autor aseguraba que la obra gozaba de una gran influencia, «principalmente, para la generación a que pertenezco, porque refleja el pensamiento de la que le ha precedido, de la que ha encabezado la reorganización del país y le gobierna hoy día» (Estrada [1873] 1927, 62). Como se vislumbra, la autoconcepción de los románticos como «generación» había logrado trascender en el tiempo ―aunque en este caso se los rotulara de «elemento joven y liberal»― y dicha noción actuaba ya como clave ordenadora para las elites político-intelectuales de la joven república. Otra cuestión resaltada por Estrada, que se instaló tempranamente, es que un capítulo central del Dogma había sido escrito por Alberdi, que postulaba «sustituir el método de los doctrinarios [unitarios] por un método experimental» (63) que aclimatara las ideas recibidas de otras latitudes. Distinta era la exaltación ensayada en La tradición nacional ([1888] 2015) por el joven Joaquín V. González, que tuvo luego una trayectoria política y académica paradigmática en la República oligárquica. En un libro de tono lírico que se proponía reconstruir las fuentes lejanas de la nacionalidad, reflotaba a Echeverría como el «poeta nacional» por excelencia, por sus famosos La cautiva o Avellaneda, que sondeaban en el espíritu de las pampas y el coraje cívico; mientras que Sarmiento era elevado a «escritor de la raza» por su Facundo, al configurar los «tipos» que singularizaron a la Argentina criolla (González [1888] 2015, 269-270 y 285-286).

Existía ya un dato relevante a fines de esa década de 1880 que evidenciaba hasta qué punto las tres figuras comenzaban a instalarse como precursores ―desde el campo de las ideas (y en segundo lugar desde la política)― de esa Argentina en acelerada modernización. Si Echeverría ya contaba con sus Obras completas, las del tucumano y el sanjuanino comenzaron a aparecer, respectivamente, en 1886 y 1887. Las primeras por iniciativa directa del presidente Julio Roca y con fondos estatales, las segundas gracias a las gestiones del chileno Luis Montt y del nieto de Sarmiento, Augusto Belin Sarmiento (Herrero 2011, 66; Botana 1998, 108).

Un contrapunto interesante fue el establecido en la década de 1890 entre un crítico consagrado, Paul Groussac, director de la Biblioteca Nacional y de la publicación asociada (La Biblioteca), en la que hizo aparecer un estudio sobre Echeverría y el Dogma, y un joven médico casi desconocido, miembro del ala izquierda del Partido Socialista (PS), José Ingenieros. En extremos ideológicos, ambos restaron relevancia al Dogma por motivos diferentes. Para el intelectual cercano al Partido Autonomista Nacional (PAN), el libro era nada original, pese a que Echeverría, Alberdi y Gutiérrez gozaron del «respeto [de] las generaciones que se sucedan». Una mera copia de autores románticos europeos (Mazzini, Saint-Simon y Pierre Leroux) con el peligro, además, de encarnar la semilla del «comunismo», que era «lo contrario de la libertad», en nombre de la igualdad.6 El ácido comentario de Ingenieros, a tono con la prédica altisonante pero marginal de su periódico La Montaña, se ocupaba de refutar a Groussac al negarle su caracterización ideológica de la obra («los socialistas que inspiraron a Echeverría en la confección de su Dogma, no son socialistas»). A sus ojos de «socialista científico» en tiempos de la Segunda Internacional, el crítico demostraba «no conocer ni siquiera superficialmente esa doctrina sociológica», cuyo rasgo esencial era «la socialización de todos los medios de producción». Una mirada que Ingenieros revisará algunas décadas después, y llegará a conclusiones similares a las de Saldías.

Una interpretación más benévola fue la de un historiador académico como Juan A. García, en un curso dictado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Para el autor de La ciudad indiana, el criterio de valoración de autores como Echeverría y Alberdi (está ausente Sarmiento) radicaba en sus aportes para la construcción de las Ciencias Sociales en Argentina. Por eso alababa al primero como pionero de «nuestros teóricos políticos más distinguidos». Más espacio dedica al tucumano como «teórico del derecho» por sus Bases, pese a considerarlo por lo demás un «diletante» en muchas materias (García [1899] 1907, 123-130 y 130-134). También podrían mencionarse en consonancia trabajos posteriores mucho más reivindicativos, como los del jurista José Nicolás Matienzo, previsiblemente para el centenario del nacimiento de Alberdi en 1810, cuando su papel histórico parece haberse consagrado de forma definitiva.7

Esos antecedentes redimensionan las modalidades en que Saldías se involucró personalmente en actos reivindicativos de Echeverría, Alberdi y Sarmiento a lo largo de varias décadas. Fue uno de los promotores, en la década de 1880, de un proyecto de estatua del primero en Buenos Aires; participó en el funeral de Alberdi en París en 1888, convocado por el embajador argentino; fue orador en la inauguración de su estatua en Tucumán, en 1904; escribió un estudio para el diario La Nación por el centenario de Echeverría, en 1905, y fue uno de los oradores principales en el acto oficial por el centenario de Sarmiento en 1911, el mismo año en que apareció la Historia de Sarmiento del escritor nacionalista Leopoldo Lugones, que agradeció la colaboración de Saldías.

Un primer dato revelador de su abordaje de las tres figuras es que la calificación como «socialistas» actúa como componente unificador, diferenciándose en la valoración de Groussac y el joven Ingenieros. Este, en décadas posteriores, los reincorporaría en la prosapia de las ideas progresistas del país como los «sansimonianos argentinos» y destacaba los antecedentes de Estrada y al propio Saldías, a quien considera un historiador «rosista» que instrumentalizó a la Generación del 37 para atacar a los unitarios (Ingenieros [1915] 1937, 252n2 y 320n2), al tiempo que dedicará en su Sociología argentina (1916) tres estudios «sociológicos» a Echeverría, Alberdi y Sarmiento. Lo cierto es que para Saldías el socialismo de aquellos se desplegó como una concepción «progresiva» y «humanitaria» del cambio político, social, institucional y, sobre todo, moral e intelectual. Esta mirada aplanaba las diferentes estaciones de estos autores y, sobre todo, las trayectorias político-intelectuales de Alberdi y Sarmiento, que para la segunda mitad del siglo ya habían prácticamente abandonado ese potente, pero juvenil influjo ideológico y estético (Myers 1998).

Es en el capítulo XXVIII de su HCA donde historizó la Asociación de Mayo fundada por Echeverría, Alberdi y Gutiérrez ―con Félix Frías, Carlos Tejedor, Jacinto Rodríguez Peña, Vicente Fidel López, Benito Carrasco, Carlos Eguía y Barros Pazos, entre otros actores secundarios―, reconociendo la preeminencia del primero como ideólogo. Se refiere a la «generación doctrinaria del año de 1837» (Saldías [1892] 1945, IV, 20), la «nueva generación de Buenos Aires» (24), luego a la «joven generación argentina» (27) y, finalmente al abordar las filiales provinciales de la Asociación ―en San Juan por Manuel Quiroga Rosas, Tucumán por Marco Avellaneda y Córdoba por Enrique Rodríguez y otros―, a la «nueva generación de la República» (37). Este capítulo, fundamental para la presente reconstrucción, es sin dudas un gran paréntesis en su narración histórica porque es el único que se detiene en el mundo de las ideas en una obra político-institucional y militar. Como historiador del grupo y sus ideas, Saldías fue escrupuloso con las autodefiniciones de sus miembros, que dotaban de un carácter mítico a los acontecimientos de 1837 y 1838 en Buenos Aires. Algo que, por ejemplo, advirtiera Ingenieros en su estudio de la década de 1910 al revelar las reformulaciones de Echeverría en sus textos de la década de 1840. Al mismo tiempo, Saldías afirmaría posteriormente que la misión histórica de la Generación del 37 había sido «iniciar una reforma radical por medio de la educación y de las leyes calcadas en los principios democráticos proclamados» por la Revolución de Mayo.8 Punto en que sus reivindicaciones de Sarmiento (como educador) y Alberdi (como virtual artífice de la Constitución) son evidentes. En la secuencia evolutiva planteada en su HCA, a esa Generación le cabía el lugar de la «reconstrucción» in nuce, que recién se iniciará política e institucionalmente con la caída de Rosas.

Cabe plantear el porqué de esta caracterización de Saldías de las principales figuras de la Generación de 1837, que reforzará en su estudio para la reedición del Dogma socialista en 1907. Es muy posible que tenga que ver con una forma de diferenciarlos de otros exponentes con los que, de una u otra manera, había polemizado o de los que se diferenciaba: Mitre y Vicente Fidel López, fundadores de la disciplina histórica en Argentina y ambos miembros de la Asociación de Mayo. Si bien en su juventud Saldías se ubicó en la estela historiográfica del primero ―por su célebre relato fundacional de la nacionalidad en su Historia de Belgrano y de la independencia argentina (1876) y la cálida recepción que brindó a los primeros tomos de la obra de su seguidor―,9 en su madurez instaló a ambos autores como parte de la «perversión del espíritu liberal» y el resabio de la tradición unitaria con que se había construido la República unificada luego de Caseros. Denostaba en particular su influencia historiográfica, tanto en su HCA como en polémicas posteriores con López, que escribió en varios tomos una Historia de la República Argentina donde criticaba a Saldías (Cattaruzza y Eujanian 564), y José María Ramos Mejía, compañero de Saldías en el Colegio Nacional, médico positivista y autor de La locura en la historia (1895) y Rosas y su tiempo guiadas por una interpretación psicologista y crítica de la «tiranía» (Devoto y Pagano 73-138. A las eminencias de la historiografía post-Caseros las sindicó como fundadores de una «escuela» o «tradición autoritaria» que Ramos reproduciría y que habría operado, para la educación política e histórica de la generación de Saldías, una exclusión del pasado federal análoga a la exclusión política de los unitarios practicada por el «gobierno fuerte» de Rosas (Saldías [1892] 1945, I, 2).10

Ese socialismo como germen de una sociedad libre y de una nación con un destino de grandeza permitía asimismo diferenciar el liberalismo progresista de Saldías del liberalismo conservador de la República oligárquica y del socialismo partidario filiado en la Segunda Internacional, que claramente representaba una etapa diferente del socialismo romántico. Eso explica que en su presentación al Dogma socialista comparara las doctrinas de Saint-Simon que influenciaron a Echeverría con el marxismo finisecular, preguntándose «porqué se quiere empequeñecer esa noble causa, circunscribiéndola a la tarea de estimular la guerra entre el capital y el trabajo». A su entender, en una sociedad igualitaria como la argentina las «ideas humanitarias no se afianzan provocando antagonismos odiosos en el seno de la comunidad política donde todos gozan de los mismos derechos» (Saldías 1907, 5).

Por último, merece mencionarse la importancia de la noción de «generación» en el andamiaje argumentativo de sus obras y durante las principales polémicas de Saldías con López y Ramos Mejía (que aquí no pueden desarrollarse); noción también aludida recurrentemente en sus escritos sobre Echeverría, Alberdi y Sarmiento. En la misma dedicatoria de la HCA, la idea de una «evolución progresiva» del desenvolvimiento histórico-político abierto con la Revolución de Mayo, que ya estaba presente en los textos de la «joven generación», le permitió instalar luego como su heredera a la «generación doctrinaria» de 1837, para presentarse a sí mismo como alguien:

habituado a ver cómo se derrumban en mi espíritu las tradiciones fundadas en la palabra autoritaria que, atando el porvenir al presente echan al cuello de las generaciones un dogal inventado por el demonio del atraso. […] La prédica de los odios constituye, por otra parte, un verdadero peligro para el porvenir de las ideas, cuyo desenvolvimiento retarda, lanzando en senderos extraviados la juventud, en vez de iniciarla en la experiencia saludable de la libertad… (Saldías [1892] 1945, I, 2)

A cada generación le correspondería una misión histórica que cumplir, perfeccionando esa evolución que es política, institucional, pero también moral, en un proceso de larga duración que es comprendido por Saldías como de «regeneración», otro término que recupera de los escritos de Echeverría. Si, como aseguró en su presentación del Dogma, aquel había escrito para «una generación fuerte, abnegada y batalladora» en función de organizar definitivamente el país, Saldías se ubicó a sí mismo en el lugar de difusor para otra nueva generación, la de inicios del 1900: «Yo lo presento a la juventud contemporánea, al pueblo generoso, para que beba de esa fuente pura y cristalina las mejores inspiraciones en bien de la patria» (Saldías 1907, 13).

3. «Un justo homenaje a la memoria de un precursor» y «el expositor del principio»

Si algo se advierte en las intervenciones de Saldías que siguieron a su HCA es que comprendió el impulso inicial de Echeverría y la trayectoria posterior de Alberdi como un tándem, para luego refinar una lectura que no dejó de ser sesgada, tanto por las obras que omitía en su apología como por el recorte que hacía de las que sí analizó. Por ejemplo, en su primera obra relevante, el Ensayo sobre la historia de la Constitución Argentina (Saldías 1878), cuando se refiere a los lejanos antecedentes de la carta constitucional y a los planteos del Dogma respecto de un «partido nuevo» que sintetizara las posturas de unitarios y federales, calificó a Echeverría de «ilustre socialista argentino, unitario porteño» (273). Después también señalaba a Sarmiento como «propagandista» unitario y a Juan María Gutiérrez como amigo de Rivadavia y unitario (274-275). De forma inevitable, colocaba a Alberdi en un sitial deferencial en tanto autor de las Bases.

Pero para el momento de confección de la HCA un Saldías adentrado en otras inquietudes sofisticó su indagación. Ya en el proyecto de una estatua a Echeverría consideraba necesario, en su periódico La Libertad, «perpetuar su memoria» en tanto «precursor» del «desenvolvimiento intelectual y político de las ideas proclamadas en Mayo, en la escala progresista de la sociabilidad argentina y en el sentido más liberal».11 Echeverría dejará de ser asociado a los unitarios exiliados en Montevideo y mantendrá su caracterización como «socialista», al tiempo que Saldías comenzó a reconocer mayor legitimidad al régimen federal de Rosas.

A partir de entonces, la figura de Echeverría se agigantará hasta ser un prócer del pensamiento en la reedición del Dogma (de la que eliminó algunos párrafos sobre la Constitución del país «por creerlos superfluos hoy»), donde habría configurado una «doctrina social y política» según «las peculiaridades del país Argentino» (Saldías 1907, 12 y Echeverría [1846] 1907, 14, nota 1). A diferencia de Groussac, la aclimatación para el Plata de ideas y proyectos que gestados en otras latitudes (Saldías menciona a la Joven Italia, la Joven Europa y Saint-Simon) revelaban el genio de los principales exponentes del mítico grupo: de Echeverría por su audacia original, de Alberdi y Sarmiento por traducir esas ideas para una Constitución y para la praxis de la política republicana. El primero se convertía en el punto de partida de las elites intelectuales que guiaron a la nación hacia sus grandes destinos. Dato elocuente del reconocimiento de terceros, para 1895 se le propuso a Saldías y este aceptó la presidencia honoraria de un nuevo centro literario «Esteban Echeverría», en la ciudad de Buenos Aires, compuesto por estudiantes universitarios (se lo llama «eminente literato e historiador»).12 Años después, en tiempos del Centenario de la Revolución de Mayo, Saldías fue consultado desde el Consejo Nacional de Educación sobre las «grandes fórmulas morales» que podían «contribuir a fijar el carácter nacional del pueblo argentino». Para ello no dudó en recomendar, en primer lugar, la lectura del Dogma (en su propia reedición) en las escuelas primarias, asegurando que el mensaje del «apóstol» Echeverría escapaba a la mentada «escuela autoritaria» que negaba legitimidad a protagonistas fundamentales de la construcción republicana del siglo XIX.13

Pero el historiador exageraba al afirmar ―en el capítulo sobre la Generación del 37 de la HCA― que él iba a rendir «por primera vez en la historia argentina un justo homenaje» al pensador (Saldías [1892] 1945, IV, 25). Desde Gutiérrez y Estrada, Echeverría ocupaba un lugar preeminente en las lecturas de las elites dirigentes argentinas. El énfasis de Saldías puede tener que ver con que, tanto allí como en su estudio de 1905 y de forma más detallada en el prólogo al Dogma, rescataba de Echeverría una de las fuentes de su propio regeneracionismo finisecular. Ese ecléctico fenómeno de ideas que alcanzó su auge entre la crisis de 1890 y la celebración del Centenario, que puede pensarse como una sensibilidad y una reacción ante una temida «decadencia nacional» (Terán 2008, 78-79, 159-160 y 174-186; Reyes 2022), explica en gran medida las reiteradas citas del historiador de una carta del «precursor» a Gutiérrez y Alberdi:

Uno de nuestros grandes errores políticos y también de todos los patriotas, ha sido aceptar la responsabilidad de los actos del partido unitario y hacer solidaria su causa con la nuestra. Ellos no han pensado nunca sino en una restauración; nosotros queremos una regeneración. Ellos no tienen doctrina alguna; nosotros pretendemos tener una: un abismo nos separa (Saldías [1892] 1945, IV, 39, cursivas en el original).14

Saldías insistía en un término caro tanto al lenguaje político romántico de la Generación del 37 como al de los sectores opositores al PAN del cambio de siglo, a los que él mismo pertenecía, que hicieron de la «regeneración política y moral» de la nación una consigna de primer orden. Demanda que las elites dirigentes terminaron incorporando hacia el Centenario con Sáenz Peña. El propio Echeverría había recepcionado en el ámbito rioplatense una noción central de la tradición revolucionaria francesa, retomada por los socialistas románticos, según la cual desde fines del siglo XVIII se venía desandando un proceso de transformación integral de la civilización (una «palingenesia») que, antes que material, era moral, intelectual y espiritual (Myers 427-428). En otras palabras, el proceso de una «evolución orgánica» y «progresiva» que Saldías caracterizó de liberal, democrático y humanitario. Pero, tanto para Echeverría como para él después, ese cometido era más discreto: una «regeneración nacional» que retome ―para el primero― la «tradición de Mayo» y ―para el segundo― el camino del progreso que aseguraba a la Argentina un gran destino nacional, amenazado por la «perversión» del liberalismo.

Por su parte, Alberdi ocupa un lugar diferente pero complementario al del «precursor». Casi en pie de igualdad con el autor del Facundo, Saldías los ensalzó en el discurso-homenaje de 1904 en Tucumán como «los cerebros más vigorosos, los pensadores más fecundos que ha producido nuestro país en los últimos sesenta años» (Saldías 1904, 24). En el capítulo sobre la Generación del 37 de la HCA, Alberdi aparece no solo como el fundamental autor de las Bases, sino como quien secundara a Echeverría, junto con Gutiérrez, en su «iniciativa orgánica», primero en Buenos Aires y luego en el exilio uruguayo, al fundar una asociación hermana a la de Mayo a la que se sumó el más joven Bartolomé Mitre (Saldías [1892] 1945, IV, 36-37). Asimismo, Saldías parece esbozar un reproche de ingratitud de Alberdi para con su mentor y amigo, al no mencionarlo en su obra capital publicada en Valparaíso, aunque a la muerte lo reconocería en «la gloria de la iniciativa de la organización argentina» (42-43). Al efecto, Saldías citaba largamente el obituario de Echeverría por Alberdi, en donde este lo ayuda en la caracterización del grupo: «Todos los hombres de bien han sido y son socialistas al modo que lo era Echeverría y la juventud de su tiempo» (Alberdi [1851] 1936, 13). Aclaración que, por cierto, estaba ya lejos del Alberdi que se encontraba escribiendo sus ideas para la Constitución argentina con un giro conservador producto del reflujo ideológico que siguió a las revoluciones de 1848.

Sin embargo, en la HCA no se dedica mayor espacio a Alberdi, amén de afirmar que sus Bases seguían en lo esencial al Dogma, al precio de dejar de lado toda la labor erudita del tucumano referida al estudio de las distintas constituciones americanas de la primera mitad del siglo XIX. Recién en un estudio publicado en la influyente Revista de Derecho, Historia y Letras Saldías efectúa una reivindicación de su obra, pero, sobre todo, de su trayectoria político-intelectual. Para eso dio a conocer una serie de cartas (que poseía en su archivo) que lo vinculaban con referentes del federalismo cuando estaba en el exilio y demostraban ―según la perspectiva de Saldías― su amplitud de miras frente a los unitarios exiliados. Sin mencionarlo, disparaba contra su viejo «maestro» historiográfico Mitre, que había fulminado su HCA como una aberración moral por reivindicar la «tiranía» de Rosas. Saldías sentenciaba: «Las opiniones de Alberdi respecto de los medios para reorganizar la nación discrepaban, desde la época de su emigración en Montevideo y en Chile, de la de los hombres que mantuvieron su predominio gubernativo en Buenos Aires desde el año 1852 hasta el de 1868».15

Por supuesto, destacaba la colaboración de Alberdi con Echeverría: «Es sabido que Alberdi fue el expositor del principio del Dogma que a esta cuestión fundamental se refiere [el «partido nuevo»] […] atrayendo, como era natural, a sus compañeros y amigos de la Asociación de Mayo». En este punto es cuando la exaltación de la Generación del 37 es instrumentalizada como una forma de saldar cuentas con el pasado faccioso (como subrayaría Ingenieros): «Frente a Echeverría y a Alberdi se levantaron airados los unitarios rivadavianos», entre los que nuevamente ubica a Mitre por la prolongación de esa tendencia en su gobierno de Buenos Aires y en la presidencia desde 1862, cuando, según Saldías, en su juventud porteña se fusilaba a los enemigos federales al grito de “¡viva la libertad!”».16 Como se ha señalado, en este punto se vuelve patente que, como liberal, el autor de la HCA criticaba a Mitre justamente por encarnar «una tradición liberal no consecuente con ella misma» (Devoto y Pagano 228).

En este texto, que combinaba la documentación del historiador erudito con la pasión del polemista, Saldías rescató por primera vez la anécdota del abrazo de reconciliación entre los viejos Sarmiento y Alberdi en el crucial año de 1880, al reunirse el Congreso de la Nación en el marco de la última revolución bonaerense contra el poder central. Hecho sobre el que volverá en el discurso por la inauguración de la estatua del tucumano, al machacar con su invectiva contra el porteñismo de Mitre y sus seguidores, cuando Saldías reivindicó la postura crítica de Alberdi frente a la guerra del Paraguay (exculpaba sin mencionarlo a Sarmiento) y denunció el avance de Brasil (un dato contextual que tenía que ver también con las hipótesis de conflicto de Argentina a inicios del siglo XX). La acusación mitrista contra Alberdi como «traidor a la patria» (condición materializada en su inédito El crimen de la guerra) era en realidad una «pasión enconada contra el pensador independiente» (Saldías 1904, 19). Aquí las diferencias entre los viejos antagonistas de las Cartas quillotanas y Las ciento y una se disuelven en la figura del hombre de ideas crítico, que interviene en los debates de su tiempo a partir del producto de su inteligencia, espejo en que Saldías se miraba. Antes que el jurista (salvo en una ocasión, nunca mencionará su temprano Fragmento preliminar al estudio del Derecho de 1837 o los importantes Elementos del Derecho Público provincial y Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina, publicados inmediatamente después de las Bases), el historiador veía en Alberdi al tratadista político, cerebro del «régimen federo-nacional» plasmado en la Constitución, y lo que podría denominarse el intelectual crítico, y aún denostado por sus contemporáneos. Así, podía pasar por alto las inflexiones posteriores a (o incluso las internas de) las Bases ―de tintes liberal-conservadores― experimentadas por su autor o sus textos sobre la consolidación del Estado central en 1880, que oscilaron entre la celebración de una autoritaria soberanía interna y los temores ante el avasallamiento de las libertades individuales (Halperin Donghi [1980] 2005, 149).

No resulta del todo improductivo interrogarse sobre por qué Saldías avanzó estas relecturas de las ideas de Echeverría y, sobre todo, Alberdi, cuando ya había publicado su obra más importante y en medio de las polémicas con otros historiadores que lo calificaban de «panegirista» de Rosas. ¿Los principales exponentes de la Generación del 37 podían actuar como contrapeso de su parcial reivindicación del régimen rosista? ¿Figuras como Echeverría, Alberdi y Sarmiento fueron instrumentalizadas en sus polémicas históricas? ¿Saldías fue madurando luego de su HCA un cuadro más complejo de la organización de la nación? Todas esas preguntas pueden contener indicios, pero la cuestión es que la reivindicación de las tres figuras (sobre todo la de Sarmiento) antecedía a sus estudios sobre Rosas y las polémicas que desató. Mientras que el énfasis en el papel de «pensadores» a contracorriente que les asigna parece acercarse bastante al propio perfil, además de adherir el historiador fervientemente a un liberalismo progresista y «humanitario» con claras reminiscencias a aquel de los románticos rioplatenses. Ideario al cual Saldías añadió en su trayectoria tintes de un republicanismo cívico por momentos exaltado (sus años de la Unión Cívica Radical [UCR]) y una creciente preocupación por la cuestión nacional que lo convirtió en uno de los emergentes del nacionalismo intelectual del cambio de siglo (Reyes 2014).

4. El «gran ciudadano de la República»

La valoración de Sarmiento establece una diferencia notable con las otras dos figuras. El segundo presidente de la república unificada es presentado una y otra vez como el ejemplo paradigmático del hombre público excepcional, a quien Saldías consideraba su mentor y su amigo, como señalara Irazusta. El año de la muerte del sanjuanino, apareció incluso una obra firmada en coautoría: la edición y estudio preliminar de la traducción de Dalmacio Vélez Sarsfield y Juan Cruz Varela de La Eneida en la República Argentina (1888). En paralelo, Saldías le dedicó una de sus primeras compilaciones de textos (Civilia), donde reúne su último intercambio epistolar y que encabeza con la leyenda: «A la memoria de Sarmiento / gran ciudadano de la República […] mi maestro, cuya palabra fortaleció mi espíritu con la prédica constante de las ideas que caracterizaban su fisonomía democrática» (Saldías 1888, I-II). También encabezaba una cita de Sarmiento su folleto sobre los problemas de la inmigración, La politique italienne au Rio de la Plata (1889); mientras que, como se verá, la única novela de Saldías, Bianchetto. La patria del trabajo (1896), estuvo inspirada por sus últimos escritos.

El discípulo parece haber llevado adelante distintas iniciativas para exaltar la figura del sanjuanino y procurar un mayor reconocimiento póstumo. Solo por citar algunas, a fines de la década de 1880 escribió al presidente de la Liga Internacional por la Paz y la Libertad ―con sede en Suiza― para que se reconociera (aparentemente con éxito) a Sarmiento como precursor de los tratados internacionales de arbitraje, según un proyecto que aquel presentara al presidente de Estados Unidos en la década de 1860.17 En su segundo viaje a Europa, Saldías se encargó personalmente de crear una biblioteca en el departamento francés de los Altos Pirineos y solicitó al prefecto que se pusiera el nombre de su maestro para honrar su labor en materia de instrucción popular (Saldías 1888, 367-373). Con espíritu semejante, colaboró con el abogado e historiador chileno Luis Montt, citado más arriba, en la edición en el país trasandino de una bibliografía exhaustiva de las obras «de nuestro amigo Sarmiento».18

En esta serie de homenajes, Saldías propuso al presidente del Consejo Nacional de Educación de Argentina concretar un acto oficial, lo cual fue aceptado, para «honrar la memoria del ilustre propagandista de la Educación Común».19 Poco después, contribuyó a dotar de material a la biblioteca «Sarmiento» del barrio porteño de San José de Flores.20 Y en medio del agitado año 1893, cuando jugó un papel relevante en los alzamientos armados de la UCR, se sumó a su amigo Augusto Belin Sarmiento en la creación de una biblioteca «Sarmiento» en Catamarca.21 Estas acciones evidencian que los contemporáneos podían asociar sin problemas a Saldías a la estela ―o bajo la sombra― del expresidente, toda vez que el primero no perdía oportunidad para asociarse a su nombre. A su vez, Sarmiento proporcionó a Saldías un estilo propio del periodismo de combate de las décadas posteriores a Caseros, que combinaba el compromiso cívico con un tono beligerante, pero desde una altura olímpica. O sea, un modelo de intervención intelectual, una concepción de la comunidad política y una proyección del orden social deseable, fundamentalmente democrático, gracias al énfasis igualitario de la educación común.

Esa excepcionalidad que le reconoce a Sarmiento se había labrado en la colaboración mutua, ya que Saldías había sido su secretario en la Dirección General de Escuelas en la provincia de Buenos Aires en la década de 1870 y escribieron juntos en las redacciones de El Nacional y La Libertad en la siguiente. Eso explica que, cuando Sarmiento lo invitara al Paraguay poco antes de su muerte, el porteño se excusó aludiendo la dimensión generacional, que jugó para Saldías un papel importante en su formación pública:

V. es una fuerza argentina modernizada para el futuro; apoyada en el principio humano que V. ha ilustrado con su ciencia y su experiencia de cincuenta años y que ha aplicado al medio ambiente de su país […] tengo la pretensión de haber proclamado á V. fundador de la moderna política orgánica en nuestro país; quien, como tal, ha formado escuela en una generación, y es el único que tal cosa ha conseguido sin haber pretendido jamás ser jefe de partido, ni tener partido.22

Esa invocación a las figuras de la Generación del 37 podía actuar como referencia de autoridad en las polémicas entabladas por Saldías desde el periodismo, como cuando espetó a López que siempre había estado a contramano de «los hombres principales de su tiempo»: «Riñó con Alberdi, cuyas Bases eran en su sentir “escritos sin conciencia de lo que decía”; riñó con Sarmiento, cuyo Facundo es una “historia fácil y beduina”; riñó con Mitre a quien llamó “ignorante”». Y, maliciosamente, le recordó a este miembro fundador de la Asociación de Mayo que su exilio en Montevideo gozara de la protección de su padre, un alto funcionario del gobierno de Rosas, escribiendo en Uruguay y Chile «sin confundir su acción militante con la de sus compañeros de causa».23

Según se adelantó, a lo largo de la década de 1890, como buena parte de las elites intelectuales y políticas argentinas, Saldías se vio fuertemente interpelado por el problema nacional, tanto en lo que hacía a la situación política, por la precaria situación internacional producto de la crisis, como a la social y cultural. Ya desde La politique italienne au Rio de la Plata denunciaba la «monstruosidad» de que las autoridades italianas llamaran «colonias» a las comunidades de inmigrantes de su país en Argentina. Manteniendo su convicción liberal respecto de la apertura del país, se basó en las alarmas del último Sarmiento en Conflictos y armonías de las razas en América para propugnar por una nacionalización o ciudadanización forzosa de los recién llegados al país (Devoto 14-16). Inquietudes que plasmó en su única novela, Bianchetto (1896), con un protagonista italiano que arribaba pobre al país para terminar haciendo fortuna gracias a su asimilación.

Esta obra singular, que cierra con pasajes que parecen más de tratado político, estuvo inspirada en ese viejo Sarmiento, según le asegurara el escritor y político oficialista Miguel Cané. Para su amigo de los tiempos del Colegio Nacional, el borrador del libro era demasiado «sociológico», asegurando Cané que sería «una exposición práctica de las ideas de Sarmiento […] en el “Conflicto de las razas”».24 La novela, que agotó dos ediciones, tampoco dejó de inspirarse en lo que denominó el «concepto humanitario» del célebre apotegma de Alberdi en las Bases, «gobernar es poblar», que planteaba la prosperidad futura del país y la consolidación de la nacionalidad como producto de la combinación de leyes liberales y trabajo inmigrante (Saldías, 1904, 9-10). Probablemente porque hubiese implicado reflotar tensiones entre las figuras reivindicadas, el historiador forzaba hasta desfigurarlos a los argumentos del sanjuanino y del tucumano, ya que este último en su obra capital propugnaba por un modelo de asimilación socioeconómico de los inmigrantes que se encontraba en las antípodas del educativo y sociocultural de Sarmiento (Halperin Donghi [1980] 2005, 59-73), por no hablar de la incipiente xenofobia expresada en Conflictos y armonías de las razas en América.

Con todo, como con Echeverría, se advierte también aquí la inspiración de la Generación del 37 en las ideas regeneracionistas y el nacionalismo liberal de Saldías. Toda la fábula individual de Bianchetto redunda en esa armonía colectiva e igualitaria de un «crisol de donde surge una nacionalidad con energías singulares y con aspiraciones ardientes a la libertad» (Saldías 1896, 317-318).25 Esta era en su modelo histórico parte de esa «evolución progresiva» desarrollada a partir de la Revolución de Mayo y las ideas de los pensadores «socialistas»:

No es extraño, pues, que Bianchetto, inspirado en los sentimientos generosos a los cuales debía su regeneración, fuese un agente de esa idea encarnada en el medio ambiente en que se había desenvuelto. […] Esa idea es consagrada en las leyes fundamentales argentinas, como una especie de dogma político bajo cuyo auspicio se ha poblado y engrandecido la República. […] Es natural, pues, que se digan que ensanchar los progresos del país en que están radicados, es acción noble y patriótica […] Esta es la excepción humanitaria y liberal del patriotismo en la época moderna (Saldías 1896, 315-317).

Resulta interesante la última intervención de Saldías dedicada a Sarmiento, su discurso en el teatro Colón de Buenos Aires como miembro de la comisión del Centenario de aquel, en 1911, porque el acontecimiento permite situar tanto al homenajeado como al historiador en un contexto celebratorio más general de la prosperidad presente y la grandeza futura del país. En cuanto al primero, si a su muerte podía considerárselo ―en una Argentina oligárquica en plena transformación― una reliquia del pasado, dando lugar al tópico de la «vejez de Sarmiento» con una mezcla de benevolencia y hastío (Myers 395), para la segunda década del siglo XX era ya un prócer civil indiscutido, como uno de los constructores de un país que se quería moderno, aunque los juicios tenían sus matices.

Por ejemplo, para el progresismo de Ingenieros, Sarmiento representaba la tenacidad con que las ideas civilizadoras se abrieron paso sobre la «barbarie» no solo en Argentina, sino en toda América Latina, contribuyendo así a su «regeneración» (Ingenieros [1916] 2013). Pero era todo un arco ideológico el que se sumaba a reivindicar su centenario. Así, para el nacionalista Lugones, en Historia de Sarmiento (1911) se trataba de exaltar al «genio», la rebeldía de su personalidad y sus modos en la lucha por terminar por construir una nación (Devoto 86-91). Para el dirigente socialista de base marxista, Enrique Del Valle Iberlucea, el legado de Sarmiento era el de un «apóstol de la educación pública» por la tarea de «civilizar al país por el libro» y «el trabajo por la democracia y la justicia». Temas que podían emplearse en contra de unos gobiernos oligárquicos que operaban «un retroceso cívico de la República».26 Rescate de los «socialistas románticos» decimonónicos ―pero en tanto «liberales» antecesores de los «socialistas científicos»― por parte del PS argentino que ya había comenzado con Alberdi (por sus ideas económicas y su oposición a la guerra) en torno al Centenario de la Revolución de Mayo, creándose un centro con su nombre y con reiteradas alusiones positivas de dirigentes como Juan B. Justo, Alfredo Palacios o Antonio de Tomaso.27

Mientras que, para entonces, Saldías era bastante más que el historiador de Rosas visto con recelo por algunos de sus contemporáneos, porque se encontraba ya plenamente integrado a las elites político-intelectuales. No solo Cervantes y el Quijote (un estudio erudito de 1893) y Bianchetto le habían permitido explorar otros horizontes literarios con buena acogida de la crítica,28 sino que había ampliado su obra histórica erudita con un libro precuela de la HCA, La evolución republicana durante la revolución argentina (1906), que terminó de escribir en el cargo de vicegobernador de Buenos Aires. Provincia que le encargó la escritura de su historia, la obra en tres tomos Un siglo de instituciones. Buenos Aires en el Centenario de la Revolución de Mayo (1910). Y, además de haber sido electo diputado nacional en 1906, el mismo año del centenario de Sarmiento fue incorporado a la Junta de Historia y Numismática (Devoto y Pagano 209), institución fundada por su maestro y detractor Mitre. De alguna manera, se cerraba el círculo de viejas disputas históricas por el pasado nacional o, al menos, estas eran colocadas en un segundo lugar respecto del reconocimiento de sus pares.

Saldías tenía más de sesenta años cuando disertó en uno de los lugares paradigmáticos de la alta cultura argentina en homenaje a Sarmiento, frente al presidente Roque Sáenz Peña, al que había apoyado en su camino a la máxima magistratura y que le retribuiría con un puesto diplomático. De forma que la ocasión puede pensarse, de la misma manera, como una consagración para el propio historiador. En su intervención, el optimismo del Centenario ya estaba lejos de la coyuntura crítica de 1890 que había acicateado sus temores por la decadencia nacional. Por eso la obra de Sarmiento se asociaba a «la eficacia virtual de nuestra hermosa constitución para conducir a la República por la senda del gobierno libre, para dilatar progresos permanentes» (Saldías, Páginas políticas 185-196).

La asociación que siempre había dejado trascender con el autor del Facundo se hizo presente en la alocución, cuando afirmaba que él «también [había] viv[ido] de la vida de este prócer de nuestra democracia» (Saldías, Páginas políticas 186). Para volver sobre esa constante de su conciencia histórica sobre el recambio generacional como motor del progreso nacional, desde que la Generación del 37 recogiera el legado de 1810: «La generación que rinde homenaje póstumo a los grandes benefactores de la República se honra a sí misma y prepara épocas propicias en el porvenir». Como Lugones, Saldías consideraba a Sarmiento antes que nada «un hombre singular», «insigne pensador y estadista», «propagandista de combate y de doctrina», «en nuestro país el ejemplo más notable de actividad intelectual desde que se inició como maestro de escuela», aunque «ningún publicista ni hombre público de su época fue más que él motejado, deprimido ni combatido» (Saldías, Páginas políticas 186, 189, 190 y 191). Si se piensa en la forma en que el historiador enfrentó a sus detractores a lo largo de los años, es probable que estos aspectos fueran otro hilo de continuidad en la admiración por su figura.

5. Conclusiones

En este trabajo se reconstruyó la forma en que un actor relevante de las elites intelectuales y políticas del cambio del siglo XIX al XX en Argentina, Adolfo Saldías, se encargó de rescatar las ideas, el pensamiento y las figuras de tres de los principales exponentes de la llamada «Generación romántica» rioplatense de 1837: Esteban Echeverría, Juan B. Alberdi y Domingo F. Sarmiento. Esta recuperación, que tenía mucho de reivindicación (por momentos acrítica, que soslayaba tensiones mutuas) y de divulgación, se fue desplegando a lo largo de varias décadas, entre la de 1880 y la de 1910, coincidiendo en gran medida con el período de la República oligárquica iniciado con la consolidación del Estado central y con su auge en la celebración del Centenario de la Revolución de Mayo.

Al mismo tiempo, la exaltación de los tres personajes por el historiador implicó, de alguna manera, la exclusión de otros que podían considerarse parte del grupo y que tuvieron trayectorias notables, ya sea para la política como para las letras argentinas. Estos fueron los casos de Bartolomé Mitre y Vicente F. López, padres fundadores de la historiografía nacional que se mostraron críticos con la obra que Saldías dedicara al régimen de Juan Manuel de Rosas en la primera mitad del siglo XIX y que no dudó en contraponer al legado de los tres próceres. En este sentido, la propia idea de «generación» que actuaba como núcleo de la autodenominación del grupo que se diera a conocer en el Salón Literario de 1837 y la Asociación de Mayo, que Saldías reconstruye en un capítulo muy singular de su HCA, aporta una clave para comprender la propia conciencia histórica del autor aquí analizado.

Aquí, la clave en Saldías del término «generación», que apareció recurrentemente en sus intervenciones, se vincula a cómo los hombres públicos se involucraron en el proceso de la construcción republicana y nacional en el siglo XIX rioplatense y argentino. Cuando Saldías hablaba de «mi generación» se refería a los jóvenes nacidos antes de la crucial batalla de Caseros que terminó con el régimen de Rosas e inicio un año después la etapa constitucional. En cuanto a la historiografía, los revisionistas que luego lo reivindicaran, como Rosa (1960), llegaron a incluirlo por una dimensión etaria en la «generación de 1880», asociada más bien a pensadores y políticos del régimen oligárquico como Paul Groussac y Miguel Cané.

Más recientemente, un historiador de las ideas como Oscar Terán (2008, 13) entendió que la mayor visibilidad de la trayectoria intelectual de Saldías la lograría a partir de la última década de ese siglo, por lo cual lo considera parte de una «generación de 1890», aunque allí también ubica a un intelectual mucho más joven, como José Ingenieros (nacido en 1877). En ese caso, serían más bien algunos acontecimientos o coyunturas claves ―los «microclimas»― los que sucesivamente operaron como motivación para el compromiso e intervención de las elites intelectuales en los debates sobre los principales temas de su tiempo. De allí que pueda hablarse para los nacionalistas culturales de inicios del siglo XX, como Leopoldo Lugones, Manuel Gálvez y Ricardo Rojas, de la «generación del Centenario» de 1910 (Devoto 42).

Todo lo anterior habilita a concluir que los exponentes de la Generación del 37 le permitieron a Saldías colocarse a sí mismo en la estela de esos prestigiosos «precursores» o protagonistas de la construcción republicana y nacional, a partir de su obra histórica de recuperación «intelectual y moral» y de la divulgación de su pensamiento, con los énfasis y sesgos mencionados previamente. Eso explica que el que se consideraba discípulo de Sarmiento reflotara de la obra de Echeverría la idea de que «toca a la nueva generación iniciar una reforma radical», en suma, una reforma permanente entendida como una «regeneración» de carácter progresivo.

Este aspecto se conectaba con otro término fundamental del lenguaje que atravesó la vida pública de Saldías, que podía incluir en un momento su estridente denuncia del estado del país con la crisis de 1890, al actuar desde el radicalismo opositor, o la exaltación del progreso nacional y su destino de grandeza, ya integrado a los elencos políticos e intelectuales de la República oligárquica en tiempos del Centenario. Una de las consignas que los románticos rioplatenses habían recibido de la tradición revolucionaria y de los primeros socialistas franceses, la de una regeneración de la humanidad en clave palingenésica, fue luego tomada por Saldías en la clave nacional más restringida que ya estaba presente en el Dogma, nutriendo un nacionalismo liberal optimista que confiaba en el aporte inmigratorio siempre que esos contingentes contribuyeran, en la forma de un «crisol de razas», a una nacionalidad todavía en ciernes.

Finalmente, la recepción de la propia obra de Saldías, en especial sus textos sobre la Generación del 37, es otra cuestión. Se sabe que su HCA influyó en algunos análisis relevantes de la llamada Nueva Escuela Histórica de Argentina, como los de Emilio Ravignani sobre los antecedentes de la Constitución Nacional o los de Ricardo Levene en la década de 1930, al asociar el ascenso de Rosas con un «gobierno fuerte», que representaba el orden frente a la «anarquía» del año 1820 (Devoto y Pagano 96, 168 y 179). También cabe mencionar que, en «Los sansimonianos argentinos», Ingenieros ([1915] 1937) lo tildó de «rosista» y que, por caso, su discurso sobre Alberdi de 1904 podía aparecer en las estanterías de la Biblioteca Obrera del periódico La Vanguardia,29 órgano oficial del PS argentino. Todo ello antes de la reivindicación que efectuaron los exponentes del revisionismo histórico desde la década de 1930, invirtiendo políticamente la carga valorativa del «panegírico de Rosas» que le endilgaron a Saldías sus adversarios. Pero, de una u otra manera, esa circulación posterior de su obra puede entenderse mucho más fluida que la tan reiterada idea revisionista de una «conspiración de silencio» en torno suyo. Después de todo, el autor de Bianchetto se reconocía ―y era reconocido por sus contemporáneos― como un «liberal», en un contexto en que dicho adjetivo decía mucho de un proyecto de nación compartido por las elites políticas e intelectuales del país de las que formaba parte. Estas, para inicios del siglo XX, reconocían de forma generalizada (con matices y énfasis diferenciales) a los autores de la Generación del 37 como precursores de una modernización experimentada en distintos frentes. ◊

Obras citadas

Fuentes

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Revista de Derecho, Historia y Letras, Buenos Aires, Argentina (1901).



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Terán, Oscar. Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo. Derivas de la «cultura científica» (1880-1910). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2008.



1 El autor agradece los pertinentes y necesarios comentarios y sugerencias de los evaluadores anónimos, a los coordinadores del dossier, en especial a Ana Clarisa Agüero, y a la amabilidad de Horacio Tarcus en el CeDinCi de Buenos Aires.

2 Francisco J. Reyes. Licenciado en Historia por la Universidad Nacional del Litoral (UNL), Doctor en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Rosario (UNR) e Investigador Asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina). Docente del área de Historia de Europa y Estados Unidos de las carreras de Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la UNR. Ha publicado artículos sobre historia cultural de la política e historia intelectual en diversas revistas argentinas e internacionales y en 2022 apareció su libro Boinas blancas. Los orígenes de la identidad política del radicalismo (1890-1916).

3 Sólo se reseña aquí, de su amplia trayectoria político-intelectual, que perteneció a la masonería, escribió su primera obra histórica sobre la Constitución Nacional a fines de la década de 1870, cuando comenzó su militancia política en el Partido Autonomista; fue diputado provincial y participó en un levantamiento armado en 1880 contra el gobierno nacional, que lo llevó a un autoexilio en Europa, donde avanzó en su obra sobre la época de Juan Manuel de Rosas. Retornado a Argentina, fue director del periódico La Libertad y, después de otro viaje europeo, volvió con la crisis política de 1890 y participó de un nuevo levantamiento armado y de la creación de la Unión Cívica Radical (UCR), dirigiendo su órgano oficial. Fue nuevamente diputado provincial, ministro y finalmente vicegobernador de la provincia de Buenos Aires (1894-1906), antes de ser interventor federal en La Rioja y embajador en Bolivia (Reyes 2022, 67-69).

4 Devoto y Pagano (2009 passim) lo consideran un liberal que comenzó, como otros autores, una valoración histórica de ciertos aspectos de la experiencia rosista; en tanto Cattaruzza y Eujanian (2010) destacan también su liberalismo y los usos posteriores de su obra por parte del revisionismo.

5 Un ejemplo es la carta al escritor uruguayo Alberto Nin Frías en donde le achaca que, en vez de valorar autores europeos como Guizot o Bluntschli, él privilegiaba a «Sarmiento y con Alberdi, los maestros del socialismo nuestro, que es el que tiene la palabra y el mayor alcance en la obra del progreso institucional y moral de estas naciones». Adolfo Saldías a Alberto Nin Frías, La Plata, oct. 11, 1904 (Saldías, Páginas políticas 167).

6 Paul Groussac, «Esteban Echeverría, la Asociación de Mayo y el Dogma socialista», La Biblioteca, Buenos Aires, Argentina, t. 4, 1897, mayo, 262-297.

7 Entre varias intervenciones sobre el autor, destaca su conferencia «Juan Bautista Alberdi» en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en 1910, en Matienzo (1916).

8 Adolfo Saldías, «La obra de Echeverría», La Nación, Buenos Aires, Argentina, sep. 11, 1905 (Saldías, Páginas políticas 123) y Saldías (1907, 9).

9 Como devolución a Saldías por el envío filial de los dos primeros tomos de su Historia de Rozas y su época (luego HCA), Mitre le aseguraba en carta de mediados de la década de 1880 que publicaría en el diario La Nación la noticia de la aparición del libro «con el honor que merece su autor» y porque «nadie podrá desconocer en sus obras la pasión del bien, el amor a la verdad, estudio atento de hechos y documentos y todas las cualidades que revelan al pensador y realzan al escritor.» Bartolomé Mitre a Saldías, Buenos Aires, abr. 16, 1884 (Saldías, [1892] 1945, I, X). Saldías incluyó oportunamente la carta de Mitre en la presentación de la edición de 1892 de la HCA, junto a una segunda carta de 1887 donde su «maestro» le espeta que el tercer tomo de la obra era «un arma del adversario en el campo de la lucha pasada, y aun presente». Bartolomé Mitre a Saldías, Buenos Aires, oct. 15, 1887 (Saldías [1892] 1945, I, XV).

10 Adolfo Saldías, «Una rectificación del Doctor Vicente Fidel López al autor de la Historia de la Confederación Argentina», El Argentino, Buenos Aires, Argentina, sep. 14, 1893; «La locura en la historia», La Prensa, Buenos Aires, Argentina, may. 3, 1895 (Saldías, Páginas literarias 85-91); «Un manual de historia por el Doctor Vicente Fidel López», El Argentino, Buenos Aires, Argentina, ene. 28, 1896; «Rosas y su tiempo. Por el Dr. José M. Ramos Mejía», El Tiempo [Buenos Aires, Argentina] ago. 8, 1907 (Saldías, Páginas históricas 187).

11 Adolfo Saldías, «Echeverría», La Libertad, Buenos Aires, Argentina, abr. 30, 1883 (Saldías 1888, 193-199).

12 Carta de Pedro Villarruel a Saldías, mar. 3, 1895, Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Fondo Juan Ángel Farini/Adolfo Saldías, carpeta 277, folio 255.

13 Saldías a Leopoldo Herrera, ago. 23, 1909 (Saldías, Páginas políticas, 150-151).

14 Saldías luego volverá sobre la carta de la «regeneración» en su presentación al Dogma y en la respuesta al Consejo Nacional de Educación.

15 Adolfo Saldías, «Las cartas de Alberdi», Revista de Derecho, Historia y Letras, t. XI, 1901, Buenos Aires, 31.

16 Adolfo Saldías, «Las cartas de Alberdi», Revista de Derecho, Historia y Letras, t. XI, 1901, Buenos Aires, 35.

17 Saldías a Charles Lemonnier, Buenos Aires, jun. 5, 1887; Charles Lemonnier a Saldías, Ginebra, jul. 15, 1887, Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Fondo Juan Ángel Farini/Adolfo Saldías, carpeta 275, folios 307 y 314.

18 Luis Montt a Saldías, Santiago de Chile, sep. 17, 1888, Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Fondo Juan Ángel Farini/Adolfo Saldías, carpeta 275, folio 14.

19 Benjamín Zorrilla y Santiago López a Saldías, Buenos Aires, sep. 10, 1890, Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Fondo Juan Ángel Farini/Adolfo Saldías, carpeta 276, folio 87.

20 Pedro Rojas a Saldías, Buenos Aires, feb. 1891, Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Fondo Juan Ángel Farini/Adolfo Saldías, carpeta 276, folio 104.

21 Augusto Belin Sarmiento a Saldías, Catamarca, sep. 14, 1893; Javier Castro a Saldías, Catamarca, oct. 21, 1895, Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Fondo Juan Ángel Farini/Adolfo Saldías, carpeta 277, folios 33 y 281.

22 Saldías a Domingo Sarmiento, Buenos Aires, ago. 4, 1887 (Saldías 1888, 364, cursivas en el original).

23 «Un manual de historia por el Doctor Vicente Fidel López», El Argentino, Buenos Aires, Argentina, ene. 28, 1896.

24 Miguel Cané a Saldías, Buenos Aires, nov. 4, 1895, Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Fondo Juan Ángel Farini/Adolfo Saldías, carpeta 277, folio 283.

25 Esa idea de «crisol de razas» en Saldías como consigna del nacionalismo liberal, en Devoto (22).

26 Enrique Del Valle Iberlucea, «Civilización y barbarie», Humanidad Nueva, Buenos Aires, t. 4, mayo, 1911, 156.

27 Ver el acto organizado por el centro socialista «Juan Bautista Alberdi» en 1910: «La conferencia de anoche en Unione e Benevolenza», La Vanguardia, Buenos Aires, Argentina, feb. 17, 1910.

28 Por ejemplo, los juicios positivos sobre su trayectoria en La Biblioteca, Buenos Aires, Argentina, t. VII, 1898; y de la Revista de Derecho, Historia y Letras, Buenos Aires, Argentina, t. XI, 1901.

29 «Biblioteca obrera», La Vanguardia, Buenos Aires, feb. 4, 1905.