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El historiador de los que nunca han ganado. Comentarios sobre la biografía de Eric Hobsbawm escrita por Richard J. Evans[1]

Nicolás Duffau Soto
Universidad de la República, Uruguay

Claves. Revista de Historia

Universidad de la República, Uruguay

ISSN-e: 2393-6584

Periodicidad: Semestral

vol. 7, núm. 13, 2021

revistaclaves@fhuce.edu.uy



Un lugar común en cualquier reseña sobre la vida o trayectoria intelectual de Eric J. Hobsbawm (en adelante, EJH) es presentarlo como el historiador más importante, más vendido y posiblemente entre los más citados del siglo XX (y lo que va del XXI). Sus libros han sido traducidos a más de cincuenta idiomas (sin sumar capítulos de libro o artículos). Sin duda, el trabajo de EJH traspasó las barreras del campo historiográfico y aún hoy ejerce una sostenida influencia sobre el pensamiento histórico de periodistas, políticos y ciudadanos sin ninguna vinculación con la academia. Este breve texto busca ser una reseña crítica de la obra de Evans, pero también una suerte de obituario muy tardío de EJH, quien murió en octubre de 2012.

Eric
J. Hobsbawm en el paraninfo de la Universidad de la República, 1999.
Eric J. Hobsbawm en el paraninfo de la Universidad de la República, 1999.
(Imagen: Archivo General de la Universidad, AGU)

Cualquier reseñador se podría preguntar qué más se podría decir sobre la extensa vida de EJH (incluso luego de su autobiografía Años interesantes) o sobre su obra, que desde mediados de la década de 1980 fue objeto de análisis en congresos, jornadas, conferencias, artículos académicos y libros. Sin embargo, Richard Evans construye una obra que sobresale por varios aspectos positivos: en primer lugar, su monumentalidad (ochocientas setenta y ocho páginas), un trabajo minucioso que comienza en el siglo XIX con la familia Oubstman y atraviesa todo el siglo XX y parte del XXI, siguiendo a EJH, pero sin desconocer el contexto. Porque, como bien señala el subtítulo del libro, esa vida en la historia estuvo marcada por algunos de los acontecimientos centrales del siglo XX.

En segundo lugar, sin perder el carácter de enfoque biográfico, el libro es un manual para historiadores en cualquier grado de formación. Hay un nivel impresionante de detalles sobre el metierhobsbawmniano (aunque sabemos que a su alrededor no se formó una escuela), su forma de escribir, el modo en que trató los documentos, las distintas formas que encontraba para trabajar y esa idea, tan braudeliana, del historiador como alguien que nunca está de vacaciones (fue en unas vacaciones que sus conversaciones con campesinos italianos le permitieron escribir Rebeldes primitivos).

En tercer lugar, la biografía permite conocer al EJH académico, pero también al intelectual público, que se debatió en numerosas ocasiones entre permanecer fiel a sus convicciones o doblegarse ante la aplastante realidad. Por último, también tenemos al EJH más íntimo, al esposo, al padre de dos hijos que luego, como se trata en el libro con mucha delicadeza, se convirtieron en tres a comienzos de la década de 1970; también vemos al abuelo y bisabuelo, al apasionado de la música, el jazz, la poesía alemana; al hombre carente de cualquier habilidad práctica en el hogar, pero también al férreo administrador y negociador de sus regalías. Es decir, ese conjunto de aspectos —a los que se podrían sumar otros— permiten ver al historiador en todas sus dimensiones, sin que deje nunca de ser historiador.

El libro surgió por pedido directo de EJH a Evans, por lo que se podría considerar una biografía oficial sin que eso implique apología o falta de crítica. El trabajo de archivo es impresionante y se monta sobre la base del archivo personal que EJH y sus deudos conservaron y en forma posterior entregaron a la Universidad de Warwick, documentación de la inteligencia británica que siguió los pasos de EJH durante más de cuarenta años (hasta que se convirtió en una figura del establishment intelectual y social), entrevistas a colegas, familiares, amigos y editores; así como escritos propios o reseñas y críticas de terceros. Es muy importante el tratamiento que se alcanza al analizar el proceso de producción de las obras y cómo explica su aparición en función del contexto histórico y las distintas etapas de la vida de EJH.

Es posible pensar la vida de EJH como un tránsito vital autoescrito y a la vez relatado por otros. Es la posibilidad de entrar en contacto con un mundo ya inexistente: aquel en el que entre los grupos letrados la escritura tenía una presencia avasallante; pero también el método de un hombre meticuloso que registró y archivó todo lo que escribía (correspondencia, diarios, escritos sueltos y hasta las deducciones impositivas).

La primera parte del libro está dedicada a la familia Obstbaum, Hobsbaum y Hobsbawm —apellido que varió según el ánimo e interés del funcionario que los registró—, a sus distintos cruces y a las ramificaciones desde la Mitteleuropa a distintos lugares del mundo que incluyeron Estados Unidos, América Latina y el norte de África. EJH nació en El Cairo en 1917, creció y se alfabetizó entre Viena y Berlín hasta que en 1933 partió junto a su hermana a vivir con sus tíos a Londres, quienes se habían trasladado allí como emigrados económicos y no por el peligro inminente que acechaba a los judíos en una Alemania que comenzaba su proceso de nazificación. Ese rol peregrino del personaje y de la familia acompañaron a EJH toda su vida, no solo por sus incontables viajes a distintos lugares del mundo, sino también porque, como los «trabajadores golondrina» a los que estudió, fue capaz de mover sus intereses históricos por períodos, geografías y temáticas.

La historia familiar ya estaba contada en un capítulo suprimido de Años interesantes, en el que EJH se reconciliaba con sus orígenes familiares y sus raíces judías. Por tanto, Evans simplemente reordenó un capítulo ya escrito y complementó con información del contexto, del archivo personal o recuerdos de la cuarta, quinta y sexta generación de los Obstbaum. Ese niño inglés —como lo conocían sus congéneres vieneses y berlineses, aunque estrictamente había nacido en una colonia británica— se convirtió en un adolescente que vivió los estertores de la posición económica de su familia (de la pequeña burguesía a la pobreza), el descalabro de su vida familiar (con la prematura muerte de su padre y la prolongada agonía de una madre tuberculosa). El ocaso familiar también coincidió con la penumbra de algunas de las experiencias políticas que más admiró: el final de Weimar y el ascenso político y social del nazismo.

Desde los 15 años EJH adhirió a las juventudes comunistas, iniciando una extensa y conflictiva relación con el comunismo y sus expresiones partidarias. A lo largo de su vida, EJH pasaría de un afiliado marginal del Partido Comunista Británico, a un intelectual motorizador de polémicas, pero siempre en los márgenes de la disciplina partidaria. Una especie de comunista sin carnet. Finalmente se convertiría —como trataremos más adelante— en referente de la Nueva Izquierda que favoreció la renovación del laborismo pos Thatcher. Todo esto marcado por debates promovidos desde fuera y dentro de la prensa partidaria (porque su participación en las instancias deliberativas fue más bien nula) y el sostenido enfrentamiento con los referentes del partido quienes recelaron siempre de EJH.

El adolescente londinense, que leía todo lo que se le ponía a tiro (en inglés, alemán o francés, aunque desistió aprender el idioma de la patria soviética) es objeto del segundo capítulo (titulado, no sin malicia, «Feo como el pecado, pero un cerebro»). Por las calles de la capital británica se sigue al EJH que descubre una ciudad mientras comienza algunas lecturas iniciáticas que lo acompañarían toda la vida: la literatura rusa del siglo XIX, los escritos de Karl Marx, la poesía de Brecht o Neruda; también es la época de prolongación de la pobreza que lo acompañaba desde Viena-Berlín. El esfuerzo de sus tíos para que concluyera los estudios secundarios, la aplicación a decenas de becas para realizar estudios universitarios (en las que se exigía antecedentes académicos de excelencia).

En esta etapa inició la escritura de sus diarios personales —una fuente central utilizada por Evans— en los que registraría ideas, pensamientos, estados de ánimo. También fue la época de contacto más estrecho con la clase obrera inglesa (y francesa o española), cuya cultura, costumbres y vida moral más bien lo alejarían de los proletarios, a los que toda su vida miraría con extrañeza. EJH, si bien pobre, había sido formado por una familia burguesa y recibido una educación y referencias culturales en instituciones de clase media, se aprestaba a ingresar a la Universidad de Cambridge, una de las más prestigiosas del continente, y claramente tenía muy pocos puntos de contacto, o más bien ninguno, con quienes cumplían con el mandato de ganarse el pan con el sudor de la frente.

El tercer capítulo, dedicado a sus años como estudiante a orillas del río Cam, lo presentan como el primero de su familia en asistir a la universidad, aunque bastante alejado —y, por ende, marginado— de las prácticas del estudiante promedio de Cambridge. Estudiante becado, proveniente de un college público, en una de las universidades a la que asistían los hijos de los sectores económicos altos; politizado y de izquierdas frente a compañeros sin identificación política o directamente conservadores. Sin embargo, logró adaptarse y se convirtió en integrante de varios clubes, sociedades (públicas y no tan públicas) y en un líder estudiantil.

Esos años vivió los primeros contactos con algunos de sus referentes en el campo historiográfico. Si bien EJH era muy crítico de la impronta de la enseñanza de la Historia y de las convicciones mayoritariamente conservadores —en el plano político, pero también historiográfico— de varios de sus profesores, en el Cambridge de los treinta pudo entrar en contacto con las lecturas de Marc Bloch, Lucien Febvre, Georges Lefebvre, profundizar en los escritos de Marx, Engels y Lenin y relacionarse con profesores a los que admiraba y que fungieron como su alma mater, en especial el hasta hoy subvalorado Mounia Postan.

Para este reseñador, que completó parte de su escolarización y toda su vida académica en el siglo XXI, en un mundo en el que Internet es una presencia desbordante, genera extrañeza el método de trabajo implementado: miles de páginas de apuntes a mano, la imposibilidad de copiar libros o el sistema de fichas (que EJH siempre odió), elementos indispensables de los que se debía muñir cualquier historiador. Aunque, como también señalaron varios contemporáneos, EJH era más un «roedor» de biblioteca que de archivos, con los que mantuvo una relación distante.

El capítulo detalla en forma muy vívida cómo era ser estudiante de un campus universitario en un sistema prácticamente de internado. Cambridge pasó a ser la vivienda permanente de EJH una vez que la poca familia que le quedaba en Londres emigró a Chile. El capítulo abre otro punto conflictivo de su vida, en especial entre las décadas de 1930 y 1960 (cuando conoció a Marlene, madre de dos de sus hijos): el vínculo con las mujeres, que le depararía diversos conflictos, cavilaciones y también desencantos.

En el cuarto capítulo encontramos a EJH como soldado del ejército británico. ¿Qué hace un historiador en el ejército? Historiador que, por cierto, ha demostrado una falta de aptitud proverbial para cualquier actividad física. Punto conflictivo, más no tanto como su afiliación comunista que despertó la desconfianza de la oficialidad, en especial antes del ataque alemán a territorio soviético. En un contexto hostil, EJH se las arregló para formar parte de distintos programas educativos, en los que llegó a alfabetizar a varios soldados provenientes del medio rural o de sectores trabajadores. La convivencia prolongada entre EJH y jóvenes que no formaban parte de su grupo social y cultural, que en muchos casos no habían finalizado estudios primarios, con conductas e intereses muy distantes, permitió una especie de indagación casi etnográfica sobre los compañeros que fue encontrando en los destacamentos militares en los que (no) hizo la guerra. Así se sucedieron libretas de apuntes con historias de vida, frases, refranes, comentarios, que EJH combinó con sus apuntes más íntimos o cartas a su primo Ron Hobsbaum. No es casual que una vez terminada la guerra abandonara su proyecto inicial de hacer una tesis doctoral sobre la colonización europea en el norte de África y comenzara sus investigaciones sobre el mundo del trabajo. El historiador tampoco descansó durante el mayor conflicto mundial.

Fue en la guerra que inició su primer matrimonio con Muriel Seamen (luego Hobsbawm) con quien se casó en 1943 y de quien se divorció en 1951. Los entretelones del matrimonio frustrado (registrado en sus diarios escritos en alemán), las numerosas disputas, los affaires extramatrimoniales, forman parte del escenario que Evans construye para explicar por qué desde fines de la guerra y hasta mediados de la década de 1950 EJH se concentró en forma frenética en su trabajo y carrera académica. En ese clima se doctoró con una tesis muy resistida sobre la sociedad fabiana, que pese al rechazo inicial pasó a defensa gracias a que Postan medió a favor de su tutoreado. Mientras en su casa la vida se desmoronaba, inició una intensa actividad con artículos, presentaciones en eventos y los primeros viajes, en especial a París, donde conoció a algunos de los amigos que durarían toda la vida.

La posguerra marcó la época de mayor debate dentro del comunismo, ya que la URSS victoriosa de la Segunda Guerra, rápidamente estuvo condicionada por el clima de Guerra Fría y el debate que se suscitó tras la muerte de Stalin. Los comunistas británicos no fueron ajenos a esas discusiones y EJH intervino en numerosas ocasiones para fijar su postura, lo que también le valió el cuestionamiento desde las dirigencias comunistas. Desde la posguerra EJH se convirtió en una presencia incómoda dentro del partido, porque si bien como un intelectual en ascenso prestigiaba al sector político, no dudaba en hacer públicas sus críticas o en escribir artículos periodísticos que increpaban a las dirigencias partidarias. A eso se agrega que su participación era más bien marginal, puesto que no era un apparatchik, sino, y como lo definió uno de sus contemporáneos, un «outsider del movimiento» (título del quinto capítulo).

La identificación de EJH con el comunismo le valió el rechazo dentro de la comunidad académica (y el inicio de un detallado seguimiento por parte de los servicios secretos). Marginado a posiciones académicas de segunda línea y desplazado en forma permanente en los concursos de ascenso de grado, su carrera no se construyó en forma tradicional. Comenzó su vínculo laboral con el Birkbeck college en Londres, que, si bien fue su casa, era una universidad de segunda categoría con estudiantes de tiempo parcial (no dedicados plenamente a la investigación). La trascendencia que EJH adquirió como autor —en especial en el exterior— favoreció su promoción como profesor universitario. Pero no fue hasta la década de 1980 que pasó a revestir en las sociedades académicas en las que otros historiadores más jóvenes, con menos obra, pero no comunistas, ingresaban con antelación.

Evans se para desde una posición de observador privilegiado para entender las transformaciones historiográficas del mundo de posguerra: vemos a los historiadores sociales británicos, conviviendo con la segunda generación de Annales, con los indios llegados desde el subcontinente para hacer posgrados en Inglaterra, a Delio Cantimori interesado por reflotar la historiografía italiana que el fascismo había destruido (y traducir por primera vez al italiano Das Kapital). Esa confluencia permitió montar sistemas académicos sobre intereses y preocupaciones comunes, e inauguró discusiones que siguen hasta nuestros días.

Resulta interesante ver el modo en el que —tal vez aún en aras de la victoria aliada— los acuerdos entre historiadores, el rescate de algunos que no habían sobrevivido a la guerra (claramente, Bloch) permitieron montar el campo historiográfico mainstream y también la influencia que estos mismos historiadores ejercieron en otros lugares del mundo o entre sus discípulos más célebres. Evans —como biógrafo, pero también como estudiante universitario en los sesenta y setenta— se detiene en el mundillo académico, signado por sus tradiciones, ethos y habitus. Es interesante cómo a lo largo de todo el libro va desacralizando a personajes que para cualquier estudiante de Historia son nombres familiares (hieráticos en cierto sentido), pero aquí aparecen con gestos, conductas o actitudes que los muestran en otra dimensión.

La disolución del matrimonio de EJH con Muriel, marcó el inicio de una larga depresión, coincidente con el descalabro del Partido Comunista Británico (que perdió a un tercio de sus afiliados, entre ellos varios historiadores). La vida de EJH en la década de 1950, motivo del sexto capítulo, está muy bien registrada por la documentación de la inteligencia británica que lo consideraba «un personaje peligroso» y no escatimó recursos en su seguimiento. También es el momento de mayor soledad sentimental (sin familia británica, con un matrimonio roto) y política por ser crítico del comunismo, pero sin renunciar al Partido, pese a que era lo que la dirigencia esperaba.

EJH encontró una especie de familia sustituta y una nueva comunidad espiritual en el mundo del jazz. No solo el del estilo musical, sino que se metió de lleno en la vida de músicos, cantantes, representantes y en los clubes de la bohemia londinense de mediados del siglo XX. Como reseñador de la escena jazzística, bajo el seudónimo de Francis Newton, recorrió distintos antros, cabarets, prostíbulos y se familiarizó con un estilo de vida marginal y autodestructivo para algunos de sus protagonistas. Fue también la etapa de relacionamiento con Jo, en ese entonces una joven prostituta amante del jazz, con la que EJH mantendría contacto (y apoyo económico) hasta su muerte y a quien legaría una parte de su herencia. Por esta época también inició el vínculo con una mujer casada con quien tuvo un hijo al que reconoció catorce años más tarde.

Para EJH el jazz no era solo un estilo musical, sino que analizó el fenómeno cultural con la criba de un historiador social y de un comunista. El jazz era la expresión más genuina de la clase obrera del sur de los Estados Unidos, manifestación cultural de los pobres y por eso en sus reseñas y críticas se muestra como un purista (rechaza las innovaciones, así como la aparición de nuevos estilos… anunció, por ejemplo, el estrepitoso fracaso de los Beatles, vaticinio por suerte equivocado). Los clubes de jazz eran lugares no racistas, donde convivían distintas expresiones étnico-raciales, mezcladas en igualdad de condiciones. EJH vio en el jazz también una expresión del potencial de la clase obrera (no en vano, en la segunda mitad de los cincuenta los antros de jazz eran objeto predilecto de bandas fascistas que atacaban sobre todo a los inmigrantes antillanos). Incluso se preocupó por las condiciones de vida de los jazzistas: el consumo excesivo de drogas, alcohol y cigarro, las condiciones laborales (que incluía trabajar en clubes insalubres) llevaban a una muerte temprana a buena parte de los habitúes de esos espacios. Los referentes de ese estilo musical —por tradición y por condiciones de vida— solo se ubicaban en una de las obsesiones de EJH: el mundo de los oprimidos y marginados. Hacia ellos se lanzó con la publicación en 1959 de Rebeldes primitivos que introdujo algunos de los conceptos más novedosos de la historia social, varios de los cuales —la idea de la política primitiva, la del bandolerismo social, las formas «arcaicas» de participación— se siguen discutiendo hasta nuestros días.

Claramente la convivencia con oprimidos y marginados de la escena del jazz lo había llevado a reflexionar sobre esas formas de rebelión cultural y política no organizada. También su compromiso político estuvo cada vez más inclinado hacia ese tipo de expresiones populares, lo que lo alejó aún más del comunismo partidario, pero lo acercó a fenómenos capitales del clima de Guerra Fría, entre ellos la Revolución Cubana que, como varios intelectuales de su tiempo, lo encontraron viajando a la isla y organizando redes de solidaridad (incluso antes de que Cuba pasara a ser un satélite soviético).

Los contactos con América Latina y Estados Unidos, iniciados a comienzos de la década de 1970, y eje del capítulo siete, coincidieron con el primer éxito editorial de EJH, La era de la revolución publicado en 1962, que lo convirtió en un autor que comenzaba a ser leído dentro de la academia (que aún lo rechazaba), pero también entre públicos cada vez más amplios. En este capítulo encontramos también la cocina de la escritura hobsbawmniana, es decir cómo iba pensando sus obras en la medida que escribía y también encontramos el modo de trabajo (por momentos caótico) de un historiador académico preocupado porque lo entiendan los eruditos (a los que disfrutaba provocar), los estudiantes y también el lector de diarios o revistas.

Lo disruptivo de la primera de las «eras» escritas por EJH (seguirían las eras del capital y la del imperio) fue que abandonó el relato político y cronológico más tradicional y cubrió aspectos sociales, económicos y culturales; también insertó a Europa en un contexto más amplio, que hoy podríamos llamar de historia global. La mirada es típicamente marxista, porque la economía es determinante para entender todo lo demás. La revolución (económica, social y política) impregna todo el trabajo y tiene que ver con América Latina, porque era el lugar del mundo en el que EJH consideró que un estallido social generalizado era inminente.

Sus posturas, y el respaldo a Cuba, lo convirtieron en un referente de sectores intelectuales, pero también entre grupos revolucionarios y obreros. Aunque, como muy bien han reseñado críticos posteriores, su mirada sobre la situación del continente latinoamericano estuvo marcada por posiciones eurocéntricas e incluso desde un marxismo incapaz de comprender los procesos locales o indígenas que tenían lugar en el continente americano.

La década de 1960 fue también la de su consolidación familiar, el matrimonio con Marlene Schwarz, quince años menor y con quien tendría dos hijos (Andy y Julia). La vida en familia —con sus rutinas y rituales— asentaron al EJH en un ambiente hogareño al que no estaba acostumbrado (huérfano desde muy temprano, creció en casas de familiares, su único hogar estable había sido un campus universitario). La familia creció cuando Eric reconoció a su hijo Joss, quien había nacido en 1958, pero solo comenzó el vínculo con su padre biológico en 1972.

Esta nueva estabilidad permitió que EJH produjera algunas de sus obras más famosas mientras ganaba su reputación como historiador global; aunque el reconocimiento académico entre sus pares era aún esquivo. En la década de 1970 aún era un profesor de baja jerarquía y si bien le llovían las invitaciones de universidades del exterior, en Inglaterra continuaba siendo rechazado en todas las aspirantías y concursos a los que se presentaba. El motivo podría ser la disconformidad con algunos de sus posturas historiográficas, aunque Evans sostiene que mayoritariamente primó el rechazo a su posicionamiento político.

El ritmo de publicación, de viajes y de participación en eventos ya era frenético y no se detendría hasta fines de la década de 1990 (cuando comenzaría a publicar algunos textos inéditos, muchos de ellos escritos en este contexto). Entre 1964 y 1975 solo en libros podemos mencionar Trabajadores, Industria e imperio, Bandidos, Capitan Swing (en coautoría con George Rudé), Revolucionarios y La era del capital, así como traducciones de escritos inéditos de Marx y Engels. Todos se convirtieron en éxitos de ventas y fueron traducidos a numerosos idiomas. EJH revolucionó la historiografía británica, por supuesto que no solo, porque hay que sopesar las obras de Christopher Hill, Rodney Hilton, Victor Kiernan, Edward Thompson, Keith Thomas, el mencionado Rudé, entre otros.

EJH aún mantenía una tensa relación con el Partido Comunista; no era expulsado, pese a sus opiniones públicas, pero tampoco renunciaba. Estabilizada su vida familiar y académica, su vida política estaba a la deriva. Paradojalmente el ascenso del thatcherismo mejoró el rol de EJH como intelectual público que comenzó a ser escuchado con respeto por varios de sus contemporáneos. Así el EJH de los libros y la academia, también pasó a ser una presencia frecuente en la radio, la televisión y la prensa escrita, para debatir sobre la situación británica atravesada por las reformas económicas y sociales impulsadas desde el gobierno. Quién mejor para analizar las transformaciones neoliberales, que uno de los intelectuales que intentó demostrar cómo la expansión del capitalismo había generado mayor explotación fuera y dentro de Gran Bretaña y que tampoco tenía una mirada condescendiente sobre los efectos del colonialismo (en pleno clima poscolonial), pero tampoco de algunas políticas exteriores soviéticas.

Ese rol de «gurú intelectual», tal como se titula el octavo capítulo, hicieron de EJH una de las voces más escuchadas en la política británica y mundial. En 1976 finalmente ingresó a la Academia Británica, el núcleo duro de las ciencias sociales inglesas, reconocimiento tardío, muy celebrado y rechazado a la vez. Coincidente con su jubilación de Birkbeck, EJH participó en las discusiones que atravesaban al laborismo de izquierda desde la primera mitad de la década de 1980. Para EJH el laborismo estaba anquilosado, centrado en el debate sobre el Estado de Bienestar de posguerra, que no había sido utilizado para impulsar transformaciones mayores; era capital un proceso de renovación que acercara nuevamente a la clase media e intelectuales, que aportarían el caudal de votos perdidos en una clase obrera en proceso de descomposición.

Según EJH el Estado debía avanzar hacia una economía mixta, marcando una presencia cada vez más fuerte en algunas áreas estratégicas, en especial aquellas que el thatcherismo había contribuido a pauperizar. Las posturas adoptadas en la década de 1980 también repercutieron en su labor como historiador: un motivo de interés pasó a ser la burguesía, con la que en algunos pasajes se mostraría indulgente, y también los procesos de unidad social que no se basaban estrictamente en la ubicación en el modo de producción. La invención de la tradición, coordinado junto al historiador sudafricano Terence Ranger, de 1983, El mundo del trabajo de 1984, sus escritos de 1977 a 1988 reunidos en Políticas para una izquierda racional, dan cuenta de sus preocupaciones ochentosas.

El noveno capítulo encuentra al EJH como analista político y asesor plenamente consolidado. Ya no era el historiador reconocido —algo por lo que había peleado toda su carrera—, sino el referente intelectual de las izquierdas británicas y mundiales (por esta época iniciaría su vínculo con Lula da Silva y con los renovadores del eurocomunismo no británico). A su vez, se erigió como un defensor del Estado de Bienestar y miró con recelo, escepticismo y críticas la explosión de nacionalismos que estallaron tras la decadencia soviética primero y la caída del muro de Berlín después. La publicación de Naciones y nacionalismos en 1990 y de Historia del siglo XX en 1994, dieron cuenta de algunas de sus preocupaciones tras el fin del siglo corto tal como presento al XX en su controvertida periodización.

Tony Blair, que salió victorioso de las elecciones generales de 1997, consideraba a EJH como uno de los referentes intelectuales del llamado nuevo laborismo, una postura que recuperaba algunas ideas centrales del pensamiento de izquierda británica que se había corrido al centro para triunfar ante los tories. Esta fue la época de mayores reconocimientos públicos para EJH. La Academia Británica y el gobierno impulsaron su nombramiento como caballero, que rechazó. Sí aceptó convertirse en Compañero de Honor, una especie de orden paralela para reconocer los servicios de individuos destacados en distintas áreas (esta etapa también coincide con algunas de sus expresiones públicas a favor de la monarquía constitucional).

El mundo académico estaba cambiando y EJH, conferencista invitado a numerosos eventos y docente regular de la New School University en Nueva York, comenzó a sentir esas modificaciones. El vínculo con los alumnos ya no era el mismo, no se adaptaba a algunos cambios en la opinión pública (fue denunciado en forma anónima por supuestos comentarios considerados ofensivos por personas de minorías étnicas) y sus temas de interés distaban bastante de los que tenían las nuevas generaciones de investigadores; tampoco comprendía del todo a los movimientos sociales que estaban reemplazando a la izquierda tradicional. A eso se suman las críticas por algunos de sus enfoques: la falta de perspectiva de género que provocó la crítica de las feministas; lo que se consideraba una noción estática sobre la cultura, que generó cuestionamientos entre los estudiosos posmodernos; los debates en torno a los énfasis y ausencias de su historia del siglo XX o el cuestionamiento a su marxismo que era considerado cada vez más difuso. El retiro de la New School de su íntimo amigo Charles Tilly, quien pasó a la Universidad de Columbia, y a las reducciones presupuestales, precipitaron la salida de EJH a fines de la década de 1990 y con ellas el fin de su carrera docente.

Eric
J. Hobsbawm con el Rector de la Universidad de la República, Rafael Guarga.
Eric J. Hobsbawm con el Rector de la Universidad de la República, Rafael Guarga.
(Imagen gentileza AGU)

El último de los capítulos está dedicado a EJH como «tesoro nacional», es decir como uno de los intelectuales de mayor renombre en el mundo británico, pero también en otros países. Recibió decenas de condecoraciones, reconocimientos, títulos honoris causa (incluido el de la Universidad de la República de Uruguay en 1999 como se puede ver en las fotografías). Por esta época, ya trabajando con una miríada de asistentes y algunos editores, comenzó a publicar textos inéditos o a reeditar artículos escritos a mediados del siglo XX que dieron origen a algunos libros de compilaciones y siguen saliendo tras su muerte en 2012. En esos trabajos, caracterizados por su brevedad, se ven algunas de las obsesiones fin de siècle de EJH: los cambios tecnológicos, el advenimiento del consumismo, el ocaso de la cultura burguesa europea. A quienes también hemos leído esos textos, nos dejan un sabor a réquiem por un mundo perdido.

Tal vez el punto más débil es la deficiente edición, plagada de errores de tipeo, fechas mal puestas (es inadmisible en un libro escrito por un historiador, sobre un historiador, confundir 1840 con 1940, poner mal la edad de EJH o modificar por descuido en varias ocasiones los nombres o apellidos de algunos protagonistas claves del relato). Por supuesto que esto no es responsabilidad del autor, sino de los editores, cuyos deslices entorpecen la lectura de más de un pasaje (ni que hablar la poco cuidada selección fotográfica). Conocerlo un poco tras leer la biografía, llevan a que este reseñador piense que si EJH hubiese leído la versión en español del libro de Evans seguro enviaría a la editorial una indignada réplica. Pese a esto, el libro es excelente, y si bien surge de una profunda admiración, no hay intención de exculpar o justificar algunos de los posicionamientos políticos o personales que podrían resultar más polémicos (que, en algunos casos, no resistirían un análisis desde la cancel culture actual).

Hasta ahora los lectores de EJH nos enfrentábamos a su obra y sacábamos conclusiones —en ocasiones en forma casi instintiva—, pero a partir del libro de Evans cualquier lectura hobsbawmniana va a tener que estar necesariamente acompañada de esta biografía. De lo contrario, perderíamos los contextos de producción de buena parte de sus obras, en especial las que van desde la década de 1940 hasta fines del siglo XX, período en el que escribió algunos de los textos seminales. Es también la trayectoria vital y académica de uno de los historiadores que se corrió de los márgenes al centro (académico, político, social), pero que nunca abandonó su intención de alterar la tan manida frase de que la historia la cuentan los vencedores. EJH es un ejemplo historiográfico —uno de varios, es cierto— capaz de mostrar que la Historia como disciplina y los historiadores también, se pueden posicionar al lado de los que nunca han ganado. ♦

Eric
J. Hobsbawm entre el público asistente a su homenaje realizado por la
Universidad de la República durante su visita a Uruguay
Eric J. Hobsbawm entre el público asistente a su homenaje realizado por la Universidad de la República durante su visita a Uruguay
(Imagen gentileza AGU)

Notas

[1] Richard J. Evans, Eric Hobsbawm. Una vida en la historia, Barcelona, Crítica, 2021.
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