CLAVES. REVISTA DE HISTORIA


VOL. 9, N.° 17 – JULIO – DICIEMBRE 2023 ISSN 2393-6584 - MONTEVIDEO, URUGUAY



https://doi.org/10.25032/crh.v9i17.7


Introducción al Tema Central N.º 17

Los historiadores y la producción, circulación y recepción de saberes históricos en el espacio latinoamericano

Coordinadores

Martha Rodríguez Tomás Sansón Corbo

Universidad de Buenos Aires Universidad de la República Argentina Uruguay



Durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX se fue configurando en el marco de los nuevos Estados nacionales latinoamericanos una historiografía crecientemente institucionalizada y profesionalizada. Estos procesos tuvieron ritmos y modulaciones distintas en cada espacio nacional, pero en la mayoría de ellos, al amparo de las demandas estatales de configuración de una identidad nacional, la historia adquirió gran centralidad en los dispositivos académicos, pedagógicos y culturales.


El impulso para hacer de la historia una ciencia y una profesión no era solo científico, tenía también un fuerte compromiso público. Es que el reconocimiento estatal a la historia estuvo íntimamente ligado a las virtudes pedagógicas y estratégicas que las elites dirigentes encontraron en ella. De su contribución se esperaban relatos e interpretaciones sobre los orígenes de la nación, sus características y particularidades en los que todos pudieran reconocerse, pero también fundamentos históricos para dirimir reclamos diplomáticos, litigios territoriales o políticas estatales. El éxito de la historia se encontraba más en su contribución a una memoria pública que en su capacidad de argumentación científica. Así, esas narraciones privilegiaron la historia nacional como formato



historiográfico convirtiéndola en protagonista de los procesos históricos y escala de análisis casi excluyente.


Estos empeños estatales, así como el apoyo material para desarrollarlos y el prestigio que su ejecución otorgaba, dieron a la historia impulso considerable. Sin embargo, en un contexto como el latinoamericano decimonónico en el que la especialización de los estudios superiores avanzaba lentamente y apenas comenzaban a emerger ámbitos formativos específicos, las juntas, sociedades y academias de estudios históricos, los archivos y las bibliotecas, así como personalidades amateurs ―de abogados y funcionarios a políticos y escritores―, fungieron como ámbitos de encuentro y sociabilidad para los interesados en el estudio del pasado. Desde allí comenzaron a desplegarse ciertas prácticas en las que la erudición, la apelación a los documentos, las polémicas, la construcción de redes intelectuales nacionales e internacionales fueron impulsando la actividad historiográfica. Al pionero Instituto Histórico y Geográfico Brasileño fundado en 1838 le seguirán el Instituto Histórico y Geográfico Nacional establecido en Montevideo en 1843, el malogrado Instituto Histórico y Geográfico del Río de la Plata en Buenos Aires en 1854, la Junta de Historia y Numismática Americana creada en esa misma ciudad en 1893, la Academia Colombiana de la Historia en 1902 y el Instituto Paraguayo de Investigaciones Históricas en 1937, entre otros.


De ahí a la consolidación de estudios universitarios, al establecimiento de reglas y procedimientos de ejercicio profesional para la actividad historiográfica, a la emergencia de publicaciones periódicas especializadas para la circulación del conocimiento o a la creación de asociaciones profesionales de historiadores, el tránsito fue lento, no exento de avatares y particularidades nacionales, extendiéndose a lo largo de la primera mitad del siglo XX. En Argentina la sección de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras se creó en 1905, en 1912 una reforma en el plan de estudios dotó de especificidad a la carrera de historia, mientras que en 1921 se creó el Instituto de Investigaciones Históricas, que un año después comenzó a editar su boletín. En la región también se establecieron progresivamente centros universitarios, en el marco de los cuales se crearon unidades o programas


académicos que propiciaron la formación de historiadores profesionales. Entre ellos se encuentra la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de San Pablo en Brasil (1934), la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República en Uruguay (1945) y la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción en Paraguay (1948).


A estos procesos de construcción de un campo historiográfico en los distintos países latinoamericanos contribuyó sin duda la creación de los referidos espacios institucionales. También los consensos académicos alcanzados. Uno de los principales giró en torno al valor del método histórico, cuya correcta ejecución garantizaba la tan ansiada objetividad, indispensable a su vez para asegurar estatus científico a la disciplina. Junto con este consenso heurístico se extendió otro no menos vigoroso sobre el tipo de historia que debía escribirse. La prioridad seguía siendo la historia nacional abordada generalmente desde una perspectiva político- institucional, protagonizada por actores individuales y estructurada según un criterio cronológico.


Desde mediados del siglo XX la situación de la disciplina histórica se ha ido modificando ostensiblemente. No solo porque comenzó a cuestionarse la identificación de la historia con una pedagogía cívica ―y por ende su rol social y su centralidad para las elites estatales―, sino por los cambios a nivel teórico, metodológico y temático que se fueron operando en su interior, los nuevos diálogos establecidos con otras ciencias sociales e incluso por el impacto de cambios más amplios producidos en la sociedad que se reflejaron, por ejemplo, en la creciente incorporación de historiadoras al campo o en la diversificación y la especialización de instituciones.


La recusación a la historiografía tradicional, sólidamente instalada en las instituciones y dispositivos académicos, apuntó a superar esa historia acontecimental, narrativa, de corte político-institucional y para ese entonces anquilosada en sus concepciones metodológicas y epistemológicas. Y aunque la emergencia de propuestas renovadoras de aquella ortodoxia desembocó en toda Latinoamérica en proyectos historiográficos diversos ―en sus características y en su



cronología―, compartieron la reivindicación de una historia más científica, en sintonía con la historiografía internacional y en diálogo con otras ciencias sociales, más atenta a los procesos económicos y sociales, más inclinada a la utilización de enfoques y modelos interpretativos de mayor sofisticación metodológica.


Durante las últimas décadas, el campo de los estudios sobre historia de la historiografía latinoamericana se ha expandido notablemente, aunque más sobre la base de estudios de caso nacionales ―que luego admiten la comparación con otros, sobre todo cuando son parte de ediciones que reúnen una multiplicidad de casos― que apoyada en emprendimientos que tomen a la historiografía de la región –o de parte de ella― como objeto. Por eso en este dossier priorizamos enfoques comparativos que exploren dimensiones o diálogos regionales o transnacionales, y sus implicaciones en el ámbito historiográfico. Desde esa perspectiva proponemos examinar las interacciones y las colaboraciones entre historiadores de diversos países iberoamericanos, subrayando cómo estas relaciones influyen en la construcción de narrativas históricas compartidas y en la conformación de agendas de investigación colectivas.


Los trabajos incluidos en este dossier fueron escritos por investigadores de Uruguay, Argentina, Brasil y Paraguay y abordan una parte importante de las cuestiones mencionadas, como la formación de redes personales, académicas y profesionales entre historiadores, o como las conexiones entre instituciones dedicadas a la producción y la difusión del conocimiento histórico.


El dossier se inicia con un artículo de Ana Paula Barcelos Ribeiro da Silva titulado Escrita da História, diplomacia, sociabilidades e circulação de ideias entre o Brasil e o Prata: Mitre, Lamas, Paranhos e o Instituto Histórico e Geográfico Brasileiro (1840-1870). Este texto presenta un análisis detallado de un tema fundamental: las relaciones entre la investigación del pasado, los conflictos políticos y la definición de las fronteras nacionales en los Estados de la Cuenca del Plata. La autora sigue las trayectorias personales y las redes entrelazadas entre tres destacados intelectuales de la época y un importante agente institucional. Esta aproximación revela los entresijos de la historia y permite visualizar la influencia de las cancillerías,


la interacción entre el conocimiento histórico y la geopolítica, así como sus consecuencias en la generación de enfoques heurísticos, paradigmas teóricos y el desarrollo de futuros campos disciplinarios.


A continuación, Bárbara Gómez examina las derivas iberoamericanas de la producción y el intercambio de saberes con una fuerte matriz heurística y en función de intereses geopolíticos y diplomáticos. En el texto Circulación de saberes entre España y Paraguay: la Misión Garay 1896-1897, la autora analiza el fenómeno de las misiones enviadas por Estados latinoamericanos a repositorios europeos siguiendo el itinerario del paraguayo Blas Garay― con el propósito de relevar documentación que fungiera a su favor en las disputas por la resolución de diferendos limítrofes.


Posteriormente, Andrés G. Freijomil nos presenta un análisis titulado Historia y literatura como campos en disputa. Territorios disciplinarios y retórica del conflicto en la historiografía argentina a principios del siglo XX: el caso de Rómulo Carbia. Este provocador estudio aborda la competencia inicial por la legitimidad epistémica y funcional llevada a cabo por los actores de la Nueva Escuela Histórica en Argentina, con el objetivo de establecer una supuesta hegemonía en el mercado de producción y difusión de bienes culturales. Buscaban influir en la opinión pública y acceder a las fuentes estatales de financiamiento para respaldar proyectos editoriales, académicos y el reclutamiento de nuevos talentos. Lo hace a partir de un personaje, Rómulo Carbia, con reconocimiento, vínculos y redes institucionales que van bastante más allá de las fronteras nacionales.


En Etapas de un exilio y escritura de la Historia. La gestión y producción historiográfica de Carlos Pastore durante el Paraguay autoritario (1942-1974), Matías Borba Eguren revisa las alternativas de la expatriación del ilustre político e intelectual paraguayo y sus vinculaciones con la historia. Pastore, víctima de las dictaduras de Higinio Morínigo y de Alfredo Stroessner, militó como un historiador y escribió como un político. Lo hizo desafiando las directrices nacionalistas de Juan Emiliano O’Leary y proponiendo una visión sobre el pasado nacional crítica y discordante con la impuesta por los gendarmes del pensamiento. Apeló para ello al



tratamiento de temas urticantes. Recurrió al concurso de colegas de la región tanto para el acceso a los insumos heurísticos requeridos para la elaboración de sus trabajos como para la posterior difusión de los productos que daban cuenta de sus indagaciones.


El dossier se cierra con una contribución de Francis Martín Santana titulada Diálogos entre pares durante la década de 1920. Una mirada al espacio historiográfico rioplatense a través del epistolario de Alberto Palomeque. Mediante la acción política e intelectual del letrado uruguayo, el autor plantea un necesario y novedoso examen sobre la articulación de las redes intelectuales y sus efectos en la producción de conocimiento histórico en el área platense. Lo hace en un período clave marcado por la transición entre las formas tradicionales de inquisición del pasado y el advenimiento de saberes metodizados que propiciarán la configuración de los campos disciplinarios de Uruguay y Argentina.


En su conjunto, los artículos incluidos ofrecen un análisis crítico de la producción y la circulación de saberes historiográficos en algunos espacios de América Latina, así como de las relaciones entre intelectuales de Argentina, Paraguay, Brasil y Uruguay. Esperamos que su lectura incite a la reflexión sobre la naturaleza de las configuraciones de la historiografía latinoamericana, especialmente a través de dos de sus dimensiones: los vínculos transnacionales entre autores e instituciones, y los intercambios de información, preceptivas teóricas y modelos metodológicos.◊