Francis Martín Santana Da Cuña

Diálogos entre pares durante la década de 1920. Una mirada al espacio historiográfico rioplatense a través del epistolario de Alberto Palomeque

Dialogues between peers during the 1920s. A look at the historiographical space of the River Plate through the correspondence of Alberto Palomeque

Francis Martín Santana Da Cuña

Universidad de la República, Uruguay

Orcid: https://orcid.org/0009-0002-7509-9941





DOI: https://doi.org/10.25032/crh.v9i17.3

Recibido: 28/4/2023

Aceptado: 13/9/2023

Resumen: En este artículo se analiza la historiografía rioplatense a través de los vínculos desarrollados entre sus historiadores e instituciones en la década de 1920. Para ello se estudia el epistolario del historiador uruguayo Alberto Palomeque, en custodia en el Museo Histórico Nacional (MHN). Dicho autor desarrolló una intensa y heterogénea actividad a ambas márgenes del Río de la Plata y mantuvo una extensa correspondencia con colegas de la región. En 1922 fue designado miembro activo de la Junta de Historia y Numismática Americana (JHNA), institución que en 1938 se convirtió en Academia Nacional de Historia de Argentina (ANHA). Pese a la innegable relevancia que esta correspondencia cobra como insumo para el estudio de esta temática, solo muy recientemente ha comenzado a ser analizada. El trabajo plantea como hipótesis que, junto con los autores más destacados y las obras más reconocidas, las redes establecidas y desarrolladas por los historiadores y sus instituciones fueron también las grandes protagonistas del desarrollo historiográfico en la región. Pero, además, en el funcionamiento de dichas redes jugaron un rol crucial una serie de autores, muchas veces relegados por los estudios históricos, entre los que se ubicaba Palomeque.

Palabras clave: historiografía, Río de la Plata, redes, Alberto Palomeque

Abstract: In this article, the historiography of the River Plate is analyzed through the links developed between its historians and institutions in the 1920s. To this end, the epistolary of the Uruguayan historian Alberto Palomeque, in custody at the National Historical Museum (MHN), is studied. Said author developed an intense and heterogeneous activity on both banks of the Río de la Plata and maintained an extensive correspondence with colleagues in the region. In 1922 he was appointed an active member of the Board of American History and Numismatics (JHNA), an institution that in 1938 became the National Academy of History of Argentina (ANHA). Despite the undeniable relevance that this correspondence has as an input for the study of this subject, it has only recently begun to be analyzed. The work proposes as a hypothesis that, together with the most outstanding authors and the most recognized works, the networks established and developed by historians and their institutions, were also the great protagonists of the historiographical development in the region. But, in addition, in the operation of these networks, a series of authors played a crucial role, many times relegated by historical studies, including Palomeque.

Keywords: historiography, Río de la Plata, networks, Alberto Palomeque.

  1. Introducción

El presente trabajo se estructura en cinco partes. En la primera de ellas se presenta un panorama sucinto de la historiografía rioplatense durante el período estudiado. En los siguientes apartados y a través del epistolario de Alberto Palomeque, se considera la importancia que jugaba el prestigio, la capacidad oratoria y la adscripción institucional de los intelectuales, en la historiografía de comienzos del siglo XX. Por último, y sobre la base del mismo fondo documental, se analiza la importancia de la dimensión dialógica en dicho contexto historiográfico regional.

  1. La historiografía rioplatense

Abordar el estudio profundo del desarrollo de la historiografía en el Río de la Plata, durante los siglos XIX y XX, es necesario abandonar una mirada centrada de modo exclusivo en Argentina o Uruguay. Analizar la historiografía tomando como unidades de análisis a los países, a sus autores y a sus obras ha sido una de las formas más tradicionales de proceder. Sin embargo, una investigación de carácter tan excluyente pierde de vista una serie de lógicas, de dinámicas, de factores y elementos que también inciden. Un abordaje desde la perspectiva de historia conectada es precisamente el que nos permite considerar mejor estos aspectos. En ese sentido, Romain Bertrand plantea que el investigador no debe delimitar de antemano los «mundos vividos» de los actores analizados, sino que por el contrario «los deduce de las prácticas que los constituyen, dotándolos de una pertinencia para la acción» (10).

Un artículo pionero de Pablo Buchbinder titulado «Vínculos privados, instituciones públicas y reglas profesionales en los orígenes de la historiografía argentina», publicado en 1996, ha sido de las primeras publicaciones en poner de manifiesto este aserto para el caso rioplatense. En función de ello, el marco de referencia inmediato será el de la historiografía rioplatense.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX el panorama de dicha historiografía estuvo marcado por la presencia y el accionar de una serie de redes de intercambio entre los historiadores e instituciones de la región. Estas redes fueron verdaderas protagonistas del desarrollo de dicho campo de estudios en el Río de la Plata. La articulación de la historiografía de Uruguay y Argentina se procesó a través de la colaboración e intercambio de insumos e informaciones entre los historiadores de la región, de los debates y polémicas que dichos intelectuales protagonizaron entre sí y, finalmente, a través del pasaje de la historia investigada a la enseñada. La configuración de los campos historiográficos de Uruguay y Argentina no se procesó de igual modo. Dado que las condiciones para el desarrollo historiográfico fueron más favorables en Argentina, se produjo una fuerte influencia de los autores argentinos sobre los uruguayos. Esta influencia resultó decisiva en lo teórico y metodológico (Sansón, El espacio historiográfico rioplatense).

¿Pero qué es un campo historiográfico y cómo funciona? Los historiadores y sus colectivos funcionan a partir de «relaciones de competencia y complementariedad». Allí actúan los llamados «agentes aislados», que son los historiadores y los «sistema de agentes», que en este caso corresponde a las corrientes historiográficas, las academias y demás colectivos. Estos son quienes actúan, básicamente en función del «capital» que detentan. Dicho capital puede ser económico, social o simbólico. Estos «agentes» y «sistemas de agentes» operan para «conquistar, legitimar y conservar posiciones hegemónicas» al interior del campo historiográfico (Sansón, Despertar en Petrópolis 23-24).

Los circuitos que vincularon a historiadores e historiografías rioplatense conformaron un «ecosistema historiográfico rioplatense», es decir: «agentes que interactúan entre sí y con los ambientes académicos del hábitat (universidades, institutos, museos, archivos, mercado consumidor de bienes culturales)». Su pretensión es la concreción de «relaciones vitales» que les permiten «nutrirse» y «sobrevivir», o sea, acceder a los materiales heurísticos imprescindibles para desarrollar sus investigaciones y ganar legitimación (Sansón, El adiós a los grandes maestros 89).

Específicamente en el caso argentino, a comienzos del siglo XX se desarrolla un proceso de «argentinización» de la sociedad a través de la literatura, la enseñanza (en particular de la enseñanza de la historia) que tiene por cometido dar cohesión a una población con fuerte presencia inmigratoria. Si en tiempos del paradigma sarmientista el miedo estaba puesto en la «barbarie» del caudillaje, ahora lo estaba en esas masas de extranjeros recién llegados, sus hijos. Se establece un «verdadero culto patriótico». Este ritualismo se expresa a través de los manuales de historia, el calendario de fiestas patrias y el culto a los héroes de la nacionalidad (Quattrocchi-Woisson 38-41). En este contexto surge un nuevo discurso historiográfico bajo la fórmula de una respuesta antipositivista y la necesidad de brindar un «relato identitario» (Devoto y Pagano 143).

En la década de 1910, aparece una nueva generación de investigadores liderados por Ricardo Levene y Emilio Ravignani. Este colectivo constituye la denominada Nueva Escuela Histórica. Esta irá ganando en protagonismo en dicho país. En concreto, sus aportes historiográficos, así como el efecto inercial del paradigma y de las lógicas institucionales, la colocan en un lugar privilegiado en el contexto de los estudios históricos en el escenario argentino. Sus integrantes «delimitaron el espacio de discordia mediante el establecimiento de criterios mínimos que debían satisfacer los argumentos para ser aceptados». De ese modo se regularon las diferencias y los disensos. Esto posibilitó la coexistencia de intelectuales de diversa orientación ideológica. Su actividad se expresó en lo que Devoto y Pagano han dado en llamar «redes de la crítica»: círculos del aparato académico, revistas especializadas y libros. A través de ellas se establecieron las pujas y la legitimación (Devoto y Pagano 169-188).

Durante las primeras tres décadas del siglo XX, la historiografía argentina contó con tres polos de desarrollo destacados: la JHNA (creada en 1893), la Sección de Investigaciones Históricas en la Universidad de Buenos Aires (creada en junio de 1905) y devenida en Instituto en diciembre de 1921 y la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación en Universidad Nacional de La Plata (fundada en 1920). Esos polos pugnaron por transformarse en los portadores de un discurso autorizado sobre el pasado argentino. Esto ambientó una «solapada competencia» entre aquellos nucleados en torno a Ricardo Levene por un lado y por el otro Emilio Ravignani. Serán los liderados por Levene quienes escriban la «historia oficial» estableciendo una hegemonía institucional en el campo historiográfico. Palomeque estuvo vinculado a estos últimos (Pagano y Galante 45-78).

Los circuitos de intercambio llegaron a trascender a Uruguay y Argentina. Durante las primeras tres décadas del siglo XX, pero sobre todo durante la década de 1930, la JHNA y el Instituto Histórico y Geográfico de Brasil (IHGB) se erigieron como las instituciones legitimadoras de una conciencia nacional en sus países respectivos. En este proceso resultaron claves los «diálogos sobre la escritura de la historia entre Brasil y Argentina» que generaron una serie de emprendimientos conjuntos, entre los que se destacan el Congreso de Historia de América en Río de Janeiro en 1922 y su reedición en Buenos Aires, en 1937 (Barcelos, «História e integraçao regional» 234-237).

La correspondencia de Levene atestigua que por entonces existía una fluida circulación de libros y documentos entre universidades, archivos, bibliotecas y museos en el marco de este constante relacionamiento entre instituciones extranjeras (Barcelos, Diálogos sobre escritura da História 56). El entramado de estas redes historiográficas regionales terminaría en la construcción de un verdadero «colegio invisible» (Sansón, «El “colegio invisible” de la historiografía de la región platense entre las décadas de 1930 y 1950»).

Al igual que en Argentina, en Uruguay también surgió una demanda por un relato histórico ajustado a la realidad vigente. Carlos Demasi analiza que a partir de la reforma constitucional de 1917 surge un «reclamo por una nueva Historia Nacional» que comenzará a gestarse a partir de la década de 1920 (57 y 74-77). La denominada «tesis independentista clásica» dominó la historiografía tradicional uruguaya a través de una serie de autores y figuras como su fundador, Francisco Bauzá (fallecido en 1899), Carlos María Ramírez, el poeta Juan Zorrilla de San Martín, Pablo Blanco Acevedo y Juan E. Pivel Devoto. Es en 1922 que se publica el Informe sobre la celebración del Centenario de la Independencia a cargo de Pablo Blanco Acevedo. Constituyó «la obra más ambiciosa que tal vez produjo la tesis historiográfica ortodoxa». Esta obra ambientó una nueva serie de intercambios entre historiadores de la región, ya que terminó por propiciar un debate que trascendió fronteras e implicó a prestigiosos autores radicados en Montevideo y Buenos Aires, como Ernesto Quesada y Luis Melián Lafinur, José León Suárez (Real de Azúa, Los orígenes de la nacionalidad uruguaya 53-56, 193 y 223-229). Todos en contacto epistolar con Palomeque.

A modo de ejemplo de esas prácticas e instancias de relacionamiento historiográfico regional durante el período aquí analizado, en agosto de 1928 se celebró el Primer Congreso de Historia Nacional, en Montevideo. Fue patrocinado por la Junta de Historia Nacional uruguaya (JHNU), institución creada dos años antes, y contó con la participación de historiadores uruguayos, brasileños, argentinos y peruanos (Zubillaga 249-253).

Pese a la contribución que le significó este tipo de intercambios, la historiografía uruguaya demoró en autonomizarse debido al peso de la denominada «escuela tradicional» o «nacionalista» y a la tardía profesionalización de los estudios históricos. Recién durante el período intermedio marcado por las décadas de 1930 a 1950-1960, se crean una serie de condiciones que posibilitaron la configuración de los campos historiográficos nacionales. Es el surgimiento de una «nueva historia».

Por lo tanto, estas primeras dos décadas del siglo XX constituyen un período de transición hacia la conformación del campo historiográfico argentino. En contraposición, para el caso uruguayo, el proceso insumirá más años.

  1. Prestigio, posición y peso específico: el ejemplo de Alberto Palomeque (1852-1937)

Alberto Palomeque Magariños nació el 13 de julio de 1852 en Montevideo. Era hijo de Petrona Magariños y del coronel José Gabriel Palomeque. Fue abogado, periodista, editorialista, político y legislador del Partido Nacional e historiador. Su dilatada vida transcurrió a ambas márgenes del Río de la Plata alternando períodos de tiempo de variada duración entre Uruguay y la vecina orilla, radicándose de modo definitivo en Argentina en 1903. Resulta significativo que a partir de entonces solo visitara Uruguay con motivos de instancias vinculadas con su actividad como historiador. Primero residió en Buenos Aires y luego en Bahía Blanca, donde se desempeñó como juez y, a partir de 1922, se trasladó de nuevo a Buenos Aires donde falleció el 24 de abril de 1937 (Palomeque 365-401).

¿Cómo ha sido presentado Palomeque, en cuanto historiador, por la historiografía a ambas márgenes del Plata? En primer lugar, debe subrayarse la ausencia de estudios específicos sobre la obra de dicho autor. En la mayoría de los casos se tratan de publicaciones en las que es mencionado de manera lateral y ubicado dentro de colectivos de autores.

En el concierto de la historiografía exclusivamente uruguaya, Francisco Bauzá aparece como el fundador de la «Vieja Historia» que tendrá vigencia durante las primeras dos décadas del siglo XX. Es dentro de este grupo de autores que Ana Ribeiro ubica a Palomeque. Según su análisis, se trata de un colectivo de autores que permanecieron «a la sombra» de un Bauzá que les precedió. En dicho grupo incluye a Ricardo Campos, José Salgado, Luis Carve y Setembrino Pereda. El colectivo aparece caracterizado por la producción de «una historiografía muy apegada al tema». A su vez, también lo posiciona dentro de los autores productores de «historias partidarias», por ejemplo con sus Estudios Históricos de la diplomacia de la defensa de Montevideo del año 1898 (Ribeiro 54-58). De hecho, Palomeque también mantuvo correspondencia con Carve y Pereda a partir de 1910.1

Estos autores uruguayos de la «vieja historia» actuaron en el panorama historiográfico local hasta 1930 junto a los precursores de la «moderna historiografía uruguaya». La primera aparece como «parroquial y localista» y reducida a un relato de personalidades civiles y militares, «de próceres impecables y antihéroes aborrecibles». Por lo general se trataba de «una historia de abogados leída por abogados» (Real de Azúa, «El Uruguay como reflexión II»).

En un número de Investigaciones y ensayos, publicación de la AHNA, sucesora de la JHNA, Noemí Girbal y Aurora Ravina señalan que desde el punto de vista de los temas abordados y de la manera de hacerlo, las preferencias de Palomeque respondían a los cánones de su época. Ello explica que «la biografía con carácter paradigmático fue un recurso ampliamente utilizado por él. El desarrollo de cuestiones institucionales y políticas, sobre todo, alrededor de la vida y la actuación de algunos personajes es el núcleo de un número importante de sus estudios» (168).

Su correspondencia revela que, tal como lo señalan las autoras antes mencionadas, su capacidad de trabajo contribuyó a ganarse el reconocimiento de sus pares. A mediados de 1920 y desde Montevideo, Luis Melián Lafinur le expresó: «Acuso recibo de la tuya del 7 reveladora de una infatigable laboriosidad, pues en ella haces referencia a trabajos concluidos, aunque inéditos y a otros que tienes en preparación».2

La producción de carácter historiográfico de Palomeque no se constituyó en una obra de referencia ineludible para los posteriores estudios sobre historia de la historiografía rioplatense. Sin embargo, durante su vida, dicho autor gozó de un manifiesto reconocimiento de parte de sus pares. Ocupó un sitial de privilegio en esas redes de relacionamiento personal e intelectual. Esto es posible aseverarlo a través del estudio de ciertas expresiones éditas, pero también gracias al análisis de la correspondencia. Esta última constituye una fuente privilegiada para conocer la dinámica de funcionamiento de los circuitos de intercambio y relacionamiento intelectual rioplatenses. Otro factor legitimante es el de su adscripción a una serie de instituciones académicas, que por entonces fungían, además, como mecanismo de proyección de los historiadores y como vía de acceso a recursos heurísticos.3

Por lo tanto, el análisis de la correspondencia de este autor ofrece dos aportes sustanciales. Por un lado, permite calibrar el rol que Palomeque jugó al interior de dichas redes y lo densamente conectado que estaba a nivel regional. Por otro lado, el hecho de que estuviera tan conectado posibilita arrojar una mirada analítica sobre la importancia del funcionamiento de dichas redes a nivel regional.

Durante la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo siguiente cobran gran protagonismo en el ambiente intelectual y de la esfera pública de América Latina, las asociaciones y la prensa escrita. El surgimiento y expansión de dichas instituciones «jugaron un papel fundamental quienes contaban con el capital y las destrezas intelectuales requeridos para desempeñarse en la vida pública». Al interior de estas asociaciones se constituían jerarquías, ciertas élites en torno a figuras que contaban con algún tipo de capital intelectual previo. Estos articulaban redes de relaciones sociales. Ocupar de esos lugares de relevancia implicaba el ejercicio y el despliegue de ciertas destrezas intelectuales «pues los dirigentes debían saber hablar en las reuniones, presidir una sesión, escribir un documento, además de moverse con cierta soltura en la vida pública» (Sábato, «Nuevos espacios de formación y actuación intelectual» 387, 397-398).

A partir de fines de la década de 1910, la vida de los intelectuales en el medio porteño iba imposibilitando los contactos personales, que fueron suplantados por fugaces encuentros en conferencias, comisiones, asociaciones y academias y el flujo epistolar. Las instituciones culturales por ellos fundadas comenzaban a suplantar a los encuentros e instancias informales y la red se fue haciendo más nutrida (Micheletti, «Un epistolario que puede ser considerado…» 17-20).

Palomeque ocupaba un sitial de privilegio en la consideración de sus colegas y por ende contaba con «un peso específico» al interior del colectivo de historiadores de la región. Por lo tanto, «el valor» de su «discurso» gozaba de importancia (Sansón, Despertar en Petrópolis 24). Un ejemplo de ello se aprecia en una carta que le dirigiera uruguayo Vicente T. Caputi, en la cual le expresa que en defensa de sus alegatos históricos se había visto obligado a emplear el peso de las afirmaciones de Palomeque: «Como verá por los impresos adjuntos me ha salido un impugnador a mi obra. Como se me trata desconsideradamente he tenido necesidad de utilizar algunos de sus conceptos para defender mis trabajos».4

En otra carta, escrita a mediados de 1923, el argentino Ernesto Quesada hace una serie de acotaciones sobre una reciente publicación de Palomeque, pero teniendo sumo cuidado de mantener las formas al momento de plantearlo:

Recibí su muy interesante libro: Alvear memoriales del año 15 y sucesos del año 20. Muchas y sentidas gracias por su fineza. Se imaginará ud. Si voy a leerlo con la más viva curiosidad […] Dos o tres pequeñísimas minucias desearía dilucidar con ud. antes […] Cuento con su indulgencia para dilucidar ahora ese par de peccatta minuta.5

Sobre el final de la misma carta, Quesada reconocía en el uruguayo a un investigador infatigable. Pero lamentaba que por entonces la opinión pública no se hiciera eco de ese reconocimiento del que si gozaba entre sus pares:

Es ud. uno de los pocos investigadores, realmente infatigables. Admiro el tesón con el cual trabaja ud. sin desalentarse aun cuando ni la prensa diaria ni la periódica encuentran muchas veces tiempo para aplaudir sus producciones o para pedirle su fecunda colaboración. No veo, con la frecuencia debida, que figure su nombre en nuestros diarios y revistas; si ello depende de esquivez suya condenable sería ese exceso de retraimiento […]. No continúe ud. pues, siendo tan esquivo con el público; su palabra autorizada tiene siempre justo eco.6

Palomeque se movió dentro de una «comunidad historiográfica» integrada por autores polígrafos e historiadores aficionados. Dicho colectivo estaba integrado por personas que solían estar asentados en la burocracia estatal y pertenecientes a un sector social auto percibido como privilegiado y «en última instancia, ese indagar en la historia del país es un inquirir en la propia historia familiar». En ese contexto, Palomeque aparece como un depositario de «papelería histórica (legajos familiares, o incluso, archivos completos de sus antepasados) que facilitaban –en su percepción del quehacer historiográfico– la escritura de la historia» (Zubillaga, Historia e historiadores… 147-150). Su archivo personal comprueba fehacientemente este perfil como receptor de papelería de diversas familias patricias rioplatenses. Pero, además, pone en evidencia otro hecho fundamental. Al igual que años más tarde pasaría con Pivel Devoto, se transformó en una especie de hombre de confianza moral y profesional para la clase política, que le confió su papelería (Sansón, La construcción de la nacionalidad oriental 192).

Este perfil lo ubica como un autor de la «vieja historia» inserto en un período de transición, en claro contraste con esa generación de investigadores argentinos aparecidos en la década de 1910 y liderados por Levene y Ravignani: la Nueva Escuela Histórica. Estos vivían fundamentalmente de su labor como profesores y provenían de familias inmigrantes. También lo distancia de aquellos autores uruguayos, que han sido categorizados como «autores de transición», como Pablo Blanco Acevedo, Luis A. de Herrera o Juan E. Pivel Devoto, que fueron quienes, lenta y trabajosamente, contribuyeron a la superación del autodidactismo sin formación específica, los condicionamientos de clase patricia y la praxis historiográfica de tipo instrumental y marcadamente decimonónica. En esta última pesaban la concepción nacionalista, el olvido de los protagonistas sociales, el foco en los períodos coloniales y revolucionarios y en los temas políticos y militares (Sansón, El adiós a los grandes maestros 43-44 y 51).

Para Quattrocchi-Woisson, este proceso de profesionalización de las actividades históricas se produjo «dentro de un campo más amplio de especialización de las actividades intelectuales», que en lo concerniente a la práctica histórica implicó que el sitial ocupado por el «erudito diletante» pasara al «universitario archivista y metódico» (72). En Argentina, la nueva generación de historiadores se fue haciendo cargo de los puestos, en cargos de formación docente en un proceso lento y gradual que se completó recién a finales de la década de 1930 (Buchbinder, «¿Qué debe saber un historiador?» 165).

El epistolario de Palomeque revela que se establecían nexos e intermediaciones entre estos intelectuales en función del prestigio de que gozaban al interior del «ecosistema historiográfico rioplatense», tal como define Sansón. En 1923, recibió una carta desde Cochabamba, Bolivia, donde un amigo le anuncia:

aprovecho de la oportunidad del viaje a esa capital, del Sr. José Macedonio Urquidi uno de los historiadores más celebrados de Bolivia, para presentarle por medio de este amigo, mis más sinceros recuerdos y el deseo tengo de que Ud. quiera honrar con su amistad al Sr. Urquidi, quien ya le conoce por sus sobresalientes producciones favorablemente comentadas en la América Latina.7

Otro claro ejemplo del peso del reconocimiento lo representa una carta que, en marzo de 1928, le enviara Daniel Martínez Vigil.8 Dicha carta tiene por motivo una publicación en la revista Crítica, Jurídica, Histórica, Política y Literaria, fundada y dirigida por Palomeque en Buenos Aires. En ella señala que pese a que los hombres de su «generación» (que era la de Julio Magariños Rocca, Evaristo G. Ciganda, Lorenzo Barbagelata y José V. Solari) pudieron haber disentido con algunas de sus posturas políticas, «siempre hemos sentido por V., tribuno elocuente, periodista de talla, abogado de fuste, ciudadano probo, e historiador incansable, un doble sentimiento: el del respeto y el de la admiración». Para finalizar, consignaba: «Deseo que el vigor admirable de su espíritu, que conserva en la ancianidad la frescura y el brillo de la juventud, siga enriqueciendo la ciencia histórica del Plata con sus valiosas producciones».9

  1. El valor de la oratoria

Son varios los ejemplos de breves esbozos biográficos en los cuales se destaca tempranamente a Palomeque como un hábil orador. Para el caso de las relaciones entre literatura e historia, Diego Alonso plantea el peso de lo que denomina «el arte cívico de la oratoria». En el contexto, de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, los intelectuales aspiraron a ejercer un rol pedagógico de cara a la opinión pública. En este esfuerzo la oratoria, a través del discurso público, tendrá un rol protagónico (17-24). En el estricto ámbito historiográfico la capacidad oratoria se transformará en un el elemento relevante, aunque no siempre debidamente considerado.

En 1890, Pedro Pablo Figueroa incluyó a Alberto Palomeque en su obra sobre los Pensadores americanos publicada en Santiago de Chile. Allí lo consignó como una «poderosa individualidad intelectual» que gozaba del «profundo afecto popular» en Montevideo, donde cada acto público suyo era retribuido con el aplauso general. Agregaba que si bien era joven «se ha caracterizado como orador por la elocuencia seductora tanto en los comicios populares como en el foro» (29-30 y 35).

Otro tanto ocurre con el caso del Almanaque Sud-Americano, de 1891, donde Evaristo G. Ciganda dedicó una biografía a Palomeque y lo caracterizó como un «afiliado desde sus primeros años […] al Partido Nacional» al que prestó «meritorios servicios, ora con su desinterés ilimitado, ora con su pluma brillantísima, ora con el edificante ejemplo de sus procederes intachables» (Valdés 82-86).

Uno de los elementos que parecen haber alimentado la reputación de Palomeque es su habilidad y erudición como conferencista. Ya en 1902, la revista argentina Caras y Caretas publicó una nota sobre una conferencia brindada por el uruguayo destacando «el domingo anterior la Legión Oriental se reunió en el teatro Victoria, a objeto de oír la palabra del doctor A. Palomeque venido de Montevideo expresamente y cuya fama de orador le ha conquistado un merecido prestigio en ambas orillas del Plata». La nota fue acompañada de una fotografía en la que se aprecia al público multitudinario acompañando al orador a la salida del teatro.10 Dos años más tarde, el célebre dibujante José María Cao le destinó una caricatura a cuyo pie se consignó: «Poder tan grande su palabra encierra, elocuente y vivaz, que hay quien propone proseguir la guerra, solo para que él hable de la paz».11 Una fotografía que forma parte del acervo de la Biblioteca Nacional de Uruguay muestra a un ya anciano Palomeque disertando junto a José Luis Zorrilla de San Martín.12

Algo similar ocurre con las menciones que le destinara Carlos Roxlo en el quinto capítulo del primer tomo de su Historia crítica de la literatura uruguaya (408-415) y en el segundo tomo donde es definido en los siguientes términos: «resalta y nos seduce por lo grande de su fecundidad, por lo copioso de su erudición y por la viril rectitud de su pensamiento. Abogado, periodista político, orador parlamentario y tribuno popular de inagotable verba» (185).

En su famoso Diccionario biográfico uruguayo Fernández Saldaña dirá del biografiado que fue el autor de «una bibliografía heterogénea y copiosísima que registra más de cincuenta títulos y folletos. Ellos, y los insertos en revistas y diarios, denuncian una fecundidad que corría pareja con la elocuencia verbosa y de largo aliento» (966).

Esta particularidad le hizo atravesar fronteras y lo relacionó incluso con historiadores brasileños. Esta vinculación entre rioplatenses y brasileños no era una novedad a comienzos del siglo XX (Barcelos, «Bartolomé Mitre e o Brasil»). Pero por estos años, estos intercambios experimentaron un nuevo impulso. Esto se grafica en la correspondencia que Palomeque mantuviera con varios brasileños, entre ellos, con Walter Alexander de Azevedo un hombre poco conocido en los círculos historiográficos de su país, pero con «relativa notoriedad» entre los especialistas de Argentina, Paraguay y Uruguay «como proveedor heurístico y difusor de la producción de sus colegas» (Sansón, «Amor a los libros y pasión por los documentos»). También mantuvo correspondencia con Delphino M. Riet, quien fuera vicepresidente del Instituto Histórico y Geográfico de Río Grande del Sur y con Souza Docca, uno de los fundadores de dicho instituto.13 Resulta paradigmático que, en una carta, Riet le confesara que lo conoció justamente en una conferencia y que le impresionó su desempeño allí, incluso al enfrentar la reacción adversa de parte de alguien de entre el público:

Conservo aún viva en la memoria, la única oportunidad que tuve de oírlo, en una conferencia en el Teatro Larrañaga del Salto, en la que después de haber hablado por espacio de una hora, atrayendo la atención del auditorio, manifestó usted «ser orador de partida doble» y sacando del bolsillo lo que había preparado, aumentó considerablemente la atención con que se le oía. Recuerdo que un guarango obcecado partidario, cometió la grosería de contrastar con un silbido, el silencio con que se le escuchaba. Admire la naturalidad con que usted rechazó aquella nota disonante: «silbidos se oyen de las locomotoras, que, a través de nuestras campiñas, esparcen el progreso de la civilización. Silbidos, dan los ñandúes, boleados por los paisanos, y seguidos de cerca por los perros.14

Este tipo de cartas revela, por un lado, ese prestigio ganado por Palomeque entre sus pares de la región como conferencista. Por otra parte, el modo afectuoso y admirativo en que Riet se dirige a él pone de manifiesto el modo en que los historiadores operaban para posicionarse dentro del «ecosistema historiográfico rioplatense»: quienes aspiraban a ser reconocidos, a proyectarse, a conseguir materiales para sus investigaciones y ganar reconocimiento, se acercaban a las figuras ya consagradas y a las instituciones que precisamente otorgaban prestigio y legitimidad. Uno de los casos más paradigmáticos será en el de un jovencísimo Juan E. Pivel Devoto quien años más tarde entablará diálogo epistolar con un ya consagrado Palomeque (Sansón, El adiós a los grandes maestros 13 y 89-94).

Debe tenerse en cuenta que como «agente dominante» al interior del campo historiográfico, Palomeque era capaz de ejercer «una marcada influencia en la cooptación de nuevos integrantes y en la promoción de los elegidos». Así como de administrar el capital y de distribuirlo a su arbitrio (Sansón, Despertar en Petrópolis 24). Como ejemplos de ello basta mencionar dos cartas que, si bien están fuera del arco temporal definido por este trabajo, reflejan el peso adquirido por la figura de Palomeque durante aquellas primeras décadas del siglo XX. La primera de ellas es la que le enviara el entonces veinteañero Enrique de Gandía,15 a fines de 1930, en la que el argentino agradece que el uruguayo sea uno de los «primeros firmantes de la nota» en la cual se propone su pasaje de miembro correspondiente a miembro activo de la JHNA. En ella, reconocía que tanto Palomeque como el resto de los firmantes estaban «elevándome a su categoría».16 La segunda carta es en la que Octavio R. Amadeo solicita a Palomeque su apoyo para postular a Juan B. Terán (exrector de la Universidad de Tucumán y miembro de la Junta tucumana) para ocupar uno de los dos lugares vacantes en la JHNA.17

Los historiadores que habían ganado cierto prestigio eran invitados con frecuencia a brindar conferencias. Estas aparecían claramente como una instancia de intercambio entre interesados en la materia, pero también como una oportunidad para reafirmar su prestigio y posicionamiento al interior del «ecosistema» a través de la demostración de su erudición y de su capacidad oratoria. Por otra parte, para los jóvenes que ingresaban en dicho ambiente, era una oportunidad para ganar reconocimiento y prestigio. Para las instituciones se trataba de un ritual que también las prestigiaba y les podía atraer el favor de dichas personalidades.

Como muestra de esto, el Círculo Militar argentino le dirigió una carta de agradecimiento a Palomeque por una conferencia que este diera en su sede y por un envío de materiales:

Me es grato dirigirme al distinguido Doctor, para expresarle en nombre de la Comisión Directiva y particularmente en el propio, nuestro reconocimiento por su atención al ocupar la tribuna de este Círculo, donde el 18 del corriente tuvo a bien pronunciar, poniendo una vez más de relieve sus conocimientos y vasta preparación en la materia, una interesante conferencia referente a los Memoriales del año 1815, atribuidos al General Alvear. Al propio tiempo agradecer al distinguido Doctor su nueva deferencia, consistente en el envío de cinco ejemplares de su libro recientemente aparecido.18

Para ejemplificar el peso que se le concedía a la capacidad oratoria, basta señalar dos ejemplos de prestigiosos historiadores. Por un lado, Sansón consigna que, a principios del siglo XX, un joven Blanco Acevedo pronunció un discurso en una de las tribunas que presidiera Palomeque, el Ateneo. En esa ocasión se «mostró como un gran orador» (Sansón, La construcción de la nacionalidad oriental 87). El segundo ejemplo es el de un Pivel Devoto que también creía oportuno considerar los dotes oratorios ya que, al decir de José Rilla, «salvo en las dotes para la oratoria, Pivel se veía así mismo en la línea de continuidad de Francisco Bauzá» en tanto historiador y «servidor público» (186).

  1. El peso de la adscripción institucional

Tal y como lo refiriera Sábato, más arriba, las instituciones jugaron un rol de destaque en el ámbito intelectual latinoamericano. ¿Qué características tenían estas? En nuestro caso de estudio, instituciones como el IGHB, la JHNA, la JHNU, el Ateneo de Montevideo se componían de un número limitado y selecto de miembros activos para quienes su inclusión se conseguía por medio de la postulación de los demás miembros una vez que había una vacante. Para dichos miembros representaba un sinónimo de estatus y el culmen de su trayectoria intelectual. Además, existía un número mayor de miembros correspondientes dentro y fuera de los países en los que estaban afincadas dichas instituciones. Los miembros activos solían presentar trabajos en las sesiones de dichas instituciones.

En el mismo año en que se aprueban los estatutos para la refundación del Instituto Histórico y Geográfico Uruguayo, sobre la base de los estatutos de la JHNA (Zubillaga 90-93), Palomeque fue designado miembro de esta última en 1916. Al principio fue uno de los cuatro integrantes de una selecta lista de miembros correspondientes dentro de la Provincia de Buenos Aires y por ende pertenecía a una «jerarquía de la cultura» al decir de Girbal y Ravina. La conferencia con la que se incorporó pudo darla recién dos años después de su designación (160-167).

Ese mismo año, 1918, figura como colaborador de la revista porteña Helios, junto a dos destacados miembros de número de la Junta: Martiniano Leguizamón y Ricardo Levene (Lafleur 157).

Palomeque abandonó Bahía Blanca y se afincó en Buenos Aires en el año 1922. A partir de ese momento se sucede una serie de instancias que refuerzan sus vínculos con una lista de instituciones abocadas a los estudios históricos. Un hecho similar ocurre con Blanco Acevedo, quien, a partir de ese año, incrementa sus comunicaciones con historiadores argentinos (Sansón, «Pablo Blanco Acevedo y las redes de intercambio intelectual en la configuración de la historiografía colonial uruguaya» 281-317). En concreto, el 3 de mayo de 1922 Palomeque fue notificado de su designación como miembro activo de la Junta. En la carta consta que colaboraba desde antes con ella. La nota fue firmada por Ricardo Levene:

Tengo el agrado de poner en su conocimiento, que la Junta de Historia y Numismática Americana ha designado a Vd. Miembro Activo de la Institución de la que Vd. Formaba parte con carácter de Miembro Correspondiente. Esperando que el distinguido colega continúe presentando su importante colaboración, le saluda con toda consideración y estima Ricardo Levene.19

En otra nota, Levene (por entonces Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de La Plata y primer vicepresidente de la Junta) le escribe a Palomeque en términos que confirman el lugar que ocupara el uruguayo en ese «ecosistema historiográfico rioplatense». Allí el argentino se dirige a él como «estimado amigo y colega» y finaliza con la frase «le estrecha la mano su amigo Ricardo Levene».20

Para Micheletti existieron dos períodos en la historia de la JHNA. Por un lado «el de predominio de la numismática y de la tradición elitista de la tertulia académica, con definición de los rasgos institucionales (1893-1918), y el de innovación y proyección institucional con predominio de los temas históricos (1919-1937)» (Micheletti, «Blasones intelectuales…» 224). Precisamente, Palomeque fue el primer miembro correspondiente de dicha institución en la provincia de Buenos Aires que se dedicaba a los estudios históricos y no a la numismática (Girbal y Ravina 166).

El presidente de la JHNA, el cordobés Dr. Ramón J. Cárcano (quien ejerció el cargo durante el período 1919-1923) y su sucesor, el entrerriano Dr. Martiniano Leguizamón (durante los años 1923 a 1927) también mantenían un fluido diálogo por correspondencia con Palomeque. En una carta del 20 de agosto de 1922, Leguizamón le escribe:

mi estimado amigo: esperaba verlo ayer por la Junta para recibir su diploma que muy gustoso firmé. Hubiera escuchado además mi despedida al gran compañero Gregorio F. Rodríguez muerto inesperadamente, y […] una invitación que usted comprenderá, pues a usted va dirigida. No se pierda que las tres reuniones últimamente realizadas han sido muy interesantes y bien concurridas. Saludos para su hijo y para usted un gran amigo afectuoso y colega. 21

El epistolario de Palomeque refleja que los eventos académicos nacionales e internacionales propiciados por estas instituciones se suceden a lo largo de la década de 1920. En algunos de los casos él funge de nexo entre las instituciones. Por ejemplo, con motivo del anuncio del «Primer Congreso de Historia Nacional y Archiveros Bibliotecarios» a realizarse en Buenos Aires el 29 de julio de 1922, el presidente de la Asociación Bernardino Rivadavia, con sede en Bahía Blanca, le dirigió una carta a Palomeque nombrándole «delegado de esta Asociación» en dicho evento que era patrocinado por la Junta. Allí se consignaba: «Esperando que Vd. Querrá ayudarnos en esta oportunidad prestándonos su valiosa y distinguida cooperación, reitérole la expresión de mi más distinguida consideración».22

Esta breve misiva cobra doble significado. Por un lado, revela la diversidad de vínculos institucionales mantenidos por el historiador uruguayo en la vecina orilla. Por otra parte, ejemplifica el planteo de Micheletti en lo referente al énfasis puesto por la Junta sobre los estudios históricos durante este período.

Otro ejemplo de estos vínculos de tipo historiográfico, es el de su designación como Vocal de la «Sección argentina» de la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias y Artes de Cádiz.23

Una carta enviada por Quesada, a mediados de 1923, pone de manifiesto la presencia de Palomeque en eventos celebrados en el ámbito de las instituciones de mayor prestigio historiográfico regional y el modo en que dicha participación repercutía en ambos lados del Río de la Plata:

También leí su conferencia en la Junta sobre conferencia la fecha uruguaya (sic). No estoy muy de acuerdo con su argumentación y, contestando al señor Ariosto D. González, de Montevideo, le he expresado sintéticamente mi opinión en una carta que, según me lo anuncia ha hecho publicar allí.24

Estas adscripciones y vínculos institucionales también se reflejaron en lo editorial ya que, por ejemplo, en 1933, El Iniciador, la revista oficial de Asociación Patriótica del Uruguay publicó una biografía de Andrés Lamas escrita por Palomeque en formato de discurso. Allí se consignó:

respondiendo a numerosos e insistentes pedidos – y para registrar la más extensa y autorizada constancia del homenaje nacional, que bajo los auspicios de la Asociación Patriótica del Uruguay, tributóse en Montevideo a la memoria del Dr. D. Andrés Lamas en el cuarenta aniversario de su fallecimiento, hemos decidido reproducir el hasta ahora inédito texto de la conferencia que pronunció el Dr. Alberto Palomeque sobre la vida, la significación y la obra de aquel ilustre uruguayo.25

Dicha Asociación, jugaba un papel muy destacado en el escenario historiográfico uruguayo. Fundada en 1915, constituyó una de las más tempranas manifestaciones de lo que Demasi denomina como alianza del «pensamiento de la nación» y las «corrientes conservadoras». Incluía a blancos y colorados, liberales y católicos, pero no a batllistas o socialistas. A través de ella se «canalizaron las nuevas corrientes nacionalistas». Mantuvo buenas relaciones con las instituciones y medios de prensa de signo conservador y con figuras del gobierno. Esto propició que sus actividades contaran con «una resonancia infrecuente para la época». En 1925 se le encomendó la organización de los festejos por el Centenario. Entre sus principales preocupaciones figuraba la celebración de conmemoraciones patrióticas en las cuáles la parte oratoria era fundamental. Eran actividades de asistencia multitudinaria donde se estimulaba el espíritu patriótico en la comunidad. Se trataba de una instancia de transmisión de valores (Demasi 78-79).

  1. La dimensión dialógica

En virtud de su posicionamiento como figura de referencia al interior del escenario historiográfico rioplatense de comienzos del siglo XX, Palomeque era frecuentemente consultado por otros historiadores de la región. Pero también estaba en una posición privilegiada para solicitar, obtener y difundir informaciones y materiales.

Incluso antes de 1920 realizó varias consultas sobre materiales a Melián Lafinur, abogado y político uruguayo quien llegó a presidir el Ateneo durante la primera década del siglo XX.26

A comienzos de 1923 recibió una carta del joven historiador uruguayo Ernesto Villegas Suárez. En ella se aprecia el rol de asesor y de consejero ejercido por el historiador radicado en la capital argentina: «Honrado por los amables conceptos que ha tenido la gentileza de expresarme sobre mi trabajo histórico, me permito dirigirle estas líneas para agradecer las que me envió y solicitar su concurso a la obra en que estoy empeñado».27

El primer número de la revista Crítica, Jurídica, Histórica, Política y Literaria sale a la luz el 15 de mayo de 1924. En esta primera edición su director anuncia en el prefacio:

Me resuelvo […] a poner en práctica algo que […] no será censurado por los amantes de la ciencia. La modesta revista […]. Es pigmea, pero aspira a lo grande […]. Más tarde, afamados cultores de las letras, al llegar a su mayoría de edad, la vestirán con hermoso manto de riquísima tela ideal. Aparecerá todos los quince de cada mes. Sus páginas están a disposición de los estudiosos […]. Bueno es publicar sentencias y libros, pero hay que completar la tarea de la crítica elevada e impersonal.28

Esta proclama o consigna se concretó en los hechos, ya que la revista terminó por convertirse en vehículo de circulación, intercambio y debate de saberes historiográficos rioplatenses. Su director brindó sus páginas como ámbito o espacio donde historiadores de diversos países pudieran publicar.

Como el título de la publicación lo indicaba, la revista se ocupó de hacer públicos artículos sobre temáticas diversas. Ese primer ejemplar contenía cuatro artículos. Dos de ellos de carácter histórico y dos jurídico. En uno de los primeros, centrado en el análisis de un trabajo de Clemente Fregeiro sobre la batalla de Ituzaingó, Palomeque insertó una extensa nota al pie en la que ofrece una muestra de la red de contactos que posibilitaron el texto. Además de la extensa lista de repositorios destaca el concurso de tres personas: «… escuchando las juiciosas observaciones de hombres de preparación, como don Carlos Vega Belgrano y los doctores Adolfo Decoud y Ernesto Quesada». Los últimos dos eran miembros activos de la Junta.

Adolfo Decoud pertenecía a una familia de exiliados liberales paraguayos opositores al régimen de Francisco Solano López (Pusineri). En 1897 fue aceptado como académico de número de la JHNA. Palomeque mantuvo un rico y fluido intercambio con Decoud, uno de los letrados paraguayos más representativos de la ideología de la «regeneración». La correspondencia entre ambos se inició en torno a 1904 y se prolongó hasta la muerte del paraguayo en 1928 (Sansón, «El campo historiográfico en Paraguay en la primera mitad del siglo XX»).

Ernesto Quesada, argentino formado en Alemania, fue protagonista de la primera aproximación a un estilo profesional» de los estudios históricos. Se graduó como abogado en Buenos Aires en 1882. Como historiador gozó de un reconocimiento importante de parte de sus contemporáneos y la nueva generación de historiadores argentinos de la Nueva Escuela Histórica (Devoto y Pagano 92-96).

Carlos Vega Belgrano, nieto del General Belgrano, era contertulio de Quesada en el Ateneo de Buenos Aires, fue cónsul en Alemania y director y propietario del periódico El Tiempo (Bibbo).

El 2 de julio de 1926 se constituyó la JHNU con una modalidad de «entidad abierta» en contraposición al Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay (IHGU) y que fungió como una suerte de ámbito para los «excluidos» de dicho instituto. También aquí figuraban personalidades que mantuvieron fluida correspondencia con Palomeque, como Telmo Manacorda,29 Ángel H. Vidal, Blas C. Martínez y Daniel Martínez Vigil (Zubillaga 255-256). En sus Estatutos, se anunciaban las metas de la novel institución, destacándose la importancia del fomento de los vínculos y de los eventos:

hará obra popular y su cátedra estará abierta a todo público para ilustrarlo sobre los diferentes tópicos de la Historia Patria. En su seno tienen cabida todos aquellos que se dedican al cultivo de la historia, sin más credenciales para el ingreso a ella que su competencia notoria y su amor por las materias que informan título […] la Junta propone: 1º. Fomentar los estudios históricos que su nombre indica. 2º. Propender a la vinculación con las personas e instituciones que se ocupan de esos estudios dentro y fuera del país. 3º. Celebrar conferencias públicas y reuniones periódicas tendientes a dilucidar temas históricos.30

En el n.º 31 de su revista Crítica, Jurídica, Histórica… (del mes de noviembre de 1926) Palomeque incluye un texto anunciando la inauguración de la Junta de Historia Nacional en Montevideo y evidenciando el nexo entre ambas orillas fungido por el responsable de la publicación:

La Junta de Historia Nacional, de Montevideo, inauguró sus sesiones el 9 de setiembre, estando representada en ese acto solemne la de igual índole de Buenos Aires por uno de sus miembros, el doctor Alberto Palomeque […]. La fiesta se celebró en el paraninfo de la Universidad de Montevideo, presidida por el ilustrado Rector de esta, el distinguido poeta y medico doctor Elías Regules […]. El Presidente de la dicha Junta, el infatigable doctor don José Salgado, catedrático eximio de historia americana y nacional de la Universidad del vecino país.31

La misma transcripción del discurso de José Salgado en la revista bonaerense implicó otra muestra de esta circulación de saberes. Pero además hizo explicito el prestigio de que gozaba Palomeque en ambas orillas, razón por la cual mantenía contacto con tantas figuras de la intelectualidad de la región:

La Junta de Historia y Numismática Americana, prestigiosa institución que en el noble pueblo hermano, mantiene tan alto el entusiasmo por los estudios históricos, nos ha honrado designando para representarla en esta fiesta del espíritu, al ilustre compatriota, aquí presente, doctor Alberto Palomeque, a quien también, había invitado ya personalmente, nuestra Junta de Historia Nacional […] no voy a caer en la ingenuidad de presentar al doctor Palomeque. El ilustre escritor no necesita ser presentado.32

Palomeque aprovechó esa visita a Montevideo para brindar una conferencia en el IHGU presidido por Blanco Acevedo. De la reunión también participaron Daniel García Acevedo, José V. Solari, Lorenzo Barbagelata, Blás C. Martínez, Raúl Montero Bustamante, Francisco J. Ros y Eduardo Acevedo.

El acto solemne de refundación del IHGU se había realizado el 2 de octubre de 1917 en el local de la Universidad y durante sus tres primeras décadas de existencia promovió y difundió investigaciones históricas y brindó asesoramiento a los organismos públicos. En 1931 el instituto y la JHNA suscribieron un acuerdo en el que contemplaban la asignación mutua de la calidad de miembros correspondientes (Zubillaga 93-105). También aquí Palomeque mantuvo diálogo epistolar con miembros, entre ellos, los ya mencionados Setembrino Pereda, Luis Melián Lafinur y Luis Carve.

En el n.º 48 de su revista se publica un artículo de José León Suárez33 titulado «Vicente Blasco Ibáñez. Sostenedor decidido de una Teoría Histórica Argentina. Rasgos y recuerdos». Este breve artículo muestra como la revista también fue en espacio de repercusión de debates historiográficos. Suárez expresa:

Debo a Vicente Blasco Ibáñez mucha gratitud por un juicio espontáneo y rotundo, en un momento difícil para una teoría histórica que sostenía y que, como cosa nueva, muchos atacaban […]. Después, ha sido atacada como cosa vieja […]. Aludo a la teoría de que la revolución americana no fue un movimiento contra España, sino contra el absolutismo de los monarcas españoles.34

Otro ejemplo de estas colaboraciones de carácter histórico a nivel regional aparece revelado por la carta que recibe desde Santa Fe, a comienzos de 1928. En esa ocasión es consultado sobre una fotografía: «Mi estimado doctor: ¿Quiere tener la bondad de decirme dónde podría encontrar el retrato del general Lucio Mansilla (padre), el que combatió en Ituzaingó […]? No he visto todavía en “Crítica” el documento de Rivera».35 En esta carta se aprecia el rol jugado por la revista dirigida por Palomeque como mecanismo de intercambio y difusión de artículos y autores.

El período que va de los años 1926 a 1929, que enmarca el centenario de la batalla de Ituzaingó, fue una ocasión propicia para que Palomeque sirviera de nexo entre autores afincados en Argentina, Brasil y Uruguay. La extensa correspondencia mantenida ese año con Walter Alexander de Azevedo, Souza Docca y Caputi así lo confirman.36

7. Reflexiones finales

Las evidencias existentes nos llevan a concluir que, durante la década de 1920, el «ecosistema historiográfico rioplatense» funcionó sobre la base del prestigio adquirido por quienes se abocaban al estudio del pasado. Aquellos autores que gozaban de dicho estatus jugaron un papel crucial, atrayendo, promocionando y asesorando a otros investigadores.

Dicho prestigio no solo obedecía a la valía o el reconocimiento otorgado a las obras de dichos autores. Incluso, en algunos casos, como es el de Alberto Palomeque, figuras que tradicionalmente no han merecido un estudio pormenorizado, sistemático y profundo de parte de la historiografía, jugaron un papel destacado en dicho escenario. Esto se debe justamente al reconocimiento y legitimidad que ganaron frente a sus pares no solo de su país, sino también de la región.

Uno de los atributos claramente reconocibles y cuya posesión podía llegar a ser un elemento de peso a la hora de dicho reconocimiento era la capacidad en oratoria. Pluma y declamación podían ir de la mano y las conferencias, las disertaciones y los discursos pronunciados en el marco de ceremonias de apertura o cierre de eventos, homenajes o actos de diversa índole, se transformaban en una carta de presentación del historiador. Nuevamente el caso aquí estudiado aparece como un claro ejemplo de este aserto.

Por otra parte, al igual que en el siglo XIX, la adscripción institucional continuó jugando un papel fundamental en esta verdadera red de intercambios, diálogos, consultas y debates protagonizados por estos estudiosos del pasado. Una diversa gama de institutos, juntas y ateneos se conectó entre sí a lo largo del Cono Sur. Tomando como referencia al epistolario aquí analizado se puede tomar verdadera dimensión del entramado de instituciones de Argentina, Brasil y Uruguay que aparecían interactuando. A su vez, estas instituciones buscaban ganar mayor peso e incidencia en el escenario historiográfico integrando a figuras de reconocida trayectoria quienes con su participio aumentaban la incidencia de estas. Por ello es que Palomeque fue atraído una y otra vez por varias de estas. Con respecto al siglo precedente, podría llegar a conjeturarse que no solo se conservaron las dinámicas de intercambio y comunicación inter pares a nivel regional, sino que además se intensificaron en torno al año 1922.

En cuanto a la dimensión dialógica, se hace patente el papel elemental y cotidiano jugado por los intercambios a lo largo y ancho de la región del Río de la Plata, en el desarrollo historiográfico durante esta segunda década del siglo XX. Figuras como la de Palomeque fungían también como referentes sobre materiales de diversa índole, ofrecían consejos, estimulaban a autores más jóvenes, propiciaban contactos, difundían o publicaban trabajos de colegas, extranjeros y nacionales, en revistas allegadas o dirigidas por ellos. Este tipo de prácticas y procedimientos dinamizaba el saber histórico generando nuevas instancias de diálogo e intercambio.

Todo esto lleva a concluir que figuras como las de Alberto Palomeque jugaron un papel destacado en este concierto de autores, a modo de verdadero «nodo» referencial para los historiadores de la región. Fue de ese modo que contribuyeron al desarrollo historiográfico en un período de transición, de velocidad dispar, hacia la conformación de los campos historiográficos de Argentina y Uruguay. Fungió como un referente para las nuevas generaciones de investigadores a modo de «gran maestro» perteneciente al patriciado y adscripto a una «vieja historia» que comenzaba a verse desplazada por nuevas formas de analizar el pasado. Este sería un hecho que no siempre ha sido bien visualizado por la historiografía.◊



Obras citadas

FUENTES

Archivos

Museo Histórico Nacional (MHN) Casa Lavalleja, Fondo Archivo de Alberto Palomeque.

Publicaciones periódicas

Revistas:

Caras y Caretas (1902 y 1904), Buenos Aires.

Revista Crítica, jurídica, histórica, política y literaria (1924-1929), Buenos Aires.

El Iniciador (1933), Montevideo.

Otros

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1 Museo Histórico Nacional (MHN), Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpetas 4049 y 4231.

2 Carta de Luis Melián Lafinur a Alberto Palomeque, abril 13, 1920, Montevideo, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4050.

3 El Archivo de Alberto Palomeque se compone de 227 carpetas. Una parte de las mismas lo constituye papelería de diversas figuras, como José Gabriel Palomeque (padre de Alberto), Bernabé Magariños, Mateos Magariños Baliñas, Francisco Magariños, Carlos de Alvear, Andrés Lamas, Bernardo P. Berro, Eduardo Acevedo, Manuel Herrera y Obes, Juan Zorrilla de San Martín y Hugo D. Barbagelata. Una fracción significativa lo componen documentos oficiales, recortes de prensa, fichados de libros y materiales para la confección de biografías. Finalmente, la correspondencia con intelectuales y figuras políticas de la región se extiende a lo largo de más de 60 carpetas. Las carpetas 4032 a 4040 contienen la correspondencia particular siguiendo una referencia cronológica, entre los años 1922 y 1937. A estas deben sumárseles otras carpetas organizadas en función del remitente. Las carpetas 4042 y 4043 contienen las cartas enviadas por Agustín de Vedia, la 4047 las cartas con el uruguayo Blas C. Martínez, las 4049 y 4050 resguardan las de los uruguayos Setembrino Pereda y Melián Lafinur respectivamente. La 4051 las cartas de los argentinos José y Antonio Biedma, la 4053 las del uruguayo Telmo Manacorda, la 4056 las del paraguayo Adolfo Decoud, la 4058 con el uruguayo Raúl Montero Bustamante, la 4060 con el brasileño Walter Alexander de Azevedo y la 4062 con el argentino Ernesto Quesada.

4 Carta de Vicente Caputi a Alberto Palomeque, setiembre 27, 1927, San José, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4035.

5 Carta de Ernesto Quesada a Alberto Palomeque, junio 9, 1923, Buenos Aires, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4062.

6 Carta de Ernesto Quesada a Alberto Palomeque, junio 9, 1923, Buenos Aires, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4062.

7 Carta de Fidel Anze a Alberto Palomeque, octubre 30, 1923, Cochabamba, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4032.

8 Quien años más tarde, sería designado Director del MHN uruguayo, cargo en el que se desempeñó entre 1934 y 1940

9 Carta de Daniel Martínez Vigil a Alberto Palomeque, marzo 17, 1928, Montevideo. MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4036.

10 Caras y Caretas [Buenos Aires], 5, 172, 1902, enero 18, Argentina, 10.

11 Caras y Caretas [Buenos Aires], 1, 283, 1904, enero 5, Argentina,

12 Colección general, Personajes uruguayos, Biblioteca Nacional, Uruguay. S.f. Web. Recuperado de http://bibliotecadigital.bibna.gub.uy:8080/jspui/handle/123456789/56530

13 Carta de Souza Docca a Alberto Palomeque, junio 20, 1922, Río de Janeiro. MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4032.

14 Carta de Delphino Riet a Alberto Palomeque, mayo 5, 1922, Uruguayana. MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4032.

15 Enrique de Gandía (1906-2000). Fue un destacado historiador argentino. Desarrolló una extensa trayectoria con reconocimiento nacional e internacional.

16 Carta de Enrique de Gandía a Alberto Palomeque, noviembre 1, 1930, Buenos Aires, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4038.

17 Carta de Octavio R. Amadeo a Alberto Palomeque, mayo 10, 1935, Buenos Aires, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4040.

18 Carta del Círculo Militar a Alberto Palomeque, mayo 23, 1922, Buenos Aires, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4032.

19 Carta de la Junta de Historia y Numismática Americana a Alberto Palomeque, mayo 3, 1922, Buenos Aires, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4032.

20 Carta de Ricardo Levene a Alberto Palomeque, julio 19, 1922, Buenos Aires, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4032.

21 Carta de Martiniano Leguizamón a Alberto Palomeque, agosto 20, 1922, Buenos Aires, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4032.

22 Carta de la Asociación Bernardino Rivadavia a Alberto Palomeque, julio 7, 1922, Bahía Blanca, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4032.

23 Carta de la Sección argentina de la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias y Artes de Cádiz a Alberto Palomeque, agosto 11, 1922, Buenos Aires, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4032.

24 Carta de Ernesto Quesada a Alberto Palomeque, julio 12, 1923, Buenos Aires, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4062.

25 El Iniciador [Montevideo], 1, 2, 1933, enero 18, Uruguay, 13-23.

26 MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4050.

27 Carta de Ernesto Villegas Suárez a Alberto Palomeque, enero 9, 1923, Montevideo, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4032.

28 Crítica, Jurídica, Histórica, Política y Literaria [Buenos Aires] 1, 1, 1924, p. 3.

29 Telmo Manacorda (1893-1954). Fue un político del Partido Colorado, periodista e historiador. Se desempeñó como director del Archivo y Museo Histórico Nacional (predecesor del MHN) luego de la muerte de Luis Carve. Ejerció la dirección entre 1921 y 1934.

30 Estatutos de la Junta de Historia Nacional [Montevideo], 1926; pp. 5-6.

31 Crítica, Jurídica, Histórica, Política y Literaria [Buenos Aires] 11, 31, 1926, p. 139.

32 Crítica, Jurídica, Histórica, Política y Literaria [Buenos Aires] 11, 31, 1926: 144.

33 José León Suárez (1872-1929). Abogado e historiador argentino. Es identificado con el pensamiento disidente de Argentina, supo dar conferencias en el IHGB. Fue autor de “Carácter de la revolución americana” publicado en 1919.

34 Crítica, Jurídica, Histórica, Política y Literaria [Buenos Aires] 17, 48, 1928: 55.

35 Carta del Secretariado de Instrucción Pública y Fomento de Santa Fé a Alberto Palomeque, enero 31, 1928, SantaFe, MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpeta 4036.

36 MHN, Casa Lavalleja, Montevideo, Archivo Palomeque, Carpetas 4035, 4036 y 4037.

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República - 9 -